Cap 1
Sangre corre por las manos de la reina mientras alza su corona ante el pueblo, con un pico, ha reventado el pecho de una mujer que se reveló hacia su porte, según ella, solemne, y con sus propias manos sacó el corazón de la misma y lo tiró frente a todo el pueblo que yacía reunido para presenciar dicho acto.
Un hombre y una mujer, estaban atados a una columna de mármol con una cadena de hierro, maciza, la cual era calentada cada cierto tiempo para que ardiera en las pieles de los desgraciados, los cuales, eran carentes de ambos ojos, cuya reina arrancase con un tenedor.
Pero eso no es todo, una ahorcada colgaba de una columna de madera, el viento hacía flotar los cabellos pelirrojos del cuerpo inerte, la cual estaba desnuda, y le faltaban ambos pezones, arrancados anteriormente por la reina, con un par de pinzas.
Todos están reunidos en la plaza de la reina, donde obligó a un niño a escribir con la sangre de la mujer recién descorazonada, su ilustre nombre en el suelo de mármol: AGHATA HARRIS.
Se colocó la corona ensangrentada en la cabeza, soltó el pico en el suelo y bajó delicadamente los escalones de la plaza. Su carruaje la esperaba.
Dos lacayos, tomaron el cuerpo de la mujer y se lo llevaron en un saco. ¿Quién sabe si sería la próxima comida de Hades?
Ya llegando a la puerta del Palacio, el lobo negro la esperaba en la puerta, hechado en la alfombra negra.
La reina, bajando del carruaje, se acerca a su lobo y acaricia su pelaje. Luego entra en su morada mientras su mascota la sigue. Sube las escaleras hasta su habitación, mientras una mariposa negra está posada en el candelabro que cuelga encima de la escalera cuya reina sube.
Estando en su habitación, se desnuda, y lanza el vestido cubierto de sangre a una esquina de la habitación. Abre una inmensa puerta al costado en la pared y entra en el vestidor, donde se encuentran miles de vestidos, negros y de encaje.
Elige uno tras subirse en una escalera de caoba, y baja cuidadosamente.
Luego va al estante, donde más de 50 zapatos esperan por ella.
Encima del corsé, se viste con el traje recién elegido.
— ¡Martha! — Gritó al salir del vestidor.
Unos segundos después apareció la empleada ante su presencia.
— Han pasado dos años... Y aún le sigo diciendo que mi nombre es María... Señorita. — Respondió María mientras su voz titiritaba.
— ¿Acaso crees que me importa como te llamas?
— No lo espero... ¿Qué desea?
— Que este estúpido pueblo deje de darme tantos Dolores de cabeza.
— Bueno... Creo que yo no puedo ayudarla.
— Nunca dije eso tonta, solo deseo que lleves el vestido a lavar.
— ¿De qué se ensució?— Preguntó María tomando el vestido y abriéndolo para observar las manchas. — No recuerdo que le gustara el jugo de grosella su majestad— Dijo María tras mirar las manchas Rojas.
— No, me desagrada bastante, eso es sangre. — Le respondió la reina serena.
María tomó el vestido, y llevándose un trauma a pesar de 2 años viviendo la misma historia, llevo el vestido bañado de sangre inocente, a que fuera lavado.
La reina se sentó en su cama majestuosa, mientras sentía el sonido de unos pasos, alguien se acercaba a su habitación.
El obispo estaba ante sus ojos, en el umbral.
— ¿Simur?¿Los campesinos?
— Esta vez no...
— ¿Las prostitutas?
— No.
— ¿Los sastres?
— No.
— ¿Entonces con qué calumnias viene ahora?
— Hay un hombre en la entrada, majestad. Dice ser pintor.
— ¿Y qué quiere dicho pintor?
— Pidió hablar con usted personalmente.
— ¿Bueno por qué no? Espero que sea importante o de mi interés, es realmente valiente, debe saber que cualquier movimiento brusco podría provocar a Hades.
— No imaginé que usted aceptara...
— ¿Acaso cree que soy un monstruo?
— No, claro que no...
El obispo se retiró, y la reina se dirigió a la Sala del trono, sentándose.
Esperó unos minutos, Hades se echó debajo de sus pies.
El pintor apareció ante ella, con un traje bastante elegante y limpio, cuando la reina en realidad se lo imaginó con un traje de campesino con manchas de pintura.
— Majestad— Se dirigió con respeto el pintor hacia la reina, luego de hacer una reverencia. Luego, alzó su cabeza hacia la reina. Algo extraño recorrió el cuerpo de la misma, como un escalofrío que le causaba temblor en las entrañas. ¿Qué era lo que sentía?
El pintor al mirarla a los ojos, no pudo evitar decirle algo sin ninguna discreción.
— Mi reina, vengo desde Francia, y muchas personas me hablaron de usted... Pero nunca nadie me había dicho que usted era tan bella... Con todo respeto.
Los guardias que vigilaban las puertas del Palacio, hicieron un ademán de temor al escuchar las palabras del pintor. Sabían que tal cosa molestaría a la reina.
El cardenal se encontraba escondido tras una columna de mármol.
— Majestad... — Se entrometió en la conversación. — Antes que estalle en ira pura, le propongo que lo mejor es mandarlo a la guillotina, o la dama de hierro, puede despedazarlo con un hacha, puede quemarlo vivo, o...
— ¿De qué está hablando Cardenal Rouco? Por favor... Retírese.— Increíblemente respondió la reina.
— Pero...
— Restírese.
El cardenal se esfumó asombrado.
— Me halaga... Señor...
— Pierre, mi nombre es Pierre Monsecci.— Respondió el pintor.
— ¿Qué desea, Pierre?
— Pintarla, venía con intenciones de pintarla... Pero desde que la ví hace unos minutos, deseo aún más que su rostro sea grabado en un lienzo, y por mis propias manos... Pero lamento que así sea, porque su rostro debe ser pintado por los ángeles.
— Usted es muy amable— Respondió la reina, sin entender ni siquiera ella misma como los comentarios de dicho hombre no le molestaban o causaban algún sentimiento negativo.
La reina se levantó del trono y se paró frente al pintor.
— ¿Cuándo comenzaría su obra de arte?
— Mañana, mañana traeré todos los materiales. Haré un retrato y si le agrada puedo dejarlo en el Palacio, si es así haré una copia para llevarlo a mi país... Si es que decido volver.
— ¿Tiene motivos para quedarse en Inglaterra?
— Desde que la ví, no quiero separarme de su lado.
La reina le miró a los ojos, la había dejado sin palabras.
— Regresaré mañana, mi reina, vaya con Dios, y sueñe con sus Ángeles. — Dijo el pintor besando la mano de la reina.
— Le deseo lo mismo— Respondió la reina.
— Si debo soñar con un ángel,espero que sea con usted.
El pintor se retiró de la Sala, dejando desconcertada a la reina.
— ¿Qué es esto Dios? — Preguntó tocando su pecho. — ¿Por qué mi corazón late tan fuerte por la presencia de ese señor? ¿Acaso voy a morir? No merezco morir Dios...
La reina Miró hacia la ventana, y vio que estaba anocheciendo.
— ¡Marta! ¡Marta!
— ¿Si Majestad? — Se mostró ante ella la delicada María.
— ¿Falta mucho para la cena?
— De casualidad venía a avisarle que está ya colocada en la mesa.
— ¿Limpiaron los cubiertos de plata?
— Brillan mucho Majestad.
— Eso espero.
— Majestad... Si no le es una falta de respeto, me gustaría preguntarle algo.
— Dígalo de una vez.
— ¿Por qué siempre me llama si hay tantos empleados en el castillo?
— Pues porque solo se su nombre... No tengo tiempo para aprenderme cada nombre de esos desgraciados...
— Aún así, mi nombre es María, pero llevó dos años trabajando aquí, así que ya me acostumbré a que siempre me llame Marta.
— Como sea...
La reina se levantó del trono y se dirigió a la cocina.
Se sentó a la mesa, y finamente comenzó a cortar la carne con su cuchillo y tenedor de plata.
Mientras cenaba, se le ocurrió que debía darle entretenimiento a su vida, estaba cansada de que su vida se resumiera en estresarse por los pueblerinos. Estaba cansada de descorazonar, quemar, asesinar, apedrear, cortar, ahorcar, aplastar, y despedazar personas... Necesitaba otro entretenimiento.
— Desde que tenía 7 años no juego ajedrez... ¿Qué pasaría si hago una sala de ajedrez? Podrán entrar los sucios del pueblo, al final y al cabo solo será para ganarles en su cara... ¿Qué podría pasar?
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