Capítulo 1: Sueños Veraniegos

La brisa salina siempre había tenido un robusto olor, casi innegable desde el "Vieux Bassin" La desembocadura de inmenso río Sena. Sin embargo, este día el hedor era distinto, incomparable al excremento, el estiércol que vendían para el abono y las tripas de pescado. 

      El día viernes se celebraba el día de mercado, donde todos los negociantes del pueblo costero de Honfleur se juntaban para rematar lo poco que había sobrevivido.

      Entre la masa de personas desarropadas y mal alimentadas, dos vendedores se abren paso, cargando cubos de aluminio con racimos de flores cerúleos, granates y ambarinos. El hombre de robusta complexión y cabeza afeitada era Clemont. 

       Y tras él estaba Mavis, de cabello rubio cenizo resguardado en una cofia, ella de afilado rostro con ojo azul claro, y pecas salpicadas por sus rosadas mejillas, su nariz pequeña y su cuerpo era pequeña, a pesar de tener 17 años, su cuerpo no se diferenciaba mucho al de una niña, era delgada en extremo, casi hasta el punto de la desnutrición.

       —¡Mavis, no te atrases! —Le ordenó su padre Clemont. Él parecía más un toro que hombre. De ancha espalda y estrecho abdomen, de piernas fuertes y brazos torneados. Sin duda una vida arando el campo.

       O eso es lo que parecería hasta que el hombre miró por sobre el hombro, su mejilla derecha tenía una profunda cicatriz que le había robado la comisura del lado derecho. Aquella era una inusual marca. Según la madre de Mavis, Clemont se había hecho aquella cicatriz cuando peleó al lado del emperador Napoleón en Austerlitz.

       Clemont contaba que había recibido un corte con una bayoneta protegiendo al emperador, pero Mavis dudaba que esa hubiese sido la razón. Las pescaderas al otro lado de la plaza, decían que Clemont se hizo esa cicatriz cuando se negó a pagarle 3 francos a una prostituta.

      Los dos continuaron caminando hasta que llegaron al puesto de flores, donde la madre de Mavis, Adele, quien tenía el rostro enjuto y arrugado de cabello enmarañado mal acomodado en el interior de la cofia, ella ya estaba arreglando los arreglos de flores para venderlos. 

       Al lado de ella estaba Angie, la hermana menor de Mavis, una niña de rostro enjuto y cabello azabache y ojo marrón. La niña tendría unos 5 años, y tiraba de la manga de la chaqueta de lana de su madre.

       —¡Maman, por favor! ¡Maman, ahora yo! ¡Ahora yo! ¡Yo también quiero cortar flores! —Exclamó enérgicamente la niña, dando pequeños saltos.

       —Aquí están las flores. —Respondió Clemont y dejó abruptamente el cubo con las flores.

      —Gracias, Clemont. —Repitió muy tímidamente Adele.

        Clemont sacó de entre las flores una botella de vino y se fue a sentar en el banquillo, después comenzó a beber con vehemencia.

        —Maman... aquí está el resto. —Replicó Mavis, la chica trató de alzar sobre la mesa su cubeta con flores. Su madre tuvo que ayudarle a ponerla sobre la superficie de la mesa. La mujer jadeó del esfuerzo y se retiró el sudor de la frente. El vientre hinchado de su madre sobresalió por el interior de la chaqueta de lana.

       —Maman, no deberías hacer tanto esfuerzo, sobre todo en tu condición...—Dijo Mavis.

       —¡Oh! esto, esto no es nada hija. —La mujer entonces pasó a frotarse su hinchado vientre. —Todavía le faltan dos meses a este pomelo, para que esté maduro.

       La sonrisa forzada de su madre no convencía a Mavis, más no dijo nada.

        Entonces comenzó a escucharse las campanas vibrar sobre el campanario, Mavis y su madre giraron la cabeza hacia el puerto tras ellas, una galera mercante de amplias velas blancas estaba arribando a la bahía.

       —Esto es de lo más curioso, no parece un barco inglés...—Dijo Mavis.

       —Son españoles. —Gruñó Clemont. —Algo había leído en el itinerario que colgaron en el puerto. Creo que vienen de una de las colonias españolas al otro lado del mar.

      —Oh...

      —Sería la primera vez que tenemos visitantes del otro lado del océano aquí en Honfleur. —Respondió Mavis.

      —¡Pere!¡Pere! ¿podemos ir a ver a los recién llegados? —Exclamó Angie, toda agitada, mientras tiraba de la manga de la camisola de Clemont.

      —¡No! ¡Y deja de estar jodiendo pequeña ingrata! —Le ordenó el viejo. Angie se asustó y se fue a esconder detrás de su madre.

      —¡Maman! papá da mucho miedo. —Replicó Angie.

       Su madre inmediatamente comenzó a tranquilizarla.

       —¡Clemont! Debería darte verguenza... Angie es solo una niña.

       —No es mi niña. Esa mocosa no es mía. —Gruñó Clemont. Por como arrastraba las palabras, Mavis supo que su padre se había puesto borracho.

      Adele por otro lado giró la cabeza rápidamente hacia el gentío, tratando e asegurarse de que nadie hubiese escuchado a Clemont.

       —Otra vez con lo mismo, ya te dije que ella es tu hija. —Replicó Adele enojada. —¡Es tu sangre! Es más, de lo que yo puedo decir de tu lealtad.

       —¡Nadie en mi familia tiene cabello azabache! —Gruñó nuevamente Clemont.

      —Ya te dije que mi abuelo materno era italiano.

      —¿Y eso qué?

      —Los italianos tienen el cabello azabache. —Respondió enojada la madre de Mavis. Por otro lado, Clemont simplemente tomó su sombrero de paja y se ocultó la cara tras él, dando por terminada la conversación.

      —Maman, ¿por cuánto tiempo más tenemos que soportarlo? —Replicó Mavis.

      —Es tu padre, Mavis. Más respeto para él, está familia no funcionaría sin él.

      —¿Qué no funcionaríamos sin él? Maman, nosotras somos la que nos pasamos recogiendo y vendiendo las flores, él solo se gasta el dinero en vino y prostitutas. —Le replicó Mavis.

      —Mavis, tu padre ayuda de otra manera.

       —¿Cómo maman? Dime exactamente ¿cómo es que él nos está ayudando? —Replicó la joven Mavis cerrando sus manos en un puño y con un fuego que recorría su espalda y le hacía temblar las piernas.

       —Él nos protege.

       —¿Qué nos protege? ¿él?, Ni siquiera puede mantenerse sobrio. —Replicó Mavis.

       —Mavis, piensa. Si fuésemos solo tres mujeres solas, ¿Cuánto crees que duraríamos en este pueblo? Clemont, es veterano de guerra. Por más briago que esté, aun piensa en su familia. Estoy segura de eso, estoy segura...

       —Maman, nos cambió por una botella y una mujerzuela de los amarraderos. El hombre que se fue a pelear se ha ido, y lo que dejó...sinceramente no sé qué considerarlo.

      —Tu padre. —Replicó tajantemente Adele.

       Entonces por la calle apareció un hombre alto bien vestido que usaba casaca negra con una fina camisola blanca y una corbata color azul celeste, en su cabeza un sombrero tipo tricornio con hilo dorado. Por debajo de la casaca un fino chaleco de cuero y pantalones negros con bota de montar también negra y en su mano un largo bastón con una empuñadura de un león.

       —Disculpen, me interesaría comprar un arreglo de flores. —Con profunda voz replicó el hombre.

      —Mavis, ve a atender al cliente, yo necesito un momento a solas. —Le ordenó su madre a Mavis, la joven supo que se había extralimitado, y sabía que tendría que disculparse a futuro.

      —Voy...—Le anunció Mavis a su cliente en el mostrador.

       Mavis entonces miró al hombre de frente, resultaba ser alguien muy misterioso. Pues un pañuelo también negro ocultaba su cara, más lo único que se podían ver, era aquel par de ojos azules y mechones de cabello azabache que escapaban por debajo de su tricornio. Sabía que tenía que alguien de importancia, con dinero y joven. Pues su piel carecía de cualquier imperfección ni arrugas.

        —¿En cuánto este arreglo de rosas? —Le preguntó el hombre mientras apuntaba con su mano enguantada el arreglo.

        Mavis sentía curiosidad de que alguien se hubiese interesado por el arreglo que ella había armado, era la primera vez que alguien elegía su arreglo por sobre los de su madre.

        —Ah, ese...—Mavis miró por sobre su hombro a su madre, la mujer extendió todos los dedos de su mano derecha, luego cerró el puño y levantó dos dedos. —¡Siete francos! —Repitió la mujer.

       —¿Siete francos?

       —Si se le hace mucho, se lo puedo dejar a cinco. —Replicó Mavis. —Pero sería lo máximo en lo que se lo puedo bajar.

       —Cinco francos. Hay otros arreglos que se ven mejor y que me los dejan a tres francos. —Respondió el cliente.

       Esa actitud le irritaba a Mavis, aquella actitud de aquellos que tenían dinero y que eran los que más peleaban los descuentos en el mercado. Pero algo que le irritaba eran los nobles desarropados, aquellos que habían caído en la desgracia. Así que Mavis decidió molestarlo un poco.

       —Sinceramente pienso que estaría dejando pasar una oportunidad muy importante. —Replicó Mavis.

       —Ah, ¿sí? ¿por qué lo dice señorita? —Le preguntó incrédulamente el extraño.

       —No sé quién sea, pero lo que sí sé, es que quiere pasar desapercibido. Cosa que le será difícil con ese atuendo. No me malinterprete, el color negro y el pañuelo le ayuda, lo que no le ayuda es el tricornio con hilo de oro y el bastón. Al instante llama la atención, pero...si usted me compra este arreglo, la gente pensará que es un noble sin dinero para caerse muerto. Y así ya no llamará tanto la atención.

       El cliente no pudo evitar soltar una pequeña risa.

      —Y dicen que ustedes el pueblo llano, no piensa. Está bien, muchacha, me has convencido. Entonces el hombre sacó del bolsillo interior de su casaca un fajo de billetes y lo dejó sobre la mesa. —20 francos.

      "¡20!,"

       Era la primera vez, que Mavis veía dinero en papel, y aún más, que fuesen 20 francos por un arreglo que le había costado un franco y 20 centavos realizarlo.

      —¡Trato hecho! —Dijo Mavis, alegremente. Entonces el hombre tomó el arreglo y prosiguió su camino.

       —Maman, maman. ¡Mira, mira! —Le llamó Mavis alegremente.

      —¿Qué ocurre?

      Mavis le dejó el fajo de billetes en las manos a su madre.

       —Ese hombre me dio 20 francos por mi arreglo, Y tú decías que era muy feo. —Dijo sonriendo Mavis.

       Las dos mujeres inspeccionaron los billetes, era la primera vez que veían un billete que no tuviese la cara de Napoleón en él. Sin embargo, dinero era dinero.

       —Son reales, ¡Esto hay que celebrarlo! —Respondió Adele. —Creo una vez que termine el día, irás a comprar Pescado frito con mostaza.

        Mavis estaba contenta, la última vez que habían comido pescado empanizado con mostaza había sido en el cumpleaños de Angie.

       —¡Claro que sí! —Respondió Mavis.

         Al final del día le pidieron a Mavis comprar pescado empanizado y frito con salsa de mayonesa y mostaza, mientras su padre, su madre y su hermanita regresaban a casa. El sol crepuscular en el "Viux Bassin" teñía de un ambarino matiz los edificios al rededor del puerto. Al pasar por la avenida principal todo cambió.

        Para empezar, el piso era empedrado, y los trabajadores del municipio habían empezado a encender los faroles y luminarias. Un cuarteto de violinistas estaba tocando harmónicamente y los puestos de comida se habían reunido en aquel lugar.

       Mavis pasó al lado del panadero que había sacado croissants de su panadería, junto a ella pasó un hombre alto de cabellera rubia y al lado un hombre que vestía con un abrigo cerúleo, los dos hablaban en un idioma que ella no entendía, sabía que tenían que ser extranjeros.

       El puerto de Honfleur no era ajeno a tener mercaderes ingleses y austriacos comerciando y buscando la mejor comida en los puestos de la avenida principal.

        Entonces lo vio a él. El hombre misterioso yacía en medio del camino sin realmente saber a dónde ir, solamente se había quedado en medio de la avenida.

       —¿Le funcionó el arreglo "señor noble"? —Le preguntó Mavis.

       El joven hombre entonces se dio media vuelta...oh, es usted. Debo decirle que a mi prima le disgustó el arreglo.

        —Oh...lo siento. —Respondió Mavis.

        —¿Sentirlo? ¿por qué? Si ella es una horripilante mujer. —Replicó el hombre. —Debo admitirlo madamoiselle, usted está apunto de revolucionar el negocio de los arreglos "irónicos" de flores.

        —¿Gracias? Que curiosa forma tienen ustedes los nobles de agradecer las cosas. —Respondió Mavis.

       —Bueno, la primera lección cuando trate a nobles desarropados, es que todos nosotros lanzamos indirectas, en vez de decir las cosas tal y como son.

       —Me lo he imaginado. —Replicó Mavis. —¿Y qué está haciendo aquí?

       —Pues, debo decir que me parece impresionante este lugar, con su gente y la gran variedad de gastronomía callejera que tiene, pero...

        Entonces se escuchó un fuerte gruñido de estómago. Por un momento Mavis pensó que era el suyo, pero al ver al hombre que se tocó el estómago...quedó sorprendida.

       —¿Está bien?

      —A decir verdad...siempre he querido comer la comida popular, pero...

      —No sabe por dónde empezar. Vale, venga conmigo, señor noble.

      —Puedes llamarme Ferdinand. —Replicó el noble.

      —Oh, bueno...

      —Y su nombre, ¿Mademoiselle?

      —Oh... Mavis, puedes llamarme Mavis.

      Ambos caminaron hacia el puesto donde había pescado frito con patatas.

      —Bonsoir...—Saludó Mavis a la esposa del pescador, quien era la que freía el pescado y luego lo secaba en pañuelos.

      —Mavis, ¿Y ese milagro, hoy celebran algo importante?

      —No, realmente señora, pero mi madre me ha pedido que compre...

       La señora entonces colocó el pescado en la cesta que llevaba Mavis así como patatas cocidas y salsa de mayonesa.

        —Serán 3 francos. —Dijo la mujer. Mavis sacó de su faldón 3 monedas y se las dio a la señora.

       Entonces el noble desarropado carraspeó por un momento.

       —Y nos da dos raciones individuales. —Dijo el noble.

      La señora entonces colocó en hojas de papel las tiras de pescado y patatas y las bañó con salsa. Luego se las dio a los dos...

       —Será 1 franco con 75. —Replicó la vendedora.

       El noble desarropado sacó de su bolsa una moneda de plata y se la dejó en las manos. La vendedora se quedó perpleja...

        —No... tengo suficiente cambio. —Replicó la mujer.

       —Quédese con el cambio. —Replicó el joven noble y luego le dio una ración a Mavis.

       —Gracias...mi señor. —Replicó tímidamente la vendedora.

      Los dos entonces se alejaron del puesto y comenzaron a caminar.

       —Para ser un noble desarropado, tienes mucho dinero. —Replicó Mavis.

       —El dinero viene y va, acaso a un muerto le importará si es enterrado con plata en los bolsillos, ¿De qué le servirá en todo caso?

       —No lo sé, supongo en el tipo de ataúd en el que será enterrado. —Respondió Mavis. —Es muy diferente ser enterrado en un ataúd de mármol o barnizado que en uno hecho con madera que le sobró al carpintero.

       —Eres mucho más de lo que resalta la vista, ¿verdad?

      —Digamos que eso es parte de mi encanto. —Replicó Mavis con una inquisidora sonrisa.

       Los dos continuaron caminando cuando de un callejón, salió un par de manos, y agarraron al noble desarropado por la casaca y lo metieron al callejón. Mavis fue detrás de él.

       Dos hombres lo tenían contra la pared y golpeándole en el estómago. El alto un hombre de nariz aguileña y de rostro enjuto y el otro un hombre robusto de cabeza calva.

      —¡Déjenlo en paz! —Gritó Mavis.

       —¡Donde está el dinero! ¡Vamos danos el dinero, maldito noble! —Gritó el hombre robusto y le dio otro puñetazo, entonces se le cayó el tricornio al noble. Entonces Mavis agarró con fuerza la canasta y se la rompió en la cabeza al hombre en la cabeza.

       El hombre calvo gritó de dolor cuando se quemó con la comida caliente.

       —¡Hija de puta! —Gritó el pelón. El hombre entonces dejó de golpear al noble y se fue tras Mavis. El hombre extendió sus brazos y agarró a Mavis por la camisola y la suspendió en el aire con gran facilidad.

       —¡Te voy a hacer paga...

      Entonces el noble desarropado le dio un fuerte golpe en la mejilla al pelón, el hombre tiró a Mavis y el hombre se cayó en el piso, había quedado inconsciente, el otro hombre entonces sacó un puñal y trató de apuñalar al noble. El hombre fue hacia el rostro, pero solo logró cortarle el pañuelo que cubría su rostro.

       El noble entonces tomó la muñeca de su atacante y se la rompió. El puñal cayó al suelo. El atacante se sujetó la mano horrorizada.

       —¡Alteza está bien! —Exclamó la voz de un hombre. Mavis alzó la vista eran tres guardias con fusil en mano y un sable en el cinturón.

        —¿Alteza? —Preguntó Mavis desconcertada. La joven giró la cabeza hacia el noble desarropado, sus ojos cerúleos brillaban ante la luz de las luces de gas. De rostro afilado con fuerte mentón y pómulos altos, de nariz griega y bien constituida.

       —¡Príncipe Ferdinand, ya le hemos dicho que no deambule solo por ahí sin su protección! —Exclamó uno de los guardias jóvenes, de cabello corto rubio y de ojos verdes, de rostro rectangular con fuerte mentón y de facciones varoniles, una cicatriz en cruzaba por encima de su frente y terminaba en el pómulo izquierdo.

       —Tranquilo, capitán Baptiste. De hecho, no debe agradecerme a mí, sino a mi encantadora acompañante, Mavis. Quien me ayudó en este combate. —Dijo el príncipe Ferdinand, con una cálida sonrisa.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top