Cap 6
La reina estaba molesta, el cardenal le había informado al mediodía que el anfiteatro había sido demolido por los pueblerinos.
Su nueva tarea sería mandar a sus guardias a que fueran amenazando a la gente del pueblo para que les confesaran quiénes eran los vándalos inverbes que se atrevieron a demoler su obra de arte tan majestuosa.
Aghata Harris estaba de luto, y siempre llevaba vestido negro, pero esta vez, elegiría uno especial, el más gótico y lóbrego que tuviera. Pero aunque parecía imposible, la reina era... Tan mórbida como una flor, de piel pálida, frágil y delicada.
Mientras los guardias amenazaban al pueblo, la reina se encontraba pensando en una nueva idea. El ajedrez no había funcionado, el anfiteatro tampoco. ¿Qué vendría después?
María la empleada, entró a la Sala del trono para sacudir los espantosos adornos de animales muertos de la reina. Cuando de repente, esta notó que la empleada tenía manchas raras en las manos y el cuello.
— ¿Martha? — Preguntó la reina.
— Dígame Majestad
— ¿Qué es eso que tienes en la mano?
— ¿Estas manchas? No lo se Alteza, pero espero que sane por sí solo, no tengo idea de qué puede ser.
— Estamos en pleno siglo XVIII y nunca había visto algo parecido.
— Ni yo Alteza.
— María, llamaré a un doctor, puede ser contagioso.
María estaba cabizbaja, pero obviamente sabía que si la reina buscaba un doctor para ella, no sería porque la consideraba, si no porque tenía miedo de contagiarse.
La reina decidió ella misma visitar el médico y describirle las manchas que había observado y analizado.
— No logro comprender qué es Alteza.
— Si usted no sabe, ni ningún otro curandero o algo así, estamos perdidos, no sabemos si es contagioso.
De repente una mujer entró gritando a la casa del doctor.
— ¡Doctor! ¡Por favor! ¡Auxilio!
— ¿Qué sucede jovencita?
— Mire lo que me ha salido en la piel... Me pica y no he logrado quitarlo con un baño...
— ¡Lo que faltaba! — Suspiró la reina saliendo de la casa y montándose en su carruaje.
Mientras se miraba en su espejo de mano, pensaba.
— ¿Esto es ahora una epidemia? ¿Este pueblo mugriento soportará una epidemia? Todos van a morir... No puedo dejar que me contagien. Tendré que despedir a Martha y a todos los empleados con las manchas.
Cuando llegó al Palacio, se fue hacia el jardín y se sentó en una banca, recordando que allí mismo, había apuñalado a aquel príncipe que venía para pedir se mano cuando había comenzado a reinar Inglaterra. Ya había pasado mucho tiempo.
Hades estaba debajo de ella como siempre, tumbado en el suelo de piedra del jardín.
La reina lo ocultaba, pero en el Fondo, le tenía mucho miedo a esas manchas. Sabía que se veían horribles, que picaban, que no se conocía qué era, y por ende no tenía cura, no sabía si era mortal o contagioso.
Si señores... Aghata Harris preocupada y asustada por algo.
En ese momento el obispo se acercó a ella. Los jardineros los miraban despectivamente.
— ¿Simur?
— Alteza... Ya hemos encontrado a los vándalos que hicieron polvo su Anfiteatro.
— Perfecto, así me gusta, se los pedí esta mañana y ya es de tarde, y ya han cumplido con mi deseo.
— ¿Ahora la pregunta es qué hacemos con ellos?
— No tengo cabeza para pensar en nuevas torturas.
— ¡Piensa dejarlos ir! ¡Los dejará libres!
— ¿Simur qué dice? ¿Cree que es correcto que salgan ilésos de esta?
— No no, perdón Majestad, fue un impulso. ¿Por qué no los envía al bosque debora almas?
— Esa técnica es vieja.
— Hace mucho no electrocutamos...
— Mejor mandelos a ser molidos poco a poco, miembro por miembro en la máquina de picadillo.
El obispo se fue, preguntándose qué le había querido decir la reina con que no tenía cabeza para pensar.
La reina decidió tomar una siesta, mientras las personas que se habían atrevido a acabar con ese teatro de la muerte, estaban siendo molidas como carne de cerdo... Como si fueran animales, o cosas más que objetos sin valor...
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