El camino
El desayuno del día siguiente tuvo un sabor agridulce. Aunque todos parecían mantener un entusiasmo mayor de lo normal, se percibía cierta tristeza en el ambiente.
Cada año, después de Año Nuevo, íbamos retomando poco a poco nuestra vida cotidiana. Sin embargo, esta vez se sentía diferente, o al menos así lo percibía yo. Quizás era mi negación por regresar a mi vida de adulto independiente que comenzaba a olvidar, o tal vez el hecho de que implicaba enfrentar una vez más mi pasado.
Mamá, una vez más, me consintió preparando algo que me gustará: huevos con jamón y frijoles, acompañados de un buen bonche de tortillas. Comí de más, como si intentara guardar reservas, consciente de que pasarían semanas antes de volver a disfrutar la comida casera, lo cual lamenté al momento de ir reuniendo mis cosas que acabaron desperdigadas por todos lados porque apenas y podía moverme.
Tampoco ayudaba que Iván y Mariana estuvieran siguiéndome de arriba a abajo, mostrándome cada cosa que encontraban y preguntándome si era mía. A veces me cuestionaba quién era la verdadera criatura de la casa.
Tras largas horas de subir y bajar, discutir con mi hermana, escuchar a mamá gritar por toda la casa, y ver a papá observando la escena caótica con una sonrisa, finalmente logré empacar todo lo necesario para irme.
Andrés insistió en que me llevara el carro, a pesar de mi negativa desde la noche anterior. Argumenté que prefería dejarlo disponible para emergencias. Sin embargo, en un descuido matutino, ya había comenzado a cargar mis cosas en el coche.
—Es una lástima que no puedas quedarte a comer —comentó papá cuando ya estaba listo para partir. Nos encontrábamos en la puerta; mamá seguía en la cocina, Andrés asegurándose de que todo estuviera bien en el auto, y los demás en paradero desconocido.
—Yo también lo lamento, huele delicioso —respondí suspirando—. Pero tengo que dejar todo listo para mañana.
—Te irá bien, hijo. Siempre haces un gran trabajo —reconoció con una sonrisa bondadosa—. Estamos orgullosos de ti.
Sus palabras me llenaron de ánimo. Me acerqué a abrazarlo, y él me estrechó, palmeando mi espalda.
—Gracias, pa.
—Mi muchacho —dijo con ternura.
Nos separamos, y papá esbozó una enorme sonrisa antes de mirar hacia arriba.
—¿Dónde están esos chamacos? —preguntó—. ¡Niños, su hermano ya se tiene que ir! —gritó, esperando que lo oyeran dondequiera que estuvieran.
Sonreí al escucharlo llamarlos como si todavía fuéramos pequeños. Iván se asomó desde arriba.
—¡Solo tres minutos, Vito! —pidió antes de regresar a la habitación de donde salió.
—Pero ¿qué harán? —se cuestionó divertido.
—¿Te falta algo, Alan? —preguntó Andrés entrando a la casa. Repasé mentalmente mi lista y negué con la cabeza.
—Solo que bajen.
Mi hermano entrecerró los ojos.
—Voy a ver qué hacen —dijo, encaminándose a las escaleras.
—Alan —llamó mamá saliendo de la cocina—, te preparé unos trastes con comida —indicó, colocando una bolsa de tela sobre la mesa.
El corazón se me estrujó; no esperaba el gesto.
—¡Ah, con razón empezaste a cocinar temprano! —exclamó papá sonriendo.
—Debe tener vacía la alacena y no creo que le dé tiempo de hacer el mandado si mañana es su junta —explicó mamá.
—Mi estómago te lo va a agradecer —dije sonriendo. No sabía si era mi percepción, pero después de la noche anterior me pareció más cálida.
—¡Ahora sí, ya vamos! —anunció la vocecita de Iván, bajando las escaleras.
Tras él venían Andrés, Mariana y Gustavo, plantándose en el vestíbulo.
—Si no voy por ustedes, bajan hasta el año que entra —los reprendió Andrés.
—¡Shhh! —lo calló Boo—. Estábamos preparando unas cosas —señaló la caja que el mayor sostenía.
—No tuvimos tiempo de preparar algo más, pero esperamos que te sirva —dijo Gus, dándomela. Dentro, encontré varios artículos: plumas, lápices, un aromatizante, una planta artificial, entre otras cosas.
—Así no estará tan vacía tu oficina —explicó mi hermana con una enorme sonrisa.
—¡Y yo hice esto! —exclamó Iván reclamando atención.
Me puse en cuclillas para estar a su altura. Iván me mostró un dibujo en un papel más grande que tamaño carta. Tenía escrito "buena suerte" en pintura morada.
—Aún no empiezas tus clases y ya hasta escribir sabes, eres un genio —comenté acariciando su cabeza, sabiendo que sus tíos lo habían ayudado, pero sin desmerecerlo.
Mi sobrino se rio, orgulloso.
—¡Eso me recuerda! —soltó papá de repente—. Ah, qué memoria la mía.
Me incorporé, mirándolo igual de perplejo que todos.
—¿Qué pasa, viejo? —quiso saber mamá.
Papá sacudió la mano, sin responder, y se fue con rapidez hacia su taller. Nos miramos entre nosotros y nos encogimos de hombros.
—En lo que viene, ayuda a Alan a subir la comida —pidió a Gustavo. Este asintió y fue por la bolsa.
Lo seguí para subir también la caja que recién me habían dado. Colocamos las cosas en la cajuela, y una vez acomodadas, mi hermano se recargó en el auto.
—¿Estás listo? —preguntó.
—¿Para irme o para dejar ir las vacaciones? —repuse, también recargándome.
Gustavo sonrió.
—Ambas.
—Más pronto de lo que esperaba, pero tarde o temprano iba a suceder —respondí.
Asintió y me miró con comprensión. De pronto, su gesto se tornó serio.
—Alan, ¿él sigue en tu departamento? —preguntó, sin rodeos.
—No tengo idea —admití, intentando mantener la calma—. Supongo que ya se habrá ido, pero no estoy seguro.
—Si quieres, puedo pasarme antes de que regreses. No creo que sea buena idea que lo enfrentes solo —ofreció con tono preocupado.
—Gracias, Gus, pero creo que puedo manejarlo. Además, lo más probable es que ya no esté ahí —dije, tratando de sonar seguro.
Era evidente que mi hermano sabía lo débil que podía ser frente a Marck, y eso me molestaba. Gustavo me observó, no parecía convencido, pero no tuvo oportunidad de replicar porque papá salió a la cochera con algo en las manos, seguido por los demás.
—Estuve realizando esto para tu oficina—exclamo papá resoplando una vez que estuvo cerca y con una enorme sonrisa, me dio un reloj tallado en madera parecido a los que nos regalo en nuestros cumpleaños pasados.
—¡Me encanta! Gracias—dije abrazándolo una vez más.
—Pues ya está todo listo—declaró mamá.
Comenzamos con las despedidas, Iván parecía querer llorar, pero se resistió, su semblante cambio bastante al recordarle que eran pocos días para volvernos a ver.
—Ay, tienes razón—exclamo Mariana hablando después de estar un buen rato sin decir nada—nos despedimos como si te fueras a ir del país, bueno hermanito que Diosito te bendiga, hay nos vemos la semana que entra—se despidió con una fingida indiferencia.
—Ven acá, Boo—dije jalando la del brazo atrayéndola hacia a mi, acepto el abrazo, después como era usual en ella rompió el encanto pisándome el pie haciendo que me alejara.
—Tengo secuestrada tu sudadera verde con una llama—advirtió—si la quieres de vuelta...
—Debo estar aquí el siguiente lunes—complete sonriendo y poniendo los ojos en blanco.
—Ya deja que se vaya—intervino Andrés.
Finalmente, tras unos cuantos abrazos de despedida y la bendición de mi padre, me subí al coche, puse la música que me gustaba para los inicios de cosas importantes y arranque hacia la zona donde habíamos rentado, nuestra oficina.
El lugar que elegimos estaba en una zona repleta de edificios corporativos. Nuestro presupuesto nos llevó a un edificio recién construido de diez pisos. Había algo satisfactorio en poder decir que ahora teníamos oficina propia.
Aunque mi alegría se vio un poco empañada por el poco entusiasmo por parte de Braulio quien al contarle solo dijo que esperaba que no lo abandonara como en diciembre, trate de mantenerme enfocado dejando de lado los temas personales.
Una vez que llegue al edificio, me comunique con el arrendador para que me indicara mi lugar de estacionamiento. Aparcado el auto, subí al lobby, era elegante y moderno, fue uno de los aspectos que más me gustaron al visitar el lugar por primera vez.
La recepcionista, Frida, recién contratada también, me recibió con una sonrisa amable. Conversamos brevemente mientras llamaba al encargado, quien no tardó en llegar.
El encargado, un hombre de mediana edad con semblante bonachón, me dio un breve recorrido hasta conducirme a la oficina que estaba en el piso cinco, saliendo del elevador dimos con un pasillo donde había seis puertas todas iguales. Tras señalar la nuestra que estaba al final hacia la derecha, los baños y recordarme detalles del estacionamiento y el mantenimiento, se despidió amablemente.
Camine hacia donde me indico, al llegar a la puerta de nuestra oficina, observé el vinilo que el arrendador había colocado: nuestro logo, un acrónimo formado por nuestros apellidos, "LEGAR". Sentí una oleada de orgullo mientras contemplaba el distintivo. Pensé en mi yo más joven, incrédulo de haber llegado a este punto.
Abrí la puerta con la llave encontrándome con una pequeña recepción con su mostrador y dos sillones que daba paso a una pared translúcida que separaba la sala principal. El espacio era sencillo pero acogedor: una mesa redonda con cuatro sillas y una pantalla en la pared. La ventana de piso a techo ofrecía una vista impresionante del cielo despejado y una zona verde aún sin construir.
Me senté en una de las sillas, dejándome llevar por la satisfacción del momento. El celular vibró, sacándome de la ensoñación.
Era una videollamada de mi hermana, apenas respondí comenzó a cuestionarme si ya había llegado además de exigir que le hiciera un vídeo tour. Sonreí, sabía lo ansiosa que estaba por conocer mi nuevo lugar de trabajo. La videollamada se convirtió en un caos alegre, con todos peleando por ver a través de la pantalla. Saciada su curiosidad, se despidieron deseándome suerte para el día siguiente.
Estaba por ir por lo del carro cuando de nuevo mi celular sonó, está vez era Oscar también en videollamada, la tomé y en cuanto se conectó me miró sonriente
—¡Hellooo! —saludó con energía—. ¿Adaptándote a tu nueva era de "businessman"?
Sonreí, recargándome en el respaldo.
—Me siento poderoso —admití, arrancándole una risa.—¿No quieres conocerla? —pregunté, tentándolo, sabiendo que había evitado ver fotos.
—Prefiero el factor sorpresa —respondió vacilante—. ¡Ay, enseña ya! —pidió finalmente.
Le mostré el espacio, incluyendo el vinilo en la puerta. Su emoción fue genuina, aplaudiendo como un niño.
—¡Es hermoso! —chilló, encantado.
—Ya todo está listo para mañana. —aseguré sonriendo.
—¿Puedes creerlo hermano? Nunca esperé que tras poco menos de dos años dejaríamos de usar mi sala como centro de reunión.
—Hacemos un gran equipo—dije sonriendo.
—¡Claro que sí! —exclamó emocionado—Prepárate Alan, seremos los próximos magnates de nuestras familias.
—Con que me asegure lo de mi jubilación me doy por bien servido.
—¡Apunto a las estrellas, carnal! Bueno voy por mi madre para que le hagas un tour ¡Se va a morir! Te hablo más tarde.
Y sin esperar a que me despidiera terminó la llamada. Sonreí negando con la cabeza, realmente agradecía haber conocido a Óscar.
Esperé un momento para ver si volvía alguien a llamarme, pero al no volver a sonar mi celular, fui por la caja que me dieron, para ir viendo que podía acomodar en la oficina.
El elevador daba directo al estacionamiento lo cual agradecí, no quería que Frida me viera llegar como marchanta, no daba un aspecto muy profesional que digamos.
Ya en la oficina, dejé la caja en la sala de juntas, examinando con mayor detenimiento su contenido, fui organizando las cosas y ajustándome al nuevo entorno. Lo que más me hizo sonreír fue cuando me tope con un cuadro, se trataba del artículo que escribieron en la revista de negocios sobre el evento que realizamos el año pasado, tenía una nota con la letra estilizada de Andrés.
"Creo que funcionara tenerlo en tu oficina, para que vean de lo que son capaces"
Sonreí, aun no creía que en verdad lo hubieran enmarcado. Lo deje de lado para después colgarlo.
Una vez que el espacio quedo más acogedor, me instale en la sala de juntas, probe la pantalla y tras asegurarme que funcionaba bien, saque mi laptop. Oscar ya había mandado un correo con un poco de la información del nuevo cliente, pero como siempre consideraba importante conocer con quién trabajaría quise indagar más acerca de la ONG.
Ya había pasado casi una hora cuando escuché que tocaron a la puerta, lo cual se me hizo extraño ya que parecía vacío el piso donde me encontraba.
—Buenas tardes—saludo alguien con voz muy formal. Me levanté de golpe, me alise la camisa y tome aire aun no me sentía ya listo para entrar en mi papel de licenciado.
Salí vacilante para después perder toda formalidad al ver que solo se trataba de Leo que estaba ahí parado, sonriéndome.
—Leo ¡Pensé que era alguien importante! —exclamé molesto.
—¿Más importante que tú propio hermano?—exclamo fingiendo ofenderse, sonriendo de forma burlona—Gus, Gus me comentó que ya vas a empezar a trabajar así que supuse que tú oficina estaría algo vacía. —Miro al rededor. —bueno no parece tan vacía ¡oh, un reloj de papá! —exclamo al notar el objeto que deje en el mostrador. —También traje cosas—añadió regresando su atención a mi, dándome la caja que traía en las manos.
La tome llevándola a la mesa de la sala de reunión para revisar que contenía, mi hermano me siguió.
—¿Trajiste un vino? —cuestione sacando una botella.
—Muy linda vista, hablando de linduras, la recepcionista es un encanto—comento ignorándome, tenia la vista perdida en el paisaje.
—Se llama Frida—comenté divertido, la sonrisa de Leo se ensanchó.
—Bueno Alan, ya sabes cual es el motivo si comienza a visitarte seguido—dijo Joaquín apareciendo de repente sonriéndonos, Leo giro la vista hacia la entrada.
—Solo se apreciar la belleza—se excuso alzándose de hombros.
—Claro un defecto de profesión—respondió guiñándole un ojo.
Sonreí, siempre me había agradado su relación, nada similar a lo que uno esperaría de una pareja.
—¿La traes? —preguntó cambiando de tema, acercándose a él.
—Esta ahí—señalo con la cabeza hacia el mostrador, fui tras Leo para saber de que hablaban, en medio del espacio había una planta que llegaba casi a la cintura de Joaquín.
—¡Excelente! —exclamo Leo con emoción — Una planta siempre mejora el ambiente, es artificial porque dudo que en tus manos sobreviva.
La seguí mirando, preguntándome donde acomodaría algo de semejante tamaño.
—Cabe ahí en la sala de juntas—dijo al notar mi duda en el rostro, tomo la maceta y se dirigió a la sala, la acomodo en una esquina mientras Joaquín y yo lo observamos entretenidos.
—¿A poco no cambia el ambiente?—exclamo sonriente por su " trabajo" realizado.
—¿Enserio lo trajiste?—dijo al notar la botella sobre la mesa, Leo sonrió.
—Claro, no todos los días mi hermanito consigue su propia oficina. Por ahí saca las copas—pidió.
Pato obedeció negando la cabeza con una sonrisa, me sentí conmovido por el gesto de mi hermano no era algo que hubiera esperado de el, de todos era el menos detallista. Mientras servían el vino me puse a ver qué más había en la caja, comencé a sacar el contenido, había plumas, post it, un calendario de escritorio, una agenda y un porta plumas giratorio. Las plumas estaban grabadas por la palabra "Macro" al igual que la agenda.
—Son de dónde trabajo—explico Leo al notar que las contemplaba.
—¿Trajiste lo de tu trabajo?—pregunto Joaquín
—No uso la agenda y ya que me hicieron pagar por ella que tenga un uso y de las plumas tenemos a montones—respondió con simpleza.
Los post it también tenía el nombre de algún negocio llamado "Punto bujía", me imagine que eran del taller de Joaquín.
—¿De tu taller? —dije dirigiéndome hacia el, tomo el objeto lo miro y después a Leo
—¡También tenemos a montones!—dijo mi hermano adelantándose al cuestionamiento del otro.
Sonreí sintiéndome muy agradecido y querido por todos los que me rodeaban.
—Brindemos ya que tengo sed—apuro Leo sirviendo el vino en cada copa—por Alan, que sea quien nos mantenga.
Joaquín y yo alzamos nuestra copa mientras poníamos los ojos en blanco por las palabras de mi hermano, pero sonriendo.
—Este va a ser el primer paso para grandes logros, chaparro—añadió Pato al chocar las copas.
El primer sorbo me supo a logro. Cada vez que pensaba en cómo habíamos empezado trabajando desde el sofá de la sala de Oscar me parecía alucinante el estar aquí, por primera vez realmente pude sentirme orgulloso de mi mismo.
La charla continuo aún después de que el vino se terminó, las conversaciones con Leo nunca tenían fin porque de un tema pasaba al otro y Pato lo complementaba bien. Sin embargo comenzó a apurarlo porque debía asistir a una reunión del trabajo.
—Mas que reunión laboral es un pretexto para la convivencia social—repuso Leo con fastidio.
—Aun así, tienes que ir—le recordó, mi hermano arrugó la nariz.
—Es un ventaja de ser tu propio jefe Alan—observó—Pues iré a mear para irnos no quedándome más remedio ¿El baño?
—Al final del pasillo del lado izquierdo del elevador —respondí, Leo asintió y salió.
—¿Nervioso?—quiso saber Joaquín.
—Bastante—admití.
—No es nada que no hayas echo ya chaparro. Tienes todo bajo control. Solo recuerda quién eres y lo que has logrado hasta ahora.
Joaquín siempre tenía el poder de reconfortarme con sus palabras. Aunque estaba acostumbrado a manejar la presión, había algo en este evento que me ponía nervioso.
—Si necesitas ayuda, solo dilo. Recuerda que no estás solo en esto. Nos tienes a todos detrás. —añadió, seguí en silencio reflexionando lo que me decía—¿Hay algo más que te preocupe? —pregunto sorprendiéndome.
De hecho, si había algo más, aunque me negué a la ayuda de Gustavo sabía que no podía enfrentar por mi mismo el averiguar si Marck ya se había largado, odiaba admitir que tenía razón, el me volvía oblea. Joaquín era el único al que podía confiarle la misión, tal como en el pasado, solo a él podía recurrir en cosas que no quería que mis hermanos se enteraran. tome aire antes de pedir el favor, debía darme prisa antes de que regresara Leo
—Solo una cosita insignificante —respondí intentado restarle importancia para no dar muchas explicaciones.
—Dime, soy todo oídos—dijo observándome con atención.
—¿Podrías ir a mi departamento y ver si no hay alguien?—me sentí estúpido estar pidiendo esto, Pato me miró parpadeando intentado comprender lo que le decía.
—Alguien... ¿En el sentido de...?
—Solo de alguien, en específico del cuarto extra.
Pato aún me miraba descifrando el misterio pero tras oír unos pasos que se acercaban asintió.
—Muy bien, iré a ver—accedió sin hacer más preguntas.
—No le digas a Leo—pedí.
—Ya me suponía eso—sonrió con complicidad, justo en ese momento mi hermano regresó.
—Vámonos antes de que me arrepienta—exigió desde recepción.
Ambos nos levantamos y fuimos hacia el, nos despedimos con un abrazo y palmada de espalda y se fueron.
Regresé a la sala de reunión, dejando de lado el trabajo y contemplando el atardecer, la ventaba amplia ofrecía poder observarlo en su máximo esplendor.
Suspiré sintiendo una oleada de diferentes emociones, entre un cosquilleo de emoción por todo lo que nos aguardaba y la frustración de la situación con Marck. Por fortuna, no pude rumear mucho el asunto porque justo cuando llegó ese pensamiento Oscar volvió a llamarme esta vez con su familia también presente, fue igual de difícil que pudieran ver en la pantalla, pese a eso conseguí que pudieron apreciar la oficina. Todos estaban felices e incrédulos de que el "pequeño" Oscarin hubiera logrado algo asi siendo tan cabeza loca.
Tras el breve tour nos despedimos y regrese a mi soledad, la noche comenzaba a caer, sabía que se acercaba el momento de regresar a mi departamento, lo que me hizo sentir una opresión asfixiante.
La obscuridad de la noche ya no me fue tranquilizadora por lo que me entretuve terminando de acomodar la oficina, sin embargo, ya no pude evadirme más, era el momento de dejar el edificio.
Pase a despedirme de Frida antes de bajar al estacionamiento, todavía platique un momento con ella intentando alargar lo inevitable, hasta que su novio llegó por ella. Sin más remedio, me dirigí al auto.
Joaquín aun no me mandaba mensaje por lo que no tenia un sitio a donde ir, quizás sería buena idea cenar, pero hambre no tenia, por lo mientras encendí el auto y tome camino sin una dirección.
Maneje sin rumbo tomando el boulevard, descubriendo lo relajante que era conducir por la noche en una vía tan amplia, con la música sonando y el aire fresco entrando por la ventana, ayudaba a relajar la tensión.
Al notar ciertos letreros indicando hacia donde me dirigía decidí regresar ya que me estaba alejando demasiado. Retorne justo en el momento en que Joaquín me llamo para informarme que no había nadie, que me había dejado algo de despensa y un poco de comida rápida congelada, le agradecí y nos despidamos.
Había llegado el momento de regresar a mi departamento, afrontar la soledad y el vacío, pero a la vez disfrutar de la serenidad y tranquilidad que no había tenido en el último mes.
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