Capítulo V.
𝐄𝐕𝐈𝐀𝐍
22 de Octubre de 2020.
Es viernes y Evian siente cómo la fecha límite le respira en la nuca. Entregar el trabajo hoy, presentar el lunes. Está todo listo, pero aún así va a hacer uso de las salas individuales que ofrece la biblioteca para dar los últimos retoques. Falta una hora para eso, y Evian mata el tiempo escuchando música.
River está probablemente en el gimnasio, lo que significa que puede pasearse sin inhibición alguna por todo el cuarto. Enciende el parlante bluetooth y lo conecta a su teléfono a todo volumen.
Sus manos imitan los acordes del piano de forma automática. Y cuando la voz de Hozier emerge del altavoz, Evian se esfuerza para hacer la suya más grave.
My lover's got humor.
She's the giggle at a funeral.
Knows everybody's disapproval.
I should've worshiped her sooner.
If the Heavens ever did speak.
She's the last true mouthpiece.
Every Sunday's getting more bleak.
A fresh poison each week.
Está sentado frente al escritorio, con ambas manos interpretando la canción sobre el piano invisible que se imagina sobre la madera.
"We were born sick", you heard them say it.
My church offers no absolutes.
She tells me, "Worship in the bedroom".
The only Heaven I'll be sent to.
Is when I'm alone with you.
I was born sick, but I love it.
Command me to be well.
Amen, Amen, Amen, Amen.
Se expresa con todo el cuerpo, desde las muñecas en alto hasta las expresiones faciales que libera sin miedo a que nadie lo juzgue. Tiene los ojos cerrados y deja que la música borbotee por todo su cuerpo. La pierna derecha adopta el el rol de un metrónomo con cada golpe que da al suelo.
Y cuando sus manos marcan el ritmo que da inicio al estribillo, Evian se pone de pie, empujando la silla que se aleja gracias a las ruedas bajo sus pies.
Take me to church.
I'll worship like a dog at the shrine of your lies.
I'll tell you my sins and you can sharpen your knife.
Offer me that deathless death.
Good God, let me give you my life.
Flexiona las piernas y dobla la espalda hacia atrás, haciéndose con un micrófono imaginario mientras cierra los ojos con fuerza y sus cejas se rompen sobre el puente de la nariz, las venas en su cuello se marcan, tan visibles como el acero de las vías de ferrocarril y logra alcanzar la nota alta.
Repite todo de nuevo en cuando llega el bis, con más fuerza esta vez.
Take me to church.
I'll worship like a dog at the shrine of your lies.
I'll tell you my sins and you can sharpen your knife.
Offer me that deathless death.
Good God, let me give you my life.
。⋆。˚ ʚïɞ ˚。⋆。
El interior de la librería es mucho más imponente que su coraza exterior. El pasillo se extiende a lo largo con un piso de madera brillante y los pilares que lo delimitan son del estilo griego antiguo que se extienden hasta el balcón del segundo piso. Al gran pasillo principal lo intersectan otros de forma perpendicular, plagados de estanterías con todo tipo de libros. Algunas entradas tienen bustos de personajes importantes pegados a sus columnas, justo al lado de las letras impresas en dorado sobre la madera a forma de índice.
Evian se siente tan pequeño en ese océano de libros que podría nadar entre las hojas de papel.
Acomoda la mochila a su espalda y sigue caminando a través del descomunal laberinto que la biblioteca significa. Se pasea por los pasillos con el miedo latente a perderse respirándole en la nuca a pesar de ya haber estado ahí antes.
Cuando deja atrás la zona de libros la madera es reemplazada por una alfombra cobriza. Pasea su mirada por los cuadros que decoran las paredes a medida que camina, observando los lagos y montañas traídos a la vida por brochas y pinceles en una técnica de óleo.
Los cubículos están enfilados uno al lado del otro con un gran cristal que imita el papel de una pared frontal, gracias a ellos se puede ver que ni uno solo está desocupado. Busca el número ocho, abre la puerta, y deja la mochila sobre la mesa de madera refinada que hay en el centro de la sala.
Evian se sienta de espaldas a la puerta. Toma el cuaderno rojo y lo deja a un lado de la mesa para sacar su laptop y, tras encenderla, deslizar la imagen de auroras boreales que tiene como fondo de pantalla para escribir su contraseña. Conecta los auriculares y deja que la música sea su transporte al campo de concentración que necesita para poder terminar los retoques del trabajo final antes de enviárselo a su profesor.
Evian pierde la noción del tiempo entre oraciones y párrafos de word. Maldice en voz baja cuando se da cuenta que no se trajo un café consigo. Y no es que esté evadiendo a Luca después de la noche de trivia, es justamente lo contrario. Cada vez que va a la cafetería entre el descanso de una clase y la otra, el italiano desaparece por la puerta con el «Solo personal autorizado» grabado en vinilo negro.
"Mejor así", piensa y acuna el mentón con su palma mientras observa en aires analíticos lo último que acaba de escribir. Los dedos en la mano libre inconscientemente forman acordes de piano a medida que los auriculares susurran música a sus oídos, que está lo suficientemente baja como para escuchar el carraspeo a sus espaldas.
Evian voltea y está seguro de creer en la ley de atracción mucho más que ayer.
Luca le sostiene la mirada en un silencio sepulcral.
—¿Qué? —Evian pregunta quitándose los audífonos.
—Es mi sala. —La voz de Luca es mucho más áspera que todas las otras veces. Evian hasta podría decir que está enojado.
—No veo tu nombre por ningún lado.
—La reservé yo —se defiende, caminando hasta la otra punta de la mesa, donde deja sus pertenencias.
Las cejas del canadiense se alzan con incredulidad.
—Esta manía tuya de quitarme mis lugares... Haztéla ver.
Primero todo el asunto de los números en la secretaría y ahora esto. A Evian no le parece más que un mal chiste, uno del que empieza a cansarse.
—Deberías seguir tus propios consejos. Te estoy diciendo que reservé el cubículo ocho para este horario. ¿Por qué no dejas de saltarte las reglas y me dejas en paz? —Luca se proclama con irritación explícita en cada palabra que prácticamente escupe.
Por un segundo piensa que lo está haciendo a propósito. No sabe que gana Luca con eso, pero es la única explicación que se le viene a la cabeza. Celos, quizá. O envidia.
Hasta que repara en la simple posibilidad de que Luca se haya equivocado.
—Déjame ver —dice en lo que se pone de pie y camina hasta él.
—¿Ver qué? —pregunta Luca, que tiene que alzar la mirada para verlo a los ojos por la diferencia de altura que le provoca el estar sentado.
—Tu reserva.
Es como si Luca estuviera masticando esas dos palabras, porque se queda mirándole un par de segundos antes de bajar la cabeza, tomar el teléfono –que tiene una importante ralladura de punta a punta– y buscar lo que Evian pidió.
—23 de Octubre. —Y prácticamente le restriega la pantalla en la cara, porque Evian tiene que alejarse un poco para que sus ojos logren enfocarse.
Se le escapa una risita nasal que sacude sus hombros.
—Hoy es 22 de Octubre, genio.
Evian se queda parado justo ahí, viendo como Luca busca esconder su vergüenza en la negación.
—No. Pensé que...
—Podemos buscar un diccionario ahí afuera y estoy seguro que tu nombre sale como ejemplo de la palabra estúpido.
Luca no dice nada más. Solo toma sus cosas y se alza en toda su altura, la que es casi igual a la de Evian. Están tan cerca que Evian tiene que moverse a un lado para que no se lo lleve por delante.
Sabe que un error lo comete cualquiera, pero aun así se pregunta si es el mismo chico que sabía la respuesta a todas las preguntas de Benjamin una semana atrás, el mismo que le arrebató la victoria de las manos, justo cuando tenía al equipo de Emma al borde del coma etílico.
"Emma".
El recuerdo le da una idea.
—Puedes quedarte —dice Evian y Luca se queda quieto en el umbral de la puerta.
—Puedo estudiar afuera —responde, aún dándole la espalda.
—Puedes, pero te vas a congelar. Además, la mesa es grande. Yo no hablo si tú no hablas.
Evian sabe que lo está considerando. Cuando Luca voltea puede notar el escepticismo en su rostro, el por qué grabado en sus ojos.
La respuesta es simple, Evian quiere sacarle información sobre su compañera de juegos, la misma que vio repartiendo bolsitas zip en la cafetería un par de semanas atrás. Espera que pasar tiempo con Luca –voluntariamente– en un mismo lugar no sea un precio demasiado alto para poner a prueba sus teorías. ¿La primera? Luca buscó trabajo en la cafetería para hacer la vista gorda y que nadie moleste a su socia mientras ella vende la mercancía.
Evian y Luca se tomaron la condición muy en serio, porque ninguno de los dos dijo palabra alguna en la media hora que acababa de pasar.
Evian a veces mira sobre su computadora. Lo mira a él. A Luca, que está sentado con la espalda apoyada en el respaldo de su silla, con las manos que sujetan un libro cuyo título escapaba al alcance de su vista. Lo que sí puede ver es el color amarillento bajo las uñas de sus dedos. ¿Cuánto fumaba ese chico? Escala a su cabello, tan desordenado como todas las otras veces, no improlijo, simplemente rebelde. Repara en su piel, casi tan blanca como la suya, pero un poco más bronceada, como si el sol lo hubiera acariciado con cariño. Evian se pregunta si vivía cerca de la playa, pero abandona la hipótesis cuando la idea del agua se solidifica como imagen visual, ejerciendo una leve presión en su pecho.
—Luca —dice Evian, pero los segundos pasan y el silencio sigue ahí—. ¿Qué lees?
—Interrumpe mi lectura una vez más y voy a usar este libro como arma mortal —Luca amenaza sin siquiera alzar la mirada.
—Alguien está de buen humor... —Las cejas de Evian caen en una expresión de confusión mientras busca una justificación para esa nueva hostilidad en su trato. Se pregunta si es el apodo, pero no acaba de usarlo. Entonces escarba un poco más en su memoria. ¿El chiste de santa? O...
—Escucha, lamento lo que dije de tu ropa. —Evian se esfuerza en sonar lo más sincero posible, haciendo pasar su artificial disculpa como una auténtica—. Estaba frustrado porque estábamos a punto de ganar y... bueno, me desquité contigo. Perdón.
La única respuesta que recibe es el sonido de Luca pasando de página. Cansado de su indiferencia, Evian vuelve toda su atención a las líneas negras de palabras que resaltan contra el blanco fondo del documento.
—Es un libro de escritura —Luca rompe su silencio y Evian piensa que, por el débil tono que está usando, es una respuesta por mera educación.
Evian relaja las manos sobre el teclado de su computadora y vuelve a mirarlo.
—¿Eso estudias? —Es una probabilidad que le gustaría verificar.
—Periodismo, en realidad —dice con un poco más de ánimo, pero sigue sin despegar los ojos de su libro.
—Ah, sí, los manipuladores de la verdad. —Evian inquiere con un poco de filo, esperando que sea lo suficiente como para despertar esas ganas de conflicto que lo hagan alzar la mirada.
—Depende —dice, entrecerrando el libro—. Hay muchos periodistas que dejan la ética de lado y dan las noticias con subjetividad, la moldean a su favor, al de sus jefes. Pasan la verdad por alto solo por un poco de dinero, y eso causa mucho daño. Todo porque se venden al mejor postor. Corporaciones o políticos, especialmente políticos.
—No te gustan los políticos, ¿eh?
—Solo los honestos. —Termina por encogerse de hombros, y está a punto de retomar su lectura cuando abre su boca para hacer la pregunta que Evian está esperando—. ¿Tú qué estudias?
—Ciencias políticas —responde con la sonrisita perfilada de siempre.
—¿No deberías practicar más tu carisma? —La seriedad en su rostro deja en claro que no es una broma.
—¿Por qué? ¿No te gusta mi sonrisa? —Evian la exagera, ahora dejando ver los dientes de abajo. La boca de Luca se reduce a una fina línea y Evian no sabe por qué, pero encuentra graciosa su nueva expresión—. ¿Hace cuánto escribes?
—Desde niño —responde desviando la mirada—. Empecé a los siete, al principio era un diario, luego poesía.
Esa edad le trae recuerdos, fue cuando sus abuelos viajaron de Londres a Canadá y su abuelo le enseñó a tocar el piano por primera vez. Recuerda la expresión de felicidad en su rostro, esa que parecía borrar las arrugas y devolverle la juventud que el paso de los años le quitaron. Siempre que Evian lo veía tocar tenía los ojos cerrados, dejando que las sensaciones de lo que interpretaba se tradujeran en expresiones que no sabe cómo describir, pero lo hacían sonreír.
Tiene el impulso de decirle que él también descubrió una de las cosas más importantes de su vida a los siete, pero el único propósito de esa conversación es hacer hablar a Luca.
—¿Poesía? No pareces un poeta.
—No sé cómo lucen los poetas —agrega, volviendo a sostener el contacto visual—, pero era una forma de... no sé.
—Expresar tus sentimientos de otra forma. —Evian termina la comparación por él.
—Sí. Es más fácil usar metáforas, comparaciones y ese tipo de cosas que la literalidad.
Es como si se entendieran, como si estuvieran hablando el mismo idioma. Evian desde la música, Luca desde la poesía. Y ambos parecen tomarse el tiempo de procesar esa idea.
»Como sea —sigue Luca—, luego aparecieron los artículos periodísticos y gracias a ellos estoy aquí.
—Es importante tener vocación. —Lo que es más un recordatorio en voz alta para sí mismo.
—Me refería a la universidad.
—No te estoy siguiendo —dice Evian, acomodándose un poquito mejor en su asiento mientras intenta entender.
—El año pasado hubo un concurso de redacción, gané el primer puesto.
—Por eso te dieron la beca.
Es como si la sola palabra creara tensión, porque ambos se quedan callados por un segundo. Evian mastica lo que acaba de escuchar y Luca parece prepararse para cualquier comentario que pueda salir de la boca de Evian, disparado como una bala con intenciones de matar.
Excepto que no hay ninguno.
—Y tú tienes un problema con eso.
Evian sigue callado. Está confundido porque ese dato quebranta toda la impresión que tiene de Luca. Es como si escapara al conjunto de personas a las que le recuerda, esas que no vacilaron en lastimarlo donde más le dolía.
—No. —Evian rompe el silencio, pero la mirada perdida sigue intacta—. Ahora sé por qué respondiste bien las preguntas de literatura.
—No eran difíciles.
—Emma no las hubiera podido responder. —Luca le lanza una mirada de advertencia que susurra «cuidado con lo que vas a decir»—. Lo digo porque estaba a dos vasos del coma etílico. Si es inteligente o no... eso no sé. ¿También tiene una beca como la tuya?
Es la única pregunta que se le ocurre hilar sin sonar demasiado sospechoso. Luca entorna sus ojos apenas un poco y vuelve sus manos al libro.
—Non lo so —responde con la misma indiferencia del principio.
Evian teme que deduzca sus verdaderas intenciones y que la poca confianza se venga abajo. Está a punto de perderlo.
—¿Tienes algún escritor favorito? ¿O poeta?
Luca vuelve a alzar la vista y el brillo de antes sigue ahí. Evian solo puede pensar que no muchas personas se interesan por sus gustos, de lo contrario no entiende por qué es tan fácil hacer que responda las preguntas, mucho más cuando es él quien las hace.
—Me gusta mucho Shakespeare. ¿Leíste Hamlet?
Evian niega con la cabeza.
»Es uno de mis favoritos —continúa—. Es una tragedia que habla de la locura, del amor y la muerte. Es como un viaje de descubrimiento, tanto del personaje como tuyo. "Con un cebo de mentiras pescas el pez de la verdad" —repite con un acento que no había escuchado hasta ahora.
Evian piensa lo mucho que Luca parece brillar cuando habla de lo que le gusta, es como si se convirtiera en una de las muchas estrellas que justo antes de dormir ve desde la ventana junto a su cama.
»Mi dispiace, hablé mucho. —se disculpa entre los dos idiomas.
—No te preocupes —le regala una mueca que intenta parecerse a una sonrisa, pero no alcanza a serlo del todo.
"Con un cebo de mentiras pescas el pez de la verdad". Repite la frase en su cabeza y siente un poco de culpa al haber fingido interés para hacerlo hablar. No todo fue falso, pero aún así es como una astillita que se le clava en el estómago. Intenta quitársela repitiéndose que Luca tiene una beca, que es como todos los demás o incluso peor, pero el dato del concurso edifica su conflicto en un laberinto del que no encuentra la salida.
»Voy al baño —Evian se pone de pie y oscila la mirada entre su computadora y el italiano. Por un segundo no está seguro de dejarlos solos, pero la desaparición del portátil dejaría en obviedad a Luca.
El frío del agua le cosquillea las manos. Cuando se gira para colocarlas bajo la máquina de aire caliente se topa con un folleto que tiene una mansión desaliñada como fondo, repara en las letras amarillas que lo invitan a la fiesta de Halloween.
La mirada se pierde entre los dibujos de esqueletos y calabazas mientras recuerda lo mucho que disfrutaba esa festividad. Recuerda decorar la casa, disfrazarse y salir a pedir dulces que comían de noche cuando veían películas de terror.
La saliva raspa su garganta y Evian deja atrás el baño.
—¿Vas a ir a la fiesta de Halloween? —pregunta en lo que toma asiento.
—Eh... No sé. ¿Ya tienes disfraz?
—Todavía hay tiempo.
—¿No falta una semana?
Evian fija sus ojos en la mesa mientras se ubica en su calendario mental.
—¿No estábamos en agosto? —Evian pregunta con la confusión delineando cada palabra.
—No, si las clases empiezan la última semana de septiembre.
—Por eso...
Evian parpadea dos veces seguidas, contando los días con los dedos de su mano derecha. Alcanza a divisar a Luca, que no despega los ojos de él.
—Espera un segundo... enumera los meses.
—No.
—¿Por qué no?
—Porque no.
Los labios de Luca amenazan con curvarse y sonreír, conteniendo una risita que está a punto de escapar.
—¿No sabes los meses?
—Sí sé los meses —masculla entre dientes.
—Entonces muéstrame.
Evian lo mira con el entrecejo fruncido, se toma unos segundos para poder concentrarse.
—Enero, febrero, marzo, mayo, abri– ¿De qué te ríes?
Luca parece desarmarse en su asiento, justo como una montaña de legos que colapsa por una pieza mal puesta.
—¿Sabes datos de planetas pero no los meses?
—No podía ser perfecto. —Se cruza de brazos, pasando por alto que Luca se acuerde de eso—. Además, para algo existe el calendario. Es exactamente como la calculadora.
—Porque saber la raíz cuadrada de mil trescientos setenta y dos es tan difícil como saber que después de marzo sigue abril.
Cuando Evian está a punto de rebatir escucha tres golpes contra el cristal y el sonido de la puerta que se abre a sus espaldas.
—¿Evian? Te estaba buscando por todos lados. ¿Por qué no respondes los mensajes?
Es [insertar nombre que no recuerda], la chica del grupo de trabajo.
—Tenía el teléfono en silencio. ¿Qué pasó?
—Henry no va a presentarse, su abuelo falleció —lo dice con tristeza, como si fuera ella quien acabara de perder a un ser querido.
—Si no da la defensa con nosotros va a ser peor para él.
—Evian, falleció su abuelo —resalta ella, como si no la hubiera escuchado la primera vez.
—Va a tener que defender el trabajo él solo en la próxima fecha. No sé si lo sabías, pero a diferencia de su abuelo, el examen sí va a volver.
—Me caes bien, pero eso es muy insensible. Voy a intentar hablar con el profesor, aunque no creo que cambie nada. Tendremos que estudiar la parte de Henry también.
Se va antes de que pueda decir algo más. Evian se queda de espaldas a Luca, con los ojos en la puerta que acaba de cerrarse.
Se vuelve hacia delante esperando la mirada recriminatoria del italiano, excepto que está muy concentrado leyendo su libro.
Suspira y toma su teléfono.
—Mierda.
La maldición llama la atención de Luca, pero no lo suficiente como para preguntar qué la originó.
Evian tiene tres llamadas perdidas y unos quince mensajes sin leer de River. ¿La razón? Tiene que entrar a la habitación, pero se dejó las llaves adentro.
—Me voy —dice mientras mete la laptop en su mochila.
No está seguro por qué, pero esperaba un «adiós» que nunca llegó.
。⋆。˚ ʚïɞ ˚。⋆。
—De nada. —Evian le dice a River justo después de abrir la puerta. Entra después de él.
—Me salvaste la vida, pero, ¿por qué te demoraste tanto?
—Porque estaba en la biblioteca con Luca y...
Es de esas ocasiones en las que desearía haberse mordido la lengua y cortarse un pedazo antes de haber dicho palabra alguna.
—Espera, espera. ¿Luca? ¿El Luca del que te quejas todo el tiempo porque te miró mal una vez y te ganó la otra noche?
Sí, quizá Evian se descargó con River sobre las cosas que involucraron al italiano. En su defensa era eso o seguir escuchando cómo River hablaba de skate durante toda la cena. Y estaba cansado de ver los videos de él mismo haciendo acrobacias.
—No me miró mal. Es decir, sí, tiene ojos de asesino serial, pero no es el punto. El punto es que me robó el lugar y por culpa suya llegué tarde a clase. Y nos ganó a los dos, por si no te acuerdas. Además, es muy ruidoso, hablando todo el tiempo con ese acento italiano...
Cuando Evian termina de hablar y lo ve, la sonrisa estira sus labios.
»¿Ahora qué?
—Nada, nada —dice River mientras se dirige al cuarto que ambos comparten. Evian lo sigue por detrás—. Me alegra que sean amigos.
—¡No somos amigos! —exclama y deja la mochila en el suelo, pegada a la cama
—Okay, okay, lo que tú digas. —La sonrisa no se le cae de la cara.
Evian se acuesta sobre el colchón y deja salir un suspiro tan largo que podría llenar de aire un flamenco inflable para el agua.
»¿Estás cansado? —pregunta River.
—Estoy muerto de hambre, ¿pedimos una pizza?
—No puedo comer carne.
Evian está recostado, usando las palmas como sostén sobre su almohada.
—¿Por qué no?
—Perdí una apuesta —dice River, sentado en el borde de la cama que una semana atrás era de Evian.
—¿Contra quién?
—Kere. Sí ganabamos la trivia iba a enseñarle a andar en skate, pero como perdimos ahora soy vegano por un mes.
—¡¿Por un mes?! ¿Ves? A tí también te cae mal Luca.
—Y ahí estás hablando de él otra vez...
—Yo no... ¿Sabías que ganó un concurso de redacción?
Evian sigue dándole vueltas al asunto. Toda la imagen que tiene de Luca se ve afectada por ese simple dato.
—No. ¿Ahora es tu amigo por eso?
—¿Vamos a pedir algo para comer o no? —cambia de tema tan rápido como se sienta de piernas cruzadas sobre el colchón.
—Kere me hizo una comida especial. Era parte de la apuesta, así no muero de desnutrición porque no sé cocinar nada vegano.
Evian está a punto de decirle que él sí sabe porque aprendió de las recetas de mamá, pero las palabras se diluyen en saliva y las traga con sabor amargo.
»Tengo que ir a buscarla.
Evian sabe que es solo una excusa para escaparse y pasar la noche con ella. Otra vez. Y no hace falta que se lo diga en voz alta, llevan pocas semanas viviendo juntos pero ya lo conoce en algunos aspectos. Por ejemplo, sabe que usa siempre la misma taza para el desayuno, que suele cantar mientras se ducha con agua caliente, juzgando por el vapor que deja en el espejo del baño; sabe que le gustan las bebidas extremadamente frías, porque no importa cuánto tiempo estén en la nevera, River siempre les pone hielo. Y muchas otras cosas que aprendió con la convivencia.
—Pensé que ibas a ser vegano por un mes.
River entiende la broma que Evian enfatiza sonriente, lo sabe porque se ríe y le dedica un «idiota», acompañando la almohada que acaba de lanzarle a la cara.
El tiempo pasa y Evian se desvela frente a su computadora. Con River fuera aprovecha la soledad para editar la defensa oral, agregando la parte de Henry. Puede estudiar el sábado y descansar casi todo el domingo.
El teléfono vibra y Evian piensa que es River, la única persona que podría escribirle a esas horas de la noche.
Número desconocido:
¿Estás despierto?
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