20. La magdalena de chocolate.

CAPÍTULO 20

LA MAGDALENA DE CHOCOLATE

TORI

Después de merendar las ricas magdalenas que nos trajo Clarence, seguimos un poco más con la investigación. Estábamos intentando averiguar algo sobre esa banda callejera, pero los resultados eran nulos. No había ninguna página en internet que hablara sobre ellos, y era obvio, era simplemente una pandilla que solo la conocía quien se hubiera topado con ella. No teníamos información sobre ellos y veía la desesperación en los ojos de Alex.

Nos encontrábamos los dos tumbados en mi cama, hablando de soluciones que se nos pasaban por la cabeza. Habíamos avanzado en la investigación descubriendo lo de Aguijón Verde, pero al llegar ahí nos habíamos estancado y no sabíamos cómo hallar nuevas pistas que nos dijera dónde se podría encontrar esa chica.

Quedaban dos magdalenas en la bandeja y ambos nos miramos. Posiblemente Alex tuviera un vertedero en su estómago y le cupiera alguna más, pero si yo le metía algún trozo más a mi cuerpo, iba a acabar potando.

—Quedan dos —anuncié, volviendo mi mirada hacia esas delicias.

—Mi barriguita se va a parecer a la de Santa Claus como me coma otra —aseguró Alex, soltando una carcajada mientras que se sobaba la panza.

—Cómetela —le ordené.

Él negó con la cabeza, deslizando la bandeja por la cama con su mano para acercarla a mí.

—Cómetela tú, que estás muy seca —reclamó, sonriendo, con intención de picarme otra vez.

Desde que Clarence llegó con la bandeja toda repleta de magdalenas rellenas de chocolate, Alex no paró de picarme ni de gastar bromas para que me riera y dejara de estar mal. Bueno, como estuvo haciendo durante toda la quedada. Ningún chico o chica había deseado tanto verme reír. Nadie se había comportado así conmigo. Aunque más bien era que nadie me había visto llorar, excepto Vivian y Christian, y a lo mejor verme en ese estado le produjo pena. No obstante, que se preocupara por mí de esa forma, me hizo sentir muy bien.

—Yo no estoy seca —aclaré, ocultando la sonrisa de mi rostro y reemplazándolo por un semblante serio para preocuparlo.

—Verdad, tienes algún que otro michelin —corrigió, observando mi cuerpo con atención y mostrando su sonrisa pícara—. Uy sí, por ahí veo uno...

Alcé una ceja ante su respuesta para intimidarlo.

—Venga, come —ordenó, soltando una carcajada haciendo que yo también me riera. Negué con la cabeza con una sonrisa divertida—. Tienes que comer, rubia —manifestó y me señaló con la barbilla la magdalena como diciendo: «cométela ya».

—Pf... Voy a explotar, pero... —manifesté, rindiéndome y tomando ya de una vez por todas una de las dos magdalenas, haciéndole caso para que se callara.

No tenía más hambre, pero esas magdalenas te incitaban a comer más y más hasta que te pusieras mala. No obstante, solo podía tragarme una más, sino explotaría y no me gustaría que Alex me viera así.

—Así me gusta —sonrió y cogió el ordenador portátil para ponerlo en su regazo.

—Mmm —murmuré, relamiéndome el labio para saborear lo que quedaba de magdalena.

Seguía mordisqueando con felicidad el dulce mientras que Alex seguía buscando información. Me metí el último trozo en la boca, lamentándome por haberme terminado tan pronto esa delicia, y me sacudí las manos para quitarme todas las pizcas que me dejó la magdalena.

Dirigí mi mirada hacia él y me quedé un rato mirándolo. No lo veía para nada como hermanastro de mi mejor amiga. Eran totalmente distintos en la forma de pensar. Aunque si lo analizaba de verdad, ellos dos no eran de la misma sangre y no por eso mismo tenían que concordar en su manera de actuar. Una cosa era ser medio hermanos y otra muy distinta era ser hermanastros. Sin embargo, ya no sabía qué hacer para averiguarlo. Me estaba rindiendo y eso nunca me había pasado a mí. No obstante, de repente una idea se me pasó por la cabeza, encendiéndose así la típica bombilla.

—Se llama Zyon —solté cuando terminé de tragarme la increíble magdalena que dejó en mi boca un dulce sabor a chocolate.

—¿Quién? —me preguntó, dejando de mover sus dedos sobre el teclado y dirigió su cabeza hacia mí para mirarme con expresión de dudas.

—El chico de la foto se llama Zyon —le contesté, sacudiéndome las piernas para quitarme las migas de magdalena que aún no querían irse de mi lado.

—¿Y qué pasó? —me interrogó, intentado utilizar palabras con la que poder ir con cuidado para que no me diera de nuevo un bajón.

—Voy a ser como tú. Te voy a dejar con las dudas —le informé, sentándome en la cama en forma de indio y sonriéndole.

—No te... entiendo —balbuceó, siguiendo con la mirada mis brazos, que se elevaban para recoger mi cabello con una goma.

—Tú no me contestas cuando te pregunto por tu supuesta hermanastra, entonces yo no te cuento nada de mi ex novio —le expliqué, haciendo la sonrisa de mi cara más grande.

No tenía paciencia, pero de ingenio podía ir sobrada, y daba gracias a la inteligencia que me otorgaron mis padres, ya que por ello era capaz de hacer muchas cosas sin necesidad de mucho esfuerzo.

—Bueno... —musitó, quedándose después un segundo callado para poner una expresión pensativa en sus facciones—. Le preguntaré a Bris sobre él, ya por lo menos conseguí su nombre —esta vez quien tenía la sonrisa de oreja a oreja era él.

Podía apostar un cerdo a que lo dijo solo para molestarme y sacarme fácilmente la información sin que él tuviera que revelar nada, pero esto no iba a quedar así. Yo tenía mi as bajo la manga y sabía cuándo utilizarla y cómo. Si a él le gustaba jugar a este juego, juguemos.

—¿Acabas de revelarme que sí eres hermanastro de mi mejor amiga? —cuestioné, lanzando para arriba mis cejas.

—Te dije la última vez que parases con ese tema, que no éramos familia —comentó sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador y con la sonrisa ya borrada.

—Y yo te voy a decir ahora que no te creo —sostuve mis creencias y le quité el portátil para que prestara toda su atención solo en mí—. El martes pasado estuve en casa de Vivian y encontré una habitación, donde por casualidad había una guitarra de madera —solté con esperanzas a que confesara algo, pero él se encogió de nuevo de hombros—. Te gusta la música, Brooks. He visto tu libreta de partituras, por mucho que me la hayas estado ocultando en clase.

—Eres una acosadora, ¿lo sabías? —fue lo único que dijo tras quitarme el portátil para seguir con el trabajo y así tener una escusa para ignorarme.

—Y tú un mentiroso —repuse, haciéndome la enfadada para que notara que esto iba en serio.

—No —insistió con su teatro, mirándome a la cara.

—¿Y entonces por qué no me lo dices? —le pregunté.

—¡Porque no lo soy! Por dios, Watson... —rio (creo que por no llorar) y se pasó la mano por la cara.

—Si yo te cuento lo mío... ¿me lo confesarás por fin? —pregunté, ya casi rendida con la maravillosa idea que había tenido en mente—. Te prometo que te lo contaré si me lo confiesas...

—¿Con que...? Vale, vale —echó a un lado el portátil y se giró para estar cara a cara—. Yo ya te lo confesé, no tengo nada que ver con tu mejor amiga. Es más, me cae mal. Por lo que ahora te toca confesarme tu historia con ese imbécil. Pardon, ma chérie —sonrió, proclamándose el ganador de esta batalla.

Oh... el aprendiz ganó a su maestra. Touché.

—Pero... —rechisté.

Mi mente no podía parar de pensar que él estaba mintiendo, que estaba bañando ese hecho en una mentira para que luego no tuviera consecuencias.

—Pero nada, rubia, una promesa es una promesa, no se rompe —me interrumpió.

Escuchar de nuevo la palabra rubia salir de sus labios me gustaba. Todo el mundo me llamaba por mi nombre —bueno, más bien por su abreviatura— y que él tuviera un apodo para mí me hacía sentirme especial. Aunque también me hacía recordar a Zyon, quién me llamaba Kami, de Kamikaze. ¿Por qué? Simplemente por ser una chica con poca paciencia. Y luego... escuchar cómo Alex describió una promesa me entristeció aún más. Una oleada llena de melancolía me golpeó. Todos siempre decían que iban a cumplir sus promesas hasta que llegaba el momento en el que se cansaban de actuar y las hacían añicos, llevándose con ellas la confianza de esa persona.

—Las promesas solo sirven para romperse... —mascullé, soltando un suspiro e intentando borrar uno de los miles de recuerdos que había aparecido por mi mente desde que recordé a Zyon.

—O sea, ¿me acabas de mentir a mí? —se señaló, abriendo indignado la boca—. ¡¿A mí!? —alzó la voz, actuando un papel de broma.

A pesar de la aflicción que volvió a mí antes, Alex logró sacarme una pequeña risita que no me dejaba tomarme en serio la situación.

—No... —rodé los ojos y esbocé una sonrisita.

Con Alex era inevitable sonreír o tener agujetas en la barriga por las carcajadas. Cuando hablé por primera vez con él, lo veía un chico bastante gélido. Siempre se mantenía mudo y cuando me quería decir algo tartamudeaba. Me parecía un joven bastante raro. Mas ahora lo consideraba un chico muy peculiar. Tenías que conseguir que él te confiara en ti para que se abriera ante ti, dejándote ver a un chico increíble y divertido

—Pues venga, cuéntamelo ya, bicho —me sacudió, provocando que temblara todo mi cuerpo, y empezó a hacerme cosquillas, haciéndome explotar en carcajadas mientras que le suplicaba que parase.

—Con que bicho eh... —murmuré con la boca un poco abierta, haciéndome la indignada.

Seguidamente, me escapé de él y logré alcanzar con mis manos la última magdalena que él no se dispuso a comer para estrellársela contra su boca de broma. Se la restregué por sus labios para que pudiera saborearla bien. Cuando terminé de darle mi merecido, pude contemplar el rostro de Alex, quien tenía toda la boca toda manchada de chocolate y parte de los mofletes.

Él se pasó el brazo por la boca para limpiársela, manchándoselo de chocolate también. Sin decir nada, alargó el otro brazo para tomar el paquete de pañuelos que dejé antes encima de la mesita de noche, pero lo intercepté antes, llevándomelo conmigo como si se tratara de un tesoro. Me miró rogándome con los ojos que le diera los pañuelos para poder limpiarse el desastre que le provoqué.

—¿Volviste a ser mudo? —le pregunté con tono divertido.

Alex esbozó una pequeña sonrisa y extendió de nuevo la mano para quitarme los pañuelos aún sin abrir la boca para responderme.

Estiré mi cuerpo hacia atrás, echándome sobre los cojines de la cama que tenía a mis espaldas para que no lograse conseguirlo.

—No, no, no. Soy un bicho y tú un mudo —me burlé de él.

—Como usted quieras —anunció y mientras hablaba, me escupió los trocitos de magdalena, las cuales habían acabado dentro de su boca en mi ataque de antes.

—¡No! ¡Me has escupido! —grité, echando mi cuerpo hacia adelante para darle pequeños puñetazos en el cuerpo. Él me tomó de las muñecas para detenerme—. ¡Eres un asqueroso y un sucio! —volví a gritarle, utilizando todas mis fuerzas para zafarme de su agarre.

Al conseguirlo, volví con mi ataque de puñetazos contra su pecho, cubierto por una camiseta blanca. Él intentaba parar mi ataque gratuito, pero lo dejé caer en la cama para montarme encima de él a horcajadas y seguir pegándole puñetazos en el pecho sin que él me lo impidiera. Alex ya no hacía ningún esfuerzo por cesar mis golpes. Se quedó parado, observando la violencia que ejercía sobre él, que probablemente ni le doliera por la poca fuerza que yo tenía.

Paré en seco al darme cuenta de la situación en la que nos encontrábamos. Deslicé inconscientemente mis manos por su abdomen por encima de la camiseta hasta abajo, cerca de mis muslos. Observé con atención sus músculos ceñidos bajo su atuendo y tragué saliva dificultosamente para después volar mis ojos hacia los suyos, que estaban pendientes de los míos.

Alex era el primer chico que conocía que siempre posaba sus ojos en los míos sin desviar la vista a ningún otro lado de mi cuerpo que podría ser mucho más interesante. Eso era una de las cosas que me sorprendían de él y que me gustaban.

Relamí mis labios y sus pupilas directamente fueron a parar ahí. Una chispa de electricidad se ocasionó en mi interior cuando él hizo ese simple movimiento.

Otra vez tenía esas inmensas ganas de besarlo, como aquella noche fría. Quería saborear sus labios y mordisquearlos lentamente hasta quedarme sin aliento. Sentía la necesidad de probar su boca y explorar cada rincón de ella. Quería que me hiciera sentir viva. Con tan solo imaginarme nuestras lenguas enlazadas y sus manos recorriendo mi cuerpo me hizo arder por dentro y desearlo con todas mis ganas.

Sin embargo, era la primera vez que sentía vergüenza de dar el paso con una persona y no sabía por qué. No me atrevía a acercar mis labios a los suyos para poder acallar todos esos pensamientos que no dejaban de rondar por mi cabeza, atormentándome. No sabía si era por ese miedo a que él me rechazara y yo lo echara todo a perder por mi poco autocontrol. Nunca antes nadie me había rechazado, pero esta vez sentía ese temor en mi interior.

Alex no era como los demás chicos con los que había entablado una conversación. Notaba en cómo me miraba y en su forma de actuar que él era diferente y, posiblemente, no aceptará un beso de la nada de alguien que acababa de conocer. Además, él tenía novia y, aunque mi mente pensara que la mayoría de las personas se dejaban llevar por la situación sin importarle ponerle los cuernos a sus respectivas parejas, tenía el instinto de que él no sería capaz de hacerle eso a la chica que quería. Es más, ni yo podría hacerlo. No sería capaz de hacer ninguna de las dos cosas: poner los cuernos o ser la amante. Sin embargo... ella quizá ya no estuviera aquí y nosotros...

De repente, Alex hizo un movimiento rápido que me asustó, dejándome a mí debajo de él. Acercó su cara al hueco de mi cuello para olfatear mi fragancia. Pedía a gritos que al menos me rozara con sus labios para sentir esa excitación que me estaba provocando con cada movimiento. Noté que mis órdenes mentales se estaban cumpliendo. Mas un suspiro que salió por mi boca hizo que él elevara la cabeza para mirarme. Se aproximó a mi rostro, dejando nuestros labios a tan solo centímetros.

Vi de reojo que alzó una de sus manos y me quitó la gomilla que recogía mi cabello, dejándolo en libertad. Me lo acarició con delicadeza, como si fuera una figura de porcelana, para terminar recogiendo un mechón detrás de mí oreja. Se arrimó lentamente a mi oído y, con tan solo sentir el aire que expulsaba por su nariz, un escalofrío recorrió cada punta de mi cuerpo, enrizándome todos los pelos.

—Te ves muy mona cuando te pones a la defensiva, pero... ahora que te has tranquilizado... te obligo a que me lo cuentes, rubia —me susurró en el oído con una voz ronca que le daba un aire muy sensual.

Tras decir eso, se apartó de encima de mí, para colocarse a un lado de la cama a la espera de mi anécdota.

Me quedé observándolo sin saber exactamente qué acababa de ocurrir. Me sentía avergonzada. Él había podido conmigo, cosa que nadie había conseguido desde hace mucho tiempo. Él me había dejado embobada y luego se había apartado como si nada, dejándome con un fuego en mi interior que ardía para rabiar.

Me reincorporé sentándome en la cama y apoyando la espalda contra la pared, tal y como él estaba.

—Eres un gilipollas... —murmuré, con la mirada clavada en mis pies y mordiéndome el labio para tratar de ocultar lo avergonzada que me sentía, ya que posiblemente mis mejillas estuvieran teñidas de un rojo intenso.

—Un gilipollas que sin conocerte de nada se preocupa por ti —rectificó, poniendo su mano encima de la mía, que estaba en mi muslo—. ¿Me lo vas a contar? Me lo prometiste, ¿eh?

Miré al techo suspirando, aún con los dientes agarrando mis labios para que no se me saltaran las lágrimas, las cuales podrían llegar en cualquier momento cuando empezara a contar la historia que tanto me dejó marcada.

—Está bien... —resoplé, haciendo volar un pelo de mi frente—. Va a ser muy breve, porque esto no tiene nada que ver con nuestro trabajo —le advertí antes de que empezará con las preguntas—. Estuve saliendo con él durante un año. Lo conocí gracias a Vivian en una discoteca y entonces comenzamos a hablar por mensajes y a quedar hasta que empezamos a salir. Antes de él, yo era inocente, en el sentido de que nunca me había besado con nadie ni nada parecido. Él fue el primero en todo.

—¿El prime...? —intentó preguntar, pero ya vi por donde iban los tiros y le respondí antes de que terminara.

—Sí, él fue mi primera vez —volví a recogerme el pelo con la gomilla, porque estaba empezando a temblar—. Fue el año pasado la noche de antes del primer día del instituto. Habíamos hecho una fiesta de despedida del verano y me vi preparada. Pero no me esperaba que, después de todo, me dejara sola en aquella casa que hay al final de mi calle...

—¿La casa en ruinas? —me preguntó, interrumpiéndome.

—Sí, esa. Se fue sin mí y cuando volví lo vi tirándose a otra en mi propia habitación...

Creía que cuando terminara de contárselo, Alex iba a decir algo al respecto, pero fue todo lo contrario. Se mantuvo callado, como si estuviera asimilando lo que le acababa de contar.

Zyon era el típico chico quien, a pesar de tener pareja, iba detrás de otras chicas para complacer sus deseos sexuales.

Sabía que lo que me hizo él hoy en día era algo que a muchas parejas les pasaba, por lo que tampoco le daba mucha importancia. Estaba al tanto de que había personas que lo pasaban mucho peor. Mas haberle dado toda mi confianza para que me la tomara y jugara con ella como él quisiera, provocó que yo ya no fuera la misma. Yo ya no podía entregarme de tal modo a una persona para que de nuevo me rompieran por dentro, como si fuera un juguete. Era consciente de que no todos eran iguales, que cada uno teníamos nuestra propia forma de ser, pero yo no me iba a arriesgar otra vez. Al menos esta vez me iba a asegurar de que conocía bastante bien a esa persona antes de entregarle mi corazón.

De un momento a otro, mi cabeza empezó a recordar, llevándome justo a esa noche. Esa noche iba a ser perfecta para mí. Pensaba que Zyon era el amor de mi vida y quería que él fuera mi primera vez —y la última—, pero me demostró totalmente lo contrario. Cuando ya consiguió lo que quería, discutimos porque él quería volver mientras que yo quería pasar una bonita velada con él a solas. Me dejó sola en la casa en ruinas que había al final de mi calle para volver a la fiesta y seguir emborrachándose.

Ver a la persona que más amaba echándose un polvo con la capitana del equipo de animadoras, que era amiga mía, hizo que mi mundo se me viniera abajo.

Desde ese momento me convertí en la Victoria Watson que hoy en día era. Justo en esa noche fue cuando comencé a tener un "algo" con Christian. Él me había ayudado mucho a superar a Zyon. Era mi mejor amigo, por decirlo así. Los dos queríamos lo mismo: diversión y después no tener nada pendiente con el otro.

No me había dado cuenta de que Alex tenía bien agarrada mi mano y su cara la tenía justo enfrente de mí. Todo lo que recordé de aquella noche, todo ese dolor, seguro que se había reflejado en mis ojos, preocupándolo.

Después de un buen rato de silencio entre los dos, en el que Alex me limpiaba las lágrimas con las yemas de sus dedos, él fue quien lo rompió.

—Por eso llegaste el primer día de clases así... ahora lo comprendo todo... —susurró, con la mirada pérdida y asintiendo varias veces.

—Yo no te comprendo.

—Es lo que te estaba comentando el otro día, antes de que Bruno se presentara y te fueras con él —me soltó la mano para sobarse la suya y se sentó de nuevo a mi lado—. El primer día de instituto te vi con los ojos cristalinos y algo mareada. Fue la primera vez que te vi. Te pregunté algo, pero Vivian y tú me ignorasteis —me explicó, mostrando una pequeña sonrisa.

—Perdona, pero de ese día no recuerdo absolutamente nada después de todo lo ocurrido —reconocí, sintiéndome culpable por no haberlo recordado antes.

Y era verdad, de esa noche solo recordaba el momento tan íntimo que mantuve con Zyon. Asimismo, tenía alguna que otras imágenes de lo que pudo haber ocurrido después de ello, como cuando me besé con Christian o la pelea agresiva que tuvieron él y mi ex novio, pero todo era muy borroso.

—No te preocupes... No es nada —masculló con una pequeña sonrisa para que no me preocupara—. Si lo dejaste con él... ¿cómo es que tenías esa foto de los dos colgada en tu tablón?

—Ha sido Vivian seguro —le contesté segura de mi respuesta—. Ella quería y quiere que vuelva con él.

—¿Qué? Ese chico te hizo daño y ¿ella te atosiga con que vuelvas con él? ¿Qué clase de mejor amiga es? —rechistó con enfado.

—Se llevaban muy bien. Tenían un vínculo muy especial. Recuerda que ella fue quien nos presentó —le expliqué. Él acariciaba mis manos y yo centré mi vista en ellas—. Puede que él haya manipulado su cabeza con sucias palabras y ella haya caído fácilmente en sus garras —supuse—. Ella siempre estaba de su lado cuando tenía alguna pelea típica de parejas con él.

—Eso no debería ser así, si realmente es tu mejor amiga tendría que estar de tu parte, a no ser que él tuviera razón en esos momentos —opinó, indignándose.

—Ya te lo dije, él siempre le manipulaba la cabeza para que eso fuera así, al igual que lo hacía conmigo.

—¿Y tú no te dabas cuenta de ello? —me preguntó con el ceño fruncido.

—Cuando uno está enamorado, se le nubla muchas veces la vista —comenté, recordando exactamente las palabras que me dijo mi hermano en su momento. Él desde primera hora había visto cómo era Zyon y sabía lo que iba a pasar.

Capitulo 20 editado y listo

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