Diecisiete.

—Solo hazlo y ya —el pálido rostro de la chica estaba tornado de un sutil rojo que llegaba incluso a sus orejas.

—No es tan sencillo. Esto es vergonzoso —musitó Emmanuel.

—Por favor... sólo hazlo ya.

—Hay muchas personas alrededor, especialmente mujeres —los dedos del moreno sudaban al punto que el celular resbalaba de entre estos. La contraria soltó un suspiro impaciente—. Está bien, está bien. Lo haré sólo porque el guardia ya se me quedó viendo raro —dijo luego de desviar la mirada hacia dicho sujeto y colgó. Quería esperar a que no hubiese tantas mujeres en el área, pero ya había esperado demasiado.

Y es que claro, si un hombre atractivo era visto por mujeres tomando toallas sanitarias era considerado un acto lindo; pero Emmanuel estaba lejos de los estándares de atractivo masculinos. Era un chico bajito, moreno, cabello rizado que siempre peinaba hacia atrás, tenía "pancita", sus ojos eran tan comúnmente cafés y para colmo tenía miopía, razón por la que usaba unos comunes lentes de armazón negro. Si las tipas de ese lugar lo veían tomando toallas sanitarias seguro pensarían que era un depravado o algo similar. Con el rostro caliente por la vergüenza y nerviosismo pasó apresurado por el pasillo y tomó con agilidad el paquete de la marca que Candy ya le había dicho que tomara. Escuchó las risas y murmuros de unas estudiantes que se encontraban cerca y casi corrió hacia la caja para pagar con la tarjeta que los padres de Candy le habían dejado.

La cajera lo miró un tanto desconcertada y Emmanuel deseó desaparecer en ese mismo momento, pero no podía dejar a su amiga encerrada en el baño el resto del día.

—Las cosas que hago por ella —masculló aún con el rostro sonrojado y caminando aprisa de regreso a la casa de la Avenida Sunflower.

Entró a la casa. Metió las llaves en el bolsillo de su suéter de Spider-Man y soltó un suspiro de alivio al haber pasado ya todo lo vergonzoso. Subió las escaleras mentalmente desgastado y se dirigió hacia la habitación de Candy, entró y tocó la puerta del baño. Esperó unos segundos y ésta se abrió apenas un poco para que Emmanuel le pasara "el paquete" a la chica. No intercambiaron palabra alguna. El chico se fue a la cocina y preparó algo de té para los cólicos.

Vertió todo el líquido en un termo antes de volver a subir y entrar a la habitación encontrándose con una Candy hecha bolita sobre su cama.

—Insisto ¿por qué no tomas pastillas para los cólicos? —rodeó la cama hasta llegar a la mesa de noche y dejar el termo sobre este.

—Prefiero evitar tomar pastillas, no es agradable —comentó entre dientes.

—Bien. ¿Te das cuenta que pasaré mi día libre cuidando de ti? —añadió en forma de reproche intentando "hacerse el difícil". Ante esto Candy sólo lo miró con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido—. Es broma, es broma.

Veamos doramas —dijo la chica sin afán de escuchar un no como respuesta de su compañero. Se hizo a un lado la cama dejando espacio para él y con unas palmaditas sobre el lugar disponible le indicó que se recostara.

Emmanuel tomó lugar al lado de ella y se quedó en silencio mientras la chica ponía un capítulo de ese dorama del que tanto tomaba importancia en sus últimas conversaciones. No entendía absolutamente nada y de cuando en cuando le daba por leer los subtítulos, aunque no le importara ni una pizca ese o los demás capítulos que le siguieron intervenía para ofrecer una almohada a Candy para que esta ahogara sus gritos de fangirl en cada escena romántica entre los protagonistas. Había momentos en que se quedaba dormido los cuales pasaron desapercibidos para su amiga. Si. Las cosas que hacía por ella.

Poco pasadas las 6:00 p.m Emmanuel se fue. La rutina de Candy había cambiado desde el regreso de sus padres y tras un par de meses su amigo se había vuelto algo así como su mandadero. Con una tarjeta de crédito sin límite (que sus padres no le pidieron de vuelta al notar que ya no los fastidiaba) enviaba a Emmanuel a comprar despensa, videojuegos, ropa y demás caprichos que le vinieran en mente. En señal de protesta no les había dirigido palabra alguna en meses, y aunque para ella resultaba un poco doloroso, a sus padres parecía sentarles de maravilla que su única hija se distanciara de ellos.

Por la noche y con unos cólicos posibles de soportar Candy pasó gran parte de esta jugando partidas de COD con su equipo. Por pequeños momentos se ponían a platicar entre ellos, aunque Candy sólo les prestaba importancia a las ocasiones en que Fubuki se dirigía a ella. Esa especie de enamoramiento de ella era tal como para poner una foto del chico de fondo de pantalla la cual le hacía suspirar cada que lo veía. Sus conversaciones por WhatsApp eran completamente triviales, pero aun así se "enamoraba" más de él con cada día que pasaba platicando por pequeños instantes con él, hasta que poco a poco este comenzó a ser un tanto más afectivo con ella.

Palabras como: "linda, bonita o dulcecito" aumentaron la fantasía de que los sentimientos hacia Fubuki007 fueran correspondidos. Llamadas, videollamadas y mensajes fortalecían el deseo constante de Candy por ser normal y superar su fobia que tan aislada la tenía del mundo.

Por otro lado, Emmanuel se sentía especial para su introvertida amiga y con cada pedazo de atención y afecto que lograba obtener de su parte este se sentía más atraído hacia ella. No planeaba rendirse al respecto. Lograría que saliera al mundo y de paso que se fijara en él. Pero claro, eso sería muy fácil y el destino ya había comenzado a hacer su jugada.

—Dices que vives en Batesville ¿verdad? —preguntó "Fubuki" mientras estaban en videollamada.

—Si ¿por qué? —respondió ella.

—Bueno, me parece que Mint View es la ciudad cercana ahí, y bueno, este fin de semana estaré ahí de visita. Pensé que quizás podríamos quedar para vernos.

Si... ¡Si! —respondió Candy con demasiado entusiasmo. Esto, robó una varonil pero sutil risa del contrario.

—Está bien, dulcesito. Te enviaré mensaje para acordar la hora y el lugar —dicho esto, colgó, y Candy comenzó a sentir el peso de ese simple "si".

Caminaba de un lado a otro en su habitación ante la mirada expectante de su tigreado gato, una mezcla de sentimientos la atormentaban en ese momento y caminar de aquí para allá ayudaba a despejar su mente.

—Voy a verlo, voy a verlo —se repetía constantemente. La voz de "Fubuki" se reproducía una y otra vez en la cabeza de la ingenua y enamorada chica quien se convencía de que ese era "amor de verdad".

Lo primero que vio Emmanuel apenas entró fue a Candy hablar con su gato mientras se dedicaba a masajear detrás de su oreja con una delicada parsimonia y escuchó el sonoro ronronear de la suertuda mascota.

—Llegaron mas paquetes —anunció el moreno dejando tres paquetes de quien-sabe-que.

Su amiga había comenzado con compras impulsivas por internet y con confianza las enviaba a nombre y dirección del chico. La madre de Emmanuel ya lo había regañado varias veces por la cantidad de paquetes que llegaban últimamente, pues no quería que su hijo despilfarrara su sueldo en cosas innecesarias como videojuegos, figuras de "monos chinos" y superhéroes de los cuales ya estaban llenos los estantes de su habitación. «Una novia es lo que deberías conseguir, comienzo a preocuparme sobre si llegaré a tener descendencia de tu parte». Fue dialogo del ultimo regaño de esta.

—Emmanuel, Emmanuel, Emmanuel —lo llamó emocionada.

—¿Qué pasa? —dejó los paquetes en la alfombra y se sentó sobre esta justo al frente de la chica.

—Tengo algo que contarte —su sonrisa era tan amplia que dejaba a la vista sus chuecos dientes anteriores a los caninos que daban la ilusión de ser colmillos.

—Dime.

—Voy a salir este fin de semana —dijo finalmente luego de unos largos segundos de suspenso.

—¿Estás hablando en serio? —Emmanuel no pudo contener su felicidad y sonrió al instante.

—Si. Hay un chico que es compañero de equipo en el BlackOps y desde hace tiempo me gusta, mas que eso, siento que estoy enamorada de él. Es tan lindo y atractivo, su voz es tan masculina y es muy bueno jugando, siempre me cubre en las misiones cuando tengo que recargar o cuando estoy en problemas y... es tan perfecto para mí —las grises pupilas de Candy se iluminaban mientras hablaba de este sujeto y la sonrisa del moreno desapareció con cada palabra. Su corazón dolió y su garganta sintió seca.

—Candy... no creo que sea buena idea...

—No pasa nada, es un amigo, hemos hecho muchas videollamadas y sé que no es una mala persona ni me haría nada malo —hubo un largo silencio, su amigo solo se dedicó a mirar la alfombra y rascarla con sus dedos.

—¿Y tú... vas a salir de tu encierro... por él? —preguntó con la mirada perdida en la alfombra.

—Si... estoy segura de que esto es amor de verdad, como ese de los doramas que veo y que soñé alguna vez con tener y...

—¿Y qué hay de mí? —la interrumpió. —¿Dónde ha estado ese tipo cuando lloras y tienes tus ataques? ¿dónde estuvo cuando te desmayaste en la cocina? Cuando tus padres te dejaron sola ¿dónde estuvo él? —comenzó a levantar la voz lo suficiente como para correr al gato de la habitación.

—Creí que eras mi amigo ¿por qué me hablas de todo esto ahora? ¿sabes qué? No necesito de ti, de ti ni de nadie. —comenzó a gritar enojada.

—¿Que no necesitas de nadie? Compras cosas con el dinero de tus padres y las envías a MI casa. —le dijo mirándola por primera vez en todo ese tiempo, con molestia.

—Vete y no vuelvas nunca —la chica devolvió la mirada con desprecio.

Emmanuel no dijo palabra alguna, solo se levantó, dio la media vuelta y se fue. Esa noche Candy lloró por primera vez por una razón que no eran sus padres o su trauma.

Ella y su primer amor se verían en el Aroma Café de la quinta intersección el sur de Mint View a las 3:00 p.m. Candy y Emmanuel no se habían hablado desde aquella discusión, aunque él dejaba frente a la puerta de la parte trasera los paquetes que faltaron por llegar. Ella dejó de comprar cosas por internet y se lamentó no haber comprado algo de maquillaje, pues quería verse lo mejor posible para su encuentro con su chico.

Los días restantes Candy investigó la ruta a tomar para llegar al Aroma Café, los transportes, se las ingenió para obtener efectivo de la habitación de sus padres, la hora en que debía salir, se probó cada vestido que tenía mil veces frente al espejo e intentó varios peinados para tratar domar el nido de pájaros que era su cabello.

Cuando llegó el sábado se levantó temprano, tomó una larga ducha y puso su mejor vestido. Decidió dejar su cabello suelto. Tomó una bolsa en color beige y la cruzó por su pecho, dentro colocó sus pastillas, dinero y las hojas con las indicaciones de cómo llegar al café. Dejó el plato de comida y agua de su gato lleno y se dirigió a la puerta principal.

Pasó unos cinco minutos frente a ella observando el picaporte con las manos sudando y frotándolas entre sí. Una llamada la sacó de su ensimismamiento, era su amiga Niko. Sin dudar contestó la llamada y pensó que era la mejor excusa para distraerse y salir. Mientras Niko le contaba las cosas extrañas que le pasaron en su camino al dentista Candy aprovechó y abrió la puerta, salió y cerró con llave. Se forzó a reír cuando Niko reía y se obligó a imaginar lo delicioso que debía verse el pastel que le causó una gran carie a su amiga cuando cruzó y cerró el portón de metal. La conversación llegó a Niko describiendo el lujoso restaurante al que fue con su familia hacía dos días, mientras, la chica con agorafobia avanzaba por vez primera después de años de aislamiento por una de las aceras de la avenida Sunflower.

Curiosamente no había persona alguna al alrededor ni siquiera que se asomara por la ventana y viera a ese "fantasma" salir de la famosa casa embrujada de Batesville y cruzar toda la avenida hasta la parada del camión. La plática con Niko funcionaba bastante como distracción, aunque de igual manera "Fubuki" era lo único que tenía en mente, aún mas cuando éste tomó protagonismo en la conversación.

—Espera... ¿qué? —al otro lado de la línea Niko se escuchaba mas que sorprendida.

—Eso, iré a verme con él. La verdad es que llevo bastante tiempo sintiendo algo por él. Es muy lindo y comprensivo, me habla bonito y...

—Candy... si sabes que él tiene novia ¿verdad? —su amiga trató de tener el mayor tacto posible.

—¿Qué...? —su rostro se apagó.

—Espera te mostraré capturas.

Su teléfono vibró y alejó este de su oreja para mirar. Las capturas de pantalla eran de la cuenta de Facebook de él. La ultima foto que había subido era de él con una hermosa chica de cabello lacio y oscuro con piel de porcelana mientras se besaban. La ubicación era Mint View y por la descripción ellos llevaban tres años de relación, el día anterior a ese había sido su aniversario y él había ido a verla para celebrar. Las demás fotos eran de comentarios de ellos en fotos y demás siendo empalagosos entre ellos, él subía fotos de ella "presumiéndola" y ella hacía lo mismo con él. Volvió a poner el teléfono en su oreja.

—No tengo cuenta de Facebook, yo... no tenía idea... —los ojos de Candy de comenzaron a llenar de lágrimas, el pecho le dolía y la garganta le apretaba.

—Ese idiota... tú no tienes la culpa de nada, Candy. Ese asqueroso tipo le habla bonito a cualquiera, hace un tiempo me contó que tuvo un problema con su novia por ser un maldito mujeriego. Obviamente modificó la historia a su conveniencia ahora tiene sentido que me dijera que la chica lo tenía bloqueado y no podía contactarse con ella. Viven en ciudades diferentes y... —Candy dejó de escuchar. Dejó caer el teléfono y comenzó a llorar desconsolada.

Aún estando encerrada había sido lastimada, herida. Cayendo en cuenta de su alrededor comenzó su ataque de ansiedad. Abrazó sus rodillas después de tomar una pastilla y continuó llorando por su primer corazón roto. El camión pasó a un lado de ella sintiendo la polvorienta ráfaga de viento que dejó a su paso. Segundos después sintió la fragancia natural de Emmanuel y vio sus tenis a un lado de ella.

—Tranquila, tranquila. —dijo mientras la rodeaba con sus brazos. 

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