Capítulo 51 - Un alivio
El español rio solo incontrolablemente por unos segundos antes de que lograra calmarse –o mejor dicho, antes de que Gilbert le diera una palmada amigable algo brusca en la espalda y comprendiera que le debía una explicación a todos.
—Lo siento, es que... —se sobó un ojo, tratando de calmarse. Rio por un par de instantes más para respirar profundo luego y mirar al frente con una sonrisa decidida.— Perdón. —se le escapó una risita y se tapó la boca, esta vez en serio.— Es que ya me había percatado antes que, de la forma en la que escribe, no hay manera de descubrir si es hombre o mujer o lo que sea. Me hace mucha gracia que hayan pensado por defecto que era una mujer, el dueño del diario.
El grupo entero se quedó en silencio, en parte sorprendidos y en parte avergonzados de haber estado pensando todo el rato que el diario pertenecía a una chica.
Oh, si el dueño real llegaba a enterarse.
—¿N-No es una mujer? —preguntó confundido Peter.
—¡No! Quien escribió el diario es un hombre. Es el hermano menor de un amigo mío. —negó divertido el español.— Se comporta algo femenino cuando quiere pero es un hombre de pies a cabeza.
—Yo... no me lo esperaba. —murmuró el estadounidense.
—Yo tampoco. —añadió avergonzado el chino.
Elizabeta sonrió divertida y miró a Kiku a su lado, quien ya había sacado su libreta y estaba corrigiendo quién sabe qué cosa.
Yekaterina suspiró.
—Realmente creí que era una chica, no sé por qué. —dijo en voz baja.
—Tal vez porque es más común que las mujeres escriban diarios. O al menos eso es lo que la mayoría tiene en la cabeza. —Arthur se cruzó de brazos, al parecer irritado.
—No me digas que escribes un diario, mon cher. —rio burlonamente el francés, y Alfred no pudo evitar que se le escapara una risa que cubrió de inmediato con su mano.
—Wow, realmente eres una rana: saltas mucho a las conclusiones. —espetó claramente irritado el inglés, causando que el albino y el español (aunque a menor escala) estallaran en un "OOOHHHHH" contra Francis.
(T/N) pudo ver de reojo cómo Kiku avanzó hasta una página casi al inicio en su libreta, marcó una raya bajo el nombre del inglés, y regresó a sus correcciones.
La joven barrió a los demás con la mirada y vio a Matthew en un debate mental entre reírse o sentir vergüenza ajena, a Natalya tratando de no reír y a Ivan mirando divertido la escena.
Peter reía sin reparos.
Aliviada y aunque aún algo sorprendida por lo de la dueña– no, el dueño del diario; la (nacionalidad) rio en silencio ante las tonterías de los demás integrantes. No podía imaginarse qué habría hecho si hubiera tenido que dejar a alguno de ellos atrás.
No quería imaginarlo, siquiera.
—Pero Anton, ¿cómo diablos terminaste entre los Darksiders? ¿Te atraparon? ¿Te quedaste sin comida o agua y tuviste que unirte? —bromeó el albino entre risas, aunque en realidad quería saber la respuesta. Y todos los demás calmaron sus carcajadas y prestaron atención.
—¡Eh! ¿En serio crees que me dejaría atrapar por esos bastardos? —hizo pucheros el ibérico, causando risas de disculpa del albino y una sonrisa de "continúa" de Francis.— Verán, realmente no quería unirme a ellos. La idea cruzó mi cabeza en algún momento, y lo pensé bastante. Tenía muy pocas probabilidades de encontrarlos a ustedes, sobre todo si no tenía muchas pistas. —explicó.— Así que supuse que, si ustedes eran un grupo grande, que viajaba, que tenía agua, y no eran maleantes; lo más probable era que los Darksiders los estuvieran persiguiendo. Por lo que la manera más "segura" y rápida de llegar con ustedes era unirme hasta encontrarles.
Todos se quedaron mudos por unos instantes, sobre todo los dos amigos. Gran parte del grupo estaba impresionada por el proceso de pensamientos de ese relajado joven, mientras que el albino y el francés tenían unas expresiones de sorpresa que (T/N) solo pudo traducir como si solieran olvidarse de que su "inocente" amigo pudiera pensar con tanto ingenio.
—Tiene sentido... —sopesó Kiku, tomando nota.
—Hey! Nunca respondiste mi pregunta. —se percató Alfred.
—Ah, cierto. ¿Qué pasó para que nos separáramos? Era esa, ¿cierto? —inquirió Antonio, y el estadounidense asintió.— Nos emboscaron unos maleantes del área. Hicieron volar el lugar en el que estábamos, por lo que tuvimos que ir en diferentes direcciones. Creo que no morimos ahí solo porque la noche anterior nos habíamos reunido para que nos contara que al día siguiente iba pasar algo muy malo que nos separaría. Nos dijo que tuviéramos cuidado, y fue entonces que me entregó la carta. —recordó el español.— Y como ya leyó (T/N), se supone que vamos a encontrarnos con los otros dos antes de llegar al recinto. Son un soldado y mi amigo, un diseñador de ropa formal.
Arthur soltó un silbido de sorpresa a pesar de que su rostro parecía más indiferente que sorprendido.
Nuestra protagonista supuso que era debido a la mención de un soldado más.
Aclaradas todas las dudas, la cháchara se prolongó por otros quince minutos antes de que decidieran continuar con su camino. Se subieron a los vehículos y partieron hacia la siguiente ciudad.
No creyeron que serían tan afortunados.
Se detuvieron en varios lugares en varias calles, como era rutina, para inspeccionar sin esperanzas por si llegaban a encontrar algo útil. Pero esta vez, mientras los tres amigos estaban jugando Francis terminó por caerse sobre un trozo de pared inclinado sobre el muro de la tienda en la que estaban.
Y el trozo se movió a un costado por el repentino peso, dejando a la vista parte de un contenedor grande que había terminado sepultado bajo los escombros.
Resultó que el contenedor tenía ingredientes para cocinar, así como frutas. Pero más importante: tenía harina.
Ahora podían volver a hacer tartas con los jugos de frutas purificadas.
Se detuvieron al lado de una acequia para rellenar sus cantimploras y galones con el agua nuevamente potable y continuaron con su inspección. Se les hizo tarde, sin embargo, así que se detuvieron a pasar la noche en el estacionamiento de una casa.
A la mañana siguiente, prosiguieron con su camino por la ciudad, buscando cosas aquí y allá por todo el día. Almorzaron la primera tarta en mucho tiempo y tuvieron la fortuna de encontrar cuatro casacas gruesas en buen estado.
Ya tarde y al llegar a la plaza, se estacionaron para descansar y admirar el cielo enrojecido por el atardecer.
Era tan pacífico. Transcurrieron diez minutos en silencio que (T/N) aprovechó para hacer un recuento de todo lo que había pasado hasta ahora.
Habían recorrido un largo camino desde la escuela de Peter y su propia casa.
Gilbert tarareaba una canción con calma, sentado al lado de Antonio y Francis, para cuando Yekaterina se levantó de su sitio al lado de su hermano.
Elizabeta la miró.
—¿Pasó algo? —inquirió algo preocupada al ver la expresión que llevaba la ucraniana. Parecía estar tratando de distinguir algo a la distancia. Uno nunca sabía cuándo aparecería el peligro, así que la húngara tenía todo el derecho a preocuparse.
La rubia de cabello corto no respondió por unos segundos, como si estuviera demasiado concentrada. Su expresión se suavizó en cuanto se giró a ver al resto del grupo y sonrió, avergonzada.
—¿Esa no es una tienda de juguetes? —indicó con una mano el local del otro lado de la plaza que había estado observando.
—¿Eh? —se emocionó Peter, mirando en la dirección que la ucraniana apuntaba.
(T/N) le imitó. Era un local algo pequeño y el letrero estaba corroído por el tiempo y cubierto en parte por las plantas alrededor. Pero si parecía una juguetería, a juzgar por los desvanecidos colores de la fachada.
—Sí, parece una tienda de juguetes. —sonrió el español.— ¿Por qué?
—Ah, no, solo decía... —bajó la vista algo nerviosa Yekaterina.— Es que como siempre pasamos mucho rato sin hacer nada en el camper, pensé que tal vez un par de juegos de mesa no nos vendrían mal.
—Tiene sentido. —sonrió de lado la húngara, aparentemente aliviando a la otra.— Es decir, todo lo que tenemos es la baraja de Vladimir y el shōgi improvisado de Kiku.
—No, solo tenemos la baraja. —corrigió el japonés.— El tablero que hice se arrugó la otra noche, y la mitad de las piezas de papel se perdieron.
—Bueno, es una buena idea ir a ver si encontramos algo. —se alegró el estadounidense, y parte del grupo asintió.— ¿Vamos? No perdemos nada.
Divertidos por la idea de que iban a ir a buscar algo con lo que no aburrirse, el grupo se subió a la camioneta y al camper y condujeron con calma hasta la calle al otro lado de la plaza, estacionándose frente a la tienda.
Se bajaron Yekaterina, Vladimir, Gilbert, Alfred, Antonio, Peter y (T/N).
Nuestra protagonista ingresó al abandonado local por uno de los vidrios rotos, que en algún momento debieron servir como escaparates para promocionar los juguetes. Caminó tras un emocionado Peter, quien saltaba sobre los escombros dentro de la tienda junto con Alfred y Antonio.
(T/N) miró a su alrededor, de pie al lado de la ucraniana, y se quedó asombrada.
Todo estaba intacto. En cierto modo, le recordó bastante a la imprenta en la que se encontraron con Gilbert: nadie se había dignado a entrar a investigar en todo este tiempo. Los estantes estaban llenos de polvo, plantas y cajas con los juguetes que nunca se vendieron.
Era bastante triste, en realidad, pensar que en algún momento ese lugar debió estar lleno de padres y niños emocionados por recibir un nuevo juguete. Tal y como Peter lo estaba ahora.
Peter, Alfred y Antonio, a decir verdad.
—¡(T/N), (T/N)! ¡Mira! —llamó el niño desde el otro lado del local, sacando a la joven de sus pensamientos.
Ella caminó con cuidado entre los escombros hasta llegar al lado del pequeño. Peter señalaba algo en una repisa a la altura del pecho de ella, es decir, algo alta para que él alcance.
Nuestra protagonista sostuvo el objeto polvoriento del espacio en el estante y lo acercó al niño. Era un barco a burbujas, un juguete que funcionaba con aire para navegar. Era mediano y de colores azules, bastante bonito a los ojos de la joven.
—¿Qué es? —preguntó Peter asombrado. (T/N) se acuclilló frente a él para que pudiera observar el barquito mejor.
—Es un barco a burbujas. —le explicó ella con una sonrisa en su tono de voz.— ¿Ves estos dos tubos de aquí? —le indicó un par de tubos en la parte baja trasera del barco.— Tienes que soplar aire por uno para que entren burbujas en los tubos. Luego prendes una pequeña velita para calentar esta parte, —continuó indicando, esta vez el trozo de los tubos que pasaba por la proa.— y las burbujas son expulsadas por el otro tubo, haciendo que el barco avance en el agua.
Al terminar su pequeña explicación, se tomó unos segundos para admirar la emoción en los ojos del niño frente a ella.
—Genial... —murmuró Peter, tomando el barco de entre las manos de la joven para poder verlo mejor.
Ella sonrió tras su máscara, le ajustó el gorro de capitán al niño con cuidado y se giró para ver lo que hacían los demás. Vladimir estaba desempolvando un juego de cartas que no podía reconocer desde donde estaba, pero Yekaterina parecía emocionada. Alfred, Gilbert y Antonio, por otro lado, estaban haciendo una torre para tratar de llegar al estante más alto.
Eso picó su interés, y nuestra protagonista se acercó para ver qué pasaba.
Para cuando llegó a su lado, Gilbert estaba ayudando a Antonio a bajar de los hombros de Alfred. Sostenía una caja polvorienta en sus manos, y los tres se veían satisfechos.
—¿Qué encontraron? —inquirió ella, curiosa.
—¡No vas a creerlo, dudette! —exclamó el estadounidense, irguiéndose tras haber bajado al español.— ¡Encontramos Mon*polio!
—Ahora ya no vamos a aburrirnos nunca. —rio Antonio.
Felices con lo que habían encontrado, el grupo regresó a los vehículos y guardaron el Mon*polio, el barco de Peter, y el juego de cartas que Vladimir y Yekaterina habían encontrado (que terminó siendo Un*) en los cajones del camper.
Gilbert, Francis y Antonio habían insistido en que los dejaran ir en el techo de la camioneta, al menos hasta la salida de la ciudad; y luego de una larga discusión Alfred convenció a Yao y a Arthur de dejarlos salir.
Así que reanudaron su camino con los tres amigos felices sobre la camioneta. En el camper se dedicaron a jugar con el nuevo set de cartas y en el auto fueron con paz y tranquilidad (si es que podían ignorar las risas y gritos del techo).
Tres rondas de Un* más tarde y con una contundente victoria de la ucraniana sobre los otros jugadores, comenzó a anochecer. (T/N) estaba sentada en el sillón grande entre Vladimir y Elizabeta, y jugando estaban también Yekaterina, Yao y Matthew. Lukas estaba sentado en el sillón del fondo, leyendo; y Peter estaba poniéndole nombre a su barco sobre la cama.
—Y con esto pierdes turno, Vladimir. —anunció Yao medio burlón, pues en el juego anterior el rumano había invertido el curso del juego y le había hecho robar una cadena que sumaba dieciocho.
—¡Oye!
—Me toca, entonces. —lo interrumpió (T/N), divertida. Miró sus cartas y miró la carta azul que Yao acababa de poner. Como no tenía nada, extendió su mano para tomar una del centro.
Sin embargo, antes de que llegara a tocar la pila de cartas escucharon un grito desde fuera. No entendieron muy bien qué decía, pero pudieron reconocer la voz de Gilbert. Inmediatamente después, oyeron a Alfred, Kiku y Arthur gritar y el camper se detuvo de repente junto con la camioneta, impulsando a todos los que estaban dentro hacia delante.
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Les damos algo de relajo y felicidad a estos hermosos uwu
Se lo merecen~
De cualquier forma, nos vemos el martes ^^/
Les loveo <3
-Gray
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