Capítulo 22 - Árboles


Permanecieron así por un buen rato. El mayor temblaba ligeramente, pero había apoyado su cabeza en la espalda alta de la joven, así que ella no podía saber si estaba llorando o no. El niño no paraba de sollozar, ella no podía imaginarse el miedo que había pasado, probablemente pensando en que algo podía sucederle a ella. La joven se limitó a acariciar las espaldas de ambos, apretando al pequeño en el abrazo y besando tiernamente sus cabellos, susurrándole que todo estaba bien, que ella estaba a su lado.

Al cabo de unos minutos se tranquilizaron un poco, y se separaron apenas. (T/N) se sentó sobre sus talones, el estadounidense en la misma posición que ella al frente suyo, rodilla con rodilla, pero inclinado hacia delante y apoyando su frente en el hombro de la joven, cansado y abatido. El pequeño estaba sentado al lado de ella, apoyado en su costado, abrazando sus rodillas contra su pecho.
La joven acariciaba los cabellos del niño y su pequeña espalda con una mano aunque le doliera por las quemaduras, y con la otra la despeinada cabellera del de lentes, inclinando su cabeza para apoyarla sobre la suya.
No estaba muy segura de qué le sucedía, pero podía comprender si estaba igual de débil mentalmente que ella. Solo que ella decidía mantenerse fuerte por el niño.
Pero debía preguntarle. Quería saber por qué había entrado tan de pronto en el laberinto.

—E-Estábamos muy preocupados...— dijo de pronto Peter, evitando sin saberlo que ella lanzara la pregunta.
—¿Por qué?— se extrañó la joven. Sí comprendía que estuvieran preocupados, pero no hasta tal punto. Es decir, ella no estaba tan preocupada por ellos como para colapsar de esa forma, por más cruel que suene.
—Te oímos gritar por Yao y Natalya, y pensamos que algo muy malo había pasado...— explicó el estadounidense, rotando ligeramente su cabeza sin levantarla para mirar hacia el otro lado.
—Ah...— comprendió ella. Sí, era muy probable que hubieran escuchado su alarido. — ¿Cómo se encontraron?
—Huimos de una especie de dictadura extraña que tenía metralletas. — narró el mayor. — Me encontré con Peter al voltear una esquina, y bueno...
—Me cargó y corrió hasta saltar por el pozo buscando escondernos de la gente. — completó el niño.
—Supuse que era un buen refugio, llevamos casi diez minutos aquí porque Peter tenía miedo de salir. — añadió el joven, rotando de nuevo su cabeza para mirar al niño, acariciando sus cabellos con una mano.

Hubo silencio por un rato, la joven contemplaba como el estadounidense acariciaba al pequeño apoyado a su lado.
Eran demasiado tiernos para sus ojos, ambos a su manera distinta.

—A-Alfred...— habló como pudo, su garganta le ardía, pero quería hacer la pregunta.
—¿Dime, (T/N)?— contestó sin levantar la cabeza, al parecer más calmado.
—¿Por qué entraste?— preguntó, y volvió el silencio por unos instantes. — No tienes que decirme si no quieres...
—No, está bien. — levantó la cabeza y se alejó un poco, sentándose más cómodamente. — El grito que escuchamos cuando estábamos juntos afuera... fue el grito de mi hermano.
—¿Tu... hermano?— se sorprendió ella.
—¿Tienes un hermano?— inquirió el niño.
—Sí, es mi medio hermano. — corrigió. — Verán, mi madre tuvo dos matrimonios. Uno con mi padre, y el otro con el suyo. Cuando ella falleció, él se fue a vivir con su padre a Canadá y yo me quedé en Estados Unidos. — contó brevemente con una pequeña sonrisa. — Nos veíamos en las vacaciones.
—Tiene sentido...— analizó ella. — ¿Estás seguro de que fue tu hermano?
—Completamente. — la miró decidido.

(T/N) asintió con la cabeza y se puso en pie con un gran esfuerzo.
Ambos la miraron.

—Entonces hay que encontrarlo. — declaró, escrutando el lugar con la mirada.
—Pero... ¿cómo?— preguntó Alfred.
—Yo no quiero ir allá afuera...— susurró Peter.
—Sé que no quieres. — lo calmó ella. — Yo tampoco quiero, pero para salir del laberinto y estar a salvo, debemos dejar el almacén.
The way out is through... (El camino hacia afuera es a través)...— murmuró el estadounidense, comprendiendo.
—En efecto. — lo miró, para luego dar un par de pasos sin rumbo en el cuarto. — Pero no podemos salir por donde entramos.
—¿Entonces?— el de lentes se puso en pie, ayudando al niño a pararse.

La joven deambuló por la pequeña habitación en círculos, lentamente, pensando, mirando las cajas y buscando algo que le indicara una puerta o corredor escondido. Debía haber otra salida, ella dudaba que un laberinto tan ingeniosamente construido contara con un cuarto con una única salida.
Debía haber un pasillo o algo que los llevara a otra zona del lugar.
Pero, ¿dónde?

Pasando a través de las cajas, comenzó a levantar las tapas para ver si encontraba algo útil. Había vasijas, maderas, objetos antiguos, pero nada que les sirviera.
Se colocó la máscara de nuevo y encendió la pequeña linterna que tenía en la frente, los otros dos la seguían de cerca, ayudando con la búsqueda de una salida.

Peter, quien iba aferrado a la capa de la chica, lanzó un pequeño sonido de asombro mientras pasaban por una de las paredes.
Los otros dos se giraron a ver qué pasaba, y tras una de las cajas que estaban apiladas de a cuatro pudieron ver una zona más oscura.
Un túnel.

—Bien hecho, Peter. — lo felicitó ella.

Los dos mayores empujaron como pudieron las cajas hasta dejar espacio apenas suficiente para que pasaran. Se escurrieron dentro del pequeño pasadizo y avanzaron en silencio.
Ninguno de los tres sabía qué podía haber del otro lado, y todos estaban nerviosos.

Alfred se adelantó a la cabeza del grupo y sacó su pistola, caminando lentamente por el pasillo, no siendo capaces de ver la luz al final del túnel.

Al cabo de cinco minutos y varias escaleras salieron a un lugar.
No estaban muy seguros de qué era, pero era un lugar nuevo. Era una pequeña habitación, mucho más pequeña que el almacén, con hoyos de balas en el piso y muros de madera y tenía repisas vacías a lo largo de dos de las paredes.
En una de ellas podían ver una zona rectangular que no tenía polvo, a diferencia del resto.

—¿Dónde diablos estamos?— se preguntó el estadounidense.
—Este lugar...— murmuró ella, recordando algo. — Debe ser la caseta que mencionó el francés...
—¿Caseta? ¿Francés?— dijo confundido el niño.

Ella les relató su encuentro con Francis y por qué creía que esa caseta era el lugar en el que él y el muchacho del casco de hockey habían encontrado el tesoro, y habían sido descubiertos por la dictadura y los maleantes.

—Tiene sentido...— murmuró el joven.
—Pero eso quiere decir que estamos al final del laberinto...— analizó ella, poniéndose a pensar en qué tan grande podía ser ese lugar.
—¿Qué haremos ahora?— preguntó el niño en voz baja, asiéndose de la capa de la joven.

Los tres guardaron silencio, pensando en una forma de encontrar al resto, al hermano de Alfred, y salir de ahí en una pieza.

(T/N) pensó en una forma de esquivar a ambos bandos beligerantes. Debían evitar encontrarse con ellos, pero... ¿cómo? No había forma de saber en dónde estaban, no habían cámaras en el laberinto ni mucho menos una sala de control desde la cual observar los movimientos de todos. Tampoco podían ver todo desde arriba...
...

¿No podían? ¿No estaba el laberinto cubierto por una especie de techo de plantas mutadas? ¿No había toda una gruesa capa de copas de árboles evitando que parte de la luz solar llegase al suelo?
Sí había, claro que había.

—Deberíamos llegar a un lugar alto desde el cual ver a todos...— pensó Alfred en voz alta, deteniendo el tren de pensamientos de la joven. — Así podríamos avisarles por comunicador el camino a la salida.
—Pero así no encontraríamos a tu hermano...— comentó el pequeño.
—No, es cierto, pero sí pondríamos a salvo a Natalya y Yao, así que solo tendríamos que preocuparnos por encontrar a una persona más...— añadió ella, deteniéndose de pronto al percatarse de algo. — Pero Natalya no tiene comunicador, y dudo que esté con Yao.
—Cierto...— murmuró Alfred. — Y este lugar es demasiado grande como para que la cobertura llegue a todos...
—¿Por qué no subimos a un lugar alto de todas formas?— preguntó Peter. — Tal vez entonces se nos ocurra algo.
—Buena idea. — apremió ella.
But hey... ahora que lo pienso bien... ¿qué lugar alto hay aquí desde el que podamos ver todo el laberinto sin que nos vean a nosotros ni nos disparen?— inquirió el estadounidense.
—Los árboles. — dijeron los otros dos a coro sin pensarlo demasiado.
—¡Eso es!— soltó de pronto la (nacionalidad), teniendo una idea. — Podemos intentar escalar los árboles y escondernos en las copas, de esa forma no podrían vernos desde abajo.
—Vale la pena intentarlo. — sonrió Alfred levemente.

Los tres asintieron con la cabeza y dejaron la caseta por la puerta delantera a tientas, observando bien esa pequeña zona del laberinto en la que habían terminado. Tomando al niño de la mano con cuidado de no usar sus heridas, la joven corrió tras la construcción de madera seguida del estadounidense, deteniéndose a observar los árboles.
¿Por cuál podían subir? ¿Cuál era el más escalable?

Justo frente a ellos había un gran molle mutado, de tronco grueso y deforme, y de copa tan tupida que no se podía ver a través de las hojas.
Ese era perfecto.

Se acercaron con cuidado, trepando primero el de lentes –quien ya se había puesto el casco y la máscara–, apoyándose en una pequeña deformidad del tronco al metro de altura. Escaló como pudo hasta que desapareció dentro de las ramas y hojas.
Luego siguió el niño. La joven lo cargó haciendo una mueca por el dolor en sus manos y lo levantó sobre su cabeza para que fuera capaz de sostenerse de la rama más cercana. Se sostuvo como pudo y con mucho esfuerzo levantó su pequeño cuerpo sobre la rama y las dos siguientes, hasta que un par de brazos fuertes lo cargaron dentro de la copa.
Ella se aferró del tronco, aguantándose las punzadas de dolor en sus palmas y tanteó en un tallo bajo y delgado, que por suerte resistió su peso. Se impulsó y comenzó a escalar, pisando en las ramas que se veían más gruesas para no caerse. Una vez se internó entre las hojas, el estadounidense le tendió la mano para ayudarla a subir, a lo que ella accedió. Sin embargo, en cuanto el otro estaba por tomar su mano ella estiró su brazo de más, haciendo que la sostuviera por la muñeca y así evitando que tocara sus heridas.

Los tres treparon a través del enredo de árboles en el que no sabías cuándo terminaba uno ni cuándo comenzaba otro, siguiendo el mismo orden: primero el joven, luego el niño ayudado por ambos, y al final la joven ayudada por el mayor. Rodearon la zona de la caseta desde las alturas, cuidando entre los tres que ninguno se caiga o rompa algo que caiga y los delate. Debían avanzar con cuidado, sin hacer ruido ni mover las hojas.
Desde donde estaban podían ver todo el suelo, pero nadie podía verles a ellos.


Debían llevar cerca de diez minutos allá arriba, recorriendo el lugar en busca de sus dos compañeros restantes y el hermano del estadounidense.

(T/N) se movilizaba con agilidad entre las ramas, saltando de un lado a otro como solía hacerlo cuando era menor. Peter aún no tenía mucha práctica, así que ella y el joven debían ayudarle de cuando en cuando.
En un inicio, Alfred iba delante de los tres para cargar al niño, pero en cuanto llegaron a un punto en el que no había que escalar, sino saltar de un árbol a otro entre las ramas, horizontalmente, la joven había tomado la cabeza. Se desplazaba livianamente de un brote al otro, a veces pisando con un solo pie, a veces pisando por instantes, como si fuera un ave que saltaba de un lado a otro.
El estadounidense se limitaba a ayudar al niño a seguir el ritmo y a admirar su rápida y ágil silueta sin que ella se percatara.

En algún momento, la (nacionalidad) detuvo sus saltos y se apoyó contra uno de los troncos principales. Se sentó sobre la rama en la que estaba, una pierna a cada lado, y se aferró a ella.
Para sorpresa de los otros dos, se dejó caer hacia un costado, ahora sosteniéndose de cabeza de la rama únicamente con sus piernas entrelazadas.
Con sus brazos apartó delicadamente las hojas frente a ella para poder ver mejor lo que había debajo, con cuidado de hacerlo despacio y sutil para que pase desapercibido.

—Con cuidado, (T/N)... — susurró el pequeño.
—¿Logras ver a alguien? — preguntó en voz baja el joven.
—Creo que veo a Natalya... Sí, ¡es ella! — la identificó, la bielorrusa estaba descansando en una esquina justo debajo de la joven colgada, por suerte ninguno de los dos bandos se encontraba cerca. — ¿Cómo hago para contactarme con ella?
—¿Y si le sueltas un comunicador? — sugirió Alfred.
—No sé si tengo algunos conmigo... — dudó ella, aferrándose a la rama con sus manos a pesar del dolor y dando la vuelta, de modo que estaba sentada sobre la madera. — Tal vez en mis bolsillos...

La joven buscó en sus bolsillos, y no encontró mucho. Abrió su riñonera como pudo y rebuscó entre todas las cosas, soltando un pequeño suspiro de alivio al encontrar tres comunicadores. Del mismo espacio sacó una pequeña tira de papel y un lapicero.
Apuntó en el papel: "Colócatelo. –(T/N)" y lo anudó al aparato, guardando el boli en su riñonera y cerrándola.

Aseguró su agarre de la rama en sus piernas y volvió a dejarse caer para un costado, divisando las caras algo asustadas de los otros dos que no terminaban de acostumbrarse a que hiciera eso.
Una vez de cabeza, apartó con suavidad las hojas y ubicó en el laberinto a la bielorrusa, quien por suerte seguía en el mismo lugar.

Con toda la puntería que tenía, dejó caer el pequeño aparato hacia donde estaba la joven. Observó como el pequeño punto negro bajaba hasta rebotar en su cabeza. Pudo ver como la muchacha se sorprendía y se calmaba inmediatamente, cogiendo el comunicador del pasto algo confundida y mirando a su alrededor y hacia arriba en busca del lugar del cual cayó, no logrando encontrar nada.
La vio leer la pequeña nota extrañada y colocarse el aparato en su oído con algo de desconfianza, para luego encenderlo.

En ese momento, (T/N) se volvió a sentar sobre la rama, murmurando un pequeño "ya lo tiene" para informar a los otros dos, quienes asintieron. Gateó un poco sobre el tallo y se echó, dejando una rodilla colgando pero sujeta por su pie y la otra pierna sobre la madera, doblada, poniendo su talón en alto para mantener el equilibrio. Descolgó una de sus manos para apartar las hojas y ver a la muchacha y con la otra activó el comunicador.

—¿Natalya? — habló al aparato, oyendo algo de estática que indicaba que la otra la oía. Pudo ver como se sobresaltaba un poco ahí abajo. — Natalya, soy yo, (T/N). ¿Te encuentras bien? Estaba preocupada, luego de la explosión...
—¿(T/N)? ¿Eres tú?- se oyó al otro lado de la línea. Abajo, la muchacha miraba a todos lados frenéticamente. — Gracias al cielo que estás bien. ¿Desde dónde diablos me estás hablando?
—Alfred, Peter y yo estamos en las copas de los árboles. — le informó, y vio como la otra levantaba la vista. — Vamos a indicarte el camino a la salida, ¿de acuerdo?
—Bien, pero... ¿y Yao? Me separé de él tras la explosión... — dijo la bielorrusa.
—Ya lo encontraremos. — le aseguró la joven.
—Bueno. — hubo estática por unos segundos, y la muchacha pareció percatarse de algo. — ¿Y qué hay de Kiku? ¿Le han visto?

(T/N) abrió los ojos como platos, recordando que el japonés había entrado justo antes que ella. ¿Cómo se le había podido olvidar? ¡Se le había pasado completamente!

Giró su rostro hasta mirar a los otros dos, quienes la observaban pacientemente. Le susurró a Natalya que esperase un momento y colgó.

—¿Y Kiku? — preguntó casi en un susurro a sus dos compañeros, uno se sorprendió y el otro permaneció igual.
—¡Es cierto! — murmuró el pequeño, recordando. — Kiku también entró, me olvidé de él...
—¿Kiku entró? — inquirió el estadounidense. — Pensé que solo éramos nosotros, Yao y Natalya...
—No, Kiku entró justo tras de ti, fue el primero en seguirte... — le contó (T/N). — No puedo creerlo, me olvidé completamente de él... — se lamentó, llevando una de sus manos a su frente.

Activó el comunicador de nuevo y miró a la bielorrusa bajo ellos.

—No sabemos nada de Kiku por el momento, pero también lo buscaremos. — le dijo.
—De acuerdo. Sigo sus direcciones, entonces.

Y colgó.
La (nacionalidad) pudo ver como la muchacha empuñaba la cuchilla y levantaba su pulgar hacia los árboles, indicándoles que estaba lista.

La joven se incorporó sobre la rama y encaró a sus compañeros.

—Debemos guiar a Natalya hasta la salida. — comandó, los otros dos asintieron. — Andando.

~~~~~~~~~~~~~~~~

Hey, nuevo cap!

El que sigue lo subiré el jueves, porque la escena del laberinto es bien larga x3

En esta parte no hay referencias :c

Nos vemos el jueves, entonces ^^/

Les loveo <3

-Gray

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top