Cap 5
Un mes después.
Los rayos del Sol se colaban por la ventana abierta de la habitación de la reina, mientras se limpiaba los ojos con los puños.
Se levantó de la cama y se sentó en su comodín. Desenredó sus cabellos y esperó a la empleada María con el desayuno y el recipiente con agua para lavarse.
María entró en la habitación con la bandeja del desayuno. La dejó en la cama de la reina y volvió a la cocina para traer el agua caliente.
Mientras la reina desayunaba sintió un olor desagradable. Olió el baso de leche, las rebanadas de pan, las fresas, pero no encontró nada raro. Finalmente olió un pastelito de crema.
Partió el pastelito por la mitad y en su contenido encontró una bolita rara de color verde.
María entró con la basija de agua, y la bandeja del desayuno impactó contra su cara.
La empleada cayó al suelo desconcertada, el agua caliente de la basija cayó sobre ella y lanzó un grito de dolor.
La reina yacía sentada en la cama enfurecida.
María se levantó del suelo con un intenso dolor de cabeza.
— ¡Majestad! — Gritó desconcertada María. — ¿¡Qué pasa!?
— ¿Cómo te atreves a darme un desayuno como este? —Preguntó la reina indignada.
— ¿De qué habla?— La empleada de sentía confundida.
— ¿Y esta esfera verde dentro del pastelito?
— Eso... ¡Es veneno! —Exclamó sorprendida y atemorizada de que la culpa cayera sobre ella.
— ¿Veneno? ¿Cómo?
— Alguien intenta matarla, señora.
— ¡Váyase!— Exclamó la reina enojada, la sangre en sus mejillas ardía.
María inmediatamente despareció de su campo visual.
Odette entró en la habitación y comenzó a limpiar el desayuno que se encontraba en el suelo.
— Oh Cosette.— Suspiró la reina.
— María me comentó majestad.
— ¡Martha es solo una chismosa sin clase! — Exclamó molesta.
Odette permaneció en silencio mientras limpiaba.
— Cosette, eres la única que no me disgusta de este pueblo. — Añadió repentinamente la reina.
— Me halaga majestad.
Odette terminó de limpiar y abandonó la habitación, mientras la reina buscó en el enorme armario un vestido para lucir.
Sacó una prenda claramente de color negro, de mangas hasta los codos con botones alineados por detrás de su cintura.
Buscó en su librero un libro de leyendas urbanas y bajó a la sala del trono para leerlo tranquila.
El obispo se mostró ante ella.
— Buenos... — Intentó saludarla el discípulo.
— Ahórrese sus Buenos días y diga qué sucedió esta vez. — Le interrumpió la reina cerrando bruscamente el libro.
— Una fuerte sequía está azotando Inglaterra, alteza. — Explicó.
— ¿Sequía?— Preguntó desconcertada.
— Los campesinos se quejan porque no existe ternero fértil, y los mercados carecen de los alimentos que provienen del suelo, como las frutas y vegetales.
— ¿Y qué puedo hacer yo? No controlo la naturaleza. — Respondió indiferente.
— Podríamos comprar fertilizantes en el extranjero... En Francia se inventó un...
— Tendríamos que gastar plata... Obispo.— Le interrumpió.— ¿Quién sabe cuánta?
— Eso es obvio, una cantidad considerable.
— ¡Ni piense! ¡No voy a emplear parte de mis riquezas en este pueblo churrupiento! —Exclamó la reina dejando en claro que no colaboraría.
— Pero...
— ¡Sin peros! Si los campesinos desean tierras, que busquen ellos sus propios fertilizantes. Si el pueblo desea alimento, que cultive semillas nuevas. — Le interrumpió molesta.— Ahora retírese, necesito leer mi libro en paz.
El obispo abandonó la habitación refunfuñando.
En la cocina los empleados cuchicheaban.
— ¿Así que intentaron envenenar a la reina? — Preguntó uno de los cocineros.
— Pues sí. ¿Quién habrá podido ser? — Comentó María.
— ¿Sabes algo Odette? — Le preguntó una cocinera.
— No tengo ni la más remota idea.— Le respondió.
— ¿Cómo puedes soportarla? — Le preguntó el jardinero adentrándose en la cocina.
— Nunca ha sido desagradable conmigo.— Explicó ella.
Todos en la cocina envidiaban a Odette y su relación con la reina.
Los días transcurrían y la sequía aumentaba, el pueblo se encontraba cansado.
Cada lunes se realizaba una huelga, y aquella vez tomaron valor para lanzar objetos contra las puertas del castillo.
Cuando la reina pillaba a alguien, lo enviaba a la horca o a la guillotina.
Los mercados estaban cada vez más vacíos, salvo por la carne humana. Solo se vendían joyas de dientes o uñas, artículos hechos de cabello, jabón hecho de grasa corporal, entre otros espantos.
La vida se volvía cada vez más difícil en Inglaterra, y el pueblo se volvía más valiente.
Pero todo cambió cuando la reina cometió el mayor acto cruel de su vida, provocando que el pueblo se asustara aún más de ella.
Algunos terminaron enloqueciendo, en el manicomio se encontraba repleto. Otros terminaron suicidándose, y los que no, se encerrban en sus casas sin salir siquiera a la puerta.
Cada que alguien cometía alguna infracción contra la reina,secuestraba durante la noche y asesinaba al hijo o la hija menor, en caso de no tener hijos, entonces sobrinos o hermanos.
Luego, dejaba los brazos y las piernas tiradas frente a la puerta, junto a la cabeza, sin los ojos.
Cuando las personas corrían por todo el pueblo de la desesperación, se topaban con dichos ojos en la plaza de la ciudad, atados a sogas como guirnaldas en las columnas de mármol.
La reina estuvo practicando este método durante seis extendidos meses.
En otras ocasiones dejaba una bolsa de carne supuestamente de cortesía en las entradas de las chozas. Cuando las personas las comían, la reina envíaba algún lacayo a comunicarles a las familias que habían soboreado a sus hijos.
Inglaterra se transformó en un Reino de espinas que atrabesaban dolorosamente al pueblo.
Una tarde, se encontraba arrodillada en la Iglesia frente al altar, cuando una chica con voz ronca le habló.
— Majestad... — Susurró.
— ¡Espere, estoy rezando! Debo pedir perdón por mis pecados. — Le respondió ella sin mirar atrás.
La reina apretó un crucifijo contra su pecho y se presignó, dibujando una Cruz en su corazón.
En cuanto intentó voltearse, la chica clavó una navaja en su cuello.
La chica abandonó silenciosamente la Iglesia, y unos minutos después el cardenal Rouco encontró a la reina agonizando en el suelo.
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