Cap 4

Una semana después.

La reina tenía preparada una gran lista con los nombres de 20 personas que no habían pagado los impuestos.

El mal humor no cesaba, cada día enviaba más personas al calabozo o las desterraba.

A las 12:00 p.m frente a su castillo, en presencia de todo el pueblo, la reina dió un anuncio.

— Todas las personas que mencione a partir de ahora se reportarán ante mí. — Dijo la reina sacando la lista. — Pierre Boulez, Judea Triviño...

Y así continuó hasta llegar al último nombre.

Todas esas personas se encontraban frente a ella, sus rostros cubiertos de miedo espantaban hasta las mismísimas moscas.

La reina rompió el incómodo y desgarrador silencio que se presenciaba en el lugar.

— ¡Todos ustedes han dejado de pagar los impuestos semanales! — Exclamó repentinamente.

Una mujer embarazada con alrededor de 5 meses, lentamente caminó hacia la reina y se arrodilló ante ella, tomó uno de los vuelos negros de su vestido y lo besó como muestra de respeto.

— Oh alteza— Expresó la mujer entre sollozos— El dinero que gano en la zapatería en la que trabajo, no es suficiente para alimentar a mis dos hijos pequeños, además, estoy embarazada y no cuento con esposo. — Explicó.

— ¡Te mereces la muerte bastarda!— Respondió arrogantemente la reina empujándola.— ¿Cómo es que has tenido el valor de tener hijos sin matrimonio? Dios mira tus pecados desde el cielo.

— Perdóneme su majestad... Por favor... Mis hijos no pueden quedarse solos...— Le imploró la mujer.

En ese momento los dos pequeños hijos de la señora corrieron fuera de la multitud de personas y se pusieron de pie frente a la reina, el más pequeño, que contaba con tan solo 5 años, comenzó a alar su vestido de repente.

—¡Mocoso malcriado e irrespetuoso!— Gritó la reina enojada.— ¡Hades! — Llamó luego a su lobo.

Hades corrió desde la puerta del castillo, y repentinamente saltó, tomando al pequeño por el cuello.

Su madre dió un grito de dolor mientras que el otro pequeño corrió tratando de huir, pero un guardia lo sujetó.

Hades soltó al pequeño, el cual yacía muerto ante todos con una enorme herida en el cuello, su madre arañando el suelo de piedra y gimiendo de dolor, terminó con las manos heridas.

Uno de los cocineros del palacio, sacó un cuchillo y cortó los brazos y piernas del pequeño, luego los metió en una cesta y se llevó los restos.

Su madre se levantó del suelo y le dio una cachetada a la reina, luego la tomó por el cabello y la lanzó bruscamente al suelo, todos observaban la escena con asombro, admirando el coraje de la señora.

La reina terminó golpeándose con la mujer en el suelo, mientras el obispo se dirigía hacia ellas para intentar separarlas.

Cuando por fin lograron alejarlas, la reina miró a la mujer con disgusto, y tajantemente gritó:

— ¡Todos aquellos que no pagaron los impuestos, incluyendo a esta mujer, tendrán el castigo que merecen!

Los guardias buscaron un saco de piedras del jardín y se dirigieron donde la reina.

Media hora después, ya con todas las personas amarradas frente a ella, uno por uno fueron cayendo en su nueva forma de tortura: asesinar a pedradas.

Tomó una roca grande y se la lanzó a la mujer embarazada por el vientre.

Esta de inmediato cayó arrodillada mientras los rastros de feto salían por su vagina.

Y así, persona por persona, fueron asesinados a pedradas por la reina ante todo el pueblo.

Dos días después.

La reina paseaba por el pueblo observando la conducta de los pueblerinos cuando se detuvo en el mercado.

El día anterior había encomendado buscar los restos de las personas que había asesinado y a cortarle el cabello a todas las personas que hubieran en el calabozo.

Se paseó por la carnicería, en la cual se encontró a los carniceros asombrados y dudosos, y a los compradores con curiosidad.

Una anciana se acercó a la reina y se dirigió a ella con amabilidad.

_ ¿Su majestad, de qué especie es esta carne?

— Carne es carne, cómprenla o morirán de hambre. —Le respondió la reina ignorando su pregunta.

— Tiene un olor desagradable, no parece fresca y su físico me parece desconocido.

— Si de verdad desea saber...— Hizo una pausa.— Es carne humana.

La anciana se volteó y comenzó a vomitar. Mientras, los carniceros observaban a la reina, esta les había pagado a todos por su silencio.

Las personas que se encontraban en el mercado observaban la carne con repugnancia, mientras que muchos se desmayaban.

— Ah— Gimió la reina subiéndose de nuevo al carruaje— ¡Que pueblo tan estúpido!.

El carruaje se alejó del pueblo mientras todos los pueblerinos se quedaron en shock.

Un señor joven comenzó a gritar de pronto y cuando todos se acercaron a él, se encontraron con algo que los asustó... El señor tenía una almohada rota por la mitad.

Las almohadas que compraban en los bazares, estaban fabricadas con el cabello de los muertos y los encarcelados.

Mientras tanto, la reina se encontraba en el carruaje mirándose en un espejo cuadrado de mano.

— ¿Qué bien no? Eres la reina ahora, es lo que siempre quisiste.— Se dijo a sí misma.

Al llegar al palacio notó que en sus afueras aún se encontraba la sangre estéril derramada en el suelo.

Sin más que hacer, se adentró en el palacio y se dirigió al salón del trono, Hades se echó debajo de ella mientras lamía un hueso Dios sabe de qué.

Un joyero se presentó ante ella con una cajita de plata.

— Aquí está lo que pidió majestad, prefiero no hacer comentarios y marcharme. —Explicó el joyero.

— Tiene razón, mejor no comente algo que me pueda disgustar aún más.

El joyero abandonó el lugar y la reina abrió la cajita de plata, dentro había un collar, el cual se puso de inmediato en el cuello.

Subió a su habitación y se miró frente al espejo.

Odette y uno de los cocineros caminaron por el pasillo, y al mirar hacia la reina por la puerta abierta de la habitación, siguieron su camino enmudecidos y temerosos, al ver que el nuevo collar de la reina, había sido fabricado con dientes humanos.

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