Capítulo 49 - El tercer amigo
Segundos después del primer disparo, un segundo sonido seco recorrió el camper con gran velocidad, seguido de otra fuga de aire en la lejanía. Todos volvieron a agacharse de reflejo, pero alguien levantó la cabeza.
(T/N) (T/A).
—¡(T/N)...! —llamó sorprendido y asustado Vladimir, acuclillado a su lado al ver que la joven se levantaba con torpeza.
Pero ella le ignoró, porque no tenía miedo de las posibles balas que estuvieran yendo de un lado a otro. Después de todo, sabía que no eran balas del enemigo. Habían sonado desde la camioneta, y ahí solo había una persona lo suficientemente desprendida de la vida y preocupación propia como para sacar la cabeza y torso por la ventana, mirar atrás, sostener un rifle de asalto con una mano y pinchar dos llantas de camionetas en movimiento a más de cien metros de distancia con dos seguros y limpios disparos.
Arthur Kirkland.
Confirmó esto al tambalearse hacia la ventana bajo la que se agazapaba Lukas. El noruego la miró, sorprendido, como si el hecho de que ella no tuviera miedo le hubiera dado a entender lo que realmente sucedía.
E imitando a la joven, ambos se asomaron por las cortinas para encontrar a ambas camionetas que les perseguían detenidas a lo lejos.
—Bien hecho, Arthur. —felicitó ella con seriedad por el aparato en su oído.
—Uh-huh. —musitó el inglés en respuesta, más como un "¿qué esperabas?" que como un "de nada."
La camioneta continuó avanzando sin problemas. Condujeron hasta la plaza de armas de la ciudad e ingresaron lentamente en el garaje de una casa. En cuanto se hubieran estacionado, Alfred e Ivan se bajaron de la camioneta rápidamente y cerraron la puerta de la cochera con cuidado.
El grupo entero se las arregló para entrar juntos en el camper.
Luz prendida, cortinas cerradas y silencio absoluto; (T/N) estaba sentada entre Francis y Natalya, con Peter en su regazo, habiendo dejado su capa colgada de un pequeño perchero en la pared al lado de la puerta. Kiku y Matthew eran los otros dos sentados en el sillón, y el resto estaban de pie alrededor o sentados en el piso.
Arthur estaba colocándole un silenciador a una de sus pistolas gemelas con calma.
—Esos no eran todos. —declaró Alfred de pronto, sorprendiendo a todos los que no habían estado en la camioneta.
—Eh, ¿no...? —entristeció Peter con miedo, encogiéndose en donde estaba. (T/N) acarició sus cabellos para calmarlo.
—Lamento que no, eran tres camionetas cuando nos cruzamos en el banco. —explicó Kiku.
—Una se desvió en el camino. —soltó Arthur sin dejar de mirar lo que hacía.
—Eso quiere decir que... aún podría encontrarnos... —se estremeció el niño.
—Así es. —asintió el inglés con seriedad.
Todos se quedaron callados, en un ominoso silencio de espera y miedo.
Se estaban escondiendo de unos maleantes que los buscaban para matarles y extraer el agua de sus cuerpos para seguir viviendo.
—Y... ¿qué haremos? —preguntó Yekaterina, asustada de lo que fuera que vaya a ser la respuesta.
—Esperar. Tarde o temprano nos encontrarán, saben por dónde vinimos. —supuso Matthew.
—Sí, al menos esa es la primera parte del plan. —lo miró el albino.
Gilbert procedió a explicar la idea que se les había ocurrido a él, a Kiku y al inglés. Esperarían hasta que los maleantes se separaran en pequeños grupos de no más de cinco para buscar por el área. Eventualmente, uno de esos grupos los hallaría ahí escondidos.
Entonces dispondrían de ellos para que no pudieran ir a contarle a los demás de lo que encontraron. Luego tomarían esa oportunidad en la que están todos dispersos para emprender la huida de la ciudad sin tener que preocuparse demasiado porque les sigan varias camionetas.
No era una idea tan mala, y de todas formas no tenían demasiadas alternativas.
Así que esperaron.
Era una espera tensa, todos querían que se acabara pero deseaban que eso nunca sucediera al mismo tiempo. Porque sabían que solo terminaría cuando fueran encontrados.
Y muchas cosas podían salir mal.
La (nacionalidad) mecía con cuidado al niño en sus brazos, sintiendo cómo Peter la rodeaba y se aferraba a su casaca. La joven murmuraba una suave melodía que resonaba en el camper clara y amable para todos, partiendo con cuidado el ominoso silencio que les envolvía mientras esperaban ser encontrados.
En algún punto, el inglés apoyado contra la puerta y con sus brazos cruzados se paró correctamente y verificó que una de sus pistolas tuviera municiones. Sacó la otra gemela y le colocó el silenciador con calma, mientras unos cuantos le observaban en silencio al no tener nada mejor que hacer.
Una vez hubo terminado, se dio un cuarto ve vuelta y escaneó la habitación con la mirada, colocándose su máscara.
—Iré a esperar afuera. —anunció con seriedad.
—Pero Arthur... ¿y si llegan...? —preguntó el niño nervioso, girando su cabeza lentamente de la casaca de la joven para ver al inglés.
—Entonces me encargo de ellos. —le aseguró como si fuera obvio. Al ver que el pequeño no estaba convencido, añadió.— No pasé tanto tiempo en la milicia para no poder defenderme contra unos maleantes de la calle, Peter, estaré bien.
—Yo iré con él. —declaró Gilbert, poniéndose en pie y regalándole una pequeña sonrisa al niño.
—Tengan cuidado. —asintió la ucraniana.
Ambos la miraron y asintieron con la cabeza, el albino sonriéndole. Se giraron hacia la puerta y dejaron el camper hacia el garaje.
Cinco minutos transcurrieron en silencio antes de que la (nacionalidad) se pusiera en pie, dejando al niño a cargo de Yekaterina.
—Voy a ver qué tal todo. —anunció.
Todos asintieron en silencio, preocupados, pero sabiendo que era mejor que no estuvieran solo dos cuidando afuera. No sabían en grupos de cuántos se habrían separado los maleantes.
La joven se colocó su máscara y su capa, dirigiéndose a la cama por un rato antes de salir. Encontró los cajones en los que estaban parte de las cosas de todos (cada uno tenía su espacito) y guardó el pequeño taladro en algún lado.
Era una buena arma para defenderse cuando no tenía nada más –odiaba usar la pistola–, pero podía ser muy impráctico a veces. Por lo que lo dejó y recogió su bate.
Su riñonera tenía un pequeño enganche a un costado, así que lo colgó de ahí sin mayor problema. No le molestaba, y en realidad era más ligero y cómodo que un taladro.
Por no mencionar que estaba acostumbrada a usar bates.
Salió del camper en silencio y observó el garaje por unos segundos. Entraba luz, obvio, aún era de día y el techo y paredes en general tenían grietas que permitían que la cochera se ilumine. Pero estaba bastante más oscura que las calles de la ciudad.
Dentro del camper, por otro lado, con las cortinas cerradas y sin agujeros claro que necesitaban encender una luz.
Dio un par de pasos en silencio hacia los dos que habían estado montando guardia justo frente a ambos vehículos. El prusiano estaba sentado en un viejo banco de trabajo que había perdido la mitad de su asiento.
Arthur estaba de pie a un lado, con sus brazos cruzados sobre su pecho con la más absoluta calma.
Ella a veces envidiaba un poco lo calmado que permanecía el inglés en la mayoría de las situaciones, pero siempre terminaba recordando que le habían entrenado duro con sangre, lágrimas y sudor para que terminara así.
Y se le pasaba.
—¿Demasiado silencio? —preguntó en un susurro Gilbert, levantando su cabeza para mirarla con una sonrisa traviesa. El inglés bufó.
—Eh, yo diría demasiado suspenso. —murmuró ella de vuelta, deteniéndose frente a ambos casualmente.
El albino estuvo a punto de decir algo, pero el rubio levantó su mano en una seña de pausa, silenciándolo. Los otros dos le miraron, y él miró a su alrededor alerta.
A los instantes nuestra protagonista escuchó pisadas desde dentro de la casa.
Tragaron saliva e intercambiaron rápidas miradas. Arthur les indicó que se apostaran contra el camper.
Obedeciéndole, se acuclillaron alertas tras la superficie del vehículo y miraron hacia la puerta que daba al interior de la casa. (T/N) suponía que los maleantes entrarían tirando la puerta, se sorprenderían al ver el camper y comenzarían a correr hacia él para sacarlos de ahí.
Pero ellos tres aprovecharían su distracción para aparecer desde abajo y noquearles antes de que pudieran hacer algo.
Y casi como si hubieran escuchado lo que ella pensaba, la puerta se desplomó de sus bisagras sin oponer mucha resistencia y voló hacia el otro lado del garaje, levantando polvo con su paso. La pierna que la había pateado regresó a una posición más normal del otro lado del umbral y seis hombres entraron sin preocuparse por hacer ruido.
Divisaron el camper y la camioneta y sonrieron maliciosamente como quienes descubren un tesoro.
Uno de los hombres se quedó en la puerta, tal vez queriendo montar guardia, pero la expresión en su rostro moreno le indicó a (T/N) que realmente no le gustaba la idea de estar ahí.
Eso la confundió un poco.
Los otros cinco se adelantaron hacia el vehículo sin cuidado y fueron sorprendidos a los dos metros de llegar por Arthur y Gilbert saltando desde las sombras para atacarlos. El inglés le metió un par de codazos a dos de ellos en el estómago, y el albino se encargó de que no se volvieran a incorporar golpeándoles en la nuca con la culata de la pistola.
La (nacionalidad) salió tras ellos y bateó la cabeza de uno que se había escurrido tras el prusiano para sorprenderle por detrás.
—¡Gilbert! —se oyó una voz desconocida llamando desde la puerta, y uno de los dos maleantes que quedaban cayó inconsciente a los pies de la joven tras un sonoro "clank", como si alguien le hubiera golpeado con una sartén o algo metálico.
Arthur le disparó en la pierna al que quedaba para propinarle un golpe con la culata de la pistola cuando se agachó de dolor. El disparo había sido insonoro, probablemente debido a los silenciadores que el inglés le había colocado a sus pistolas.
La joven se giró para ver al maleante que se había quedado en la puerta, solo para descubrir que ya no estaba ahí. Lo buscó con la mirada por la habitación y lo localizó en el piso a un lado, tirado abrazando al prusiano.
¿Qué diablos?
—¡¡Oí a Antoine!! —exclamó Francis, saliendo repentinamente del camper.
—¡Eh, Francis, amigo! —rio el sujeto que aún abrazaba al albino en el piso, extendiendo su brazo hacia el francés.
Quien se acercó y se tiró sobre ambos en un extraño abrazo grupal en donde uno gritaba quejas de dolor en alemán, otro hacía preguntas en francés y un tercero se reía y bromeaba en español.
(T/N), Arthur, y los demás –que comenzaban a abandonar el camper por la curiosidad– estaban completamente confundidos.
Peter abrazó su pierna y ella se quitó su máscara.
—Debe ser Antonio, el otro amigo de Francis. —contó Matthew desde atrás con calma, haciendo que todos los confundidos se giraran a verle en busca de más explicaciones.— Lo mencionaron una vez, ¿recuerdan? Creo que cuando nos quedamos a dormir en ese hotel, si no me equivoco.
—Ahh, creo que sí lo hicieron... —pensó en voz alta el japonés, regresando su atención al frente.
Los tres amigos reencontrados parecían haberse calmado un poco y estaban poniéndose de pie, ayudando al albino ya que había sufrido un apanado amistoso. La (nacionalidad) se tomó unos instantes para observar a ese tal Antonio.
Era un joven de más o menos la edad de Francis, tal vez un poco mayor, de cabellos marrones ondeados sin llegar a tener rulos ensortijados. Su piel era algo morena, más debido aparentemente a la exposición al sol que a genética; y sus ojos eran verdes como las hojas. Llevaba una camisa beige llena de tierra (sobre todo en las mangas y barriga) con un pequeño y viejo lazo rojo atado al collarín; pantalones grises también llenos de barro y zapatos tan llenos de tierra, que el color original ni se distinguía. Cargaba con una riñonera que debió haber sido verde oliva, pero se había desgastado con el tiempo.
Sostenía una pesada lampa algo oxidada en los bordes, y (T/N) supuso que él debió ser el que noqueó a uno de los maleantes al reconocer a su amigo.
El nuevo joven se giró a verla con una sonrisa más cálida que el propio sol.
—Lo sentimos. —se disculpó Francis, tratando de contener sus risas. No parecía sentirlo en lo absoluto.
—Él es Antonio, un amigo nuestro desde que tenemos memoria. —lo presentó Gilbert orgulloso.
—Antonio Fernández Carriedo. —completó el nuevo sin borrar esa sonrisa.— Mucho gusto.
Todos saludaron y Kiku comenzó a pasar lista, seguido de un pequeño "hola" o "el gusto es mío" cada vez que nombraba a alguien. El ambiente se alegró bastante, pero había algo que a (T/N) le resultaba extraño.
Se subieron a los vehículos, acomodando a Antonio en el camper junto con sus dos amigos (nuestra protagonista quiso ir en la camioneta), y partieron a toda velocidad para dejar la ciudad antes de que el resto de los maleante sospechara.
Condujeron sin el menor percance fuera de la capital, siguiendo su ruta trazada hacia el lugar del artefacto. Todos estaban calmados, y las cosas parecían ir muy bien. Había una paz constante en ambos vehículos.
Pero (T/N) no podía deshacerse de ese presentimiento.
Sentía que Antonio era parte del grupo, lo sentía. Era la misma sensación que había tenido con todos los demás, y con todos parecía haber acertado. Pero, ¿entonces? Ya eran trece –quince contándola a ella y a Peter–, habían completado el grupo en cuanto se unieron el noruego y el rumano.
¿Qué estaba pasando? ¿Acaso Antonio no era del grupo?
O peor aún.
¿Se había equivocado? ¿Había alguien entre ellos que no debía estar allí?
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7u7
Aquí está el diseño de Toño:
Nos vemos el martes, entonces ewe
Les loveo <3
-Gray
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