Carta III: Vade Retos Hispania
Año 1503: A forzadas marchas el ejército francés ha continuado su camino hacia el norte...el rey encamado dentro de su carruaje trata de sobrevivir los embates de la fiebre napolitana. Mientras tanto, el comandante Colín de Ardennes, hoy planifica un asalto a la amurallada ciudad de Pisa, con la intención de capturar la flota mercante y poder dejar esta desangelada tierra latina.
Aquellas velas expandidas por los vientos benignos, resultaban un augurio temeroso, los grandes leones de color granate bien podían estar teñidos con la sangre. Pues al final del día habían arribado las carabelas españolas al puerto de Pisa. El comandante Ardennes observó por el catalejo, apretó los labios y arrugó la nariz, luego indignado le pasó el catalejo a Philip.
—¡Merde! —Maldijo el comandante.
Cuando Philip miró, pudo observar como de los amarraderos, ya descendían marchantes los alabarderos hispanos, con sus largas hachas brillantes que terminaban en una afilada pica.
—Bueno, ahí va el plan de tomar la ciudad. —Respondió Philip. —¿Comandante qué haremos, ahora?
—¿Cómo qué, que haremos? El plan no ha cambiado, tomaremos la ciudad. —Respondió el comandante Ardennes.
—Mi señor, no tuve problemas en ir tras Forlì cuando me lo ordenó, pero una cosa es tomar una fortaleza, y otra muy diferente tratar de capturar una ciudad con un ejército bien descansado. —Respondió Philip Ursa.
—Se preocupa demasiado conde Philip. —Replicó el comandante Ardennes. Luego el hombre se dio media vuelta y montó su corcel. Philip caminó hacia la montura del comandante y le pasó el catalejo a su superior, quien lo guardó en la alforja. —Estos hombres son españoles, solo han pasado su vida peleando contra moros y salvajes al otro lado del mar. ¿Qué saben ellos del cantar de las espadas el silbido de las ballestas y el rugido de los cañones? Nosotros sí que lo sabemos. Hemos estado tres años en esta condenada península, después de todo.
—Mi señor, he pasado toda mi vida evadiendo asesinos de toda Francia. No subestimar a mi enemigo, es la razón por la que he sobrevivido todo este tiempo. Y no los subestimaré hoy. —Replicó Philip, el muchacho entonces lanzó un silbido, su yegua trotó hacia el joven conde. De un fluido movimiento el muchacho montó su caballo.
Los dos descendieron del risco desde el que se encontraban y contemplaban la ciudad portuaria. Galoparon colina abajo, donde se encontraba el campamento francés.
El comandante Ardennes se dirigió hacia el capitán de artillería.
—¡Monsieur Blancmont! Lleve las bombardas el risco. Y prepare para disparar a mi señal.
—¡Ouí Monsieur! —Respondió en ingeniero de sitio, entonces ordenó a los hombres que empujaran los cañones hacia desde donde podían apuntar hacia la puerta.
—Duque Ursa, ¿Cuento con usted para guiar a la caballería? —Le preguntó el comandante Ardennes.
—Por supuesto. —Respondió Philip. El muchacho hizo galopar a su montura junto con su portaestandarte. Germain estaba temblando en el interior de su armadura, pero aun así mantuvo erguido el estandarte.
—¡Valor Germain! Debes tener valor. —Replicó el joven duque.
—Mi lord, no se ofenda, pero como es que una carga de caballería va a poder derribar las puertas de la ciudad.
—Paciencia mi joven escudero. ¿Pero te digo algo? Si sobrevives a este día, te convertiré en caballero.
—Vaya pues, mejor recompensa sería salir con vida de aquí.
"Lamentablemente no puedo garantizarte eso último" Pensó el duque Philip.
Su escudero le pasó el yelmo al conde, Philip se lo amarró y bajó el visor de protección, después se persignó, sabía que no había forma que tal plan pudiese funcionar, sin embargo, era subordinado de Colín de Ardennes, y por lo tanto tenía que acatar sus órdenes, incluso si le costaban la vida.
Su escudero entonces se montó en su caballo y cerró filas junto al duque Philip.
Inmediatamente un ensordecedor ruido llenó el campo de batalla. Los 20 cañones que había llevado para la campaña dispararon todos al mismo tiempo. Una línea de gigantescas bolas de hierro atravesó los cielos a gran velocidad y se impactaron a lo largo de los muros de la ciudad derrumbando segmentos de los muros y los portones.
—¡Ahora!, ¡Cabalgad! —Gritó Philip e hizo correr a su caballo de guerra, a su lado las 15 filas de jinetes corrieron tras él, el suelo retumbó ante el golpe de los cascos de los caballos contra el empedrado de los caminos romanos que iban hacia la ciudad de Pisa.
Desde los muros fueron recibidos con una lluvia de saetas disparadas por los ballesteros en los muros. Philip solo pudo atestiguar como los dardos se enterraron en los cuerpos de las bestias y como la armadura no protegía a los jinetes. Decenas de hombres y sus corceles cayeron en la grama. Mientras el resto de la oleada penetraba con gran fuerza el interior de la ciudad. Los soldados italianos resguardados en el interior de la ciudad, no podían entender lo que estaba pasando a su alrededor, pues no les había alcanzado el tiempo ni para montar una línea de defensa.
Philip lanzaba golpes con su espada sobre los torsos de los defensores italianos.
Después cinco minutos después, la infantería francesa cruzó el portón de la ciudad, despacio y cubriendo sus cabezas con sus escudos de metal para defenderse de la lluvia de saetas que caían sobre ellos. Ellos incendiaron las casas, mataron a los ciudadanos que encontraron, ya habían dado rienda suelta a la masacre.
Una columna ascendió por las escaleras y mataron a los ballesteros pisanos en los muros, y después de conquistar los muros, el resto del ejército se movilizó a la plaza pública. El plan del comandante Ardennes, era tomar los muros, la plaza y luego el puerto en menos de tres horas.
—¡Continuad hacia el frente! —Ordenó Philip. Los soldados continuaron por las calles masacrando a los civiles. Mientras estos corrían despavoridos hacia la plaza pública, sin embargo, las filas de albarderos españoles cerraron filas al otro lado de la plaza.
Había sido un buen plan, la masa de gente que huía hacia los españoles terminaría por romper la formación. O eso es lo que había pensado Philip...
Los albarderos no lo pensaron dos veces, simplemente justaron a los civiles mientras avanzaron sobre sus cuerpos en dirección hacia el encuentro con el ejército francés.
"¡Están locos! ¡Están masacrando a sus anfitriones como si no fuera nada!"
Inmediatamente Philip percibió algo que no había visto antes, los albarderos inmediatamente se replegaron y hombres con varas de hierro avanzaron a la primera fila... apuntaron con sus extrañas armas a Philip y a los suyos. Entonces se escuchó un ensordecedor estruendo. De aquellas varas salió el fuego y la chispa. Inmediatamente la primera línea de soldados franceses fue abatida. Los hombres yacían en el suelo, tratando de frenar la sangre que pequeñas esferas de hierro habían perforado en la carne de los hombres.
—¡Soldados en posición! —Gritó rápidamente Philip, tratando de reordenar a los hombres asustados, con aquel evento. Sin embargo, antes de poder ordenar un contraataque, una segunda fila de disparadores tiró del gatillo, una nube de humo salió disparada de la boca de sus varas de hierro y mataron a más hombres. Germain entonces cayó de su caballo. En el peto del hombre había un agujero del cual la sangre pululaba. Inmediatamente Philip descendió de su caballo y auxilió a su amigo.
—Mi señor, ¿qué hace?, huya de aquí.
—¿Qué dices, Germain? Eres mi escudero, no te puedo dejar morir aquí. —Replicó el joven Philip. El duque entonces levantó a su escudero le ayudó a subir a la yegua.
De un fluido movimiento Philip subió a la montura de su asustada yegua, pues los estruendos de las armas españolas, le aterraban.
—¡Retirada! ¡Retirada! —Exclamó Philip.
Los soldados franceses asustados, se dieron media vuelta y comenzaron a huir hacia la puerta de la ciudad. Philip y Germain entre ellos.
"Mi muy querida hermana:
me hubiese gustado poder regresar a casa, en uno de los barcos de Pisa, a decir verdad, justo ahora solo me hubiese gustado abandonar este país. De niño siempre quise pelear en otros reinos, hoy más que nunca me doy cuenta que nuestra madre tenía razón, puedes sacar al guerrero de Normandía, pero no a Normandía del guerrero..."
Los gemidos de Germain como los de cientos de soldados llenaron el interior del hospital militar. Philip dejó la pluma en el tintero, incapaz de poder terminar de escribir su carta. Salió de su tienda, tenía que reunirse con el resto de los duques para planear su siguiente movimiento.
Los cielos yacían despejados y ambarinos, pronto caería la noche.
"En otra realidad, probablemente estaría viendo este mismo atardecer desde la cubierta de una galera en dirección a casa. No, ahora no es momento de pensar en eso..."
La carpa de mando estaba custodiada por guardias con pesadas armaduras, en cada una de las cuatro entradas. Detrás de la carpa, estaba el carruaje del rey, el cual había sido convertido rápidamente en una cama donde la tos gruesa del rey, era un terrible augurio, para todos. Los médicos se colocaban las máscaras para evitar contagiarse con la gripe napolitana.
Philip entró en la carpa. Tres hombres yacían en el interior de la carpa, Jean-Luc Bernadot, quien era el capitán de infantería, Mello Blancmont, el jefe de artilleros y por supuesto, el comandante Colín de Ardennes.
—Llega tarde, duque Philip. —Respondió el comandante.
—Me disculpo, mis señores. —Replicó el joven duque.
Philip caminó hacia la mesa, donde estaba el mapa donde se encontraba la ciudad de Pisa, con piezas talladas color rojo, que tenían que representar a los españoles y azules que representaban a los franceses. Ellos se encontraban detrás de un risco que les funcionaba como una defensa natural. Pero no por siempre...
—Bien, ahora que estamos ya todos los presentes, les preguntó, ¿qué haremos, ahora? —Preguntó el comandante.
El capitán Mello Blancmont se sobó su barba, pensativo, y luego rompió el silencio.
—Primero que nada, tenemos que poner los cañones a resguardo, y pronto. La temporada de lluvia, a un no ha terminado. Si los cañones se oxidan y la pólvora se moja, perderemos nuestra única arma para asediar las ciudades.
—A la mierda, los cañones. —Replicó enfadado el paladín Jean-Luc Berdanot, el hombre estaba ya en sus tardíos treintas, tenía cabello azabache y ojos grises, pero con el cabello corto y notorias entradas.
—¡Qué es lo que has dicho, bastardo! —Exclamó Monsieur Blancmont.
—Esos cañones, nos están retrasando en la marcha, al final son mis hombres los que mueren defendiendo esos pedazos de hierro gigantes, sin ellos seríamos tres veces más rápidos. —Replicó el paladín. —Tenemos que marchar, solo con lo esencial, tomar las montañas, los senderos de cazadores en el bosque y alejarnos de los caminos romanos, y no podemos hacerlo porque estamos empujado esos lastres de 3 toneladas.
—Y nos moveríamos cinco veces más rápido si solo continuásemos aquellos con caballos. —Respondió Philip. —No, mis señores, no abandonaremos a nadie.
Entonces el duque Ardennes golpeó con su guantelete la mesa, tirando las piezas en el mapa.
—¡El rey está enfermo! —Exclamo el duque. —No me importa, como sea, pero debemos salir de Italia antes de que el rey caiga muerto. Por la virgen que no dejaré que su majestad muera en Italia. Lo tenemos que sacar de aquí, nuestras vidas son descartables. La suya no.
Todos se quedaron en silencio por un momento.
Entonces Philip miró nuevamente el mapa, incluso con las piezas derribadas en el mapa, fue cuando el joven Ursa se dio cuenta que el comandante Ardennes estaba planeando una segunda incursión en la ciudad de Pisa.
"Es inútil, ya no tenemos las tropas suficientes para asegurar la ciudad. Si volvemos a atacar la ciudad seremos aniquilados por los españoles." '
Entonces, Philip miró sobre el mapa, y entonces encontró al otro lado del río dibujado en el mapa, el pueblo de Calci. Y entonces se le ocurrió.
—¿Qué tal si nos resguardamos en Calci? —Les preguntó Philip.
—¿Calci? —Preguntó el comandante Ardennes.
El duque Colín, miró el mapa, y encontró la ciudad, luego alzó la mirada.
—Está al otro lado del río. —Dijo Colín de Ardennes.
—Lo sé, podemos construir un puente para cruzar el río y de ahí llegar al pueblo, si tenemos suerte, podremos refugiarnos y luego avanzar hacia el norte. —Replicó Philip.
—Perderíamos nuestra posición ventajosa. Tenemos el territorio alto, desde aquí podemos presentar una defensa y una contraofensiva contra la ciudad. —Respondió Colín de Ardennes.
—Con el ejército español dentro de la ciudad, no podremos tomar la ciudad. Debemos continuar hacia el norte.
—Estaríamos expuestos. —Replicó el comandante.
—Incluso ahora, estamos expuestos. —Replicó el paladín Jean-Luc. —Si no son los españoles en el norte, será el ejército del Papa por el sur.
—No nos expondremos. —Replicó el comandante de Ardennes. —Lo más importante es la seguridad del rey, hasta ahora, está es la posición más ventajosa. Si los españoles intentan atacarnos, los convertiremos en trizas con nuestras bombardas.
—Los españoles no tendrán que atacarnos, solo sitiarnos y matarnos de hambre. —Replicó Jean-Luc.
—Entonces ¿simplemente atacaremos la ciudad? —Preguntó escéptico el comandante.
—No. —Respondió Philip. —Debemos enviar un mensajero a negociar la rendición de la ciudad.
—Duque Ursa, cuando entramos a Nápoles, saqueamos la ciudad. ¿Qué le hace pensar que ellos estarán dispuestos a aceptar nuestros términos? ¿A qué desgraciada alma espera llevar a su muerte con los italianos, mi duque?, ¿Acaso su escudero?
Sabía que el comandante Ardennes, no iba a cambiar de opinión, el hombre había sido derrotado mentalmente, aunque él no lo había dicho, le había apostado todo a la captura de Pisa, y ahora Pisa estaba bajo los españoles.
"Germain, está herido. Si tan solo lo sacamos de la tienda médica, no sobrevivirá la noche... no, solo aceptará moverse, si se da cuenta del peligro en el que en realidad estamos".
—Comandante de Ardennes, yo iré a negociar con Calci. —Respondió el duque Philip.
—¡Ja! ¿Usted? duque Philip, por favor, que no estamos para bromas.
—No estoy bromeando. —Respondió el joven duque.
—Duque Philip, usted es el duque de Normandía, sin usted la casa Ursa morirá. —Replicó el comandante. —¿Es tanta su desesperación que está dispuesto a irse a entregar a los cuchillos de los italianos, que seguir las ordenes de su comandante?
—No comandante, es tanta mi desesperación por ayudarle a tomar la mejor decisión, que estoy dispuesto a ponerme en un peligro, si así, lo hago moverse, duque Ardennes.
—Irás solo, Philip. Tendrás un día. Para ir allá, y conseguir las respuestas.
—Si fallas, morirás. —Replicó el comandante.
—Por supuesto, comandante, no esperaría menos de usted.
"Querida hermana...nuevamente estoy en el campo de batalla, arriesgando la vida para buscar la forma de regresar a casa".
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