Carta II: Sombras e Intriga
Año 1503: El Rey Carlos VIII ha dejado sus aposentos en París para ir a pelear la corona napolitana en Italia. Cada Ducado en Francia debe enviar hombres para contribuir en el gran ejército francés. El joven duque de Normandía; Philip Ursa se ve obligado a marchar en el ejército real. Al no tener herederos, el ducado de Normandía ha pasado a manos de su hermana menor Odette Ursa. Una plaga ha arrasado gran parte de la campiña francesa y el invierno está por venir.
Ante los cielos ennegrecidos, las grandes columnas de humo se alzaban hacia el firmamento, transportando las cenizas de las centenas de muertos. Desde la muralla, Odette Ursa, no hacía más que contemplar con sombría mirada de sus cerúleos ojos, desesperanzada ante los tormentos que estarían por acontecer, pues el verano había terminado y con él, la temporada de cosechas. Por suerte ella se encontraba por encima de los inexpugnables muros de la ciudad de Ruan: Normandía.
"Finalmente ha llegado a nosotros el putrefacto aliento de Peste, el jinete del apocalipsis" Pensó Odette,
Aquellas columnas de humo nacían de las piras de siervos que habían caído ante la peste. La joven duquesa giró la cabeza hacia sus dos sirvientes, sus rosadas mejillas y rostro acorazonado la hacían resaltar de entre todos los grandes nobles de Normandía que habían viajado para resguardarse tras los muros de Ruan.
—Y ahora ha llegado a nosotros. —Le dijo Odette a su capitán de la guardia personal. El joven paladín Antoine Loiren.
Una ligera brisa que transportaba el inconfundible aroma a la carne quemada inundó las fosas de Odette, y la fuerza del viento agitó sus mechones de color azabache que le caían en la frente creando un orgánico flecho.
—Nos hemos preparado para esta contingencia, mi duquesa. —Respondió Antoine Loiren; él era joven, alto y apuesto, de cabellera castaña clara y ojos azules. Un extraño espécimen para la región, pues era de nariz romana, una posible herencia latina, tal vez hispánica, tal vez italiana o griega, pero también era de pómulos altos, una herencia sin duda germana o anglosajona. El hombre era de fuerte mentón afeitado, Odette ya lo había visto antes, pero ella no entendía porque razón Antoine estaba dispuesto a ocultar tan varoniles facciones, por debajo de aquella espesa barba que le recordaba a los vikingos de las viejas sagas que había leído en la biblioteca del palacio.
—Cerraremos las puertas, tenemos comida para durar todo el invierno. Si es necesario. —Respondió nuevamente el capitán Loiren en su gruesa voz.
—Espero que no sea todo el invierno. —Respondió Odette. —Dios sabe, que, en tiempos de pandemia, el diablo da rienda suelta a los peores instintos de los hombres enclaustrados. Entonces Odette levantó la mano hacia el cielo, todos los nobles se le quedaron viendo, debía haber una veintena de ellos, al menos. —¡Cerrad el portón! —Ordenó la duquesa en ominosa y bien entonada voz. Los guardias entonces comenzaron a girar las pesadas manivelas de acero y madera de roble. Y poco a poco los enormes portones comenzaron a rechinar mientras se cerraban lentamente hacia el mundo exterior. Cuando finalmente el portón se cerró retumbó la tierra por un momento, Ruan había quedado enclaustrado hasta que la peste terminase.
Odette entonces dejó al resto de su sequito de nobles que aún miraban desesperanzados hacia los abiertos campos de la campiña francesa al otro lado de los muros. Sin embargo, la joven duquesa no les prestó atención. Ella tenía que lidiar con otros problemas más serios. Tras ella, el capitán Loiren comenzó a caminar la mano derecha del hombre yacía recargada sobre el pomo de su mandoble y con la mano izquierda sostenía el yelmo.
Además, junto a él estaba Henri Girondin, un joven fraile franciscano de robusta complexión, vientre hinchado y pecho de barril. Que trataba de ocultar tras su humilde túnica de lana marrón. El joven fraile había sido traído por el hermano de Odette: Philip, con la misión de instruir a Odette en el arte de la gobernanza.
—Recemos por el fin pronto de esta pandemia. —Anunció Henri, con su tímida voz.
—Amén. —Replicó el capitán Loiren mientras se persignaba.
Odette simplemente sonrió y dijo en solemne voz. —Yo me preocuparía más por las almas que tenemos dentro de estos muros, que por las que hay allá afuera. Ante el pie del muro, yacía el carruaje de Odette. Un sinuoso carruaje, bellamente tallado con imágenes de la nutría que era parte del escudo de armas de la Casa Ursa de Rúan. El cochero al ver a la duquesa inmediatamente descendió del carruaje, se retiró su emplumado sombrero y le abrió la portezuela a la duquesa. La joven noble se levantó las faldas y ascendió al interior. Después de ella subió Fray Henri quien cerró la portezuela.
El capitán Loiren por otro lado simplemente lanzó un silbido y una yegua nívea de largas crines plateadas llegó relinchando hacia la posición del capitán. El joven la montó y con una pequeña patadita la hizo trotar por detrás del carruaje de Odette. Tras el capitán marcharon 12 guardias más.
—Espero sinceramente que el duque Philip se encuentre con bien allá en el frente. —Dijo Fray Henri.
—Yo no me preocuparía por eso, Fray Henri. Mi hermano, es un sobreviviente. Siempre lo ha sido, desde que éramos niños.
—Y él ya no está...—Replicó Fray Henri con una maliciosa sonrisa en sus labios. —Solo usted duquesa, solo la han dejado a usted, una mujer para mantener el todo el control de la ciudad de Ruan.
—No soy la única mujer que se encarga de la casa mientras los hombres no están. Cada soldado levantado por el rey para marchar a los campos de batalla, ha dejado en casa a una hábil mujer sosteniendo los techos. Y a una hábil reina manteniendo el trono de Francia en pie. —Respondió Odette con gran perspicacia. —Además Fray Henri, confío en sus enseñanzas, y en su ayuda para mantener a Rúan bajo nuestra causa.
—Pero, pero por supuesto. —Dijo el joven fraile nerviosamente.
Odette no sentía mucho aprecio o empatía hacia el joven fraile, y la duquesa presentía que el sentimiento era mutuo. Después de todo Henri había sido engañado para instruirle a Odette.
"Después de todo Philip le había escrito la carta a la abadía de Orleans, pidiendo por un erudito para instruir al "heredero" de Rúan. Solo que no esperaban que le heredero, fuese una mujer." Pensó Odette. La joven mujer miró por la ventanilla, el palacio de Ruan se alzó frente a ellos. El carruaje se frenó en la escalinata. El chochero de un salto bajó del carruaje y abrió la portezuela.
—Después de usted, mi señora. —Replicó Fraile Henry. —Entonces Odette se levantó de su asiento y aun agachada caminó hacia la portezuela, mientras descendía podía sentir la lasciva mirada del religioso sobre el trasero de la duquesa. Un escalofrío recorrió por la espalda de Odette.
—¿Qué pasa? ¿Ocurre algo, mi señora? —Le preguntó el capitán Lorien.
—No es nada Antoine. Simplemente estoy un poco impactada por la cuarentena a la que nos hemos sometido. —Replicó Odette. Apenas dijo esto y al instante el capitán Antoine levantó la mano para ayudar a la duquesa a descender del carruaje.
—No se preocupe mi señora, no permitiré que nada le ocurra. —Replicó el capitán. —El joven militar le dio una pícara sonrisa a Odette.
—Gracias capitán. Pero si dios en su divina gracia lo quiere, mi hermano regresará sano y salvo... y con él las fuerzas de Rúan. —Replicó Odette.
—Oh...pero, por supuesto mi señora. —Replicó el joven capitán.
Odette entonces ascendió por la escalinata hacia el interior del palacio. En el momento que la torre de homenaje se abrió...chocaron los distintos estilos arquitectónicos en el interior del palacio. Para empezar las fuertes columnas de piedra, eran el ultimo recuerdo de cuando el palacio había sido un castillo. Sin embargo, las paredes estaban adornadas con grandes vitrales que pintaban los pisos con luces de colores brillantes. Según lo que Philip le había contado a Odette, había sido el abuelo Julien, quien después de regresar a casa, una vez terminada la guerra de los cien años con Inglaterra. Mandó a derribar parte de los muros para adornarlos con bellos vitrales con escenas de mártires que habían perecido en la guerra. sin duda el abuelo Julien lo había hecho pensando en comprar el perdón de dios, por las atrocidades que había cometido en la guerra.
Y por último en la pared trasera, se hallaba un viejo tapiz, donde hilado se encontraba la vida y obra de la familia Ursa. Iniciando desde el primer Duque de Normandía. William Ursa, quien había liberado al ducado de las ambiciones de los embusteros y cobardes Boudin. Y había sido Philip, quien cuando se convirtió en duque, mandó a colocar nuevamente los tapices para adornar las paredes. Tal vez, porque en el fondo sabía que su vida se vería salpicada por la guerra.
Aquella noche, Odette se acurrucó en su mullida cama y se quedó dormida...
En su sueño veía a una mujer de tez cobriza con una capa de plumas, caminar entre la bruma, Odette la miró por un momento, pero antes de poder verla claramente, ella despertó.
Los rayos del sol caían directamente sobre la cara de la joven duquesa.
—Oh, duquesa ya despertó. —Dijo Marie-Luan. La joven mujer era la dama de compañía de la duquesa, y también tenía que ayudarle a vestirle. —¿Durmió bien? ¿Acaso soñó con algún galán? ¿Tal vez con Antoine?
—¡Que!, No por supuesto que no, ¿Por qué razón yo...? —Respondió nerviosamente Odette.
—Tranquila duquesa, solo estaba bromeando. —Respondió Marie-Luan con una traviesa sonrisa. La joven mujer abrió el armario de la duquesa y sacó un vestido cerúleo muy bien confeccionado. —Aunque siendo sincera, no te culparía, no más lo veo y se me prende el anafre.
Odette no pudo evitar reírse un poco. Era por esa razón que había hecho a Marie-Luan, su dama de compañía. Tenía un carácter afable y gracioso, ella era capaz de poder decir las cosas que la mayoría no se atrevían a decir. Sobre todo Odette.
—Vale, tengo algo que puede interesarte...—Respondió Marie-Luan.
—Estamos encerradas dentro de los muros de Rúan con una pandemia al otro lado de los muros... ¿Acaso hay algo que nos pueda levantar el ánimo?
—Pues el sol está en lo alto, pronto comenzará a teñirse las hojas de rojo y...Llegó una carta de tu hermano. —Dijo jovialmente Marie-Luan.
—¡Qué! ¿Lo dices en serio? —Anunció incrédulamente Odette.
Del vestido escotado de Marie-Luan, la joven dama sacó la carta, aún con el lacre intacto. Entonces la joven dama le pasó la carta a la joven Odette.
—Me tuve que apresurar, un minuto después y "Fray pervertido" me la hubiese ganado. —Dijo alegremente Marie-Luan.
—¿Es en serio?
—Je, obviamente. Se la logré arrebatar antes de que la abriera y la guardé en mi amplio busto. Le dije que se la daría una vez que mi señora la hubiese leído y que si la quería tendría que tomarla el mismo.
—Ja, ja, ja. ¿Y qué fue lo que hizo?
—Pues sinceramente, si acercó su mano hacia mi escote, pero su cara se puso al rojo vivo y luego se retiró refunfuñando algo.
—Debo reconocerlo Marie-Luan, eres capaz de sacarme una sonrisa de vez en cuando. —Respondió Odette.
—Merci Madame...—Repitió la joven dama dando una ligera reverencia.
Entonces Odette giró la carta y rompió el lacre de cera azul. Lentamente comenzó a leer la carta de su hermano. Se encontraba muy feliz, pues ahora sabía que su hermano continuaba con vida, pero al terminar de leer la carta, su semblante cambió.
—¿Qué ocurre duquesa? ¿Paso algo malo? —Le preguntó Marie-Luan.
—El rey está enfermo con la gripe napolitana...—Dijo Odette con un tono de voz triste. — El conde Colín de Ardennes es el nuevo comandante de las fuerzas reales y ahora el ejército espera regresar a casa. —Odette dejó la carta en su tocador y se levantó de la cama. —Marie-Luan, ¿Cómo es que llegó esta carta?
—¿Qué cómo llegó?, Pues llegó en una galera de la armada real, que surcó río abajo hasta llegar a la ciudad, dejó en el muelle la correspondencia, y volvió a surcar río arriba.
—Ya veo...bueno al menos sabemos que no se infectaron con la peste. —Respondió Odette.
Marie-Luan entonces comenzó a vestir a la joven duquesa. Luego lavó el rosto de la joven y le peinó. Habiendo terminado, la joven duquesa fue al comedor. El desayuno era medido, pues ella misma había obligado a todos dentro de los muros a someterse a los racionamientos de comida.
Fray Henri entró por la puerta y se sentó el lado opuesto de la mesa, justo frente a Odette.
—Buenos días duquesa, ¿Podría leer la carta que vuestro hermano envió? —Le preguntó el joven religioso.
—Por supuesto. —Dijo la duquesa y dejó sobre la mesa la carta de Philip. Fray Henri extendió la mano y la tomó. —Aunque siendo sincera, creo que usted ya sabe, cual es la situación presente.
—Un hombre por más versado en la política que sea, podrá predecir el panorama que más crea conveniente, mas es solo Dios quien podrá hilar el destino de los reinos. —Respondió Fray Henri, el religioso entonces comenzó a leer el contenido de la carta. Mientras el sacerdote leía el contenido, Odette simplemente observaba las variadas caras del fraile.
Entonces se escuchó el choque de las placas de metal por el pasillo, por la puerta entró El capitán Loiren.
—¡Mi señora, tenemos un problema! —Exclamó el capitán de la guardia de la ciudad.
—¿Qué ocurre, Antoine? —Le preguntó la duquesa intrigada.
—Tenemos un problema, venga conmigo a las murallas. —Replicó el capitán.
Odette se levantó inmediatamente de la silla.
—¿Qué ocurre? —Preguntó la duquesa.
—Un gran grupo de personas se acerca hacia la ciudad. —Replicó Antoine.
—¿Vienen armados? —Irrumpió en la conversación Fray Henri, más Odette hubiese querido que se hubiese quedado en la mesa.
—No lo sé. —Replicó el capitán Loiren. —Desde la cuarentena que no hemos dejado salir a ningún explorador.
—Le diré a los caballerangos que preparen el carruaje de la duquesa. —Dijo Henri.
—No será necesario. —Replicó Odette. —Con que me preparen a mi yegua será suficiente. Necesitamos movernos con rapidez.
Fray Henri quedó confundido ante tal pregunta.
—¿Está segura, mi señora no sería lo más sensato evitar ciertos "percances"? —Preguntó Henri.
—¿Cómo cuáles?
—Cómo preservar su doncellez, mi señora. —Respondió Henri.
—Fray Henri, dios sabe que he montado caballos desde que era una niña, dejar de montarlos ahora, no impactará en la opinión que dios tiene sobre mí. —Replicó Odette.
—Tal vez, dios no, pero su futuro esposo no tendrá el don de la omnipresencia como Dios. —Replicó Fray Henri.
—En el peor de los casos, me uniré a un convento, pero justo ahora tenemos cosas más importantes de que preocuparnos. —Replicó Odette.
Cuando llegaron al establo les pidieron a los mozos que le prepararan una yegua a Odette, inmediatamente la ensillaron y le permitieron montar. Entonces la ayudaron a subir a la yegua, Fray Henri de mala manera se subió a un jamelgo a punto de desfallecer. Odette sospechaba que el joven fraile se había acostumbrado a recostar sus posaderas sobre los mullidos asientos del carruaje de la casa Ursa, que en la silla de cuero sobre un equino. Los tres cabalgaron hacia las murallas.
Odette volvió a subir las escaleras de piedras. Entonces observaron sobre los muros como un enorme grupo de personas en harapos caminaban lamentándose hacia los muros de Rúan, cruzaron el puente de piedra que separaba el río de la ciudad y llegaron a las puertas. A Odette, le pasaron un catalejo para que pudiese ver a los recién llegados. Varios de ellos tenían grandes bubones morados creciendo en las mejillas, y en sus cuerpos. Eran más los lamentos de las mujeres y los niños. Pero entre ellos también se movían algunos hombres de armas. Por el tipo de uniformes y banderas que llegaron, al instante supo que se trataban de la familia Trementine de Orleans.
—Son aliados. —Dijo Antoine Loiren.
—Entonces que esperamos, hay que dejarlos entrar. —Replicó Fray Henri.
—No, no podemos. —Replicó Odette.
—Mi señora, son aliados. No aceptarlos podría generar agravios con el ducado de Orleans. —Replicó el fraile.
—Fray Henri, ellos están enfermos. Si los dejamos entrar, se enfermará la ciudad. —Replicó Odette.
—No podemos simplemente dejarlos entrar...—Respondió Odette.
—Si los rechazamos, ¡Dios nos juzgará! —Replicó Fray Henri.
Entonces se escuchó un clarín ser tocado todos miraron hacia abajo. Un hombre en armadura se retiró la capucha, grandes bubones cubrían su mejilla derecha. Aquellas pustulas suturaban un pus nauseabundo.
—¡Mi buena señora! Mi nombre es Cyrus du' Charmillion, hombre de armas al servicio del duque; Hector Trementine de Orleans. La plaga se ha extendido por toda la campiña y nos han desterrado del Orleans. ¡Por favor, piedad mi señora, dejadnos entrar!
—¡Abrid el portón! —Exclamó Fray Henri.
—¡No! —Anunció la duquesa.
—Duquesa, están desamparados.
—Si los dejamos entrar, entonces se duplicarán el número de enfermos.
—¿Y entonces que hacemos? —Le preguntó Fray Henri.
—¡Dejadnos pasar! —Gritaron las mujeres y los hombres.
—¡Guardia el portón! —Anunció Fray Henri.
—¡No! —Gritó nuevamente Odette. —¡Yo soy la duquesa de Rúan, yo soy la duquesa de Normandía!
Las mujeres, los hombres y los hombres de armas entonces comenzaron a golpear el portón con sus puños, luego los patearon y después de eso, los hombres de armas desenfundaron sus armas y comenzaron a golpear la puerta. Los gritos de desesperación comenzaron a convertirse en gritos de ira y odio. Y cuando comenzaron a arrojar aceite para encender el portón fue cuando Odette ya no pudo aguantarlo más.
—¡Ballesteros! ¡Abran fuego! —Ordenó Odette. Inmediatamente una línea de guardias avanzó hacia las almenas y disparó sus dardos. Murieron decenas de los desprotegidos en un instante.
"Hermano mío, para ti, matar no es un problema, como señor de Rúan has sido criado y entrenado para eso, para mí lamentablemente no. Hoy me he salpicado las manos con las sangre de inocentes. Te escribo estas palabras ante la cruel realidad que asola nuestro reino, una pandemia se ha desatado por toda la campiña, El caballo de Peste recorre los campos envenenado a los hombres y mujeres...
Ojalá estuvieses aquí. Yo he tratado de gobernar como tú lo hubieras hecho, pero cada vez es más difícil, pareciese que he quedado desacreditada por el simple hecho de mi entrepierna...Espero que pronto regreses a casa, no puedo evitar pensar que dentro de la ciudad rondan las sombras y las intrigas."
Siempre tuya, Odette Ursa; Duquesa de Rúan.
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