Capítulo 29 - La Imprenta


Curses! — maldijo el británico, irritado. No esperaba que abrir un maldito almacén llevara tanto tiempo.
—Calma, Arthur, no te frustres. — (T/N) puso una mano en su hombro para clamarlo. — Tal vez no reconozca el nombre entero de Vincent.
—... Bueno, sí, tal vez. — se calmó el inglés, tomando aire para presionar el botón y comenzar a grabar de nuevo. — Dennis Farina y Vinnie Jones.

Finalmente, el sistema lo reconoció y desbloqueó algo.
Los tres soltaron suspiros de alivio y se miraron esperanzados, pues ahora solo quedaba una clave por resolver.

(T/N) acercó su mano y presionó el botón de la pista del último panel en la puerta, esperando que también fuera el último en general.
La pantalla se iluminó y se leyó otra inscripción: "Presentador y campamento de IDD".

Arthur se confundió mucho, la joven tuvo la sensación de que había escuchado eso antes y Matthew sonrió.

—La nostalgia es tan grande que puedo sentirla. — rio el canadiense, acercándose al micrófono y presionando el botón para grabar. — Chris McLean y Wawanakwa.
—Un momento, ¡yo también veía esa serie cuando era menor! — se emocionó la (nacionalidad), recordando todos los capítulos y personajes de la temporada que más le había gustado.

Matthew le sonrió mientras la puerta se desbloqueaba y se abría hacia dentro, y los tres suspiraban aliviados.
El inglés empujó la puerta y dejó que los otros dos pasaran, dejándola abierta por si acaso.

Afortunadamente, cuando la linterna de (T/N) iluminó el lugar ya no había más puertas, y se encontraban ante el verdadero almacén en caso de emergencias del hotel.
O en otras palabras, un tesoro.

Era una habitación bastante grande, cuyas tres paredes que no tenían puerta estaban tapadas por anaqueles con víveres en casos de emergencia. Había contenedores de última generación grandes, medianos y chicos, y encontraron todo tipo de verduras, frutas y otros comestibles en cuanto revisaron dentro de ellos. Había botiquines, equipos de rescates y de defensa, extintores, máscaras para sustancias tóxicas, cascos, gafas especiales, ropa abrigadora, mantas, telas, todo lo que se les pudiera ocurrir.

Los tres compañeros se quedaron boquiabiertos, caminando lentamente entre los anaqueles y los estantes y admirando todo lo que veían.
Al cabo de unos minutos, se giraron para verse las caras y la joven se quitó la máscara con una sonrisa de emoción en su rostro.
Las sonrisas de los otros dos se ensancharon al ver su expresión, y los tres celebraron en un abrazo grupal, riendo, girando y cargando a la (nacionalidad).
Compartieron miradas de ilusión al calmarse y cargaron todo lo que había ahí hacia la cocina en dos viajes.

Una vez todo estaba fuera del almacén, el canadiense se dirigió con el resto del grupo, probablemente a informarles sobre el descubrimiento y a llamar a alguien que les ayude a guardar todo eso.
Arthur y (T/N) se quedaron junto con las cosas y todo lo que pudieron hacer fue sonreírse el uno al otro, aun no encontrando palabras para expresar lo alegres que estaban por el descubrimiento.

Tras unos segundos de espera, Matthew reapareció por la puerta junto con el ruso, a quien se le iluminó el rostro ante semejante tesoro.
Esbozó una sonrisa de niño emocionado y entre los cuatro cargaron con todas las cosas hasta la sala en donde se encontraban los demás.

Y qué decir de sus reacciones. Peter se puso a saltar de alegría, Kiku y Yao se quedaron atónitos (aunque el chino sí tenía una sonrisa en su rostro, el japonés estaba simplemente demasiado sorprendido como para reaccionar), Yekaterina casi llora de la emoción, Natalya abrió los ojos como platos y (T/N) podría jurar que vio una sonrisa asomar en su rostro, Alfred se puso a saltar con el niño y a alzarlo en el aire mientras lo giraba, y Francis sonrió ampliamente.

Guardaron todo en la inmensa maletera de la camioneta y en las mochilas vacías del equipaje de la moto, dejando fuera únicamente lo que iban a comer.

Al terminar, se llevaron mantas y cojines y los acomodaron en el piso y paredes del espacio sobrante del auto para que los que viajaran ahí estuvieran más cómodos.
Es decir: Matthew y Francis.

El resto se subieron a sus sitios usuales: en la moto iban (T/N), Peter y Yao como desde un inicio; mientras que en el vehículo Alfred conducía, Kiku iba de copiloto, los tres hermanos en la fila de atrás (Natalya a la ventana izquierda, Ivan al medio y Yekaterina al final) y Arthur pegado a la ventana derecha –ocupando poco espacio, para sorpresa de todos. (T/N) supuso que debía ser bastante delgado, pero el uniforme que llevaba no le dejaba comprobarlo–.
Y con los dos nuevos en la maletera, dejaron el hotel en dirección a las montañas.

Claro que no llegarían ese mismo día, pues estaban bastante lejos.

Se detuvieron a eso de las dos de la tarde para almorzar y reanudaron la marcha al llegar a la siguiente ciudad. Sabiendo que de todas formas debían pasar una noche cerca, decidieron explorarla para ver si encontraban algo más que les sirviera.
Porque más recursos nunca estaban de más, y aunque tuvieran agua no sobrevivirían demasiado sin comida.

De modo que deambularon por las calles vacías y decrépitas hasta que encontraron una imprenta de un periódico. Se bajaron de los vehículos tras estacionarlos en el garaje y se miraron entre ellos.
Todos querían entrar, pero alguien debía cuidar de los vehículos.
Bueno, no todos estaban demasiado entusiasmados, a decir verdad.

—¡Yo me quedo con las cosas a esperarles! — propuso el niño.

Todos voltearon a verle con caras de preocupación. No es que no confiaran en el pequeño, es que no querían que nada le pasara.
(T/N) se giró completamente, encarándolo.

—¿Estás seguro, Peter? — cuestionó ella.
—¡Por supuesto! Ustedes son los que hacen todo el trabajo siempre, ¡yo también quiero ayudar! — declaró con determinación en su mirada. — Y en serio no quiero ir a ver periódicos, qué aburrido.

La joven sonrió tras su máscara y se arrodilló frente a él, dándole palmaditas en la cabeza y arreglando su sombrero.

—Bien, entonces. Comunícate con nosotros si sucede algo. — aceptó. — Contamos contigo, Teniente.
—¡Sí, Capitana! — sonrió divertido el pequeño.

Dejando al niño junto a los vehículos los diez compañeros ingresaron a la imprenta por la puerta trasera. Una vez dentro, se encontraron con lo que tal vez habría sido la sala de despacho, pues había un par de camiones estacionados y grandes cajas llenas de periódicos que marcaban la fecha del día en que todo se vino abajo.

El grupo guardó silencio, consumiendo con sus miradas la atmósfera que presentaba aquel lugar. Todo estaba en paz, no hacía ni frío ni calor, y las cosas estaban tan calmadas que si se caía un lápiz probablemente resonaría por todo el local, algunos de ellos podían jurar que eran capaces de escuchar las lentas y tranquilas respiraciones de los demás. Había partículas de papel y polvo diminutas suspendidas en el aire, y todo estaba relativamente ordenado.
Probablemente los trabajadores se habían ido a casa el día anterior y nunca habían vuelto. Además, ¿qué clase de maleante irrumpiría en una imprenta de periódico?

Era como si el tiempo se hubiera detenido ahí. No había mucha luz, pero había la suficiente para ver sin iluminar artificialmente.
Era hasta cierto punto melancólico.

(T/N) se quitó la máscara lentamente y con cuidado, enganchándola en su cinto. Inspiró profundamente el olor a papel periódico antiguo y guardado, a madera vieja y seca y a tinta.
Sí, muy melancólico.

Caminaron lentamente y en silencio entre los camiones que debían haberse quedado la noche del caos listos para despachar al día siguiente, aunque claro que eso nunca pasó. Algunas cajas con los diarios ni siquiera estaban cargadas en los vehículos, y yacían apiladas sobre las otras aleatoriamente por toda la habitación.

Pasaron por una puerta que los condujo a un cuarto algo más pequeño, pero igualmente el anterior había sido bastante grande. Este parecía haber sido la sala de redacción, había varios escritorios con computadoras y papeles esparcidos sobre las mesas, lapiceros, cámaras y fotos reveladas.
Cada uno miró por su lado, y la joven se acercó al escritorio más cercano. Levantó los papeles y leyó las notas del periodista, tenía una bonita letra.
Al otro lado del escritorio la observaba Francis, como si se debatiera sobre preguntar algo o no. Ella levantó la mirada sin mover su cabeza y lo observó, esperando que dijera algo.

—(T/N)... Perdona que te pregunte esto, pero... — el francés hizo una pausa, volteando a ver al inglés al lado de una computadora y luego a los ojos de ella. — Ustedes dos — señaló a Arthur sobre su hombro, captando la atención de la mitad de los que estaban ahí. — no son los padres de Péter, ¿o sí?

La joven sostuvo su mirada y suspiró casi imperceptiblemente. Dejó los papeles sobre la mesa y miró de nuevo al francés, esta vez de frente.
Todos les miraban, y el inglés caminó a su lado.

—No, no lo somos. — afirmó ella con calma, mirando de reojo al que se detenía a su lado.
—¿Lo de Peter? — preguntó Arthur, suponiendo que hablaban de eso.
—Así es.

Francis pareció relajarse, al igual que Matthew, y el grupo comenzó a caminar hacia otra sala. Pasaron a algo que parecía el vestíbulo, pero no se veía muy interesante, de modo que tomaron una de las puertas del lugar en dirección a una especie de sala de descanso. Había sillas y plantas en macetas que habían mutado y cubrían parte del piso. Se podían ver estantes con ediciones pasadas del diario, algunas con las noticias más importantes, interesantes, las más vendidas, entre otras.

Cada uno rebuscó entre los ejemplares que más llamaron su atención.
(T/N), de pie al lado de la bielorrusa que se arrodillaba para inspeccionar los cajones de ese estante, encontró unas cuantas ediciones antiguas. Las primeras planas hablaban del hundimiento de un crucero que iba de algún país en Europa (el nombre estaba corrido) a Inglaterra. Parecía que había sufrido fallas la noche anterior a la llegada, lo suficientemente lejos de la costa como para que solo unos cuantos de los miles de pasajeros sobrevivieran, pero lo suficientemente cerca como para que a la mañana siguiente llegaran los rescatistas a salvarlos.

Pero no era por eso por lo que ella había cogido esa edición. Entre los nombres de los capitanes del barco, uno de los altos mandos no era nada más ni nada menos que el padre de Peter.
La imagen de la primera plana eran los restos del barco y las pocas balsas de rescate con sobrevivientes que se encontraron a la mañana siguiente, fotografiados desde el aire en uno de los helicópteros.
La foto al final de la nota, por otro lado, eran Peter y su madre, quien le cargaba muy pequeño entre sus brazos, cubierta por una manta, y con unas cinco personas abrazándola. Al pie de la foto se leía: "Mrs. Kirkland y su hijo tras ser rescatados por la Guardia Costera".

Soltando un pequeño suspiro, leyó la nota con cuidado. Hablaba más que nada de lo que había quedado: un reducido grupo de personas marcadas de por vida y muchas otras más que acababan de perder a alguien cercano.
(T/N) cerró los ojos mientras doblaba la primera plana y la guardaba en su riñonera.
Peter tendría que saberlo algún día.


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Y con esto termina la escena del almacén! El siguiente capítulo saldrá el martes, como siempre.

En esta parte hay una referencia:

Es a una serie animada, la pasaban (o la pasan, no sé si aún la emiten) por televisión hace algunos años y era una parodia de los realitys y los programas de concursos americanos.

Nos vemos el martes, entonces ^^/

Les loveo <3

-Gray

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