Carta IV: Disforia
Año 1503: La peste asola la campiña, llevándose a cada mujer, hombre o niño...Detrás de los muros de Ruan, la duquesa Odette Ursa, tendrá que demostrar que Normadía es propiedad de la familia Ursa. Si falla...más de 200 años de historia se perderán...
La noche fría pues había llovido toda la tarde, y una neblina recorría el campo, imposibilitando ver los cadáveres putrefactos. Moviéndose en una barca una tenue luz se dirigía hacia la ciudad. Los cuatro guardias desde la torre quedaron sorprendidos, ya que desde hacía meses que no veían ni un solo barco en el río.
—Preparen las ballestas. —Anunció el guardia que estaba a cargo.
Los otros tres guardias colocaron un dardo en la ballesta y esperaron a que la barcaza se acercara.
—Cuando la barcaza cruzó el banco de niebla y estuvo lo suficientemente cerca de la puerta, notaron que en el bote solo estaba sentada una mujer que usaba una túnica de monja.
—¡La ciudad está cerrada! —Exclamó el guardia, de media vuelta, hermana. O de lo contrario dispararemos. —Anunció el guardia.
Sin embargo, la mujer se levantó de la barcaza.
—Hijos míos, ustedes no se atreverían a rechazar a una hija de dios, pido clemencia para entrar a su ciudad y hablar con la duquesa Odette Ursa.
—Las ordenes de la duquesa son claras, no dejar pasar a nadie. —Replicó el guardia y luego levantó la ballesta y le apuntó nuevamente a la mujer. —No importa si es una monja.
—Vengo navegando río arriba, donde la peste no ha llegado. Es mi única intención hablar con la duquesa Odette. —Respondió nuevamente la mujer.
Entonces del interior de la torre, salió un joven hombre de cabello rubio con armadura completa.
—¿Qué le hace pensar que la duquesa estará dispuesta a recibirla? —Preguntó el hombre.
—Por qué yo soy una mujer santa, capitán Loiren. —Anunció la mujer.
—¿Cómo sabe mi nombre? —Preguntó sorprendido el caballero.
—Por qué dios me lo reveló. —Respondió la mujer. Entonces la monja lentamente se retiró su capucha. Lo primero que resaltó fueron esos brillantes ojos verdes contrastando con su piel cobriza y su largo cabello azabache. —Yo soy Ambra, sor del convento de Saint Peril de Breton.
Por un momento, el paladín Loiren quedó embelesado por aquella mujer, no podía negar lo hermosa que era. Pero también sabía que existía otro problema, la peste, aquella mujer podría estar apestada, Antoine Loiren no iba a ser quien dejara entrar la peste en la ciudad.
—Estoy dispuesta a dejar que me inspeccionen para que vean que no tengo las marcas de la peste. —Respondió Ambra.
Había algo en el tono de voz de ella que le generaba una extraña calma y confianza. No podía evitarlo, el capitán había conocido mujeres hermosas, Odette era una de ellas, pero aquella mujer tenía un misticismo que no podía negar...incluso si ella llevaba un atuendo de monja.
—Déjenla pasar. —Dijo finalmente el paladín.
Carta IV: "Disforia"
Odette despertó a la mañana siguiente. Miró por la ventana, los cielos se habían despejado, y el sol brillaba con intensidad ese día. La joven duquesa tomó la campana que estaba en su tocador contiguo a la cama y lo sonó tres veces. Inmediatamente entraron cuatro mucamas. Que ayudaron a la doncella a salir de su cama, la primera llevaba una jarra y un plato de porcelana china con agua tibia.
Las mucamas desnudaron a Odette, y las mujeres comenzaron a tallar su cuerpo con el algodón empapado y el jabón perfumado. A pesar que Odette era toda una noble francesa, la sangre normanda seguía corriendo por sus venas, al igual que las tradiciones, y una de ellas era el baño y la limpieza del cabello y cuerpo. Sus mucamas limpiaron su piel, y luego con una peineta cepillaron su cabello.
—Ni una sola liendre, duquesa. —Respondió Marie-Luan.
—Gracias al cielo. —Respondió Odette.
—Por cierto, tengo que informarle de algo serio mi señora. —Respondió Marie-Luan.
—¿De qué se trata?
El capitán Loiren dejó entrar a una mujer a la ciudad.
—¡Qué hizo que! —Exclamó Odette.
—No se preocupe, alteza. Tres monjas la inspeccionaron en presencia de un doctor, no llevaba las marcas de la peste con ella. —Respondió Marie-Luan.
—Por dios, no me des esos sustos, Marie-Luan. —Dijo la duquesa. —¿Y qué me puedes decir sobre esta extraña mujer que hizo a mi capitán, desobedecer mis ordenes?
—Puedo decir que es rara...
—¿Rara?, ¿Cómo?
—Es una monja, pero me produce una gran calma cuando la escucho hablar. Creo que es morisca, ya que su piel es más oscura. —Respondió la mujer.
—Una monja morisca, que peculiar.
—Lo más peculiar, es que parece ser una mujer santa. —Respondió su mucama.
—¿Qué?
—Ella sabe cosas, puede adivinar cosas o algo parecido. —Replicó Marie-Luan. —Ella quiere hablar con usted, duquesa.
—Ya veo, ¿Y cómo se llama?
—Ambra, duquesa.
Terminaron de vestirla y de peinarla. Cuando la duquesa salió de sus aposentos, al otro lado estaba el capitán, Antoine Loiren.
—Duquesa, tengo algo que decirle.
—Puede ahorrarse sus disculpas por haber incumplido con su tarea capitán, en este momento me siento intrigada por esta supuesta "santa" que ha llegado a nuestra ciudad.
Odette suspiró y luego se dirigió hacia el gran salón, donde se supone que estaba esta supuesta mujer santa.
Cuando Odette abrió la puerta, los vio. El fraile Henri Girondin hablaba con aquella supuesta mujer santa.
"Oh, ahora entiendo porque el paladín Loiren, desobedeció mis órdenes. Y cómo no iba a hacerlo, creo que jamás había visto una mujer tan hermosa como ella."
La "mujer santa" se la pasaba sonriendo a todo lo que decía el fraile Henri, sin embargo, cuando la visitante miró a Odette y sus ojos se encontraron, grácilmente la mujer santa se levantó y se sacudió su hábito de monja.
—Es un placer conocerle, Odette Ursa; Señora de Ruan, duquesa de Normandía. —Respondió la monja. —Mi nombre es...
—Se quién es usted, hermana Ambra. Me han dicho que usted es una mujer santa, pero más allá de su agraciada presencia, no veo que es lo que lo llamaría divina. —Respondió Odette.
—Duquesa...debería respetar a la hermana Ambra. Después de todo, ella le ha dado la vida a dios. —Respondió el joven fraile.
—Ella podrá haberle dado la vida a dios, pero yo no tengo ganas de conocerlo en la inmediatez. —Respondió la duquesa.
Fray Hneri había tratado de corregirle a Odette otra vez, pero rápidamente la hermana Ambra comenzó a hablar.
—Está bien, fray Henri. Yo entiendo, la duquesa tiene todo el derecho de sentirse mal, son tiempos de sombras e intriga, después de todo.
Aquella declaración le sorprendió a Odette, era la última frase que había escrito en la carta que le envió a su hermano, Philip. En ese momento, supo que Ambra no era cualquier mujer.
—¿Qué le ha traído a Ruan, hermana Ambra? —Le preguntó Odette.
—Vine a visitar a una vieja amiga. —Respondió Ambra.
—Oh, ¿ella vive en Ruan? —Preguntó el fraile.
—No. Ella vive en una aldea al norte a la Ciudad del Cruce.
—Oh, que desafortunado. —Respondió el capitán Loiren.
—¿Por qué lo dice? —Preguntó Ambra, nuevamente.
—La peste se llevó a todos al norte de la ciudad. —Respondió el capitán de Odette.
—Oh, es una pena, pero si todos se han muerto entonces no tendré problema para enfermarme, además estoy acostumbrada a viajar sola. Además, no será la primera vez que visito su tumba. —Dijo la joven monja. —Además, es mejor ir ahora, antes de que se convulsione el reino, nuevamente.
—¿Qué quiere decir con eso? —Le preguntó la duquesa Odette.
—El duque Simmon D'Arluc, es uno de los contendientes a la corona de Francia.
Odette no puedo evitar soltar una risita.
—¿Cómo podría ser? En la última carta de mi hermano, el rey Carlos seguía con vida. Y además el príncipe Eric es el siguiente en la línea de sucesión. —Le respondió Ambra.
—El príncipe Eric es un niño de 6 años y el duque D'Arluc es primo del rey Carlos, los mercaderes hablan y sus palabras viajan más rápido que los mensajeros del rey. Su majestad está enfermo con la fiebre napolitana, pocos son los hombres que sobreviven a la fiebre, y más pocos aún, los que se mantienen cuerdos después de la fiebre. —Respondió la hermana Ambra.
Había algo en ella que no le gustaba a Odette, tal vez era su tono de voz o, mejor dicho, era el tipo de conocimientos que Ambra poseía, le impresionaba y al mismo tiempo le causaba temor a Odette. Entonces, la duquesa se preguntó.
"¿Qué es lo que le había traído realmente a Ruan?, ¿Acaso será una espía que trabaja para el duque de D'Aruc, o...peor, será esto un preludio para una batalla en Normandía?"
Los pensamientos de Odette eran ominosos, ella era duquesa de Ruan, pero al final había sido su hermano quien ganó el ducado de Normandía. Odette gobernaba en su nombre, pero al mismo tiempo ella no podía llevar a las tropas al campo de batalla. Su familia había conseguido el ducado de Normandía luchando contra la familia Boudin.
—La historia tiene una curiosa forma de repetirse, la primera como una tragedia y la segunda como una farsa. —Respondió Ambra con una sonrisa.
—¿Qué es lo que está tratando de decirme, hermana Ambra? —Le preguntó Odette, ahora convencida de que Ambra, podía leer su mente.
—No es ninguna magia, si es lo que usted cree. Es dios quien guía mis labios. Quien me dice que decir.
—También las brujas, hacen eso. —Replicó Odette.
—Entiendo sus dudas, pero no soy una hechicera, Dios hará caer su gracia sobre Ruan, esta tarde. Una vez que usted lo vea, se sentirá en paz con su respuesta.
—Bien. —Respondió Odette. —Pero si me mientes, te encerraré a cal y canto dentro de una de nuestras celdas. Después de todo como tú dices, eres de Bretaña y no me puedo arriesgar que seas una espía.
—Es cruel pero justa, duquesa. —Respondió Ambra.
Después, de ese momento, terminó la reunión con Ambra.
El capitán Loiren se reunió con Odette y el resto de sus paladines en el antiguo despacho de Philip. Sobre la mesa estaba el enorme pergamino con el mapa pintado del ducado de Normandía.
—Necesitaremos aumentar las guardias en la campiña, sobre todo en los territorios alrededor de la Ciudad del Cruce. —Respondió Odette.
—Pero Duquesa, ¿qué hay con la plaga? Cualquiera que esté fuera de los muros, se contagiará...
—Enviaremos palomas mensajeras. —Respondió Odette, será cada tercer día, durante las siguientes dos semanas, si el conde D'Arluc piensa en realizar una incursión en mi ducado, tendrá que cruzar por ahí, o arriesgarse a entrar en las tierras del ducado de Orleans.
Odette miró por la ventana, era un día claro sin una sola nube en el cielo. Casi se sentía mal por la monja a la que tendría que encerrar.
Y desde la ventana también la vio a ella, Ambra estaba rezando en medio del balcón, cuando sin darse cuenta comenzó a nublarse el cielo.
"No es posible..." Pensó Odette. La mujer dejó a sus guardias y miró por la ventana, la lluvia comenzó a caer, primero como llovizna, luego como lluvia y luego como un monzón.
Odette se sorprendió y salió al balcón.
—¿Cómo es posible? —Preguntó la duquesa Odette.
—Es la gracia de dios. —Dijo Ambra. —Duquesa Odette, una vez que termine la tormenta, ya no habrá más peste recorriendo los campos duquesa.
—¿Dios se lo ha dicho? —Preguntó Odette.
—Sí. —Respondió Ambra.
Las dos mujeres volvieron e refugiarse en el interior del palacio.
—Entonces, lo que has dicho sobre el Duque D'Arluc...
—Duquesa Ursa, por su familia corre la sangre de guerreros, no necesita preocuparse por el devenir, sino luchar por el hoy. —Replicó Ambra. Por cierto...tengo algo que entregarle.
—¿Qué cosa? —Preguntó la joven duquesa.
Por debajo del habito sacó la carta y se la mostró a Odette.
Al instante reconoció el sello de cera con la nutria de la casa Ursa.
—¿Cómo conseguiste esto? —Preguntó Ambra...
—El duque D'Arluc ha interceptado toda la correspondencia real que entra por el río Senna. Logré sustraer esta carta del paquete en el puerto. —Replicó la mujer.
Odette inmediatamente la tomó, sin embargo...la guardó en su escote, sabía que las paredes tenían oídos y ojos, no permitiría que la espiaran.
La lluvia comenzó a disiparse...
—Es momento que me vaya. —Dijo Ambra.
—Hermana Ambra, ¿le volveremos a ver?
—Por supuesto, lady Ursa. —Replicó la monja.
La monja descendió por las escaleras para ya no regresar.
Aquella noche nuevamente Odette volvió a tener el mismo sueño.
Se veía a ella misma caminando por un enorme desierto de arena gris, cuando miró el cielo nocturno pudo ver criaturas hechas con estrellas nadando por el cielo. Sobre una roca estaba una mujer de piel cobriza que usaba un penacho y una capa de plumas tornasoladas. Ella estaba mirando el fuego en la urna.
—Odette Ursa, te había estado esperando...—Dijo la mujer con el penacho de plumas, entonces aquella extraña miró por sobre su hombro a Odette, los ojos ambarinos de la mujer, le dieron un susto a Odette.
—¿Quién eres? —Le preguntó Odette a la mujer.
—Tengo muchos nombres, sin embargo, me llaman La Dama de las Plumas. —Replicó aquella extraña.
—¿Y qué es lo que quieres, Mujer de las Plumas?
Entonces la extraña se dio la media vuelta, su traje revelador, dejó un poco extrañada a Odette, era casi como si aquella mujer no conociese la decencia y el pudor.
—Cumplir con una apuesta, Odette Ursa. —Respondió aquella desconocida.
—¿Una apuesta?
—Hace siglos mis hermanas y yo hicimos una apuesta, Yo aposté que se requerían tres generaciones de la familia Ursa, para alcanzar la sabiduría...
—¿Qué? No le entiendo nada.
—Una generación para errar, una generación para aprender y una generación para conciliar. Solo que desde hace siglos he visto a su familia errar una y otra vez... vi a tu antepasado, William Ursa iniciar el pecado original al robarle el derecho de reinar a una niña, vi a tu tío matar a tu padre apuñalándolo mientras dormía y a tu hermano, envenenar a tu tío...en tu cumpleaños número 14.
—¿Cómo sabes todo eso?
—Porque siempre he estado observándolos, a cada uno de ustedes, solo que ya estoy cansada de esperar y peor aún, se les acaba la familia. —Respondió la Dama de las Plumas. La mujer entonces alzó su mano y se arrancó de su penacho una larga pluma color verde tornasolada muy hermosa. —Tomadla, Ursa. Tomad la pluma y demostradme que vos eres digna de la redención, de un gran destino y de la sabiduría.
Odette no entendía nada, todo era tan extraño, pero al final de cuentas era un sueño, entonces la joven duquesa alzó la mano y la extendió hacia la pluma...apenas sus dedos tocaron la superficie de la pluma y mil memorias e imágenes recorrieron su cabeza.
Vio a un guerrero de larga cabellera en armadura cabalgando hacia un ejército enemigo, después a un joven hombre de cabellera castaña y ojos azules como los de ellas en una playa alejada, rodeado de una espesa selva, así mismo a un muchacho cantando una canción frente a una fogata rodeado de bandidos, vio a un estoico hombre joven con una biblia en la mano y un arma que se semejaba a un arcabuz con un medallón en forma de cruz, así mismo a una mujer rubia y a un niño de cabello largo azabache montando una serpiente de hierro, así mismo a una mujer en una alta torre de cristal rodeada de cristales y a un viejo casi en coma, con extraños tubos que salían de su naríz... Y finalmente a un joven muchacho de cabello platinado mirando el inmenso planeta desde un colosal castillo volador...
—¡Odette! —Escuchó que alguien gritó su nombre. —No lo hagas. —Exclamó la voz de su hermano haciendo eco en el horizonte.
—¡Hermano donde estás! —Gritó Odette mientras era abrumada por los miles de imágenes que no comprendía.
—¡Odette, no le hagas caso! —Respondió nuevamente la voz de su hermano, cada vez más exhausta. —¡Tienes que despertar! ¡Despierta Odette!
Entonces en medio de las imágenes apareció la Dama de las Plumas.
—Odette Ursa, no le hagas caso. Ignora los consejos de aquel desdichado hombre. —Anunció la Dama de las Plumas.
—Ese desdichado hombre es mi hermano. —Replicó Odette, enfadada. Entonces Odette retiró la mano, la pluma se incineró en la mano de aquella extraña mujer.
—¡No!, ¡qué has hecho! —Gritó la Dama de las Plumas.
Las imágenes comenzaron a disiparse una tras otra y a medida que el sueño se iba terminando. Y Odette solo pudo escuchar en la lejanía aquel ominoso mensaje.
—Tuyas serán las desgracias que caerán sobre la familia Ursa, tuya es la culpa y tuya será la melancolía y el desdén. Recuerda bien mis palabras, Odette Ursa, puesto que quedas excluida de la felicidad y la templanza.
Odette despertó, aún era de noche. Entonces escuchó que alguien tocó a la puerta.
—Duquesa, le ruego me permita pasar, ha ocurrido algo terrible. —Había dicho el capitán Loiren al otro lado de la puerta.
Entonces Odette se levantó de a la cama y se puso la bata para cubrir su ropa de cama.
—Adelante, capitán Loiren, ¿qué ocurrió?
El hombre entró en la habitación, en su rostro había una clara señal de preocupación.
—¿Qué ocurrió? —Preguntó nuevamente, Odette.
—Duquesa, Las tropas del duque D'Arluc han sido vistas en los territorios aledaños a la Ciudad del Cruce.
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