4. La hora ha llegado
—En nombre del cielo, pedimos posada, pues no puede andar, mi esposa amada —cantan del otro lado de la puerta.
—Aquí no es mesón, sigan adelante, o va a salir, con la chancla mi madre — canta Matías sin abrir la puerta.
—Esa no es la letra —me quejo desde el sillón.
—Shhh... Cállese —me regaña.
Hoy es veinticuatro de diciembre. Los días pasaron volando, y al fin, la hora que tanto esperé ha llegado. Acaricio la bolsa donde está el regalo de Santi.
Aún no puedo creer que el universo me concediera el privilegio de darle un regalo. ¿Qué portabilidades había de que pasara? Pero aquí estoy, con una bella camisa para él, esperando que mi hermano y sus amigos dejen de jugar en la puerta... Digo, de pedir posada; a su estilo, claro.
Suspiro. Solo faltan minutos para que llegue la hora acordada y pueda darle el regalo a Santiago. Espero no ponerme nerviosa cuando pase a recogerlo. Siempre que estoy a su lado siento que me tiembla todo, no puedo acercarme para decirle algo que me pongo colorada, y casi siempre me sucede algo vergonzoso cuando él me está mirando.
Él no sabe nada de eso... Al menos eso creo. Si tan sólo supiera que mi mundo se sacude cada vez que se acerca. Si él pudiera meterse en mis pensamientos y conocer todo lo que mis silencios quieren gritarle. Santiago está tan cerca y a la vez tan lejos de mí, el soñar con algo a su lado me parece un imposible.
Aunque... Podría hacer algo para que eso cambiara.
—Tu madre es muy buena, a mí no me regaña, si al caso te pega, es porque no abres la puerta —El canto de Pepe me regresa a la realidad.
—A mí no me chancletean, y no te estoy abriendo, dí la contraseña, o no me voy contigo —vuelve a cantar Matías.
No sé de dónde sacan tantas cosas que ni siquiera riman, y presiento que esto va pa' largo. A este paso no voy a poder entregarle el regalo a Santiago.
Si tan solo conocieras lo que guarda mi corazón. Si te dieras cuenta de que a tu lado pierdo la razón. ¿Nuestra historia podría cambiar? Mis sueños a tu lado podrían volverse realidad.
Un día simplemente te vi algo especial, no sabía en ese entonces qué podía significar, más ahora me doy cuenta de lo que todo ello trajo, y es que lo que siento por ti no es ningún relajo.
Soy pésima rimando. Si le diera una carta a Santiago con eso escrito seguro no querría mi verme después.
Espera... Podría escribir una carta diciéndole lo que siento. Sin rimas, claro. Este regalo es una buena excusa para acercarme a él.
—¡No me dejen! —le grito a mi hermano mientras corro enchancladísima a mi cuarto.
Tomo una hoja de papel, un lapicero y me siento en la cama, apoyándome sobre una libreta. Respiro profundo mientras pienso en que escribir.
¿Querido Santiago se escucharía muy formal?
¿Hola amigo?... Ni siquiera es mi amigo.
Piensa Metztli, piensa.
¿Y si dejamos las presentaciones y vamos directo al grano?
Desde que te vi por primer vez supe que eras diferente...
Y dejo que la pluma siga su camino, vaciando mi corazón en esa carta, confesando todo lo que nunca le he dicho. Al terminar la doblo por la mitad y la introduzco en unos de los espacios que no están sellados de la bolsa de regalo.
Salgo del cuarto nerviosa. ¿Habrá sido una buena idea escribir eso? Sea bueno o no, ya lo hice y no puedo echarme para atrás. Además ya no le quedan grapas a la engrapadora.
En la sala distingo a los amigos de mi hermano, Pepe y Chiki. Suspiro, al menos Samuel no vino para acá.
—Metz, pasa el regalo —dice Matías al ver que llegué.
Instintivamente abrazo la bolsa.
—Vieras a tu hermano, no quiere que la gente sepa cuál es su regalo —explica Pepe.
—El Chikis los va a llevar todos, pasa pa'cá el tuyo, nadie lo va a ver —Matías se acerca a mí.
Le entrego el regalo, pero me arrepiento de inmediato cuando veo que revisa toda la bolsa.
—¿No le pusiste nombre, Mezcal?
—Mezcal, el que bebía tu abuela —le digo, quitándole el regalo.
—También es tu abuela —refuta—, y no la mates que las dos siguen bien vivas.
Los insultos con abuelas y madres no surten efecto cuando eres de la misma familia.
—Es que habla de una abuela hipoteca —defiende el Chiki—. Cómo cuando te mientan la madre, pero no es tu madre.
—Esa madre me confundió —dice el Pepe.
—Pues esta madre debe llevar nombre, así que a escribir —exige Mati.
—¡Metztli! —Y hablando de madres...
Mamá gritó, hora de correr.
—Escríbeselo porfa —le pido a Matías dejándole el regalo.
—¡¿Para quién?!
—¡San! —grito entrando a la cocina—. Mande, mamá.
—Mi amor, recuérdale a tu hermano que no se va a quedar pajareando, porque tenemos que ir acá tu abuelita para la cena.
La reputación de que Matías se queda platicando siempre que sale es legendaria.
—Sí, mamá.
—Entregan el regalo y se vienen corriendito.
—Ah bueno. ¿Algo más?
—No mi vida, cuídense.
—Sí má, te quiero mucho.
—Y yo a ti mi princesa. Te ves hermosa —Me da un beso antes de volver a lo que hacía.
Sonrío, ajustando mi vestido azul antes de regresar con mi hermano y sus amigos. Ellos ya están en la puerta esperándome para ir juntos a casa de Ximena. El Chikis lleva los cuatro regalos, dos en cada mano.
En la entrada de la casa se encuentra una mesa llena de regalos. Una cartulina rosada pegada en la puerta reza: Deja el regalo aquí. Escribe el nombre de tu santa Secreto.
—Debemos obedecer a la cartulina —dice Víctor dejando los regalos junto a los demás.
Adentro están casi todos los chicos del barrio. Mi hermano y sus amigos se sientan en una esquina, pero debido a que no hay lugares libres junto a ellos, me veo obligada a irme más lejos.
Después de unos minutos entra Santiago cargando varios regalos, seguido de Samuel y Ximena. Depositan los obsequios debajo del árbol antes de buscar un lugar. Sam jala una silla vacía y se sienta junto a sus amigos.
—Gracias a todos por venir —habla Ximena al centro de la sala—. Cómo pudieron notar todos sus regalos están debajo del árbol. Esta vez vamos a cambiar la dinámica; ya no va a pasar uno a decir a quien le tocó y luego el siguiente y así hasta terminar. Esta vez yo tomaré un regalo, leeré el nombre y esa persona debe adivinar quién se lo dió.
—Suena difícil —dice Paco en voz alta.
—Ay, así no me gusta —comenta Mary Chuy, que está a mi lado—. Soy pésima adivinando cosas.
Asiento como respuesta. No sé si habla conmigo o con ella misma.
La dinámica comienza. Uno por uno van pasando cuando su nombre es mencionado. El corazón se me acelera cada que Ximena se inclina para tomar un regalo, y suspiro de alivio al ver qué no es el que traje.
Todos están abriendo los obsequios al frente. ¿Y si Santiago lee la carta ante los demás?
—Creo que fue... Ximena —dice Lupe señalando a la susodicha.
—Error. ¿Quién fue?
Priscila se pone en pie con una sonrisa. Después de agradecer por el regalo, Xime toma otro del montón.
Ay no puede ser...
—Sam... —lee el nombre— Supongo que Samuel —completa con emoción.
Espera... ¡¿Samuel?! ¿Cómo que Samuel?
Volteo hacia el mencionado, y en cámara lenta, lo veo avanzar hacia Ximena. Toma el regalo de sus manos con una sonrisa.
Mi corazón no sabe si detenerse o latir más fuerte. Miro a Matías que sonríe orgulloso. Hijo de su... Nunca en mi vida vuelvo a dejar que escriba el nombre en un regalo.
—¡Qué lo abra! ¡Qué lo abra!
Samuel obedece a los gritos de los muchachos y abre la bolsa verde. Dejó de respirar mientras él mete la mano para sacar el regalo.
Que no sea la carta, por favor, que no sea la carta.
Una camisa azul bien doblada sale a la luz, suspiro de alivio al tiempo que él sonríe. Pero mi felicidad se esfuma al notar que un papel cae al piso.
¡San Ignacio, ya me cargó el payaso!
En cámara lenta, alcanzo a ver que una mano lo toma y comienza a leerlo.
—Desde que te vi por primer vez supe que eras diferente a todos los demás chicos —lee con voz melosa el Paco—. No sé cómo explicar todo lo que me haces sentir.
Samuel le arrebata la carta en un segundo, un tanto chiveado, si verla la mete en el bolsillo de su pantalón. Todos se quedan en silencio, y lo único que quiero es que la tierra me trague.
Volteo hacia donde Matías se encuentra sentado. El trio me esta mirando, pero sus amigos desvian la vista al notar que yo también los observo. Mati pasea su vista de Samuel a mí, y eso no me gusta para nada.
¡Santa María, que suerte la mía!
¿Cómo pude terminar en esta situación? ¿Por qué estoy recordando tantos santos? ¿Acaso puede empeorar?
Me arrepiento de pensar lo último cuando Ximena vuelve a hablar.
—Y... ¿Quién es el Santa Secreto de Samuel?
Salto del susto en mi lugar, mientras que los ojos de todos los presentes buscan al responsable. Todos menos mi hermano, que no despega su vista de mí.
¡Ya nos cayó el chahuistle!
—¡La carta lo debe de decir! —grita alguien del montón.
Mis ojos se centran de manera automática en Samuel, quién lleva una mano a su bolsillo, pero no saca la carta.
—No es necesario, chiquito, tú sabes que yo te amo —Veo como mi hermano se coloca en pie, haciendo gestos raros.
Y ahora no sé si quiero que la tierra me trague por lo que hice o por la pena ajena que eso me da.
—¡Ya te lo bajaron Ximena! —exclama Chikis.
La mencionada frunce el seño.
—Ay, que bello es el amor —remata Pepe.
—¿Fuiste tú Mati? —cuestiona Ximena dudando de sus palabras.
—Simón. Y si puedes te pediría que Metztli y yo fuéramos los próximos en pasar, porque mi mamá nos va a matar si llegamos tarde.
—La chancla te espera —exclama Pepe.
Ximena balbucea algo antes de buscar entre los regalos. Samuel se escurre intentando no ser notado mientras regresa con sus amigos. Lo veo hablar con mi hermano, Matías me da un vistazo antes de seguir platicando con él.
—Bueno, seguimos con Matías.
Mi hermano palmea el hombro de Sam antes de pasar al frente a tomar la caja que Ximena le ofrece con una sonrisa; la abre haciéndose pato hasta que extrae de su interior un libro que no alcanzo a distinguir.
—¡No sé quién seas, pero te amo! —exclama dando un salto.
—¡Yo también te amo! —grita Samuel.
Ambos hacen una seña rara que solo ellos entienden y Matías vuelve a tomar su lugar.
—Me perdí. ¿Samuel es el Santa Secreto? —Ximena los ve sin creerles nada.
Sam solo asiente. La anfitriona se pasa una mano por el pelo antes de continuar.
—En fin. Metztli, tu regalo.
Nerviosa me paro de la silla y avanzo hacia Ximena. Tomo el regalo sin ver a nadie, con la esperanza de que mi Santa Secreto sea Santiago. Muestro al público la bella bolsa color beige que contenía el paquete.
Una pequeña nota de feliz navidad me hace sonreír. Observó a todos los chicos y chicas de la sala intentando decifrar quién me lo dió. Mis ojos buscan a San, pero él está clavado en su celular. Suspiro, ni cuando soy el centro de atención repara en mí.
—¿Quién crees que fue? —pregunta Ximena sin mucha emoción.
Mi mente grita que diga Santiago, pero no lo hago, ya he tenido suficiente.
—No lo sé —murmuro, encogiendo los hombros.
Ximena voltea hacia el público. Susana se colocan en pie con una sonrisa.
—Espero que te guste —dice ella.
Le doy las gracias, antes de pasar a mi lugar, un tanto decepcionada. Por algún extraño motivo siento ganas de llorar. Debí saber que todo esto sería un desastre.
Matías se acerca a mí. Me entieso en mi silla, si no me muevo no me ve. El carraspea para llamar mi atención, sin mucho éxito.
—Metz, apúrate —susurra pateando mi pierna.
Se aleja de mí al notar que no le hago caso.
—Muchas gracias por la invitación, pero ya debemos irnos —se despide caminado hacia la puerta.
—Gracias a ti por venir, ustedes. Gracias a ustedes por acompañarnos —corrige Ximena.
Corro detrás de él sin levantar la mirada. Salimos de la casa y el aire frío nos recibe, haciéndome temblar.
—¡Vámonos que aquí espantan! —exclama Mati caminado hacia la casa.
No hemos avanzado mucho cuando la mención de mi nombre hace que me detenga.
—¡Metztli!
No volteo. Reconozco esa voz y no es precisamente alguien a quien quiera ver.
—¿Qué pasó compa? —interroga mi hermano.
Samuel llega corriendo hacia nosotros.
—El regalo no era tuyo, güey —asegura.
Mi corazón se acelera. Matías mantiene un semblante serio. Mi razón deja de gritar por unos segundos, segundo en los que me doy la vuelta y comienzo a hablar.
—El regalo no era para ti —confieso—. Este menso escribió mal lo que grité o no sé que pedo pasó, pero el caso que que a mí no me tocó tu nombre... Igual puedes quedarte la camisa, si te gusta claro, y... y... —Mi cerebro se seca y no sé que más decir —. ¡Y feliz navidad!
Termino la frase y salgo corriendo como alma que lleva el diablo hasta mi casa. Parece que el corazón se me va a salir del pecho. Ni maíz paloma vuelvo a participar en un intercambio de regalos. La próxima vez amada conciencia, porfis échame un grito de ¡Aguas con el Santa Secreto!
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