Capítulo I.
𝐄𝐕𝐈𝐀𝐍.
26 de septiembre de 2020.
Evian odia el arroz, el sudoku y su vida (el orden puede variar).
Lo piensa cuando ve el portón medieval abierto de par en par. El color obsidiano se mantiene impregnado al metal sin ápice de oxidación, como recién pintado. Su mirada delinea el frío del tono carbón hasta llegar a las puntas de flecha que encaran al grisáceo cielo de Londres, listas para disparar en su contra. Sobre ellas alcanza a leer dos palabras simétricamente posicionadas: Trinity University.
Es un nuevo cambio, y en vez de luchar contra él simplemente lo deja correr, es como quitar una piedra del cauce del río para permitirle fluir. Con el peso de los bolsos en cada mano, atraviesa el camino pavimentado de baldosas entre el césped color verde oscuro, tan milimétricamente podado que es difícil no confundirlo con una alfombra.
La infraestructura de medievo se alza a lo lejos, estructuras de ladrillo visto que lo hacen sentir en un siglo pasado. Los dedos en su diestra golpean el aire, y aunque escucha las teclas de un piano resonar justo ahí, sabe que esa música es sólo producto de su cabeza. Engorrosos y atolondrados, el conjunto de notas musicales que intercala mentalmente como banda sonora fallan en su intersección. Frustrado por una originalidad inalcanzable, busca confort en recordar melodías de piezas ya conocidas y tararearlas en su cabeza.
Se adentra en el primer edificio a la derecha, que resalta por un modernismo alejado del resto de la universidad. Intercambia palabras con una secretaria que le pide tomar asiento y esperar a que su guía llegue.
──Bienvenido al infierno.
Para cuando se pone de pie la diferencia de altura con la chica es considerable. Esbelta, rubia, casi de su misma edad y vestida con prendas de diseñador. La espalda recta y el mentón en alto. El labial rojo combina con el color ígneo de sus tacones, que parecen encender la superficie donde se mantiene de pie, aunque es solo el reflejo del escarlata contra el blanco luminoso del porcelanato.
──Entonces es verdad eso de las cálidas bienvenidas.
El acento es una fusión entre su canadiense natal y el británico, una mezcla que se asimila al australiano. Y por más que intenta impregnar sus palabras de humor, no es capaz de forzar sus labios a una sonrisa que acompañe el comentario. Es su primer día en una nueva universidad, y dormir la noche anterior no fue una meta a su alcance, no por nerviosismo o ansiedad, sino por el fantasma de una vieja conversación que siempre escapa de esa cajita mental rodeada de rosas y espinas color carmín —ahí, donde sepulta los recuerdos que lastiman— para atormentarlo siempre que el inicio a clases golpea a la puerta.
──Me gusta tu humor. Soy Alexa. ¿Y tú...? Bueno, tú pareces sacado de un anuncio de depresión.
Está listo para decir su nombre, que le cosquillea en la punta de la lengua, hasta que el imprevisto comentario sobre su aspecto lo deja atónito. "Alexa, play despacito", piensa decir para contraatacar, solo que las palabras se diluyen en saliva antes de escapar de su boca.
──Evian. Y gracias por el cumplido.
──De nada ──agrega sonriente ──. ¿Listo para acomodarte?
Es asentir y salir afuera. Es oír un "¿necesitas ayuda con eso?" —dirigido a sus bolsos— al que se niega sin dilatación. Es volver a respirar aire fresco, que congela un poco la punta de su nariz. Es buscar llenar sus pulmones de expectativas y esperanzas que no encuentra, claro que eso no lo decepciona. Es atravesar el campus y quedar embelesado por todo el parque que se extiende dentro de sus pupilas dilatadas, quizá lo único positivo que distingue en ese momento.
Hay palabras que acompañan ese recorrido. Fechas que no le interesan y nombres que no tiene intención de memorizar. Ignora casi por completo la historia de la universidad, porque solamente se queda con que su nombre, Trinity, se debe a las tres fraternidades que la componen. Una trinidad.
──¿Y qué estás estudiando? ──finalmente Alexa deja de lado el repertorio de información universitaria que está obligada a dar.
──Ciencias Políticas.
──¿De verdad?
──Ajá.
El paso de la chica desciende hasta quedar inmóvil frente a un edificio que va a juego con el diseño antiguo. Hay una sucesión de balcones que llegan hasta una terraza cercada, alguno de ellos adornados con plantas que se asoman por los bordes.
──¿Vamos a pasar o...?
Por un momento siente que está hablando en algún lenguaje alienígena, porque la reacción en la chica es nula.
Hasta que...
──Claro, sí, sí.
Alexa acaba de agarrar señal.
Le cede el paso, después de todo ella es la guía. Para cuando la puerta de dos metros de alto se abre, siente que ingresa a un mundo totalmente nuevo. El aroma sabor vainilla lo arropa. Sus ojos se pasean minuciosamente por cada mueble que adorna el pasillo en toda su longitud, caen para dar con un piso de madera bajo sus pies, que parece recién pulida por el brillo que emana, como un diamante frente a los ojos de algún afortunado minero.
Los escasos rayos de sol atraviesan las ventanas sin pavor alguno, engullendo todo a su paso e iluminando el pasillo de una tenue luz natural, tan suave como las pinceladas que han dado vida a las flores del cuadro que reside a su derecha.
Hay algo tan similar y desconocido a la vez que...
──Como te decía, en Trinity hay un total de tres fraternidades. Circumspectus, Ornate e Imperium ──agrega tras cerrar la puerta ──. Las otras dos son bastante diferentes, te sacaste la lotería al ingresar a Imperium. O, mejor dicho, te sacaste la lotería al nacer en una familia rica, que por eso te la designaron.
El entrecejo de Evian cae apenas un poco, la confusión destella ahí y en una pequeña mueca que pinta la delgada línea carmesí que tiene como labios.
──¿No tienen cuadros tan lindos como estos o por qué lo dices?
──No estoy segura sobre los cuadros, pero entre las tres fraternidades, Imperium es la que tiene mayor prestigio, más clase y eso.
Evian asiente, tomando notas mentales de cada pequeño detalle que puede.
──Por aquí. ──Alexa indica frente a la escalera que conecta con el piso superior. ──Tu habitación está al fondo. Oh, y tu roomie se llama River.
Entonces es como si los pies del chico se hubieran quedado pegados al suelo.
──No me dijeron que eran habitaciones compartidas.
──Evi, no se─.
──No me digas Evi. Evian está bien.
──... okeeeyyy.
Puede sentir cómo agranda sus ojos. Y si antes parecía un odioso por no querer compartir la habitación con alguien más, ahora ante la chica su imagen debe haberse distorsionado por la de un anciano que agita su bastón mientras dice quién sabe cuántos improperios al aire sólo porque unos niños han pisado el césped de su vereda.
"Evi". Es como una ola que lo golpea de improviso, con el frío que lo recorre de pies a cabeza. Entonces es como si la madera sobre la que está parado se convirtiera en arena, y el nuevo golpe del agua la humedece y socava, haciéndole perder el equilibrio, mareándolo. "Evi". Tres letras que se hunden con peso sobre su pecho, cortando. "Evi", que resuena una vez más dentro de su cabeza, solo que ahora no es la voz de Alexa la que lo dice, sino una mucho más dulce y tierna, pero inaudible, y darse cuenta que se le imposibilita oírla mentalmente le hace perder el foco a la aguamarina de sus ojos, perdidos en un punto que se ve borroso. "Evi", que arrastra un montón de recuerdos, como la marea a caracoles de distintas formas y colores. Son suyos, y al mismo tiempo siente que atañen a un extraño. Y quizá eso es lo que el tiempo hace a las memorias, las convierte en algo tan distante que terminas por sucumbir a la idea de que no te pertenecen, imágenes quiméricas que parecen de una vida pasada.
──Evian. Eeeeevian. ¿Sigues ahí?
Es lo que lo saca de su trance, y la nitidez antes perdida ahora reconstruye las facciones del rostro de Alexa mucho más cerca que antes. Hasta puede sentir sus intenciones de colocar la palma sobre su hombro en señal de apoyo. Y quizá no lo hace porque acaban de conocerse, o más probablemente porque Evian ha dado un paso al costado y otro hacia delante, como si fuera un corredor de fórmula uno que necesita adelantar a su rival para ganar la carrera, excepto que hace mucho tiempo que ha dejado de sentir que una línea de meta lo está esperando.
──¿Y cómo se llama mi nuevo mejor amigo?
──River. Y no hace falta que exageres, seguro se llevan bien. ──Evian no la ve, pero está seguro que da un pequeño trote para alcanzarlo juzgando por el sonido de sus botas sobre la alfombra roja que, supone, cubre la misma madera del piso de abajo. ──Ten. ──Le extiende una llave que termina por aceptar, sin antes dejar uno de los bolsos en el suelo. El metal está frío y la diferencia de temperatura con su palma al principio hace un poco de cosquillas, pero se acostumbra en fracción de segundo.
──Gracias.
──River va a terminar de darte el recorrido, para que se vayan conociendo. Pero si sientes que no me llega ni a los talones... ya sabes dónde encontrarme.
──No lo sé.
──¿Disculpa?
──Que no sé, no sé dónde encontrarte.
──Oh. Eso. El edificio de al lado. Primera habitación a la derecha. ──Gira sobre sí misma para señalar el inicio del pasillo. ──Y no te olvides de ir a buscar tu tarjeta de la biblioteca en administración, si es que vas a usarla. Buena suerte, Evi-an.
Y cuando se marcha el suspiro que ha estado aguantándose desde que le dijo esa primera palabra desinfla su pecho.
Pierde uno, dos, tres segundos asimilando la llave, hasta que por fin se decide por abrir la puerta. Recoge su bolso.
Su nueva habitación sigue el mismo tipo de decoración que el resto del edificio. Hasta es más amplia de lo que pensó que podría llegar a ser. Y mejor aún, no está desordenada. A excepción de... ¿un skate?, justo en medio de la sala.
──Hey. Tú debes ser Evian.
El acento norteamericano lo toma por sorpresa. Sus ojos se chocan con unos verdes esmeralda. Tienen casi la misma altura, y por su contextura física Evian deduce que el chico debe entrenar casi a diario.
──Y tú River. ¿Esperabas a alguien más?
Y quizá es el sueño, pero sus palabras suenan más ásperas de lo que deberían.
──No. Hoy no. Pero quizá la próxima quieras tocar antes de entrar.
──¿Tocar? Pero si tengo llav─.
Las cejas en alto del pelinegro, sumado a esa expresión en sus ojos, son la combinación perfecta para hacerle llegar el mensaje que no tiene ni la más mínima pizca de inocencia.
──Ah, genial. Que sepas que no pienso tener que dormir afuera porque te buscaste una "roomie" más entretenida. Y bien podrías poner un cartel, aunque no use lentes me gusta proteger mi salud visual de daños irreparables.
Hay un momento de silencio, uno que Evian piensa que va a extenderse hasta tornarse incómodo, solo que una risa lo rompe antes de siquiera poder formarse.
──Qué dramático. Relájate, era una broma.
──Sí... Como sea. ¿Esa es la habitación? ──Señala con la cabeza la única puerta que tiene a la vista.
──Esa es. ¿Necesitas ayuda?
──Sí, por favor. Vine cargando esto desde la entrada al campus, pero estoy seguro que la distancia de la puerta al cuarto es la más difícil. ──No se molesta en disimular un tono sarcástico que, guiándose por la expresión de su nuevo compañero, parece no tener efecto. ──No dormí mucho.
No es una disculpa explícita, sino una excusa, como si eso fuera un pase libre a tratarlo como le dé la gana.
──Tranquilo, eres universitario, ya te vas a acostumbrar.
Sí, lo sabe, lo ha sido por cuatro años y medio.
River corta la distancia entre ambos para tomar uno de los bolsos. La tira ha dejado una marca roja en la pálida mano de Evian, que abre y cierra como si eso disipara el hormigueo que siente en ella.
River deja el bolso a orillas de la cama, Evian hace lo mismo.
──Hay dos armarios. ──Y no necesita explicitar cuál es cuál, dando por sentado que el suyo es el que está frente a su cama.
──Eso veo.
Y no es lo único a lo que le presta atención. Asimila la habitación en su totalidad. Las camas, separadas por una distancia lo suficientemente amplia como para pasar entre ellas cómodamente. El color puro de las paredes. Tan vacío que piensa que carece de personificación. No hay cuadros, ni plantas, ni espejos. O quizá solo extraña su cuarto, allá en Canadá. Sus posters, sus figuras de acción, el reloj con forma de La Estrella de la Muerte que adornaba la pared justo por encima de su cama. La habitación que fue suya hasta los quince años, ¿seguirá sintiéndose así siete años después?
Sigue paseando con la mirada, y quizá el celeste de su iris empieza a escapar de la circunferencia que lo retiene, como una gotita de agua que moja cada pedacito de sala que ve mientras intenta acostumbrarse a ella para dejar de sentirse como un ermitaño. Entonces resalta a la vista, y no entiende cómo no se ha percatado antes. Las cortinas que la cubren son tan finas que parecen translúcidas, como el vestido de alguna mujer fantasmal que ha perdido la opacidad de los vivos. La ventana está pegada a la cama de River y Evian no puede evitar preguntarse qué tan bien se verá el cielo nocturno desde ella. Las estrellas, la luna... Su luna. Siente la necesidad ardiente de cambiar lugares con él, solo que tiene demasiado miedo de preguntar ahora por el comienzo de pie izquierdo que han tenido.
Miedo a un prematuro no.
──Alexa dijo que ibas a darme un recorrido. Podemos ir a por un café así dejo de parecer un perro rabioso. Yo invito.
Su tono y expresiones dan un giro drástico al que venían teniendo. La simpatía se imprime sobre su voz, y hasta hay un atisbo de sonrisa que amenaza con mostrar sus dientes.
Es una persona totalmente distinta a la que cruzó la puerta dos minutos atrás.
──Seguro. Un café siempre viene bien.
Cero sospechas.
。⋆。˚ ʚïɞ ˚。⋆。
Fuera de la fraternidad la brisa del viento hace cosquillas cuando se enreda entre sus hebras, indecisas entre tonos grises y marrones, e intenta despeinarlo. Y no es que tenga el cabello tan largo como solía hacerlo de chico, su excusa favorita para disfrutar del viento cuando llegaban hasta la cima del vecindario, solo para lanzarse cuesta abajo con sus bicicletas, con las calles susurrando sus nombres y doblándose para poder así viajar sobre ellas a toda velocidad, sintiéndose expertos que nacieron para eso. Aun así, es una caricia constante, una que acompaña en total armonía el canto de los pájaros que van y vienen, algunos hasta descansan sobre las ramas de árboles cuya sombra debe ser un gélido infierno en invierno, pero una dulce escapatoria en los calores de verano, si es que en el corazón de Londres alguna vez hace calor.
── Voy a pedir un cappuccino. ──Le da un giro al tópico de conversación que venían teniendo. River toma asiento en una de las mesas de la cafetería. ── ¿Qué te traigo?
── Lo mismo.
Para cuando intenta acercarse al mostrador se da cuenta que no es el único haciendo fila. Y no es algo a lo que normalmente le prestaría demasiada atención, sino que el chico frente a él se está tomando demasiado tiempo en decidirse. Es como si estuvieran pasando un video de hipnosis por las pantallas en lugar de fotos animadas de distintos tipos de cafés, infusiones y batidos.
Está tildado, eso queda claro.
──¿Te falta mucho?
Evian no pone mucho esfuerzo en sonar simpático, pero aun así su tono es más suave de lo que ha sido a lo largo de la mañana, más pulido. Además, sabe que River está lo suficientemente cerca como para escucharlo y, aunque normalmente no le importa en lo absoluto lo que la gente piense de él, necesita que no lo vea como a un imbécil si es que quiere convencerlo de cambiar camas.
── Mi dispiace. ──
Es un acento italiano el que baña sus palabras. Las decora con un arte similar al que usa la chica tras el mostrador para colocar la salsa de chocolate alrededor de la taza de vidrio opaco, justo antes de verter el café sobre ella, uno que tiene exactamente el mismo color de la cabellera del chico que permanece dándole la espalda.
──Un cortado. ──El italiano es reemplazado por un inglés fluido que aun así carece de la naturalidad con la que se desenvuelve un nativo.
Cuando la transacción toma lugar ya no hay obstáculos para pedir su café.
──¿Hay muchos extranjeros estudiando aquí? ──cuestiona tras apoyar el café de River frente a él, recibiendo un gracias en compensación; echa de menos la sensación de calor sobre su palma libre, una que intenta recuperar tras esconder la mano en su bolsillo.
──¿Lo dices por Luca?
──¿Qué nacionalidad es esa?
──Ninguna, creo. Así se llama el chico al que apuraste en la fila. Es italiano, lo conocí ayer.
──Con ese súper oído voy a pensar dos veces eso de hablar mal de ti a tus espaldas.
──La honestidad ante todo.
Evian disimula un atisbo de sonrisa. Rompe el sobrecito de azúcar con los dientes y deja caer los granos color nieve para removerlo. Se esmera en soplar repetidas veces en un intento de regular la temperatura para que así la lengua no queme ni arda por tres días seguidos.
El sabor de la crema es lo primero en notar, se derrite sobre su boca como una nube de azúcar, evaporándose en una abrasadora oleada de calor, para luego dejar el gusto a café mezclarse con ella, olas color marrón que rompen contra la dulce cándida espuma.
──No es el único ──agrega River ──. Hay muchos programas de intercambio. Y muchas becas que los posibilitan. ¿Sabías que Trinity es una de las universidades que más dinero invierte en ellas?
Es como si esa palabra le causara alergia. River debe pensar que acaba de insultarlo por la expresión en sus ojos. "Becas", y una experiencia arraigada a ellas que le causa disgusto, amarga la saliva y raspa al tragar.
──Mientras no causen problemas por mí bien.
──¿Por qué lo dices?
──Porque es lo que siempre pasa, sienten que son especiales y hacen lo que les da la gana. Solo quieren tratos especiales. Son corrosivos y un desperdicio de dinero. La universidad podría invertir en cosas que en verdad valen la pena. Jabones con aroma a frambuesa, por ejemplo.
El ambiente de tímidas sonrisas se esfuma. Y si River piensa que Evian bromea se equivoca, solo basta con notar el entrecejo caído y el veneno en sus palabras para darse cuenta.
Mira fijamente el envase de café, y puede sentir el peso de su mirada recayendo sobre él, juzgando, preguntándose de dónde viene todo ese odio indiscriminado.
No son los únicos ojos que siente, y es su visión periférica la que denota una silueta difusa a su derecha, una que alcanza la nitidez cuando Evian gira apenas la cabeza en su dirección. Es el mismo chico de antes, solo que ahora puede verlo de frente. Algunos lunares distribuidos a lo largo de ambas mejillas. Un cabello rebelde que tapa su frente casi al completo. Cejas prominentes que encuadran dos ojos que lanzan cuchillos a través de una mirada que busca perforar, que lo insulta con improperios en un lenguaje que no entiende.
El rostro del canadiense se pinta en oleos de confusión, pero eso no lo aleja de sostener el contacto visual con filo, uno que se dilata en cámara lenta mientras los sonidos de las manecillas del reloj en su muñeca se ralentizan. Entonces el tiempo parece hacerse líquido y escurrirse entre sus dedos.
El italiano sigue de largo.
──Incómodo. ──dice River, que usa sus palabras como tijeras para cortar una tensión que densa el aire──. No sé por qué, pero tengo la sensación de que vas a ser muy popular.
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