Capítulo 37 - Ojos índigos


El ruso estaba sentado sobre un gran trozo de escombro a unos cinco metros del camper, de espaldas a la (nacionalidad). Ella no estaba muy segura sobre si la había oído, o si se había percatado siguiera que la había despertado.

Dio un paso hacia él con cuidado, pero pareció oírla.
Se giró sobresaltado y se tranquilizó al reconocerla. La miró por unos instantes y, mientras ella se acercaba y se sentaba a su lado, decidió susurrar.

—Lo siento, ¿te desperté? —se disculpó en voz baja, una expresión apenada en su rostro.

(T/N) pasó una pierna sobre el trozo de escombro y luego otra, dándole la espalda al camper y sentándose al lado del ruso.

—Sí, pero no te preocupes. —lo calmó ella, murmurando y sin girarse a verle.

Ivan la observó por unos segundos más antes de devolver su mirada al frente.
Permanecieron en silencio por un par de minutos.

Ella no sabía qué decir. No sabía si preguntarle por la razón que lo había llevado a salir del camper era buena idea. Tampoco sabía cómo iniciar con el tema de las lágrimas.
¿Cómo podía preguntárselo?

Jugó con sus dedos, sintiendo los vendajes del chino bajo los guantes, hasta que se le ocurrió una manera de tocar el tema.
No era la mejor, de eso estaba segura, pero no se le ocurría nada más.

—¿Pasó algo mientras estábamos en la montaña? —preguntó susurrando, aún sin girarse a mirarlo, observando sus propias manos.
—¿Eh? ¿A qué te refieres? ¿Por qué lo preguntas? —murmuró él mientras se giraba a verla con otra pregunta, pero ella podía notar por su tono de voz que sabía a lo que se refería.
—Tenías rastros de lágrimas en tus ojos por las mañanas. —mencionó ella en voz baja.
—Ah, lagrimeo durante la noche a veces, es algo normal... —mintió el ruso, nerviosismo obvio en su susurro.

Ella giró su rostro y lo miró directamente a los ojos.
No quería ser dura con él. Si no estaba dispuesto a contarle, lo dejaría en paz.

—Ivan... —murmuró ella, y él se giró a verla.— Sé que algo te molestaba, no tienes que contármelo si no quieres. —hizo una pausa.— Pero quiero que sepas que, pase lo que pase, todos estamos aquí para apoyarte. Sobre todo tus hermanas, Peter y yo.

Sus ojos se abrieron más por unos instantes para luego regresar a una expresión un tanto triste. Miró al piso, y luego a sus manos, como si pensara si era buena idea decirle o no.

—No me gusta el frío. —dijo finalmente en un susurro, despacio. Ella permaneció atenta y en silencio a su dulce voz sin dejar de mirarlo.— Cuando yo era pequeño, los niños de la zona me molestaban por ser bajito y, bueno... no era un mondadientes, que digamos, siempre he sido algo grueso. —hizo una pausa, levantando la vista un poco hacia la negrura del estacionamiento.— Para evitarlos, me quedaba horas a solas en los bosques congelados detrás de la escuela, esperando a que se hubieran ido. Me congelaba entre la nieve con miedo, pero era mejor a que me insultaran y me agredieran. Mis hermanas terminaban apareciendo al cabo de varias horas para recogerme, Yekaterina con una manta y la pequeña Natalya con una bebida caliente. —bajó la vista y miró a las manos de ella.— No siempre terminaba así de bonito. La mayoría de las veces los niños me encontraban y, si no me golpeaban en el lugar, me perseguían entre los árboles y la nieve. —la miró por unos instantes, con una sonrisa triste, y devolvió su mirada a sus propias manos.— Cuando crecí, los superé a todos en altura y fuerza y un día no fui capaz de controlarme. Noqueé a uno de los niños, y desde entonces todos en la escuela comenzaron a evitarme. Pasé muchas horas solo, sentado en las bancas más apartadas y frías del jardín...

(T/N) se quedó mirándolo, segura de que su propia expresión se había convertido en una dolida. Eso explicaba muchas cosas, en realidad. Explicaba por qué no había querido ir a la nieve, explicaba por qué se había visto tan agotado en día en que lo encontraron. Explicaba por qué solía escudarse con una actitud infantil y una sonrisa de niño que probablemente nunca pudo esbozar cuando debía.
Le daba pena, pero no debía sentirse así. No debía darle pena, ya había pasado mucho tiempo desde eso.
Debía admirar cómo se había sobrepuesto a eso, cómo era muy amable la mayor parte del tiempo a pesar de que pocos fueron amables con él cuando debía aprender del resto.

Estaba por decir algo cuando el ruso habló de nuevo.

—Yo... lo siento. Mientras dormía en el frío no podía evitar recordar las noches que pasé sentado contra un árbol en la nieve, temiendo que me encontraran de nuevo y me golpearan más... —murmuró, jugando lentamente con sus dedos.— Lo siento si te preocupé...

Ella quería decir algo, pero no sabía qué. Quiso decir que lo comprendía, que no había problema y que estaba bien. Pero no era cierto. Ella no comprendía, no había pasado por eso. Y no estaba bien, porque esos recuerdos se quedarían allí por mucho tiempo hasta que alguien llegase a su vida y lo ayudara a superarlos.
No podía decir nada al respecto, todo lo que podía hacer era escucharle.
Y hacerle saber que no estaba solo.

Suponiendo que era lo mejor que podía hacer por él de momento, se arrimó a su costado en silencio y lo abrazó algo dudosa, haciendo que apoyara su cabeza en su hombro. Permaneció en silencio, algo nerviosa sobre si él estaría cómodo con eso o no, hasta que sintió que ocultaba su cabeza entre su cuello y su hombro.
Sintió cómo la rodeaba con sus brazos y la acercaba hacia él, temblando a penas.

Se quedaron en esa posición en absoluto silencio, ella acariciando suavemente su espalda. Pasaron cerca de cinco minutos hasta que decidieron separarse.
Ivan la miró a los ojos y sonrió ligeramente, más tranquilo.

—Gracias, (T/N)...

Ella se limitó a sonreírle de vuelta y se pusieron en pie, caminando en silencio de vuelta al camper. Entraron de puntitas y regresaron a la cama, cada uno a su sitio, gateando dentro de las mantas para volver a dormir.

La noche transcurrió tranquila y sin percances.

A la mañana siguiente, (T/N) se levantó para descubrir que Kiku había iniciado con su labor de tomar fotos bastante temprano.
Le saludó buenos días con una mano y se levantó con cuidado de no despertar a Peter.
Ese día tenían planeado avanzar hasta la siguiente ciudad y, de ser posible, dejarla antes de que anocheciera.

De modo que desayunaron y enrumbaron a la salida de la ciudad. Condujeron toda la mañana sin problemas, admirando el paisaje abandonado a la naturaleza mutada.
El siguiente pueblo estaba más decrépito de lo que imaginaron. Casi todas las casas se habían convertido en macetas para árboles gigantescos y enredaderas interminables. Había animales que les ignoraban dando vueltas por los callejones y parte de las partículas de polvo flotaban alrededor de las calles.

Alfred conducía lentamente, no queriendo avanzar muy rápido debido a todas las raíces que se comportaban como montículos y baches.
(T/N) se encontraba caminando por el pasillo del camper para sentarse en los sillones del fondo cuando frenaron repentinamente. Por suerte, la casa rodante no se chocó contra la camioneta.
Pero la (nacionalidad) tropezó hacia atrás y se hubiera caído de no haberse sostenido de la cómoda de al lado.

Todos los que se encontraban dentro del camper estaban confundidos. Francis se había parado para evitar que ella se cayera, pero ahora estaba inmóvil al igual que todos los demás. Se miraron a las caras en confusión y oyeron a Alfred quejarse en voz alta y gritar incoherencias en inglés, pero no parecía molesto. Oyeron las puertas de la camioneta abrirse y cerrarse, y a alguien sollozando.

Alarmados, todos salieron del camper en tropel y se unieron a los demás que ya se habían amontonado frente a la camioneta. Kiku y Matthew se giraron al verla llegar y se apartaron para que pasara.
Peter la siguió de cerca hasta el centro de la conmoción.

Alfred y Arthur estaban al medio, el estadounidense a un costado frente al inglés y él sostenía a la persona que estaba sollozando, tratando de calmarle.
Qué caballeroso.

Ambos jóvenes la miraron y se quitaron las máscaras, imitándola. Arthur hizo que la persona se separara de él con cuidado y volvió a mirar a (T/N), quien se detuvo frente a los tres.

—¿Qué pasó? —preguntó confundida, preocupada y apenas algo irritada por el hecho de que casi se había caído por su culpa. Esa última emoción desapareció de inmediato, por suerte.

La persona que había estado sollozando en el hombro del inglés se giró lentamente a verla, ojos rojos de tanto llorar y rostro torcido en una mueca de desesperación. Era una muchacha, no mucho mayor que la misma (nacionalidad), de cabello marrón corto hasta los hombros y ojos índigos asustados. Debía ser de la estatura de Natalya y sus ropas estaban manchadas de tierra y sangre –fresca y seca– que no parecía ser suya.

La muchacha miró a (T/N), aún asustada de algo, y se apartó del inglés para unir sus manos cerca de su pecho con fuerza, encarándola.

—¡Por favor, ayúdalos! ¡Por favor! —le rogó, lágrimas abandonando sus ojos mientras se acercaba con cada palabra.

(T/N) la tomó con cuidado de sus codos, y miró al estadounidense.

—Se paró frente a la camioneta, lleva diciendo lo mismo desde que bajamos a ver qué onda. —la puso al día Alfred, bastante confundido.

Ella bajó la vista apenas hacia la muchacha, quien también había volteado a escuchar la conversación. Se encontró con un par de ojos índigos que le pedían ayuda a gritos.
¿Qué diablos le pasaba?

—¡Por favor...! —pidió de nuevo, como si pronunciar cada palabra le costara bastante esfuerzo mental.
—¿Qué sucede? ¿Dónde están esas personas? —le preguntó (T/N), tratando de sonar lo más amable posible pero levantando la voz en la confusión. Sentía que debía hacer algo, pero no sabía nada de lo que sucedía.

La muchacha asintió sin cambiar su expresión y corrió desesperada lejos de ellos.
Todo el grupo entró en confusión, viendo cómo se alejaba por la calle sin saber qué hacer.

—Oh no. ¿No vamos a dejar que se vaya, o sí? —preguntó apresurada Yekaterina.

(T/N) miró a su alrededor rápidamente y se colocó la máscara.
Desde el evento del laberinto se había asegurado de cargar con una pequeña pistola y bombas de luz y humo en su riñonera.

—¡Síganme cuatro, el resto vayan en los vehículos! —indicó, echando a correr tras la muchacha que doblaba por la esquina al final de la cuadra.
—¡No, Alfred, tú tienes que conducir! —se oyó que le regañaba Peter.

La (nacionalidad) aceleró su ritmo en cuanto oyó cuatro pares de pisadas que corrían a su lado. De reojo pudo ver a Arthur a su izquierda, con su máscara puesta. En el reflejo de su máscara podía ver las siluetas de Ivan y Kiku corriendo detrás.
Y a su derecha estaba Natalya.

Sintió el miedo llenarla mientras doblaban la esquina, viendo al final de esa cuadra la silueta de la muchacha que seguía corriendo. No sabía qué les esperaba, pero debía ser malo.
De fondo escuchó la camioneta avanzar. Estaban yendo rápido, pero aun así ellos llegarían primero, pues los demás debían esquivar las ramas y los escombros.

En algún momento, la muchacha se tropezó con una raíz y cayó de cara, rodando bruscamente por el suelo. Los otros cinco la alcanzaron y entre Natalya y (T/N) la jalaron del piso para colocarla de nuevo sobre sus pies cuando ni siquiera había terminado de rodar.
Casi se cae de nuevo, pero se las arregló para apoyarse en sus manos y empujarse nuevamente sobre sus pies.
Nuestra protagonista no pudo evitar pensar que era bastante torpe.
Pero era increíble lo rápida que parecía, probablemente por la desesperación.


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Y yo dije que subiría cap el martes :''D No tuve tiempo, no me maten

Y el martes que sigue tampoco voy a poder, así que lo subiré el miércoles.

Igual es una semana

Después de eso continuaré con la rutina de siempre~

En esta parte no hay referencias :c

Y, por cierto (spoiles): estamos a punto de entrar en otro pequeño arco :3c Eso quiere decir que van a aparecer nuevos personajes pronto.

Nos vemos el miércoles, entonces ^^/

Les loveo <3

-Gray

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