3. Compras navideñas
Me duelen los pies y estoy aburrida. Mi madre entró al probador con un mundo de ropa hace como una hora... No menos, dos. Yo ya conseguí los dos vestidos que mi papá me compra cada año, así que lo único que me queda es pasear en la tienda fingiendo ver las prendas.
¡Ahora entiendo por qué papá se queda paseando mientras compramos!
—Güey, ya me aburrí —murmura Matías a mi lado.
—Mira, cómprate este pantalón —le digo enseñándole uno rayero.
—Pa' que me digan cebra, no gracias. Pero a ti te quedaría bien este.
Mati coloca frente a mí una blusa verde fosforescente. Me alejo sacudiendo las manos para que acomode eso en su lugar. Él solo se ríe de mí.
—Estas blusas están en el apartado de pijamas, pero lucen como algo que yo usaría para salir —comento admirando las blusitas.
—Compra la que tiene una llama. Está chidísima.
Esta vez estoy de acuerdo con él. La llama se ve tierna y el color me fascina, pero mi dinero está destinado para otra cosa.
—Sí, pero tengo que comprar el regalo del santa secreto. Si me llevo la blusa me voy a quedar pobre.
—¿Y qué le vas a regalar? —me pregunta buscando entre los vestidos.
—No lo sé. Quiero que sea algo que él pueda usar y pensar en mí cada que lo vea —murmuro, imaginando a Santiago.
—Ajá... ¿Crees que le guste a Mary?
Ni siquiera me peló. Pero como buena hermana que soy observo lo que me está enseñando.
—Es bonito.
Matías sostiene un vestido rojo de falda suelta.
—¿Será que le quede? — cuestiona, intentando usarme de modelo.
—Yo digo que sí, pero mejor pregunta si lo puedes cambiar.
Él asiente analizando el vestido. Al final decide comprarlo y se forma para pagar, en una cola muy larga. A lo lejos veo a mi mamá salir del probador con menos de la mitad de la ropa que metió.
—¿Vas a comprar algo mi amor? —pregunta al llegar a mi lado.
—Nop —contesto sonriéndole.
Después de salir de esa tienda, seguimos caminando hasta llegar al lugar donde cada año Matías compra sus estrenos navideños.
—Buscar algo bonito, buscar algo bonito —murmuro analizando los artículos.
Por más que veo nada me dice: ¡Cómprame! Soy lo que Santiago necesita.
Mi madre busca entre las guayaberas cuál comprarle a su hermano, cada año le regala una. Matías se pasea la tienda tocando las telas, viendo los colores y... ¿Metiendo la cabeza entre las camisas?
—¿Qué rayos haces? —pregunto punzándole el abdomen.
—Busco las tallas —contesta sacando la cabeza de dónde la había metido.
—A veces me das miedo, hermanito.
Él solo se ríe y sigue buscando ropa. Suspiro resignada. Buscar algo para otra persona es complicado, ¿y sí lo que le compro no le gusta?
No, no, no. Nada de pensamientos negativos. Voy a encontrar algo hermoso aunque sea lo último que haga.
¿Una camisa? ¿Un pantalón? ¿Ropa interior? Na, eso lo regalan... Bueno alguien lo debe regalar. Tal vez debería comprar una taza con bombones o uno de esos chocolates que ya vienen en cajas de regalo.
Sin esperanzas de encontrar algo en esta tienda, me doy la vuelta y es justo ahí donde la veo... ¡La camisa perfecta!
—¡Matías, Matías, Matías! —grito emocionada buscando a mi hermano.
Lo encuentro en la fila, listo para pagar lo que escogió.
—¡Matusalén, te necesito!
Sin previo aviso lo jalo del brazo arrastrándolo conmigo. Él protesta pero aún así me sigue.
—Mira, mira, mira.
Y claro que me mira, pero con cara de:
¡Auxilio! Mi hermana está loca.
—¿Qué te pasa? Parece que alguien te quiere secuestrar.
Tomo la camisa y la pongo frente a sus ojos.
—Linda —menciona—. Pero no es mi talla.
—No para ti menso, para mi santa secreto.
—En primera, no me insultes, maleducada. En segunda, está chida, yo digo que la compres.
—Pero... No sé que talla es él —recuerdo, un tanto decepcionada.
Matías me observa con una sonrisa de maldad... Eso no es bueno...
—Pues... Verás... Yo podría decirte a ojo de buen cubero que talla debes llevar, pero como no sé a para quien es, no puedo ayudarte.
Su carita de sufrimiento e impotencia no me engaña. Este sujeto siempre se sale con la suya. Resoplo resignada, aunque una loca idea se atraviesa en mis pensamientos. Sonrío con inocencia antes de contestar.
—¿Tengo que decirte? Chale... Es... Sam —digo con dificultad.
—¿Qué Sam? —cuestiona sin entender.
Me golpeo mentalmente.
—Samuel —murmuro.
Decirle Sam me hacía sentir menos mentirosa, porque casi puede pasar por San... ¡Pero este compadre no me entendió! Ahora sí siento que lo engaño.
Aunque puede funcionar. Parece que ambos tienen la misma complexión, así que sus tallas deben ser similares. ¿Verdad?
—¡Ajaja! Ahora sí me lo dijiste. Ya soltaste la sopa —canturrea victorioso.
—Que maduro... —murmuro.
Él frunce el seño, aunque luego vuelve a sonreír.
—Y... ¿Qué talla crees que es?
—No tengo ni idea. Pero ahora lo vamos a averiguar.
Me arrepiento de inmediato al verlo sacar el celular de su bolsillo. Se me para el corazón cuando mueve los dedos sobre la pantalla. Casi me da el soponcio cuando se lo lleva a la oreja.
¿Pero qué rayos?
—Hola bro. ¿Qué onda?
Matías me sonríe con maldad mientras Samuel habla. Por buena o mala suerte no puedo escuchar lo que dice.
—Nada, solo quería hacerte una pregunta casual... ¿Qué talla de camisa eres?
Me golpeo la frente, y esta vez no en mi imaginación. Mati se burla en silencio.
—Sí, sí, es una pregunta súper normal. Es como cuando tus tías te preguntan tu talla, tú les contestas esperando un regalo y de repente... No te dan nada, pero, súper normal.
¿Pero qué está diciendo? Esto ha sido una mala idea.
—Na, que va. Tú solo contesta y dejaré de molestarte.
¿Por qué a mí no me dice esas frases?
—Es que siempre es bueno saber sus tallas. Así que dime también cuál es la de tus pantalones, playeras, zapatos... Sin albur compadre, sin albur.
Matías se ríe de algo que dicen del otro lado. Luego niega y se cambia el celular de oreja.
—Gracias mi vida, mi compa, mi cuate, mi hermano, mi carnalito, mi... Sí ya no se me ocurrió otro —Mat vuelve a reír— Sale. Te lo cuidas güey.
Se ríe otra vez y cuelga.
—No me mires así. Querías la talla, tengo la talla. Además, pudiste haberte ido para allá si no querías escuchar mi conversación —Lo último lo dice señalando la salida.
Matías revisa la camisa que aún tengo en las manos y asiente.
—Hasta bruja resultaste, esta es la talla de Samuel—dicho esto regresa a la fila.
Reviso la etiqueta para ver si está dentro de mi presupuesto antes de ir a pagar. Espero que a Santiago le guste tanto como a mí, y que Samuel no se ilusione con su regalo.
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