Capítulo II.

𝐄𝐕𝐈𝐀𝐍.

27 de septiembre de 2020.

Es como nadar contra la corriente, solo que en vez de usar sus brazos y piernas, son sus párpados quienes se ven envueltos en la batalla de no caer rendidos ante el sueño. Se vuelven pesados, como una cortina que busca cerrarse para tapar la luz, y la única estrategia que encuentra a su alcance es mirar en todas direcciones, buscar algo que despierte una chispa de curiosidad que destierre el pensamiento de querer cruzarse de brazos sobre el pupitre y apoyar la cabeza. En sumatoria a su tortura, su profesor parece haber perdido las ganas de vivir porque de su boca solo salen palabras pastosas, lentas y aburridas.

El reloj en la pared de enfrente marca las nueve y cuarto de la mañana del primer lunes de clase.

Busca un lápiz y acomoda su brazo para empezar a dibujar cómodamente en el cuaderno de notas. Es un movimiento de muñeca, corto y repetitivo. Ejerce más presión al inicio del borde, donde el blanco de la hoja se pinta de un gris más oscuro. El garabato adquiere forma de circunferencia, y al cabo de unos segundos Evian termina de dibujar una pequeña luna llena, envuelta entre sombras y degradados. Deja su mano a un costado y se detiene a contemplar su pequeña ilustración.

Hay un ápice de tristeza en sus ojos. Reparan nostálgicos sobre la figura en papel y luego siguen de largo, reposan sobre las anotaciones del profesor en la pizarra, deambulan entre las letras marcadas en tiza blanca sobre el verde oscuro y escalan hasta toparse de nuevo con el reloj.

Son las nueve y diecisiete minutos, y Evian siente que necesita una intravenosa de cafeína para poder soportar un solo segundo más.

Para cuando la clase termina no hay amigos a los que saludar, o a quien esperar para caminar juntos. Y es que es mejor así.

Guarda sus pertenencias en el bolso de cuerina oscura y camina solo hasta la salida. Al salir, la correntada de aire frío lo golpea de lleno y hace cosquillas en la punta de la nariz. No le hace justicia a los inviernos de Canadá, pero no por eso desiste de cubrir su cuello con la bufanda de lana renegrida. Esconde sus manos en los bolsillos de su saco.

Hay un intervalo de tiempo entre su clase y la siguiente que busca explotar para retirar la tarjeta que Alexa dijo y, si es que el reloj se lo permite, pasar por la cafetería.

。⋆。˚ ʚïɞ ˚。⋆。

Cruzar esa puerta es como atravesar la frontera a otro país, uno pegado a la línea imaginaria del Ecuador, más precisamente. "Ambiente climatizado", dicta una leyenda que no es necesaria leer para darse cuenta del calor que se le pega a la piel bajo la ropa.

Hay un mostrador justo en frente, el color cálido de la madera va a juego con la temperatura de la sala, y hasta lo encuentra similar a una palmera, de esas que brindan resguardo del abrasador sol de verano en alguna playa paradisíaca de Hawaii. Tras el mueble, una secretaria apoya el índice sobre el documento que una señora mayor acaba de entregarle. Está explicando algo, y lo hace con una voz tan dulce que bien podrían volverla sólida, hacerla granitos y usarla para competir contra los mejores endulzantes de la industria.

Evian toma asiento, esperando su turno. Tiene treinta minutos hasta que su próxima clase empiece y está empezando a impacientarse. Debería haber priorizado el café antes que al trámite.

En un intento de calmar su ansiedad, relaja el cuello y se reclina un poco hacia delante, los antebrazos se pegan a sus rodillas y las manos se entrelazan mientras se pierde al observar distante la alfombra azul.

Escucha el sonido de la puerta abrirse, pero está demasiado abstraído en el color marino que se extiende bajo sus pies como para prestar atención.

Para cuando alza la mirada sus ojos chocan con otros que ya ha visto antes. Parece la mirada de un muerto, rígida y fría. Distante. Enmarcada por prominentes cejas marrones que se tensan en un entrecejo fruncido.

El mismo italiano del otro día.

Luca tiene la espalda recta, una pierna sobre la otra y un papelito que Evian alcanza a distinguir en su diestra.

La seriedad en su rostro le causa cierta incomodidad palpable. El paralelo con la cafetería es casi idéntico, solo que esta vez Evian se prepara para preguntar cuál demonios es su problema.

──Sesenta y nueve.

"¿Sesenta y nueve?" Repite mentalmente, confuso, y ni siquiera se ha percatado de que la señora ya no está. Vuelve la mirada hasta Luca, que se pone de pie para acercarse al mostrador y entregar el papelito que tenía en la mano.

Evian le sigue por detrás.

──Yo estaba primero.

No sabe si el chico está traduciendo mentalmente o simplemente no entiende sus palabras. Parece envuelto en un dédalo de traducciones de las cuales solo elige el silencio como opción, uno que acompaña con la misma mirada petrificante de antes.

──Y yo tengo el número ──Se excusa el italiano.

Ahí está de nuevo, el inglés bañado de un acento italiano, uno que ahora apesta a cigarro. El aliento lo choca de frente y tiene que disimular la expresión de asco. Es como si usara nicotina en lugar de pasta dental.

──Sí, bueno, no me importa. Yo llegué primero.

──Y yo tengo el número. ──Las mismas palabras de antes, solo que ahora acaban con la paciencia de Evian.

──Mira, llegué primero, así que por qué no tomas tu número y te lo metes po─.

──Existe un sistema por alguna razón. ──Es la secretaria, que lo interrumpe antes de permitirle terminar el insulto.

──Grazie.

──¿Por qué no toma un número y espera su turno? Es más rápido que discutir. ──Otra sugerencia de la chica, que tiene un pin con la palabra "Isabella" en el pecho. Solo intenta apaciguar aguas que empiezan a volverse turbulentas.

Evian oscila la mirada con ella, luego la deja caer al piso mientras se le escapa un leve suspiro para finalmente volver a buscar los ojos del italiano.

──Tengo clase dentro de veinte minutos, solo tengo que retirar la tarjeta de la biblioteca. ¿Cuánto tiempo puede llevar eso? ──El tono abandona los aires de hostilidad. En verdad espera que sea racional.

──Vero, vero. ──Las cejas del canadiense se alzan en esperanza. ──No lleva nada de tiempo... así que mejor la pido rápido. ──Evian puede jurar que le acaba de dar una de esas sonrisitas de superioridad. ──A nombre de Luca Silvestri, per favore ──dice a la secretaria.

Evian es como un volcán listo para explotar, siente la presión acumularse en su garganta como lava ardiente, lista para ser lanzada e incinerar al chico como si fuera Pompeya.

──Ahora te la traigo. ──contesta Isabella para desaparecer tras una puerta y buscar el pedido. Huye como una vaquera que está a punto de presenciar un duelo del medio oeste, sin intenciones de quedar atrapada en el fuego cruzado. Solo que las pistolas son miradas llenas de filo, y la pólvora es la furia que acumulan, lista para desencadenar una exploción de insultos.

──Te juro que si llego tarde por tu culpa... ──Evian amenaza entre dientes.

──¿Qué pasa? ¿Quieres recibir tratos especiales solo por pagar una cuota más alta? Qué hipócrita de tu parte.

Es el dato que constituye un rompecabezas de una sola pieza, y un «oh» con aires de revelación que le suena dentro como un eco distante. Es sencillo darse cuenta que escuchó toda la difamación que dio contra los becados allá en la cafetería.

──¿Por eso te me quedas mirando todo el tiempo?

──¿Te pone nervioso?

──Es creepy. ──A lo que Luca solo se encoge de hombros, restándole importancia.

──Si estás apurado y quieres que te atiendan deberías buscar un número.

──Gracias por la ayuda. Hasta podrías trabajar aquí si algún día te quitan tu privilegio. Tienes el puesto de empleado del mes aseguradisimo.

Si Evian estuviera caminando sobre un campo minado acaba de volar en pedazos. La forma en la que Luca lo mira podría considerarse un método de asesinato, con condena incluida. Y están tan cerca que hasta puede notar como su respiración se torna más pesada que antes, como el pecho se carga de aire y emana una especie de bufido.

──¿Tan clasista eres que te molesta que otras personas tengan la misma oportunidad que tú siendo que no tienen tanto dinero?

No le agrada esa palabra, y tampoco piensa que es un adjetivo con el que pueda describirlo. Y es que el italiano ni siquiera lo conoce, no hay nadie en toda la universidad que lo haga. El rostro del canadiense desecha la expresión de vacilación y adopta una de enojo, con cejas que caen y ojos que se entrecierran llenos de prejuicio. Entonces la palabra materialista se anida por consiguiente en su mente, es una hierba mala que se arraiga al cuerpo y lo obliga a cerrar su puño como forma de descarga. Las uñas se clavan en la piel.

──Luca Silvestri. Eres el único que hay así que tiene que ser ésta. ──Justo a tiempo, Isabella reaparece tras el mostrador y le tiende el rectángulo plastificado color marino.

──Grazie.

──Luca Silvestri... ──Evian alza un poquito la cabeza para alcanzar a ver el nombre impreso sobre la tarjeta. En sus labios se imprime una sonrisita que asoma dos puntiagudos colmillos. Quizá la primera vez que sonríe de manera auténtica en lo que va de su nueva travesía universitaria.

──¿De qué te ríes?

──No, nada, es solo que tienes el apellido de un dibujito animado. ──intenta explayarse tras controlar la risa, pero Luca no parece entenderlo. ──¿No tuviste infancia? ¿Gato Silvestre? ──dice fijando la mirada a sus ojos, que inmediatamente son puestos en blanco.

Luca opta por ignorar el comentario y busca su billetera para guardar la tarjeta. Evian hace caso omiso a su indiferencia.

──Mi turno, mismo trámite, Evian Fernsby.

──En seguida. ──Solo que la voz de Isabella se pierde con una risita nasal que escapa del italiano.

──¿Recién ahora entendiste mi chiste o...?

──No, es solo que tienes el nombre de una marca de agua mineral.

La sonrisa del canadiense termina por desvanecerse. No lo llamaban así desde la secundaria. Odia el apodo, lo detesta, y eso es algo de lo que Luca parece percatarse. Si hasta casi está relamiéndose los labios, saboreando su venganza.

──Esta fue más fácil de encontrar. ──Una vez más la voz de la encargada, que desliza la tarjetita sobre el mostrador al mismo tiempo que Luca se despide de ella ─no de él─ para acto seguido marcharse.

──Gracias. ──agrega Evian sin darle mucha más importancia, se aleja del mostrador y mira el reloj en su muñeca, aún le quedan diez minutos para ir a por su café.

Deja el edificio atrás, y por más que esté inhalando aire libre en su camino a la cafetería es como si el aroma a cigarro se le hubiera impregnado en la piel. Por alguna razón siente que ni bañándose podrá quitárselo de encima. Y como si fuera poco, sigue dándole vueltas a la discusión. No puede sacar las palabras de Luca de su cabeza, que resuenan tan insoportablemente como la alarma de los lunes. Lo llamó clasista. ¡Clasista!

Entonces busca la misma escapatoria de siempre cada vez que no consigue silenciar el ruido en su cabeza: ahogarlo con música.

Tiene que tomarse unos segundos para desenredar los cables de sus auriculares. Refunfuña y, "mierda, ojalá no perdiera los inalámbricos tan fácil", que piensa justo antes de ganarles la batalla. Basta con darle play a la misma lista de reproducción de todos los días y dejarse abrazar por las mismas canciones de siempre. El tono triste de la melodía y la voz angelical de Billie Eilish son suficientes para relajarlo.

。⋆。˚ ʚïɞ ˚。⋆。

Para cuando el aroma a café lo abraza todo el estrés de llegar tarde a clase se le hace tan pequeño como la abejita que alcanza a ver en el suelo. Mueve sus alas sin poder a alzar vuelo y por un segundo piensa en ayudarla, en buscar una cuchara, echar un poquito de azúcar diluida en agua y así brindarle la energía que necesita para que recupere sus fuerzas. Justo como mamá le había enseñado.

La pisa en su camino al mostrador.

──Un cortado.

Y con café en mano se dirige a la última mesa libre que alcanza a ver, solo que a pocos metros de alcanzarla acaba de ser ocupada El chico que se sienta dándole la espalda a Evian tiene el pelo color zanahoria. La chica frente al pelirrojo tiene el cabello rizado, de un color casi tan oscuro como su tono de piel.

Está a punto de seguir buscando un lugar libre cuando sus ojos quedan anclados la chica, que adentra la mano en su bolsillo y saca una bolsita zip que cubre rápidamente con ambas manos para deslizarlas sobre la mesa. Está escondiendo algo. Su cliente –o eso cree–, coloca ambas manos sobre las suyas, como un saludo o una busca de contacto antes de contar algún chisme, y vuelve a deslizarlas hasta que caen en su regazo.

Le hubiera gustado estar más cerca, pero está bastante seguro de lo que vio. Está a punto de repetir la secuencia mentalmente cuando su bolsillo vibra.

Número desconocido:

Hey, hola.

Soy River.

Solo quería decirte que dejé unas donas de chocolate en mi escritorio por si quieres tomarlas.

Serás tú o las hormigas, así que prefiero que seas tú.

Evian:

Gracias.

Hormigas?

Tenemos problemas de hormigas?????!!!!!

Número desconocido:

JAJAJA.

La verdad no lo sé.

Pero puedes averiguarlo dejándolas toda la noche ahí.

🧐🧐🧐😏

Evian:

Habrá que darles arroz.

Que es para lo único que sirve.

🤮🤮🤮

Número desconocido:

Arroz?

Evian:

Lo llevan al hormiguero y explota.

O algo así.

Número desconocido:

Inténtalo y me dices si funciona.

Evian:

Seguro.

River ya no contesta. Evian aprovecha para agendarlo y fijarse en la hora. Está seguro de maldecir en voz baja porque no tiene tiempo de tomar el café en paz. Está a tres minutos de llegar tarde, lo que no le importaría tanto si es que no significase conseguir un pésimo asiento. 

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