18. La quedada.

CAPÍTULO 18

LA QUEDADA

TORI

Nunca me llevé con Zada, aunque con eso no quería decir que me llevara mal, simplemente no me llevaba. Apenas la conocía, por lo que no me podía caer ni bien ni mal. Solo la veía deambular por los pasillos mientras que los de mi grupo se burlaban maliciosamente de ella. No podía negar que yo también había participado alguna vez, porque sería muy hipócrita de mi parte y odiaba ser así, pero siempre lo hacía por el simple hecho de defender a un amigo.

Ella era una chica que siempre se quedaba callada cuando se metían con su físico. Sin embargo, hubo una vez que tuvo el valor de enfrentarse a sus acosadores. Desde ahí supo que podía plantarle cara a cualquiera que se le cruzara por su camino.

Nunca tuve ni la más mínima intención de meterme con ella, ni mucho menos con su físico, ya que pensaba igual que Alex: cada uno tenemos la belleza en el interior de nuestro corazón, aunque solo podemos ver la parte superficial de cada uno. No obstante, por mucho que esas palabras salieran de mi mente, la mayoría de veces nos fijamos antes en el físico y ya después analizamos cada movimiento.

Ahora me daba cuenta de que Alex tenía razón: a nosotros, los populares, se nos subía la fama tanto a la cabeza que cuando alguien nos plantaba cara, nos volvíamos locos, como si fuéramos unas ratas que expulsaban por su boca espuma a causa de la rabia. Y eso mismo me pasó a mí un día cuando Zada iba caminando por los pasillos en dirección a su casillero. Mi mejor amiga se acercó a ella con intenciones de hundirla en la miseria con sus palabras, como hacía cada día. Vivian era una persona que le encantaba expulsar sus palabras más hirientes llenas de veneno para hacer sentir mal a la gente y Zada era una de sus víctimas.

Ese mismo día, esa chica estaba cansada de que Vivian se metiera con ella por tener algo de sobrepeso y le plantó cara, algo que vi a la distancia y no pude evitar entrometerme. Simplemente quería acercarme a ellas para llevarme a rastras a Vivian y así evitar una catástrofe entre ellas. Siempre intento intervenir para evadir una nueva pelea en la que puede estar participando uno de mis amigos.

Sin embargo, Ayleen también intervino, creyendo que yo iba con malas intenciones a hacer daño a su amiga. Entonces pasó. Zada me puso de objeto para los chicos —insinuándome que me prostituía— y eso hizo que me desatara. Tenía pensamiento de decir unas palabras algo hirientes para contraatacar —algo muy inmaduro de mi parte—, pero menos mal que apareció mi amiga Briseida, que era la hermana de Ayleen, para detener todo el caos.

La rabia y la popularidad me habían cegado completamente y yo no era consciente de mis actos. Sus palabras calaron fuertemente dentro de mí. Yo podía hacer lo que me diera la gana con mi vida. Si quería estar con varios chicos con derecho a roce solamente, a ella no tenía que incumbirle en absoluto. Yo solo quería disfrutar de la vida, ya que para el amor ya había tiempo y me veía demasiado joven como para comprenderlo. La mayoría de parejas de hoy en día no duraban apenas y yo quería asegurarme de que eso a mí no me pasara. Quería analizar cada situación para cuando estuviera preparada, supiera cómo actuar.

El último timbre que anunciaba el fin de las clases resonó en el instituto. Salí del aula y lo primero que hice fue tomar el móvil. Tenía un mensaje de Alex de un emoji con el pulgar levantado confirmando la quedada.

¿En tu casa es posible?

Mandé el mensaje con intenciones de seguir investigando sobre su familia mientras que le ayudaba con su búsqueda. Yo no era quién para meterme en su vida, pero mi interior me estaba intentando revelar que Vivian había podido engatusarme con sus mentiras, esas mismas que decían que Alex estaba obsesionado conmigo, para que no me acercara más a él y así no obtuviera esa información, si es que realmente lo eran. No obstante, las acciones anteriores de Vivian me estaban confesando que era probable que sí lo fueran.

Enseguida mi móvil vibró sobre mis manos con un mensaje nuevo de Alex.

Prefiero que no sea en mi casa. Ya sabes, problemas familiares.

Negué con la cabeza sin saber ya qué hacer para averiguar esa información y cerré los ojos por la impotencia. Hiciera lo que hiciera, tenía la excusa perfecta para impedir que yo consiguiera lo que quería.

No iba a insistir, por lo opté por la opción de llevarlo a mi casa. No había otra manera de poder trabajar, ya que si quería mantener todo esto en secreto, no podían vernos investigándolo en sitios públicos, como dijo él.

Vale, entonces que sea en la mía.

Tras enviarle el mensaje, caminé hasta el coche de Hobson, quien me esperaba en la entrada del instituto con una amplia sonrisa en su cara. Nada más llegar a su lado, lo saludé alegremente y me monté en los asientos traseros, sin la necesidad de que él tuviera que abrirme la puerta como pasaba en las películas, pues yo tenía mis propias manos para poder hacerlo y él no era mi esclavo, solo el trabajo y fiel amigo de mi padre. Un inesperado suspiro salió de mis orificios nasales y me acomodé en los sillones del coche, esperando a que Hobson arrancara el vehículo.

Hobson ya había acabado su mes de vacaciones antes de lo previsto. Al parecer, le era tan fiel a mis padres que no aguantaba sin poder trabajar para ellos y, además, decía que nos echaba de menos. Al fin y al cabo, Hobson y Clarence, la ama de llaves, se han convertido en miembros de nuestra familia.

—¿Cómo has echado el día, bella Tori? —me preguntó Hobson, sonriéndome y mirándome a través del espejo del retrovisor.

Hobson era mucho más alto que yo. Apenas tenía cabello en su cabeza, tenía una calva en el centro de esta. Sus ojos eran de un color castaño oscuro y estaban protegidos por unas pequeñas gafas. Siempre iba vestido con un traje con corbata que lo hacía más formal.

—Como cualquier otro, Hobs —le respondí, devolviéndole la sonrisa—. Solo que en el tiempo en que no estuviste me acordé de algo muy esencial para la vida.

—¿El qué, preciosa? —volvió su vista hacia la carretera.

—El carnet del coche. No siempre podrás estar ahí para mí y necesito saber ir a los sitios por mí sola —le expliqué, mirando por la ventana el exterior, donde había un perro pequeño saltando en un charco de agua, provocándome una sonrisa—. ¿Podrías ayudarme a sacarme los papeles?

—Cuando usted quiera le comento a vuestro padre para contratar a un profesor particular para sacártelo, pequeña —volvió a mirarme a través del retrovisor con una sonrisa en su cara y yo lo miré para devolvérsela, agradecida.

(...)

Eran ya casi las siete de la tarde y Alex aún no había llegado a mi casa. Me estaba preocupando. ¿Se habría arrepentido de confiar en mí para ayudarlo en la investigación? O... ¿recordaría el camino hacia mi casa? Muchas preguntas pasaban por mi cabeza que no me dejaban tranquila.

Ya le había enviado algunos mensajes para ver dónde se había metido y así saber de su tardanza, pero no le llegaban. Posiblemente tenía el móvil sin batería y se le había apagado, o me había bloqueado, pues no se veía ni su foto de perfil —aún no la había visto—, ni su última conexión, ni su estado. Otra de las opciones era que estuviera en algún sitio sin cobertura suficiente.

Estaba un poco frustrada por la espera. La impaciencia era uno de mis defectos que más odiaba y que más me diferenciaba de mi familia. Ojalá ser igual de tranquila que mi hermano Louis, pero no, a mí me tocó no aguantar ni la más mínima.

Tiré el móvil en la cama a la vez que resoplaba por culpa de la desesperación y salté junto a él, tendiéndome boca abajo. Estuve así alrededor de diez minutos mientras que me imaginaba una historia en mi cabeza, como siempre hacía cuando estaba aburrida. La historia que mi cabeza me estaba proyectando era de un internado con chicos con poderes, en el que había el típico amor adolescente imposible. El padre de la chica le prohibía estar con el chico que amaba, pues este era peligroso o, mejor dicho, el demonio reencarnado en persona. Por lo tanto, ambos adolescentes siempre se veían a escondidas. 

Sí, mi cabeza es muy creativa.

Mi móvil vibró, despertándome de un sobresalto. Lo cogí con prisa, creyendo que era un mensaje de Alex. Introduje la contraseña de mi móvil para desbloquearlo y deslicé para abajo la ventanilla con el dedo para no meterme en el mensaje y poder leerlo sin ser pillada.

¿Quedamos esta tarde, marrana?

Era un mensaje de Vivian y como me interesaba lo más mínimo, ni siquiera me metí en él para contestar. Ya después me inventaría alguna escusa.

Volví a echar mi cabeza sobre la almohada y seguí esperando a Alex, algo aburrida. No sabía si era hora ya de rendirme y ponerme a hacer algo que valiera la pena más que estar tumbada en mi cama sin hacer nada.

De repente, el timbre sonó, haciendo que me levantase de la cama de un salto.

Corrí hacia la puerta de mi habitación y al estar medio adormilada, me di en el dedo mini con el escritorio. Levanté la rodilla a la altura de mi pecho y me agarré el dedo mientras que pegaba saltitos en el suelo. El dolor me recorrió todo el pie hasta llegar a los músculos. Mi cara demostraba lo que estaba sufriendo con ese pequeño golpe.

Alguien abrió la puerta de la habitación, permitiéndose ver mi baile profesional a la pata coja: el baile del dolor.

—¿Qué te ha pasado? —me preguntó Alex, caminando hacia mí y ayudándome a sentarme en la cama.

—¿Que qué me ha pasado? —lo miré sin quitar mi mano del dedo del pie que aún radiaba dolor—. ¿Qué te ha pasado a ti? ¿Dónde diablos estabas?

—Perdón —se disculpó y se rascó la nuca—. He tenido un pequeño accidente.

—¿Qué? —quité la mano de mi pie inconscientemente, olvidándome de él.

¿Había tenido un accidente? El mundo se me desplomó al escuchar salir eso por su boca. Y yo aquí, cagándome en todo su ser por su impuntualidad...

—¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado? —inquirí, haciéndoseme imposible no preocuparme por lo que le haya podido pasar.

—Tranquila, a mí no me ha pasado nada. Ha sido a mi coche —me explicó cuidadosamente para después tragar saliva y sonreír para no alarmarme.

—¿Qué le ha pasado? —le pregunté, acompañada de mi mirada calculadora.

Se metió las manos en los bolsillos y sacó dos papelitos.

—¿Tienes idea de quién podría ser? —me preguntó, evitando mi pregunta, sin apartar la mirada de los papelitos.

Estiró el brazo para entregarme los dos papelitos. Los miré con el ceño fruncido cuando los tomé y los desdoblé para ver que contenía en su interior. Leí la primera nota y tras terminar levanté mi vista para mirar a Alex con expresión confusa.

—¿Mo? ¿Quién es Mo? —le pregunté, sin entender nada.

Él se encogió de hombros y me hizo un gesto con la barbilla para que leyera la segunda nota. Le hice caso y cuando terminé, me quedé atónita.

No sabía quién podría amenazarlo de esa forma y más para que se alejara de mí. ¿Quién en su santo juicio iba a querer eso? Muchas personas se habían acercado a mí y nadie se había entrometido de esta forma. Además, nadie tenía el derecho de alejar a las personas con las que me relacionaba porque sí. Yo podía decidir por mí misma y no necesitaba a nadie para que me dijera con quién podía juntarme y con quién no. Me parecía muy necio asustar a una persona con amenazas.

Me sorprendía que aún Alex siguiese aquí conmigo a pesar de estas amenazas, aunque una parte de mí me decía que había llegado tarde por eso mismo, para alejarse de mí, y que, debido a todos los mensajes que le envié, vino para decirme las cosas bien claras: «Será mejor que no me ayudes con la investigación. Cada uno por su lado. Adiós». Pero mi mente también tenía la certeza de hacerme pensar que a lo mejor no pudo venir antes porque estaba en el taller resguardando a su coche mientras averiguaban que le había pasado y lo arreglaban.

—¿Tienes idea de quién puede ser? —me preguntó con la vista clavada en el papel, como yo, buscando una respuesta en él—. He intentado descifrar las letras de la firma mientras que estaba esperando a que arreglasen el coche, pero no sabía quién podría llamarse Mo o si son las primeras sílabas de su nombre... No tengo ni idea.

—A lo mejor no es el nombre, sino el apellido —sugerí, alzando la vista para mirarlo con las dos notas aún en mis manos. Él me devolvió la mirada, supongo que esperando a que le dijera algo más—. Solo conozco tres personas que empiezan con esas dos sílabas. Bruno Moretti, Christian Moore y Vivian Morris... —dejé caer esos tres nombres, no muy segura de haberlo hecho bien.

—Seguro que es Vivian —murmuró Alex para sí mismo y cerró su mano en un puño, pero mis oídos lograron escucharlo.

—Puede, a lo mejor teme que le arruines su estatus social confesándome que sois hermanastros —solté el tema como si nada—. Si es que es tu hermanastra...

—No lo es —respondió tan seguro de sí mismo que hasta me lo creí, pero veía tanta rabia en sus ojos que no podía dejar ese tema zancado.

—¿Entonces por qué piensas que es ella? —cuestioné, soltando las notas en la mesita de noche y clavando mi ojos en los suyos con aires de desconfianza.

La pregunta que le hice lo pilló desprevenido, ya que comenzó a hablar titubeando.

—Em... no... no sé... Cre-creo que... le caigo algo bastante mal a tu amiga —se encogió de hombros y evitó mi mirada—. Se metía mucho con ella y ahora que no está... parece que la estoy sustituyendo.

—¿Te refieres a Zada? —pregunté y él asintió—. Ah... pero no creo que ella sea capaz de... Espera, ¿qué le hicieron al coche?

—Destrozaron completamente el motor por dentro —declaró, soltando un suspiro con la mirada clavada en el suelo—. ¿Qué te paso antes en el pie? —preguntó cuando sus ojos captaron mis pies.

Alex era un chico bastante listo y sabía cómo cambiar de conversación sin que se notara. Qué pena que yo también haya desarrollado la inteligencia de no caer en sus artimañas. Sin embargo, no iba a ser una persona cruel; le iba a seguir el juego. Tampoco es que quisiera que se sintiera incómodo después de seguir conmigo a pesar de las amenazas.

—Me di con el escritorio en el dedo mini cuando iba a ir a recibirte —le conté y me reí al recordar la situación. En ese instante te dolía a rabiar la zona golpeada, pero después era un momento bastante cómico.

—Uf, eso duele —reveló y yo asentí, dándole la razón.

La puerta se abrió, dejando ver tras ella a Clarence, la ama de llaves.

—¿Queréis algo para merendar, chicos? —nos preguntó con la sonrisa espectacular que siempre tenía en la cara—. Tengo preparado unos CupCakes rellenos de chocolate deliciosos.

Clarence era la típica cocinera de la casa que se parecía a una abuela. Ella quería hacerte de comer cada dos por tres para saciar tu hambre. Todo lo que hacía siempre le salía delicioso. Su complexión era robusta, con un corto cabello negro como el carbón —aunque más bien lo tenía gris por las canas, pero se aplicaba tinte— y unos grandes ojos castaños destacaban en su cara, como su nariz. Clarence era la mujer más tierna que conocía. Es más, era mi segunda madre, por decirlo así.

—Tráenos unos cuantos si puedes. Alex tiene que probarlos. Seguro que les encantará —le pedí y clavé mi vista en él, sonriéndole.

Clarence se fue tras la puerta, dejándonos de nuevo solos.

Me giré hacia Alex y suspiré.

—Vuelvo a insistir, Vivian no sería capaz de hacer tal cosa. No la veo mecánica —dije completamente segura de mis palabras.

Mi mejor amiga podía ser una maniática y hacer sufrir a las personas de una manera bastante renegrida, pero ella no tenía las habilidades de mecánica para poder destrozar el motor de un coche.

Después de un rato debatiendo quién podría haber sido, lo dejamos como un tema que luego averiguaríamos, ya que habíamos perdido una hora de la investigación sobre el secuestro de Zada y era el objetivo principal por el que habíamos quedado.

Capitulo 18 editado y listo

¡¡¡Hola!!! Aquí tenéis el capitulo que os prometí hoy. Como ya dije en el anterior capítulo, la semana que viene se actualizará la obra solamente los domingos, por temas de estudios. Hoy empecé los exámenes finales (estaré dos semanas ocupada con ellos) y el que hice hoy creo que lo tengo suspenso, ya que me cayó justo el punto que no me dio tiempo a estudiar :( Se que no os importará jajaja pero así me desahogo. Hasta el domingo <3

Atte: Nezla.

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