Capítulo 3: El águila en alta mar


"Mi querido hijo, para cuando leas esta carta ya estarás llegando a tu destino, a lo largo de mi vida, he visto a nuestra familia prosperar y caer constantemente. Peleamos valientemente en la guerra de insurrección, pasamos de ser una pequeña familia de comerciantes, a convertirnos en soldados, peleamos en nombre de la libertad y con ello conseguimos una patria.

Sin embargo, hoy te inculco a ti mi hijo el consejo que me dio Don Odonís cuando peleamos a los americanos en el Misisipí. Las guerras se inician derramando sangre y terminan derramando tinta.

Así que hijo mío, es momento de dejar las viejas ideas revolucionarias con las que conquistamos nuestra libertad y embraces el matiz de los trajes de etiquetas, las fiestas de té, te pido que hables los idiomas del comercio, de la paz y la cultura.

Hoy ya no eres más Luca de Ursa, sino Luca de Iturbide, ya no eres más mi hijo ni un Ursa, sino parte del Imperio, a partir de ahora, que tus pensamientos sobre tu madre, tus hermanos o míos sean sustituido por el amor hacia tu emperador, el amor hacia tu país y hacia el Imperio"

Atentamente: Ministro de Relaciones Exteriores: Vicenzio de Ursa."

Para Luca, aquella carta bien podría estar relatando la muerte de su padre en ella y la orfandad de Luca...el muchacho guardó la carta en el bolsillo de su abrigo y se levantó de su camilla.

El joven diplomático salió de su camarote en dirección a la cubierta. Los cielos yacían despejados, la tripulación moviéndose de un lado al otro...el capitán Diego Vázquez: un hombre de mediana edad con barba tupida grisácea, como su cabello, yacía con su mano derecha sujetando firmemente el timón y con la mano izquierda, sujetando la botella de ron. Su cara yacía ya roja, pero Luca no sabía si aquel color granate de sus mejillas era por el estupor o por el flamante sol.

—¡Ah su excelencia, venid aquí, venga, venga! —Exclamó don Diego.

—Don Diego... ¿será lo más indicado que vos esté tomando antes del medio día? —Le preguntó Luca.

—Tranquilícese su excelencia, esto no es el caribe, las aguas del viejo mundo están libres de bucaneros y corsarios. —Replicó Don Diego.

El hombre entonces golpeó ligeramente la botella contra el timón, el ron salpicó la cubierta y cubrió la camisola abierta del capitán. El hombre trató de limpiarse la camisola y soltó el timón, este comenzó a desviarse y Luca tuvo que intervenir para evitar que el curso fuese cambiado.

—¿Se encuentra bien capitán? —Le preguntó Luca.

—Je, je, je. Sí, bueno, estoy un poco nervioso. Esta es la primera vez que regreso al viejo continente desde que comenzó la guerra.

—La última vez que vine, era un poco más grande que tú. Je, je, je y tenía un "corazoncito" en el muelle. —Replicó don Diego.

—Ah, ya veo. Está nervioso por volverla a ver, después de todo este tiempo.

—Por supuesto, muchacho. Cuando la conocí ella era una actriz de teatro callejero, de cinturita fina y de cabellera pelirroja ondulada, de soñador rostro y de angelical voz. —Replicó el capitán. —Ah, mi Angeline... tengo tanto miedo de averiguar qué pasó con ella, ¿acaso habría subido de peso? ¿acaso ella habría muerto? No lo sé. Entonces me tiene un poco nervioso.

—¡Tierra a la vista! —Gritó el hombre en el mástil.

—¡Rápido capitán, despliegue la bandera! —Replicó Luca.

El capitán entonces dio una larga aspiración y luego gritó.

—¡Icen la bandera! —Gritó el capitán. Dos grumetes se acercaron al mástil y comenzaron a tirar de las cuerdas, una bandera tricolor se alzó a lo largo del mástil desplazando la bandera del imperio español, con la que habían estado viajando a lo largo del atlántico.

—¿Esa es la bandera que eligieron para el imperio? —Preguntó el capitán Vázquez.

—Así es capitán, esa es la bandera que llevará a nuestro imperio a la gloria. —Replicó Luca.

—Es muy confusa, los otros marineros pensaran que tenemos una bandera italiana mal bordada. —Replicó el capitán. —¿Por qué razón tiene un pollo marrón?

—Es un águila real. —Replicó Luca.

—Menos mal que el emperador es joven y criollo, de lo contrario su gobierno no hubiera durado.

—Capitán si no lo conociera, pensaría que usted está del lado de los españoles.

—Lamento decírselo excelencia, pero la verdad es que yo apoyé a los realistas en la guerra. Si estoy aquí con vos y con todos los demás, es porque el rey Fernando no me permite comerciar con la madre patria, en el momento que llegase a atracar en Cádiz me volarían en mil pedazos con los cañones. —Replicó don Diego.

—La guerra ya terminó, los fusiles se han callado, ahora es tiempo de los hombres para limar asperezas —Replicó Luca. El joven diplomático. El joven diplomático sacó de su abrigo el reloj de plata que llevaba, repujado en la cubierta estaba la cruz con ornamentos florales, el estilo barroco del emblema de su familia.

El joven presionó el botón y el reloj se abrió en el interior, ya pasaba medio día. —Capitán, a qué hora atracaremos.

—No se preocupe su excelencia, atracaremos poco después de mediodía, claro que primero tendremos que buscar el amarradero en el que atracaremos.

—¿Amarradero? Pensé que atracaríamos en el puerto. —Replicó Luca.

—El puerto de Honfleur nunca fue el más grande o importante de los puertos franceses, además lo que no fue destruido por los ingleses en la guerra contra Napoleón, lo destruyó el régimen de rey Louis XVIII. Le sugiero que prepare sus maletas, ya vamos a atracar.

Luca asintió con la cabeza y luego regresó a su camarote, el joven guardó nuevamente sus pertenencias en su baúl.

"Curioso cómo es que toda una vida cabe en el interior de una maleta." Pensó Luca.

El joven tomó el baúl y lo arrastró hasta la cubierta. Lo primero que él notó del Veaux Bassin, fue la pobreza, los edificios sin pintura, viejos y sin cuidado. El hedor de las alcantarillas tapadas por los cadáveres de animales y basura.

El bullicio del mercado en el muelle, le recordaban los viernes de Tianguis en el barrio de Tepito en Ciudad de México. Y los hedores de la alcantarilla le recordaban cuando los canales aledaños a la capital se desbordaban.

"Entre más cambian las cosas, todo tiende a permanecer igual." Pensó Luca.

El barco atracó y los primeros en bajar fueron algunos de los comerciantes, más al ver a las familias que descendían con ellos, llenos de valijas, era señal de que no pensaban regresar al país en corto tiempo.

—Don Diego, ¿Dónde se quedará? —Le preguntó Luca.

—¿Qué clase de pregunta es esa? obviamente me quedaré en mi barco. —Respondió el hombre.

—Bien. Una vez que haya encontrado el lugar más indicado para abrir una legación diplomática, le informaré a usted. —Replicó Luca.

—Claro que sí, su excelencia. Después de todo, ya ni soy considerado español así que bien podría tratar de sacar el mejor provecho a este nuevo imperio. —Replicó el capitán Diego.

Luca se despidió del capitán del barco y descendió por la rampa. Él caminó hacia la capitanía del puerto, una voz masculina pronunció su nombre en un golpeado español.

—¿Don Luca Ursa? —Preguntó el hombre.

Luca se dio la media vuelta.

Un hombre alto de cabellera dorada hasta los hombros, relativamente joven; de ojos azules que vestía con un traje y casaca negra con una corbata ancha escarlata se acercó a Luca.

—¿Quién es usted? —Le preguntó el joven diplomático.

—Permítame presentarme. Mi nombre es Bertram A. Galloway, agente diplomático de la Foreign Office del Imperio Británico. —Replicó el hombre, al instante Luca sintió la imponente aura de aquel diplomático, no solo porque representaba a la corona inglesa, sino porque, todo en él, exclamaba ¡elegancia! Desde su cuidado tono bien entonado y profundo, su postura firme con el mentón en alto, y el seguro apretón de manos.

—Sir. George Canning, me ha enviado a asistirle personalmente como su benefactor y supervisor de la legación imperial mexicana en Francia. Pero por lo que veo, también voy a tener que instruirle.

—¿Instruirme? ¿Tan mal me ve, que necesito un maestro? —Le preguntó Luca.

—Probablemente no necesitaría mi ayuda si estuviésemos en tiempos de la revolución, existía un encanto por los hombres "civiles del pueblo" más la revolución cayó. Tengo que instruirle sobre el camino de la cortesía, como hablar con la nobleza y como ganársela. Tiene que hablar su idioma, si quiere tener un reconocimiento oficial. La moneda de cambio aquí es la influencia, la cual usted no tiene ninguna. —Replicó Bertram. —¿Qué estudios tiene?

—Estudios en Economía. —Replicó Luca.

—Bueno, el idioma del comercio funciona para atraer inversiones, Dime que al menos sabes hablar francés.

—Yo se español, francés e inglés.

—¿Qué tal está tu alemán? ¿turco? ¿mandarín? ¿italiano? ¿portugués? —Le preguntó Bertram.

—No entiendo porque se necesita conocer esos idiomas, si el lenguaje diplomático es el francés y el inglés. —Respondió Luca.

—Señor Luca, su intención es que el imperio de México y su emperador, sea reconocido por Francia, la que es una monarquía, eso significa que pasaras tiempo en la corte del rey Louis, hablando no solo con nobles y diplomáticos, sino con empresarios.

—Si voy a hablar con ellos en francés, entonces, ¿Qué razón hay que tener para aprender otro idioma?

—Okey, imagínese lo siguiente, un empresario de Anatolia que se dedica a la manufactura de cañones, llega a Francia buscando un aliado comercial para abrir el mercado latinoamericano. Naturalmente usted se acerca con la intención de invitarle a invertir en el Imperio Mexicano, más él, ha sido abordado previamente por un diplomático de La Gran Colombia y poco después siendo abordado por un buscador de negocios "ad interim" de Brasil. Por lo que este mismo manufacturero está contra la espada y la pared, pues por un lado tiene tres naciones latinoamericanas buscando comerciar con él, más este mismo manufacturero al desconocer la realidad de los países se irá con aquellos que tengan el mejor historial de crédito o mejores oportunidades de inversión. Descartando al Imperio Mexicano, al haberse creado apenas este año. Sin embargo, si usted le habla en su idioma, no solo tendrá un efecto tranquilizador en él, sino que también mostrará que su país está interesado en abrir relaciones diplomáticas con Turquía.

Luca se había quedado sin palabras, sin duda no había pensado en eso.

—Me encargaré de buscarte un profesor de idiomas. —Replicó Bertram. Después de recorrer el muelle, frente a ellos esperaba un coche descapotado color rojo. con grandes caballos de tiro esperando.

—¡Garcón! —Exclamó Bertram tronando los dedos.

Inmediatamente el conductor descendió el vehículo y levantó el baúl de Luca. Lo puso en el portaequipaje. Luego les abrió la puerta a los dos caballeros. Luca fue el primero en subir seguido por Bertram, el cochero entonces comenzó a arriar a los caballos.

—Llévenos a Odette de la Rue.

Oui, Monseaur!Exclamó el cochero.

Bertram sacó de un portafolio de cuero que había colocado por debajo de su asiento un libro de cubierta de piel en color escarlata con letras doradas.

—Toma, un regalo de bienvenida. —Le dijo el británico y le dejó el libro en las manos de Luca. En él se leía: "La Conferencia de Viena". —Apréndetelo, al derecho y al revés. Mejor herramienta para iniciar a comprender sobre el complicado escenario en el que te encuentras, no habrá.

—Gracias, Bertram.

—No me agradezcas aún, hazlo una vez que Francia haya acreditado a tu país. —Replicó el diplomático inglés.

—Y dime, ¿Qué es lo que tengo que saber sobre la situación de Francia? —Le preguntó Luca.

—La situación está un poco tensa, sobre todo para los países latinoamericanos. Primero que nada, Fernando VII de España, ha presionado a los países de La Santa Alianza para que no reconozcan a los gobiernos americanos. Si Inglaterra es parte de la Santa Alianza, ¿Por qué nos está ayudando la Foreign Office?

—Nosotros podremos tener una monarquía, pero no somos partidarios del feudalismo, como los españoles. Entendemos las ventajas que nos puede ofertar una tierra como México o Gran Colombia. Somos hombres de negocios y definitivamente no se puede hacer negocio con siervos y señores feudales. Además, si no fuese por nosotros, ellos jamás se hubiesen librado de Napoleón. Si tuviera que decirlo, Fernando VII es un hombre con un ego más grande que todo el imperio que perdió en las guerras hispanoamericanas. Y lo peor es que no se ha dado cuenta que ya lo ha perdido todo. —Replicó Bertram.

—¿Y la Foreign Office no estará interesada en retornar al plan de reconquista española? —Le preguntó Luca.

—Bueno, eso dependerá de ti y de que tan bien puedas asegurarte a ti y a tu imperio una red de apoyo internacional. —Replicó Bertram

La carroza continuó su camino.

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