Capítulo 7


—¿Por qué tan callado? ¿Estás actualizando tu base de datos? —preguntó Aitana mientras bajaban a la galería.

Allí habían instalado mesones con alimentos y bebidas. Sus ojos se iluminaron al descubrir que era tenedor libre y no tendría que soportar las miradas perturbadas de los empleados al verla alimentarse.

Tarareando una canción, la muchacha no tardó en capturar dos platos. Uno para postres, otro para la cena principal. Apoyó el primero en el pliegue del codo y el último en su palma abierta.

—Pansexual porque a mí la pobreza me enseñó que hay que comer de todo —canturreó mientras usaba su mano derecha libre para servirse una porción de cada bandeja.

Mantenía en equilibrio ambos platos con el talento de una camarera experta. Su postura de espalda derecha y barbilla levantada en orgullo era una contradicción al lado del desastre desaliñado que era su cerebro.

En el terreno frente al hotel los esperaban mesas para cuatro personas. Los sillones construidos con troncos estaban acolchados por almohadones tejidos. Todo tenía un aura rústica a juego con el bosque que los envolvía.

A la sombra de un sauce, un grupo de jóvenes tocaba una melodía instrumental. La flauta de pan predominaba por sobre la batería y el violín.

Exequiel no respondió. Buscaba una mesa lo más alejada de la luz. Permanecía ensimismado, tratando de encajar las piezas de ese rompecabezas desastroso en el que se encontraban.

Localizó al novio de la boda incorrecta en una mesa cerca de los músicos, junto a una pareja mayor de vestimenta a juego.

El agente se aseguró de sentarse al otro extremo del terreno, de frente a los ancianos y a espaldas del hombre. Al menos por esa noche estaría a salvo.

Una hora atrás, estuvo demasiado aturdido para reaccionar a sus declaraciones. Cuando sonó un celular y su interlocutor se vio obligado a contestar, Exe vio su oportunidad de huir como alma que se la llevaba el diablo.

Si también reconocía a Aitana, no le creería la historia de que era su esposa. ¿Qué clase de pareja casada irrumpía en una boda para tratar de llevarse a uno de los novios? Tendría que inventar otra explicación rebuscada sobre poligamia, relaciones abiertas o infidelidad.

No le gustaba crear una mentira tras otra. Esas torres de naipes podrían derrumbarse en cualquier momento. Por eso, si el tipo volvía a confrontarlo, lo mejor sería revelar la verdad sobre su relación con la joven. Eran dos colegas en vacaciones ordenadas por su jefe obsesionado con los gatos.

Muy casual.

Soltó un gruñido de frustración y se sujetó la cabeza con las manos. Respiró profundo.

—¿Qué pasa, cariño? —preguntó Aitana mientras mordisqueaba un canapé—. ¿Estás recordando el momento en el que me diste el sí?

Levantó la mirada. Ella se encontraba inclinada hacia adelante con los codos sobre la mesa y la barbilla descansando en sus manos. Las fresas de su vestido veraniego hacían juego con el rubor sutil de sus mejillas y sus rizos sueltos. Esas hebras lucían tan suaves y curvadas que tuvo el impulso de capturar una entre sus dedos.

—Te ves demasiado inocente para ser un diablillo cizañero —comentó mientras le apartaba un rizo de los ojos.

—Gracias. Hoy me disfracé de damisela. —Sus pupilas se desviaron a un costado, capturadas por un objetivo—. Ahí van Eliza y Emilio. —Sus ojos se encontraron, un brillo perverso en ellos—. ¿Estás pensando lo mismo que yo?

—¿Matar todo el romance que podrían tener en esta primera cita como recién casados? —adivinó él, su humor regresando ante la promesa de drama.

—¡Por aquí! —Ambos levantaron un brazo al mismo tiempo, soltando su invitación descarada con idénticas sonrisas—. ¡Vamos a compartir mesa!

El matrimonio intercambió una mirada incómoda al ver hacerse añicos su objetivo de una cena relajada y privada.

Aitana se levantó de su asiento y se dejó caer al lado de su compañero. Arrastró sus dos platos al nuevo banco. Le dio una palmada a la mano de Exequiel cuando trató de robarle una aceituna.

—Qué bonita noche —comentó Eliza, mientras se sentaba con suavidad y acomodaba la falda de su vestido.

—¿Verdad que sí? —asintió la agente—. ¡El cielo está precioso! Parece una galaxia. En la ciudad no se pueden ver tantas estrellas. ¿Qué opinas, cariño?

Lo invitó a la conversación al notar que no dejaba de mirar con furia gélida a Emilio. Parecían dos gatos escaldados a punto de retarse a una pelea clandestina en el tejado.

—Claro, ahí podemos ver la constelación del Unicornio. —Exe señaló al cielo, sin dejar de observar con resentimiento al hombre—. En su cabeza verán el lugar al que pueden irse los esposos que nunca quisieron... —Su oración concluyó con un gemido ahogado al sentir el talón de su compañera clavarse en su pie.

Cualquier réplica que pensaba dar quedó en el olvido cuando la música bajó su volumen y un hombre vestido de traje tomó el micrófono.

—Damas, caballeros y personas no binarias —comenzó con voz animada—. Espero que estén disfrutando esta cena de bienvenida. Como la mayoría de nuestros nuevos huéspedes son parejas en su luna de miel, hoy hemos preparado una serie de actividades especiales.

Tronó los dedos cual mago haciendo un truco. Al instante aparecieron por la entrada meseros sujetando cisnes de origami. En la zona del pico sostenían un papel de color enrollado.

Como había dos parejas, en su mesa depositaron un par de esos animalitos. Las pupilas de Aitana resplandecieron.

—No te atrevas a robarte el centro de mesa —advirtió Exequiel en su oído.

—Siempre quise uno. ¿Tienes idea de lo difícil que es hacer un cisne así? Necesitas cientos de triángulos plegados. ¡Horas de paciencia!

—En la próxima boda podrás iniciar el caos robándole el centro de mesa a las suegras.

—Las suegras y tías son profesionales en ese deporte, ¡no soy tan suicida!

—Cada cisne tiene un desafío —explicó el presentador—. Hay cinco distintos, así que se repetirán en algunas mesas. Quienes puedan cumplirlo se llevarán de regalo esa obra creada por un artesano local.

Aitana soltó un chillido emocionado. Exe tomó el papel del pico del ave y lo desenrolló.

Esbozó una media sonrisa al leer el juego asignado. Un arma de doble filo que podría unir o sembrar la incertidumbre en una pareja.

Mientras sus acompañantes permanecían distraídos por las indicaciones del locutor, intercambió los desafíos de ambos cisnes.

—¡Suena divertido! —Eliza aplaudió cuando acabaron las explicaciones.

Los primeros en participar fueron de la mesa más cercana al presentador. El desafío era sujetar el mismo micrófono y cantar juntos una canción tocada en vivo por los músicos.

Observaron a una pareja de veinteañeros lanzarse sin dudar. Entre carcajadas ebrias, sin dejar de abrazarse por las cinturas, empezaron a aullar un intento de canción. No pudieron concluirla porque cayeron juntos sobre la tierra, entre besos apasionados y manoseos descarados.

El presentador tuvo que esquivar sus extremidades para recuperar el micrófono sin pisarlos.

—No sé si sentir vergüenza ajena o envidia —confesó Aitana, apartando su copa de la mesa—. Nada de beber esta noche.

—Tú no necesitas alcohol para comportarte así, mi amor —replicó Exe con calidez—. Es parte de tus encantos naturales.

Ella entrecerró los ojos. Se mordió la lengua para evitar una réplica afiliada.

La siguiente pareja debía realizar una actuación breve, imitándose el uno al otro. Dos adultos mayores que vestían los mismos colores fueron las víctimas. La confianza con la que se burlaban el uno del otro hablaba de verdadera complicidad. ¿Cuál sería la historia que compartían?

Así transcurrió con serenidad el resto de la noche. Entre la cena y las conversaciones, con carcajadas ocasionales del público como música de fondo.

—No hay espectáculo... —dedujo en cierto momento Exequiel.

—... ¡ustedes son el espectáculo! —terminó Aitana.

Ambos estallaron en risas, ante la mirada desconcertada de sus acompañantes.

Entonces llegó el turno de su mesa. Exe se reclinó en el asiento y observó con paciencia.

—Los siguientes, ¿me permiten su desafío? —preguntó el locutor. Eliza dejó con delicadeza el cartelito en las manos del hombre—. Oh, ¿qué tenemos aquí? Nada más ni nada menos que un juego de sinceridad. Solo parejas abiertas a las críticas pueden completarlo de forma pacífica.

Los músicos comenzaron a tocar una melodía similar a la de Tiburón. Aitana no tenía idea de cuánto les estaban pagando, pero podría asegurar que merecían un aumento.

—Hora de confesar... —continuó el presentador tras esa pausa dramática—. ¿Qué cosas les desagradan de su pareja?

Eliza y Emilio apartaron la mirada con visible incomodidad. Permanecieron en silencio por unos segundos.

Aitana descansó los codos en la mesa y la barbilla en el cuenco de sus manos. Sus pupilas estaban ávidas de drama.

—Seguro tienen una comunicación excelente, como cualquier pareja con futuro —insinuó antes de llevarse una aceituna a los labios.

Emilio se aclaró la garganta.

—Es una pregunta difícil —admitió con una risa carente de humor.

—No me gusta que no hables conmigo cuando algo te preocupa —confesó Eliza por lo bajo—. ¿Por qué te guardas todo?

—No quisiera molestarte, arruinar esa paz que siempre tienes.

—¿Cómo podría estar en paz si noto que algo te tiene mal? Quisiera reconfortarte, para eso estoy.

—Lo sé, pero... A veces me intimidas.

—¿Qué?

—Siempre pareces tan perfecta. Eres amable y considerada hasta con los desconocidos. Nunca cometes errores. Todos te adoran, incluso mis padres preguntan más por ti que por mí.

Eliza abrió la boca ligeramente. La volvió a cerrar. Descubrir que su esposo la había subido a un pedestal la hizo tambalear. Su voz se mantuvo suave, casi tímida.

—No soy perfecta, Emilio.

Quedaron en silencio. Serios, ensimismados, incapaces de enfrentarse a una realidad que sacudía su paraíso.

El presentador mantenía los ojos clavados en la tierra deseando que lo tragara. Los otros comensales murmuraban entre sí.

Los músicos comenzaron a reproducir su propia versión de un réquiem digno de un funeral. Era lo único que rescataba el ambiente.

"Los contrataría para mi boda", pensó Aitana.

—¿Eso es todo? —preguntó Exe con despreocupación, sus palabras dirigidas a su compañera—. Yo sí tengo material sobre ti. Hablas tanto y tan rápido que por momentos hago una apuesta mental a ver cuánto tarda en trabarse tu lengua.

—¡No me lo preguntaron, pero suena divertido participar! —replicó ella, alegre y mordaz—. Siempre finges ser el más razonable e inteligente, pero ambos sabemos que se te congela el software cuando se te presenta una crisis.

El presentador se acomodó el cuello de la camisa. Rodeó la mesa para estar cerca de ellos.

—Creo que ustedes son las próximas víctimas... digo, participantes —detuvo el intercambio de pullas—. ¿Me permiten su desafío?

—¡Por supuesto! —Aitana le extendió el papel—. Haremos lo que sea por este cisne de origami. Mientras sea legal y conserve al menos un cincuenta por ciento de mi dignidad.

—Me agrada esa predisposición. —Leyó en voz baja el reto—. Esta es sencilla, perfecta para unos recién casados redescubriendo su amor...

Un vals de boda empezó a resonar por el terreno, el violinista se estaba luciendo.

—Ahora tengo miedo —susurró por lo bajo Aitana, pateando a su pareja por debajo de la mesa—. ¿Leíste los papeles antes de intercambiarlos?

—No seas cobarde —respondió Exe, esquivando su tacón gracias a sus reflejos—, no creo que hayan incluido un streap póker entre sus juegos.

—Y el próximo desafío es... —Luego de un dramático circunloquio propio de esos condenados juegos de televisión, al fin reveló qué deberían hacer—. ¡Mirarse a los ojos durante una canción completa!

Ambos suspiraron aliviados. No era la gran cosa. Ni siquiera los otros turistas mostraron interés por ver el desarrollo de ese desafío.

—Acepto —respondieron al unísono.

Se giraron en su asiento para estar frente a frente. Idénticas sonrisas confiadas.

—Cierren los ojos. —Ambos obedecieron—. A la cuenta de tres los abren. Solo tienen una oportunidad. Si uno se aparta, fallan. Tres... dos... uno.

Sus ojos se abrieron. Las pupilas del otro fueron lo primero que encontraron.

Una balada romántica invadió sus oídos. Lenta, sensual como un susurro tras un beso cálido.

Exe estudió esas pupilas chispeantes. Tan brillantes que podría ver su propio reflejo en ellas. Estaba acostumbrado al café de sus iris, pero al verla contener su diversión, notó por primera vez unas pintitas doradas.

Su sonrisa se fue desvaneciendo a medida que descubría detalles que antes pasaron desapercibidos. Las pecas de sus mejillas, casi imperceptibles tras el maquillaje. La curvatura expresiva de sus cejas, la sombra oscura de sus pestañas, el delineado sutil de su boca...

Ella era un camaleón. La había visto con todos los estilos de cabello. Desde el rubio más dorado hasta el azabache de reflejos azulados. Con diversos tipos de maquillaje que alargaban o agrandaban sus ojos, afilaban sus pómulos y pronunciaban sus labios.

Y en cada una de esas facetas le resultó encantadora.

La melodía instrumental aceleró sus notas con la llegada del estribillo. Para ambos no era más que un eco lejano. No fueron conscientes de que el universo estaba cambiando su eje.

Aitana a veces olvidaba los ojos del hombre que había sido su mejor amigo durante más de media década. El humo de esa mirada oscilaba entre el azul de un cielo despejado y el gris de una tarde tormentosa.

Igual de adaptable era su personalidad. Había sido testigo de su risa desenvuelta y de su furia contenida. En un parpadeo, podía convertirse en un galán de telenovela o en un vagabundo desorientado.

Por momentos, su verdadero rostro parecía un enigma. Era tan difícil saber lo que pasaba por su mente cuando permanecía ensimismado. Él tenía sus secretos, su historia, su refugio individual... En ellos no había lugar para ella.

¿Realmente lo conocía?, se preguntó mientras se perdía en la profundidad de sus pupilas. Había todo un universo en su memoria que él nunca había revelado.

Por acuerdo tácito, era poco lo que ambos mostraron de sus pasados. Podían hablar durante horas del presente o delirar sobre su futuro como estrellas de Hollywood. Del pasado solo existía la vida que construyeron desde su llegada a Desaires. El resto permanecía siendo un misterio.

Porque eran solo amigos. Los amigos respetaban esos cuartos oscuros que el otro mantenía cerrados con llave. Los amigos trazaban líneas invisibles que mantenían a salvo esa relación.

¿Alguna vez quisieron cambiar los términos de ese precioso contrato? Si alguna vez hacían esa pregunta en voz alta, la respuesta podría sacudirlos.

Ninguno sonreía cuando la música llegó a su fin. No escucharon las felicitaciones del presentador, ignoraron el momento en el que pasó a la siguiente mesa.

Exe levantó su copa y la hizo girar entre susdedos. La joven tomó un tenedor y se dedicó a picar la comida sin probar unbocado.

—¿Qué sucede? —preguntó Eliza, desconcertada por la tensión en el aire—. Cualquiera diría que, más que luna de miel, están en su primera cita.

En perfecta sincronía, ambos agentes levantaron sus copas y bebieron todo el contenido de un solo trago. 

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