Capítulo 5: La resolución

—¿Eh? —Fue lo único que Mavis pudo decir ante las palabras del príncipe Ferdinand.

—Te he dicho, que quiero que me acompañes a la capital. —Respondió el príncipe, más Mavis no entendía porque razón le estaba diciendo justamente eso.

—¿Por qué razón mi alteza quiere que lo acompañe a la capital? —Le preguntó Mavis, nuevamente. —¿Es acaso alguna especie de broma? ¿Una jugarreta? Porque sinceramente, tengo mucho que hacer aquí. —Respondió Mavis mientras tomaba las rosas y comenzaba a separarlas para hacer racimos de 12 rosas.

—Se me ha despertado un interés en usted. —Respondió el príncipe.

—Lo siento, no me interesa ser su amante. —Replicó Mavis, Ella entonces sacó de una de las cajas un pañuelo de tela con el que cubrió las flores en un racimo. Luego tomó un listón que yacía en otra caja debajo de la mesa, con el que les hizo un moño.

—Por supuesto que no, ese no es mi interés en ti, Mavis. —Respondió el príncipe.

—Entonces, ¿Qué razón tiene para buscarme? Solo soy una vendedora de flores, se aburriría de mí. Yo no sé de otras cosas, y no sabría con qué entretenerlo.

—Es difícil de explicarlo. Pero, ser el príncipe heredero no es exactamente la posición más segura de todas. Necesito gente alrededor de mí, gente que sea leal y valiente.

—Yo no soy valiente.

—Tonterías, te vi esa noche en el callejón, tienes ese fuego en tu interior, pude ver aquella chispa en tus ojos.

—Príncipe con todo respeto que usted merece, le pido que se vaya, que me está espantando a los clientes. —Respondió Mavis.

—Por supuesto que tendrá un buen sueldo. 135 francos, al mes. —Replicó el príncipe Ferdinand.

—¡Qué! ¡135 francos! —Exclamó el padre de Mavis. El hombre rápidamente se reincorporó de su estupor y se levantó con rapidez hacia el mostrador. Su cara estaba roja y congestionada por el alcohol. —¿135 francos...por mi niña? ¿acaso le oí bien alteza?

—Así es, ¿Señor?

—Clemont, Clemont du Rue.

—Un placer señor Clemont. Cómo le decía a su hija, estoy dispuesto a ofrecerle un pago mensual de 135 francos, por ayudarme. —Respondió el joven príncipe.

—¿Y qué clase de trabajo será ese? Espero que no algo indecente. —Replicó el padre de Mavis.

—¡Insolente, como se atreve a insultar al...! —Exclamó entonces un hombre que portaba el uniforme de la guardia real de Francia. Pero fue al instante interrumpido por el príncipe Ferdinand.

—Baptiste, tranquilo. No necesitamos causar más revuelo del que ya hay. —Respondió el príncipe. Luego el noble volteó a ver al padre de Mavis. —Mi intención es que su hija me asista en la capital, específicamente en la protección de mi persona.

—¿Eh? Pero ella es una mujer, es débil para eso. —Replicó Clemont.

"Gracias, papá, gracias por decir que soy débil"

—Por supuesto que asistirá a clases con mi asociado aquí presente, el capitán Baptiste. —Respondió el príncipe Ferdinand, el joven noble entonces hizo una seña con los dedos, un hombre alto, de cabellera rubia se acercó a los dos.

Aquel hombre de ojo azul y de mentón pronunciado con alto pómulo, de ancha espalda y brazos y piernas fuertes. Un joven con un cuerpo de guerrero. Mavis se sintió intimidada al verle. Su mirada era fría y estoica.

—Baptiste es el capitán de mi guardia personal. —Replicó el príncipe. —Condecorado del cuerpo de infantería del duodécimo batallón en la batalla de Waterloo.

—¡Oh!, Yo fui parte de la 15va división de mosquetes en Marengo. —Respondió el padre de Mavis, al padre de la chica, le había vuelto de pronto la chispa en la mirada.

"Hacía mucho que no lo veía tan feliz, supongo que le alegra poder ver a otro soldado, y a decir verdad no me sorprendería, después de todo, no muchos veteranos de la guerra prefirieron regresar a Honfleur."

—Oh, aprendimos de su hazaña en el puente de Marengo, en la academia militar. ¿Es verdad lo que dicen del "General"? ¿qué el hombre se bajó de su caballo y comenzó a disparar los cañones, él mismo? —Le preguntó el joven soldado a Clemont.

—Me había quedado sorprendido, como alguien de su talla, fue capaz de mover por su propia cuenta el cañón para atacar el flanco norte del enemigo. —Respondió el padre de Mavis.

Extrañamente, el capitán dibujó una pequeña sonrisa en su rostro.

—Bueno, es suficiente plática sobre Napoleón Bonaparte. Monseaur Clemont, —Le estoy ofreciendo a su hija, la posibilidad de continuar con la tradición militar de su parte.

—Alteza, mi hija es una mujer, no un hombre. No sé qué razón tenga para que ella...

—Ella no solo será educada en las armas. —Replicó el príncipe Ferdinand. —Como mi acompañante, espero que sea capaz de desenvolverse en la corte. Por supuesto, que también aprenderá etiqueta y modales. Además, no hay mejor lugar para encontrar un pretendiente de buena familia, como en París.

—Cierto, no puedo contradecir eso. —Respondió Clemont.

—Padre, ¡En serio estás pensando regalarme, así como así! —Replicó Mavis enfadada.

—¡Clemont! No seas impertinente. —Respondió la madre de Mavis. —¡Cómo puedes pensar en dar a nuestra hija!

La madre de Mavis caminó con dificultad hacia el príncipe Ferdinand.

—Alteza, usted es bienvenido en nuestro negocio, y como súbitos del reino estamos obligados a atenderle y acatar, pero vender a nuestra hija es algo que no podemos tan siquiera considerar. —Replicó la madre de Mavis. Así que, por favor, deje el tema.

—Oh, por supuesto señora, no es nuestra intención causarles más agravios. —Replicó el príncipe. El joven noble entonces sacó de su casaca unas monedas y las dejó sobre la mesa. —Discúlpenos por los problemas. —El príncipe entonces prosiguió su camino con su capitán dejando a la familia de Mavis en paz.

Durante la noche, Mavis tuvo un extraño sueño, en él, se veía a ella misma caminando por las calles de una enorme ciudad que nunca había visitado, más no había nadie. Todo yacía cubierto por la neblina, Y, aun así, podía escuchar los ecos, miles de voces furiosas que gritaban entre las callejuelas y las calles, más no podía ver nada.

Entonces luces brillantes de color ambarino en las fachadas en los edificios, se convertían en lienzos, donde sombras de una muchedumbre enardecida agitaban hoces, bieldos y picos. Mavis sintió un miedo, entonces comenzó a correr. Al final de la calle, estaba una figura con una corona en la cabeza.

Al principio pensó que era el príncipe Ferdinand. Y cuando finalmente lo alcanzó tiró levemente de su casaca, sin embargo, su cuerpo se convirtirtió en miles de plumas de aves, de varios colores.

Mavis despertó. Al marco de la puerta, caminaba su madre con dificultad, sobándose el vientre y dando pequeños gemidos. Mavis simuló estar dormida mientras su madre cruzaba, hacia la cocina, Mavis se levantó y caminó hacia la cocina. Sentada en la mesa estaba su madre, mientras tomaba un poco de medicina.

—¿Qué ocurre Mavis, no puedes dormir? —Le preguntó la mujer.

—¿Cómo supiste que aquí estaba? —Le preguntó Mavis.

—Esto no es nada, de hecho ahora es más fácil saber dónde estás, que cuando tenías la edad de Angie. —Replicó la madre de Mavis, después ella tomó una pequeña botellita con medicina y le dio un trago, la mujer arrugó la cara. —Ugh, que amargo.

Mavis entonces pasó y se sentó al lado de su madre.

—¿Y tú, te sientes bien, maman?

—Oui, oui, solo es un pequeño dolor, tu futuro hermanito no se quiere dormir. —Respondió la madre de Mavis.

—¿Oh? ¿Cómo sabes que será niño? —Le preguntó Mavis mientras colocaba su mano, sobre el hinchado vientre de su madre.

—Estos dolores ya los había experimentado con tu hermano mayor, Dios lo tenga en su gloria. —Respondió su madre mientras se persignaba. —Sé que será un niño. ¿Y tú hija, por qué sigues despierta a esta hora?

—No lo sé, tuve un sueño raro.

—¿Raro? ¿Cómo una pesadilla? —Le preguntó su madre.

—No, algo así como un sueño raro. Sentía miedo, pero al mismo tiempo, no sentí que fuese algo malo. —Respondió Mavis. —Soñé con el príncipe Ferdiand.

—¡Oh...es ese tipo de sueños!

—¡No! ¡No!, definitivamente no es ese tipo de sueños. —Replicó Mavis, sus mejillas comenzaron a ponerse rojas.

—¿Entonces?

—Es más bien, otra cosa.

—Ya veo, ¿qué es lo que viste en tu sueño?

—Me vi a mi misma en una gran ciudad en la que nunca he estado, donde había voces furiosas de personas, algo parecido a una muchedumbre y al frente vi al príncipe Ferdinand y sentí miedo.

—Oh, ya veo. Ibas hacia él, esperando que te protegiera.

—No, más bien yo sentí miedo por él. Y corrí a advertirle, pero en el momento que lo alcancé y lo toqué al instante se convirtió en muchas plumas de aves coloridas. —Respondió Mavis.

—Vaya...sí es un sueño muy extraño, pero, un sueño como el tuyo debe tener un significado más profundo. Tal vez, tiene algo que ver con la invitación que te dio el príncipe.

—¿Cómo sabes de eso?

—Soy tu madre, Mavis. Yo lo sé todo. —Luego la mamá de Mavis comenzó a reír. —Tu padre estuvo refunfuñando.

—No lo sé. Por un lado, algo en mi interior dice que mi vida sería mejor, pero...

—¿Pero?

—Pero, mírame, madre. Yo no soy alguien que deba salir de aquí, soy pequeña, menuda y débil. La corte es algo muy atemorizante.

—Ay, hija. Tranquila, no te preocupes. ¿Recuerdas cuando te contaba la historia de La Doncella de Hierro? —Le preguntó la madre de Mavis.

—Sí. Pero...

—Ella, al igual que tú, era una muchachilla menuda que había perdido a su familia. Y con todo en contra, ella se lanzó a la aventura. —Respondió la madre de Mavis.

—Pero yo no soy Selene Bardo, yo soy yo.

—¿Sabes cuál es la diferencia entre ella y tú?

—Que ella no lo pensó y simplemente lo hizo. —Replicó la madre de Mavis.

—Si voy allá y no logro...

—Si fallas en París, siempre podrás regresar a casa. —Replicó su madre sonriente.

Al día siguiente, Mavis comenzó a caminar hacia la casa de la duquesa D'Artagnan, pues sabía que ahí es donde estaría el príncipe Ferdiand. Caminó hacia la entrada de la casa y sin embargo, ahí en el pórtico estaba el príncipe Ferdinand. Al instante, Mavis se sintió intimidada.

—Señorita Mavis, ¿Qué es lo que está haciendo aquí? —Le preguntó el príncipe.

—He reconsiderado su oferta, de ir a París. —Le respondió Mavis sonriendo.

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