Capítulo 4: Mi querida prima.


"Sinceramente nunca fui fanático de la ortodoxa decoración que mi prima Eloise D'Artagnan colgaba en sus paredes. Sin duda sus mismas pinturas irregulares, siempre usando colores oscuros entre el rojo viejo, el negro y el azul medianoche, los marrones y los grises. Una curiosa galerías de imágenes de hombres y mujeres llorando sangre. Y yo solo podía preguntarme, hacía cuanto tiempo que ella no salía de su casa."

Aquello fue lo primero que se le cruzó a Ferdinand por la mente cuando vio las últimas obras de arte de Eloise.

La primera, un cuadro de una mujer de cabellera platinada con una corona de espinas de hierro con un pañuelo sobre sus ojos y llorando sangre. Su otra pintura, una mujer cobriza de cabellera rizada larga acostada en una cama de flores rosas, rojas, azules y ambarinas marchitándose.

La otra una pintura, de una mujer de cabello azabache liso que humeaba rodeada nada más por la oscuridad. Luego el cuadro de un hombre calvo de arrugado rostro y cabello pelirrojo en las sienes, riendo maliciosamente rodeado de cinco canes de caza. Y luego la pintura de un hombre vestido con una larga túnica blanca, que cabello níveo y una larga barba, en sus manos llevaba un reloj de arena.

—Llevo ya 9 meses desde la última vez que salí de casa. —Replicó Eloise.

—¿Qué? —Preguntó Ferdinand.

—Es lo que pensabas, ¿No es así primo?

—Puedes decirle a mí tío que todo está bien, que no tienes que preocuparte por mí. —Replicó Eloise. —Después de todo, eso es a lo que has venido a Honfleur, primo.

—Eloise, sé que no nos hemos visto en 12 años, pero he recorrido la ciudad, el puerto y el Veux Bassin, la ciudad está decadente, se ha empobrecido y...

—Primo, todo en este mundo vive y muere, la muerte después de todo es el estado óptimo de las cosas, ¿Qué acaso no nos lo enseñaron en la escuela de catecismo? El hombre solamente alcanza la iluminación y la satisfacción con la muerte misma, solamente es capaz de descansar cuando ya no es interrumpido por el hambre, el frío y el dolor... Finalmente tiene un sueño eterno.

—Eloise, sin duda te has versado en la filosofía...—Replicó Ferdinand. —Prima cumples 22 este año, no tienes ningún pretendiente, no debería recordarte que la familia borbónica, no es la más fuerte en Francia en este momento. —Replicó Ferdinand. —Solo mírate, vistiendo de negro y con velo, todos tus pretendientes pensarán que estás de luto. Prima.

—Si has venido a preocuparte por lo desnudo de mi dedo, siempre puedes ser tú quien ponga una argolla en mi mano, mi querido primo.

Ferdinand se sonrojó por un momento. Sin duda Eloise D'Artagnan no era una mujer fea, de acorazonado rostro y finas facciones, a veces parecía más una muñeca de porcelana, de larga cabellera azabache, de ojo azul y sin duda bien versada en la filosofía, algo que él desconocía por completo.

—Muy graciosa. —Respondió finalmente Ferdinand. —Eloise, eres la última hija de la casa D'Artagnan, si por mí fuera, te dejaría en paz y en calma a que pasaras el resto de tus días aquí encerrada, en tu mansión de Mont-Joli, el problema es que el pueblo comienza a hablar de ti. Dice que sois una bruja, que practicas rituales de magia negra y que duermes con prostitutas y con diferentes hombres.

—Ferdinand, ¿De verdad crees en lo que te dicen las malas lenguas del pueblo? —Le preguntó Eloise.

—Bueno, esta lámpara hecha con el cráneo de un carnero no ayuda mucho a tu caso querida prima. —Replicó Ferdinand mientras señalaba la osamenta de carnero con una vela escarlata encendida y derramando la cera sobre el hueso.

—Me gusta lo macabro, primo. Siempre he sido así, jamás tuve problema con los Bonaparte, ¿por qué ahora se escandalizan?

—Ya son otros tiempos, Eloise, Bonaparte está durmiendo bajo tierra en Santa Helena, y mi padre sentado en Versalles. Los valores revolucionarios murieron en Waterloo, y nuestra guía moral es la iglesia católica, no deberías olvidarlo prima.

—Es fácil para ti, primo. Llegar aquí a Honfleur y decirme que cambie, decirme que necesitas que cambie mi vida, que cambie mi ropa y consiga un esposo. Pero te recuerdo primo, que mi familia sobrevivió a la revolución, al reinado de terror de Roberspierre y al imperio de Napoleón. La casa D'Artagnan fue la que mantuvo a Honfleur a flote, cuando éramos bombardeados por los navíos de guerra ingleses. Yo estaba aquí, para atestiguar la muerte de mi padre, de mi madre y mis hermanos. Mientras tú, comías pastelillos en Bélgica.

Ferdinand supo que se había sobrepasado...

—Una disculpa prima. Más si queremos sobrevivir, necesitamos unidad entre todos los nobles, no es suficiente con tener a Lafayette y la infame alianza de los girondinos y los jacobinos sirviendo de oposición en la asamblea. —Replicó Ferdinand, entonces alzó su dedo índice e hizo un ademán para que su prima se acercara. Cuando Eloise se acercó, el muchacho rápidamente dijo en voz baja. —Si no somos capaces de demostrar que podemos mantener estable este país, La Santa Alianza, desgarrará el reino y se comerá lo que sobre.

—Primo, aún no te has dado cuenta, pero la verdad está escrita en las paredes. —Respondió Eloise. —Los días en los que podíamos simplemente ordenar y hacer lo que queramos han quedado atrás. Los días de los Valois, de los Casterhill o los Lanfield, se han terminado. El asesinato del tío Louis y la tía Marie-Antoniette, han cambiado toda nuestra realidad. ¿Tienes una idea de quienes están surcando las heladas aguas del Atlántico, en este momento?

Ferdinand arrugó la cara y tensó los labios en una mueca. —¿Americanos, tal vez?—Preguntó de mala gana.

—Decenas de agentes diplomáticos buscando legitimización de los países en el Nuevo Mundo, altamente influenciados por los Estados Unidos de América. La revolución, ganó, solo que aún no te has dado cuenta.

—Caudillos, criollos y campesinos. Cuando ellos hayan vencido a un ejército europeo real, entonces es cuando deberemos sentir temor, mientras tanto...mi preocupación está en la legitimación de mi padre como rey de Francia.

—Lo sé...lo vi en mis sueños.

—¿Qué? ¿Qué cosa? ¿Qué tienen que ver tus sueños en esto?

—La corona, pasará de una cabeza a otra tres veces y luego nunca más volverá a pasar. —Respondió Eloise. —En vez de preocuparte por el reino, deberías preocuparte por ti mismo, ayer en la noche fuiste atacado por dos rufianes en un callejón y tu bruto capitán no fue capaz de protegerte.

—Si hubiera estado Baptiste conmigo, ellos no me hubieran atacado, yo era quien quería pasar de infraganti. —Respondió Ferdinand y tomó un sorbo de té.

—No puedes hacer eso ya, Ferdinand, eres el príncipe heredero. Trecientos años de dinastía borbónica, yacen en tus hombros, no hay más. De morir tú, todo se acaba.

—Entonces, ¿me dices que tengo que renunciar a mi libertad y a mi privacidad para estar siempre rodeado de guardias?

—No siempre, pero si cuando salgas de casa. Yo te recomendaría que te buscaras una, "mascota"—Respondió Eloise y tomó otro sorbo de té.

—Una mascota, ¿Cómo un perro o algo así?

—No, una persona, una garantía de que está persona te permita escapar si las cosas se ponen difíciles, alguien que esté dispuesto a sacrificarse por ti, que te dé una oportunidad de vivir.

—Ósea, quieres que busque un campesino que me proteja, que esté ahí conmigo, sin importar que.

—¿Quién dice que tiene que ser un hombre?

—¿Una mujer entonces?

—Nadie sospecharía de ella, y si Baptiste la enseña a pelear, sorprenderás a todos. Además, ella sería tan leal a ti, como no tienes idea. Una campesina, llevada a la corte, te será más leal que el amor de cristo sobre todos nosotros.

—Pero es una mujer.

—Hemos tenido mujeres guerreras a lo largo de los años, Selene Bardo o Juana de Arco. —Replicó Eloise.

—¿Mavis, la florista?, Ella no me salvó.

—Te facilitó una oportunidad de combate, sin que ella ganase nada a cambio. —Replicó Eloise. —Tiene potencial para ser tu "mascota".

—Si hago eso...prométeme una cosa, prima.

—¿Qué cosa, Ferdinand?

—Prométeme que empezarás a buscar un esposo.

—Ferdinand...

—Nada de Ferdinand, mantén la paz en Honfleur, y consíguete un pretendiente al menos. No podemos perder ni un solo acre de tierra. —Respondió Ferdinand.

—Tres bien...—Replicó de mala gana, Eloise.

Entonces Ferdinand se levantó del asiento, ya no tenía nada más que hacer en el interior de la casa de su prima. Y salió por la puerta, en el marco estaba Guillaume, el longevo mayordomo de Eloise. El hombre tenía en sus huesudas manos el tricornio de Ferdinand.

—Merci Guillaume. —Replicó Ferdinand. El joven príncipe miró al anciano. Sus ojos eran grises y sin luz, cuando Ferdinand tomó el tricornio sintió la piel de la mano de Guillaume, estaba fría al tacto y rugosa, casi como la carne de pollo, El príncipe sonrió y salió de la casa de su prima, el clima en el exterior era más tibio que en el interior de la casa de Eloise.

En el exterior estaba Baptiste comiéndose un croissant, el hombre miró al príncipe.

—Alteza... ¿quiere? —Le respondió Baptiste con la comida en la boca, mientras le aproximaba una cesta con los croissants envueltos en un pañuelo.

—No, gracias Baptiste, pero no tengo hambre. —El joven príncipe entonces se dirigió hacia el amarradero de los caballos y se subió a un corcel de larga crin plateada. Acarició el cuello del caballo. —Baptiste, seguidme, tenemos un pacto que atender.

Baptiste entonces se limpió en su camisola las virutas de pan y luego montó su caballo de guerra húngaro de pelaje gris plateado.

—¿A dónde vamos? —Le preguntó Baptiste.

—Se me antoja comprar un arreglo de flores. —Respondió el joven príncipe.

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