28. La grabación.

CAPÍTULO 28

LA GRABACIÓN

TORI

Abrí los ojos irritada al escuchar el despertador sonar. No había podido dormir en toda la noche y para un momento en que había logrado quedarme dormida, tenía que venir la señora alarma a molestarme. No era la primera noche que no pegaba ojo, pues llevaba ya dos semanas que no podía conciliar el sueño. Todo comenzó a partir de la discusión que tuve con Alex en el cuarto de baño del instituto, desde que me confesó lo que más me temía.

Aún tenía algunos pensamientos que me decían que él no podría ser así de psicópata. Pensé que era pacífico, que tenía algo especial, que era diferente a los demás. Confié en él, en todas sus miserables palabras y ahora era cuando me regañaba a mí misma por volver a caer en las mentiras. Me prometí hace un año no volver a confiar tan rápido en una persona y, como siempre, era una estúpida que no sabía escucharse a sí misma.

La primera vez fue con Zyon. No debí haberle entregado mi confianza tan rápido, y ahora volví a cometer el mismo error. Acababa de descubrir que mi compañero de Francés era un asesino. Es más, me lo confesó él mismo. Qué irónico, ¿no? Nunca me lo hubiera podido ni imaginar.

Durante estas dos semanas no había sido capaz ni de mirarlo a la cara. Sus palabras habían causado dentro de mí un miedo tan intenso que no podía controlar. Le rogué al señor Gerard que me cambiase de compañero, pero no lo logré.

No fui capaz de denunciar a Alex. No tenía pruebas suficientes para poder inculparlo. En cambio, si las tuviera, seguiría sin poder, ya que había algo en mí que me lo impedía. No sabía que tenía Alex, pero no podía hacerle eso.

Solo rogaba que esto solo fuera otra pesadilla. Quería volver al día de nuestra primera salida para la investigación. Me lo pasé genial a su lado y me encontraba super a gusto con él. Mas todo se fue a la mierda cuando entramos en ese pub. Su actitud cambió completamente al instante. De tener una sonrisa en su cara pasó a tener un semblante frío. ¿Será ese el motivo por el que no me quería tener cerca? Bueno..., admito que esa noche me pasé con el alcohol y acabé pensando solo en mí misma.

Durante estos días, además de no poder dormir, no tenía casi nunca hambre, pero si no comía, iban a sospechar y lo último que quería era la atención de la gente. No me gustaba hacerle saber a nadie que me encontraba mal. Me consideraba como una de esas chicas que prefería estar sola en momentos así. En cambio, había ocasiones en las que se me notaba y no podía evitar preocupar a mis amigos.

Una parte de mí pensaba que su confesión fue mentira; que él no había hecho esa solemne locura y solamente me lo dijo porque estaba cansado de que lo acusara. Al igual que posiblemente estuviera enfadado conmigo por lo del pub. Y no lo culpaba, tenía todo el derecho del mundo a enfadarse porque ni yo misma me hubiera aguantado. Me pasé bastante y, sin embargo, él estuvo conmigo hasta el último momento. Era consciente de que la había cagado. Aunque yo más que haberme enfadado, me hubiera decepcionado.

«¿Está Alex decepcionado de mí?», me pregunté y un nudo se formó en mi garganta.

No quería que Alex me viera como todo el mundo, como la Victoria Watson de la que todos hablaban. Me resignaba a que pensara que era esa chica que jugaba con los chicos y no le importaba nadie. Pretendía que él me conociera tal y como era realmente, ya que me parecía una persona bastante diferente a las demás. Él se estaba convirtiendo poco a poco en alguien muy especial para mí y me daba miedo que por culpa de mis impulsos y de lo que hablaba la gente no quisiera saber más nada de mí. Pero así fue. Tuvo una entrada en primera fila para poder conocer a esa Victoria Watson tan odiada por muchas chicas.

No obstante, la otra parte de mí me decía que dejara de ser tan inocente y de ver los aspectos buenos donde no los había. Él reaccionó de una forma muy sospechosa cuando lo acusé. Alex me miraba a través del espejo seguramente porque no quería estar enfrente de mí para no pagarla conmigo. Y menos mal, porque rompió ese pedazo de cristal de un impulso. No se podéis ni imaginar lo que fue escuchar como esos cristales caían al suelo... Ese ruido ensordecedor ocasionó una tormenta que no paraba de desatarse en mi interior. En ese mismo instante, el tiempo se volvió a cámara lenta y pude ver cómo cada pedazo de cristal caía lentamente al suelo, al igual que las gotas de sangre de su mano.

Sin embargo, mi yo tonto seguía presente e hice caso omiso a todo lo que me estaba diciendo justo en mi cara. Estaba embobada en sus labios que se movían al son de sus palabras. Lo único que logré escuchar fue «Aléjate de mí», algo que no podía hacer y más en ese momento, ya que tenía unas ganas inmensas de besarlo. Siempre que nos encontrábamos así me pasaba lo mismo, pero me negaba a quedarme quieta esa vez. Le rocé los labios con los míos, ocasionado que una chispa se encendiera en mi organismo. Antes de dar el siguiente paso, él se alejó y me confesó lo que más me temía desde que me lo comentó la primera vez Vivian.

Desde esa desgraciada discusión, no pude parar de pensar en él. Del mismo modo, también quería distancia entre los dos. Quería un muro que nos separara lo suficiente para poder respirar tranquila. Cada vez que lo veía por los pasillos del instituto, me ponía al lado de Vivian. Aún no sabía por qué, pero él parecía tenerle miedo a mi amiga y acercarme a ella era la mejor opción. Vivian ya me había dejado bien claro que ellos dos solo eran conocidos por sus padres y por eso mismo no quería proseguir con el asunto del hermanastro. Confié en sus palabras, ya que fue la única que me contó la verdad.

El sonido de mi móvil avisándome de que tenía un mensaje nuevo me despertó de mis pensamientos, los cuales me estaban llevando de nuevo al sueño.

Buenos días, preciosa. ¿Preparada para nuestra cita de hoy?

Después de estar dos semanas detrás de mí para tener esa "cita", acepté la petición de Bruno. No tenía ganas, pero despejarme un poco no iba a ser malo. Solo iba a pasar la tarde con él y a pasarla bien para olvidarme de todo. Así que le contesté:

Deseando estoy.

Salí de su chat y empecé a mirar mis contactos.

Alguien llamó a la puerta de mi habitación.

—¿Victoria? —preguntó Louis, abriendo la puerta—. Pensé que te habías quedado otra vez durmiendo, perdona.

—Estoy despierta —fingí una sonrisa para no alarmarlo.

—¿Estás bien? —me preguntó con intenciones de acercarse a mí, preocupado, pero lo detuve con un gesto de la mano.

—Sí, tranquilo.

—Bueno.... —no quiso insistir, supongo que para no agobiarme, y se fue.

Suspiré y volví mi mirada a la pantalla de mi móvil. Mi dedo justo paró sin querer en el contacto de Alex. Se podía ver que aún no me tenía agregada, ya que seguía sin poder ver su foto de perfil. Me metí en el chat y empecé a leer lo poco que habíamos hablado. Llegué hasta el audio que le envié de la entrevista de la anciana. Le di al play para que comenzara a reproducirse y el audio me llevó justo a la conversación que tuve con ella.

—Todos están cargaditos de tatuajes. Brazos, piernas, abdomen...

La voz de la abuela recitando esas palabras despertó mi interés y recordé a los dos chicos que se vinieron conmigo al baño el día del pub. Estaban totalmente llenos de tatuajes.

Me levanté la camiseta del pijama y me observé la herida que me hizo uno de ellos. Aún seguía teniendo la marca de sus uñas en mi piel. Es más, estas no cicatrizaban y seguían teniendo un aspecto horrible.

—A Aguijón Verde se le reconoce mejor por sus ojos. Uno es de color miel tirando a amarillo y el otro es de color verde —la grabadora seguía reproduciendo la conversación.

Todavía no me había olvidado de la pesadilla que tuve justo esa noche en la que apareció ese mismo individuo. Un hombre con un ojo amarillo que se agachó para nada más y nada menos que recoger su otro ojo verde, el cual yo vomité.

Desde que fui a ese pub, desde que me encontré con esos chicos, mi cuerpo se encontraba en mal estado. Y sin olvidar esa pesadilla, que la tuve justo después de lo sucedido. Todo esto me resultaba muy extraño.

Había dejado la investigación del secuestro parada. No quería saber más nada. Pero escuchar de nuevo las palabras de esa señora despertó interés en mí de nuevo, aunque se supone que la desaparición de Zada estaba ya solucionada, Alex me lo confesó.

No quería saber nada de la investigación, ya que me recordaba a Alex, pero tenía un nudo en la garganta y una sensación extraña que me decía que tenía que seguirla. Probablemente ella ya no estuviera viva, como me reveló él, pero sentía la necesidad de resolverlo para vengar su asesinato. Aunque Alex me hubiera confesado que fue él, quería asegurarme completamente. Quisiera o no, ya estaba metida en todo este problema y sabía de la existencia de una banda callejera que podría saber muchas cosas que necesitaba averiguar, porque por algo Zada contactó con ellos. Aunque era consciente de que debería ir con cuidado. Ahora llevaba la investigación sola y podría acabar como ella, cosa que prefería evitar.

(...)

Tres horas después me encontraba en la clase de Francés escuchando al señor Gerard explicar algo de la gramática francesa. Apenas estaba pendiente de lo que decía, ya que mi cerebro no daba para prestar atención. De mi cabeza no se podía ir la presencia de Alex. Hoy no había asistido a clases, o mas bien, llevaba sin asistir a clases de Francés desde nuestra discusión. Sin embargo, más de una vez lo vi deambular por los pasillos del instituto, por lo que sí venía al centro. Eso me daba a entender que me estaba evitando.

Por una parte se lo agradecía, porque así no pasaba un mal momento. Pero por otra, me jodía bastante. Si faltaba tanto a clases suspenderá la asignatura y eso a mí me perjudicaba también. Si quería el diez, tenía que ayudarlo en este curso tal y como me citó el señor Gerard, y así no creo que pudiera hacer milagros. Posiblemente ese pensamiento fuera un poco egoísta, pero a veces solo hay que pensar en sí mismo, ya que por esa nota dependería mi futuro.

Ya casi habían pasado las dos primeras horas de clase y no paraba de pensar en Alex y en el caso de Zada. Mi cabeza seguía sin poder creerse que mi compañero de Francés fuera un asesino. ¿Por qué me lo revelaría a mí? Él sabía perfectamente que yo tenía familia en el cuerpo de policía y con esa revelación podría estar en la cárcel. Fue muy rara esa confesión tras haberlo negado tantas veces. Mas posiblemente al presionarlo tanto no pudo aguantar más con su oscuro secreto. En cambio, no tenía sentido que él fuera el asesino, ya que entonces ¿por qué intentaba buscarla? ¿por qué llevaba meses queriendo encontrarla? A lo mejor lo que buscaba era su cuerpo, que fue lo que desapareció tras haberla asesinado, y quiso que yo investigara con él para que no sospechara y así poder luego matarme también.

Mi mente iba a explotar.

Un carraspeo me despertó de mis pensamientos, los cuales llevaban distrayéndome durante toda la semana. De reojo vi un gran bulto a mi lado. Elevé un poco la cabeza para analizar de quién se trataba y el señor Gerard estaba al lado de mí de pie. Llevaba en las manos un montón de papeles y me estaba mirando enfado.

—¿No has escuchado lo que te he dicho, ¿cierto? —me preguntó y se cruzó de brazos, arrugando así los papeles.

—Eh...

—Señorita Watson, lleva unas semanas muy distraída. ¿Se puede saber qué es lo que le pasa? —inquirió con un poco de preocupación en su tono de voz—. No me está gustando nada el ritmo que está llevando usted. Quiero verle centrada en clase y estudiando, ya que con sus calificaciones pasadas sé que puedes. ¿Me puede decir que le ha pasado en este examen?

«Espera, ¿examen? Oh, no. El examen», recordé. Ese examen me salió fatal. El día anterior no me concentraba para estudiar. Por mucho que me pusiera delante del libro, mi cabeza estaba en otra parte y al no centrarme, me rendí y me puse a investigar sobre el caso de Zada. Por otro lado, en el examen me encontraba bastante cansada, pues apenas había dormido la noche anterior, como habitualmente me pasaba. El examen había sido un desastre y me daba miedo ver la nota.

—No quiero ver más esa nota en su expediente, señorita Watson —me regañó, poniendo mi examen en mi pupitre delante de mis ojos—. Espero que no se repita, ya que yo confío en que usted es capaz de conseguir muchísimo más.

Mi cara se descompuso al ver la nota del examen. ¡Había suspendido! Me esperaba una nota muy baja, pero no me imaginaba que podría llegar a suspender. Mis padres me iban a aniquilar. Nunca en la vida había sacado una nota baja, ¡ni mucho menos había reprobado! Mis calificaciones siempre habían sido de sobresalientes. No obstante, era de esperar después de estar tan distraída y no haber estudiado lo suficiente.

Tener a ese chico de compañero no paraba de traerme problemas. Primero, tenía que ayudarlo con los estudios para que aprobara y así poder llevarme mi merecida nota, y por culpa de sus faltas de asistencia seguramente el señor Gerard no le diera la gana de ponerme el diez que necesito. Y, segundo, por su culpa estaba suspendiendo Francés. Bueno, exactamente su culpa no era, ya que yo misma decidí seguir con la investigación y yo misma tuvo el error de no estudiar para ese examen.

Él mismo me dejó bien claro que dejara de investigar cuando me reveló la supuesta verdad, pero yo, como bien cabezota que era, no me lo llegaba a creer totalmente y tenía que resolverlo de alguna forma. Con la pesadilla que tuve en la que Zada me pedía ayuda, no podía quedarme parada. ¿Pero qué pasa? Que por culpa de eso, había suspendido Francés.

Asentí, dándole a entender al señor Gerard que me iba a centrar.

El timbre que anunciaba el descanso para ir al comedor sonó, salvándome de este momento tan incómodo. Me levanté con rapidez y recogí con la misma velocidad las cosas de mi pupitre.

—No recoja tan rápido. Quiero hablar con usted un momento—me comunicó, recogiendo mi examen con el semblante serio.

—¿Qué? ¿Sobre qué?

Mi cara no podía demostrar más lo aturdida que me encontraba. ¿No era que evitaba hablar conmigo a solas después de lo ocurrido la última vez?

Terminé de recoger con lentitud y me volví a sentar en la silla, esperando a que me comentase lo que me quería decir. Él se dirigió a su mesa para guardar los exámenes en su maletín y también para que los alumnos no sospecharan de nada. Al verlo alejándose de mí y, suponiendo que no me dirá nada hasta que la clase no estuviera vacía, tomé el móvil y me puse navegar por las redes sociales.

Los alumnos estaban tardando más de lo habitual en abandonar la sala y eso nos ponía nervioso a ambos. Su mirada se posaba en mí a cada instante, al igual que la mía en él para ver qué diablos quería de mí. Tenía hambre y quería irme a comer.

Cuando ya no quedaba ninguna persona en la clase, el señor Gerard se acercó a mí y se sentó en la mesa del frente. Me hizo un gesto con la barbilla para que dejara el móvil a un lado.

—¿No se suponía que no querías que nos vieran juntos? Ya mucho drama le ocasionó la última vez, ¿no? —lo desafié, dejando el móvil a un lado y cruzando mis piernas y brazos.

—Soy su profesor y si necesito tener una charla con usted sobre las clases, nadie me va a decir lo contrario —se excusó—. De todas maneras, a quien que más drama le ocasionó fue a usted, ¿o me equivoco?

—Eso no le incumbe —escupí esas palabras y lo miré de arriba abajo.

—No, tranquila, tampoco me importaba.

—Bueno, ¿de qué querías hablar? ¿De mi pésima nota en el examen? No hace falta que me digas lo que ya sé. No he tenido días muy buenos, pero prometo esforzarme y conseguir mis verdaderas notas —le expliqué sin darle detalles.

—No quería hablar de eso exactamente.

—¿Entonces de qué?

—De su compañero de pupitre, a quien debería estar ayudando para que no suspenda la materia.

—No es mi culpa que no venga a clase, ahí ya no entro yo, perdone usted —me excusé, encogiéndome de hombros.

—¿Sabe si le ha pasado algo? —preguntó, preocupado.

—No, recuerde que él y yo no somos amigos. No hablo con él —le rememoré.

—No me queda eso claro cuando más de una vez os he visto juntos, y solos, por el instituto y cuando no parabais de hablar durante mis explicaciones de clase.

—Coincidencias —me encogí de hombros de nuevo.

—Señorita Watson, céntrese.

—¿En qué debería centrarme? ¿En ser la niñera de ese chico?

Resopló.

—Solo dile que asista a clases cuando lo veas. Ya tiene un cero en un examen, no quisiera ponerle más —aclaró para después dirigirse otra vez hacia su mesa y tomar sus cosas para irse.

Ya decía yo que ese chico me iba a traer problemas. Llevaba esforzándome durante mucho tiempo para tener un buen expediente académico y así poder ir a una gran universidad. En cambio, todo mi trabajo se irá a la mierda por el mismo chico que me estaba volviendo loca.

(...)

No me había cruzado con Alex en ningún momento de la mañana del día de hoy y prefería que así siguiera. Aunque pensara que pudo haberme hecho el juego de la psicología inversa para que me alejara de él, quería mantener las distancias con ese chico. Por mucho que tuviera una de las familias más poderosas del país, tenía miedo. Si me acercaba a él, lo qué podría pasar me daba pavor. Me molaba mi vida normal de estudiante y no quería estar ahora en un sótano presa por un psicópata.

Iba caminando por el pasillo del instituto hacia el comedor para reencontrarme con mi grupo hasta que escuché a una persona cantando. Parecía que la voz provenía de un chico. Era dulce y tenía un cierto grado de timidez al tararear la canción.

Seguí el sonido de esa agradable melodía hasta llegar a la sala del club de música. La puerta se encontraba encajada y la voz ahora se escuchaba con más claridad, la cual iba acompañada de una guitarra. Me atreví a abrir la puerta un poco sin hacer ruido para poder inspeccionar el interior de la sala. Me asomé para descubrir quién estaba cantando y me sorprendí al ver quién era.

Alex se encontraba tocando la guitarra mientras que canturreaba algo que parecía ser una de las partituras que tenía en su libreta. Las palabras que susurraba parecían proceder de una canción de amor o algo parecido. Él estaba sentado en el suelo del aula con un montón de papeles a su alrededor. Posiblemente estuviera improvisando, ya que algunas veces se paraba para pensar y luego seguía. Con sus pausas, me pude dar cuenta que no la estaba cantando solamente, sino que la estaba componiendo.

Te pido perdón porque contigo no pude evitar perder la noción. Dejemos de pensar en ese estúpido Aguijón y saltemos ya de este maldito vagón —canturreó él.

Su voz era relajante y a la vez tentadora. No podía faltar que la describiera como sensual y rasgadora. Hizo un falsete, dándole un toque dócil a la preciosa melodía que estaba entonando.

Cuando se calló y terminó de tocar la guitarra, se quedó un rato mirando el suelo sin mover ningún músculo de su cuerpo. Tenía aún sus manos posadas en la guitarra para tener un soporte en el que apoyarse. Noté que estaba agotado. Parecía que no había dormido desde hace varias noches, igual que yo.

Tendría que seguir con mi camino e ir con mis amigos al comedor, pero si tenía el pensamiento de seguir con el caso de Zada, tenía que arriesgarme a investigar hasta el último detalle, aunque eso significara que tuviera que aproximarme a esa persona que se había proclamado como "el peligro".

Me percaté de que giró un poco su cuerpo para tomar unos papeles de su mochila que tenía a su derecha y volvió a su posición inicial para seguir improvisando para la canción.

Intenté no hacer ni el más mínimo ruido para que no se enterara de que me encontraba detrás de la puerta espiándole, pero mi cuerpo inconscientemente se abalanzó un poco hacia adelante, rozando la puerta. Esta se abrió, dejándome a simple vista ante sus ojos. Si no hubiera sido por el ruido chirriante que causó la puerta al abrirse, a lo mejor él ni se hubiera inmutado.

Alex giró la cabeza hacia mi dirección y frunció el ceño al verme.

—Pe-perdón... n-no quería molestar... —la voz que salió de mi garganta era igual que un gato ahogándose—. Yo...y-ya me iba...

Me di media vuelta con intenciones de escaparme de sus garras. El temor de que él me metiera en esa aula en contra de mi voluntad para luego asesinarme con las cuerdas de su guitarra me dominó por completo. Sin embargo, recordar que nos encontrábamos en el instituto y que si me hacía aquí algo alertaría a cualquiera que estuviera cerca hizo que me armara de valor. Ese pensamiento positivo logró que no me diera tiempo ni a mover los pies para irme. Mi cerebro me obligó a retroceder sobre mis pasos.

—No... —murmuré para mí misma—. Tenemos que hablar —le comuniqué. Mi voz seguía pareciéndose a una gelatina.

No sabía por qué era tan curiosa, ni por qué siempre me metía en estos líos. Ese chico seguramente tendría unos planes idealizados y me quería lo más lejos posible para que no se los arruinara. Si el otro día me lo confesó todo, podría ser porque me daba una oportunidad para no matarme. Mas, como siempre, yo era estúpida y quería que el lobo me comiera.

Alex soltó una risa irónica y negó con la cabeza. Se quitó de encima la guitarra y comenzó a guardar todos los papeles que había esparcidos por su alrededor.

—¡Hey, espera! —exclamé, adentrándome en el aula para colocarme enfrente de él y así detener en seco sus movimientos con mi presencia.

Alex alzó la vista para mirarme.

—No hay nada de qué hablar, Watson —escupió con voz firme y siguió recogiendo sus partituras.

Mis ojos seguían cada movimiento de sus brazos. Él recogía los papeles del suelo y los guardaba en su mochila. Le daba igual si los metía arrugados o si se rompían al arrojarlos ahí; él lo hacía con velocidad para poder librarse de mis ojos cuanto antes.

Su actitud era tan rara que me dio a entender que podría esconder algo en su cabecita, por lo que no me iba a quedar con los brazos cruzados. Quería enfrentarme a él.

—Hay mucho de qué hablar, Brooks —contraataqué, cruzándome de brazos y con mi mirada desafiante.

—Ya está todo hablado —me dijo tras terminar de recoger sus cosas para después colgarse la mochila en su espalda.

Alex me rodeó para poder largarse del aula, pero antes de poner un pie fuera de las cuatro paredes, lo detuve con mi voz.

—Te olvidaste de algo —le comuniqué, andando hasta donde se encontraba su sudadera gris. Tomé la prenda y me giré.

Él se detuvo, pero no se giró, se quedó quieto en su sitio.

—Tu sudadera —dije, alzando la prenda.

Alex se giró y vino hacia donde yo me encontraba. Hizo amago de tomarla sin decir ni una sola palabra, pero le hice una especie de cobra lanzando el brazo hacia arriba para que no la consiguiera. Era más alto que yo, pero no lograba quitármela. Él refunfuñó, sin aún pronunciar ninguna palabra, e hizo otro intento de tomarla, pero volví a apartarla de su alcance, dejándolo a él muy cerca de mí. Nuestras caras estaban muy cercas y podía notar su oxígeno chocando contra mis ojos.

—No estoy para juegos, Watson —se quejó e hizo amago de tomar la sudadera.

Antes de que él la alcanzara, logré pasar por debajo de sus brazos para escaparme del encerramiento que me estaba haciendo entre la pared del aula y él.

—Necesito explicaciones y me la vas a dar si quieres tu sudadera —lo amenacé.

—Bueno... tampoco me importaba tanto, quédatela —se encogió de hombros y empezó a caminar de nuevo hacia la puerta, pero cuando llegó a mi lado lo detuve poniendo mi mano en su hombro.

—Alex... —musité.

—¿No me ibas a denunciar? Llevo esperando a que me arresten desde...

—No voy a acusar a nadie sin tener pruebas —lo interrumpí.

—Ya te las di, te lo confesé yo mismo.

—¿Y cómo sé que no me mentiste?

—¿Por qué iba a mentirte? —cuestionó, frunciendo el ceño.

—¿Por qué me lo ibas a confesar? Nada tiene sentido, Alex —formulé, soltando un suspiro y negando con la cabeza.

Nunca hubiera pensado que mi compañero de Francés, con lo callado que era, iba a ser capaz de hacerle a una persona eso.

Era verdad que seguía pensando en que él pudo haberle hecho algo a Zada, aunque fuera inconscientemente. Todas las confesiones de Vivian conectaban unas con otras y tenían más sentido que las de él, por lo que no podía verlo como una persona inocente. Además, él mismo me demostró aquel día en el baño lo agresivo que podría llegar a ser. A lo mejor la noche de su escapada se pelearon y él perdió el control. Puede que no lo hiciera con malas intenciones y cuando la vio desangrándose en el suelo tras un grave golpe, tuvo que ocultársela a la sociedad.

—Te dije que te alejaras de mí, Watson —murmuró él entre dientes.

—Y yo te dije que no podía.

—Deberías hacerme caso por tu seguridad —citó con los ojos cerrados.

—Qué pena que no sepa obedecer órdenes —le vacilé y él suspiró, desesperado—. Alex, te lo estoy diciendo en serio, por favor, necesito respuestas, porque me voy a volver loca.

—Yo también te lo estoy diciendo en serio, Victoria, aléjate, solo te pido eso —me dijo esta vez con el tono más calmado, como si me lo estuviera rogando, y con una mirada que me trasmitía confianza.

«Los ojos azules de la pesadilla...», recordé.

Recordar a un Alex mirándome con los ojos de un color completamente distinto al suyo hizo temblar mis piernas. En esa pesadilla sus pupilas me trasmitían confianza, pero cuando musitó aquellas palabras, un vacío dejó en mi interior.

—Explícame el verdadero motivo por el que no quieres que esté cerca de ti. ¿Tan mal te caigo? Si es eso dímelo y... —le comenté.

—Al contrario —reveló, interrumpiéndome y dejándome congelada—. ¿Quieres saber el verdadero motivo por el que prefiero que haya un muro entre nosotros dos?

Por fin estaba comenzando a que se abriera un poco a mí de nuevo, aunque sus palabras fueron como una flecha destinadas a mi pecho. No obstante, mi corazón dejó de funcionar cuando me dejó el otro día sola en el cuarto de baño de chicas.

Asentí con cobardía a lo que fuera a revelarme ahora.

—Si estás conmigo, estás en peligro —me confesó con un suspiro de por medio—. Ya perdí a Zada y no toleraré perderte a ti también... —susurró cabizbajo con la voz un poco rota.

—¿Te importo?

Su confesión me tomó por sorpresa. No me lo esperaba para nada. Creía que me iba a decir las cuatro tonterías de siempre e iba a intentar volver a escaparse de mí, pero me equivoqué. Lo que más me sorprendió de su revelación fue que me gustó. Esas palabras dichas por él produjo una revolución de mariposas en mi estómago que no sabía cómo aplacar. Lo que me estaba ocurriendo era algo que llevaba tiempo sin experimentar y me estaba acojonando. En cambio, era ese sentimiento bonito que todos querían sentir, porque te hacía sentirte vivo (al menos cuando te hacía feliz).

El pánico se apoderaba de mí al notar como ese chico estaba invadiendo las fronteras de mi corazón. No quería que derrumbara ese muro que tanto me costó construir tras la última batalla. Empezar a notar que mi corazón no había muerto en ese combate me hizo sentir mejor, pero no quería volver a equivocarme. Tenía el temor de volver a fallar y volver a caer en el mismo agujero, del cual no sabría cómo escapar esta vez.

Capítulo 28 editado y listo

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