Capítulo 32
Antes del amanecer, el camión de mudanzas partió lejos del pequeño departamento donde había vivido los últimos siete años.
Exequiel esperaba ver a Aitana una vez más, pero no hubo rastros. La despedida sucedió la noche anterior, cuando terminaron de empacar juntos. Le dio un abrazo entre lágrimas reprimidas y la acompañó hasta su auto.
Ahora, mientras viajaba por carretera en compañía del camionero a cargo de trasladar sus muebles y electrodomésticos, con la radio reproduciendo una canción ochentera, se preguntó qué habría pasado si hubiera besado a Aitana la primera vez que la invitó a su departamento. Si en vez de limitarse a ver la película, hubiera tenido el valor de pasar un brazo sobre sus hombros, atraerla contra sí y probar sus labios sonrientes...
"Habría sido un desastre", decidió, mirando el paisaje urbano convertirse en campos de montañas. A los veintiún años, cuando recién encontraban su lugar en el mundo, ninguno había estado preparado para el amor. Su relación no habría durado más allá de unos meses.
Los años de amistad les habían ayudado a construir una confianza sólida, a revelar sus fortalezas y debilidades. Habían madurado.
—A veces, simplemente, no está destinado a ser —musitó para sí.
Llegó a su destino cuando el sol estaba en su punto máximo. El conductor estacionó el camión y le dejó las llaves, advirtiendo que volvería en unas horas cuando terminaran de bajar las cosas.
Exe enarcó una ceja ante la confianza con la que el tipo abandonaba su vehículo al cuidado de un desconocido. Sacudió la cabeza. Una sonrisa apareció en su boca ante la nueva casa.
Ubicada frente a un inmenso parque donde venía a jugar en su infancia, era una construcción de ladrillo desnudo y ventanas altas. Contaba con dos dormitorios, cocina, living y un patio trasero ideal para jugar con sus futuras mascotas. El árbol del frente necesitaba podarse con urgencia, proyectaba su sombra justo frente a la ventana de la cocina.
La nueva sucursal de Desaires Felinos, al igual que su rival Dulce Casualidad, quedaba a unos minutos atravesando el parque.
Era una zona excelente que estaba abismalmente lejos de su presupuesto original. Encontrar esa casa a través de internet fue un golpe de suerte. Su dueño original planeaba dejar el país y estaba dispuesto a rebajar el precio con tal de deshacerse de ella pronto.
Necesitaría algunas refacciones. Una mano de pintura, una limpieza a fondo y cambio de griferías eran solo la punta del iceberg. El primer pago había absorbido todos sus ahorros, y tardaría una década más en terminar de pagar el préstamo, pero según los documentos ya era suya.
Su casa. Su propio santuario. Por momentos sentía que estaba soñando...
—¿Vas a quedarte lageado todo el día o piensas entrar? —preguntó una voz a su espalda.
Su corazón se inundó de calidez al volverse y reconocer esos ojos de halcón. El cabello oscuro hacía juego con los pantalones de vestir y chaqueta de diseñador. Sus zapatos de tacón dieron golpecitos impacientes contra el suelo.
Esos labios fríos se curvaron en una media sonrisa.
—Bienvenido de vuelta, pequeño parásito.
—¿Me extrañaste, gusano ácido?
—Ni me acordaba de tu existencia.
—También te quiero, Lim.
—Como sea. Me debes un favor. —Sacó las llaves de su bolsillo y se las lanzó. Él las atrapó en el aire—. La revisé a fondo y está en un estado decente. —Sus ojos se entornaron—. El terreno vale oro. Sospecho que al ex dueño lo perseguía la Interpol. Nadie en su sano juicio vende algo así a un cuarto de su valor... A menos que esté desesperado por huir.
—Quizá asesinó salvajemente a alguien en la cocina —sugirió Exe.
—Y lo enterró en el jardín. —Ella soltó una risa por lo bajo—. Me sentí tentada a decirle que pusiera mi nombre en los papeles.
—Me alegra que tuvieras la decencia de no estafarme.
—Agradece que conseguí tiempo para hacer tus trámites. El trabajo me está absorbiendo el alma.
—¿Alguna vez tuviste alma?
—La tenía antes de entrar a la universidad. —Se encogió de hombros, satisfecha—. Felicitaciones por tu nuevo hogar. Siempre supe que no serías un artista muerto de hambre, hermanito.
Él dejó escapar una inmensa sonrisa y la atrapó en un abrazo. Respiró profundo, sintió su perfume reconfortante de lavanda y fresas. Trajo a su memoria aquellas tardes de su adolescencia, cuando se sentía perdido en la desesperación y ella lo arrastró a la fuerza hacia la luz.
Tenían casi la misma edad, así que habían sido criados prácticamente como mellizos. Mas ella siempre se destacó como una líder en la dinámica familiar.
La admiraba. Desde que tomó la iniciativa de irse al diablo nada más llegar a la mayoría de edad, hasta meses después cuando regresó por un fragmentado Exequiel, supo que llegaría muy lejos sin olvidar sus raíces.
A veces, sus personalidades chocaban. Ella era demasiado mandona y él tendía a un sarcasmo letal. Podían pasar meses sin enviarse un mensaje, cada uno pasando las fiestas por su lado. Nunca habían abundado las demostraciones de afecto, pero el saber que siempre podrían contar el uno con el otro había sido invaluable durante su crecimiento.
Al separarse, descubrió a una joven de pie tras Limia. Lucía un vestido veraniego, tan pálido como su propia piel. Un sombrero inmenso protegía sus ojos del sol.
—Después de tantos años, al fin puedo presentarlos. Esta es Eira. —Limia la señaló con una sonrisa cálida—. No la mires demasiado. Esto no es una cita a ciegas. Quiero poder hablar de sexo con mi mejor amiga sin que el hombre que pase por su mente sea mi hermano. Qué asco.
—Vete al diablo, Limia. —Le ofreció su mano a la muchacha—. Es un placer conocerte, Eira. Mi hermana me ha hablado mucho de ti. No me hago responsable de los traumas que te haya causado su amistad.
—¡Tienen una relación tan bonita! Me encanta verlos juntos. —El apretón de la joven era sorprendentemente fuerte, sus pupilas chispeantes y mejillas sonrojadas—. Vine a ayudarte a desempacar. Sé lo difícil que es, también me estoy por mudar.
—A una casa embrujada —agregó Limia mientras se dirigía a la parte trasera del camión. Extendió una mano, pidiéndole las llaves a su hermano para empezar de una vez.
—¡Amo a los fantasmas! —expresó Eira al aceptar la primera caja—. Me ayudaron a disminuir el valor de la propiedad.
Entre los tres, les tomó un par de horas meter los muebles a la casa. Los electrodomésticos fueron lo más complicado. Estuvieron a punto de ser aplastados por el refrigerador en cierto momento.
Mientras bajaban las últimas cajas, Exe descubrió una de color naranja que no recordaba haber embalado. Al abrirla, su corazón se saltó un latido.
Como si fuese el cristal más delicado, sacó el cisne de origami y lo sostuvo en sus manos. Era el mismo que habían ganado el primer día en Sientelvainazo. Incluso tenía en su pico una notita con el desafío de mirarse a los ojos. Ya habían pasado casi dos meses desde entonces, pero sintió como si hubiera sido el día anterior.
—Ella realmente lo quería —murmuró, confundido—. ¿Por qué me lo dio?
—¿Quién? —Curiosa, Limia miró por sobre su hombro—. ¿Por qué miras a ese cisne como si fuera el amor de tu vida? ¿Desarrollaste un nuevo fetiche o de qué me perdí?
—¿Pongo la caja de Juguetes para adultos junto a la de Lubricantes? —preguntó Eira desde la puerta, su mirada inocente. Llevaba en sus brazos una caja que, efectivamente, tenía una etiqueta con ese nombre.
—Déjala sobre la que dice Películas de My Little Pony —señaló Limia.
—Esa arpía... —masculló Exequiel. Aunque quería estar enojado, una carcajada burbujeaba en su garganta.
—Encontré la vajilla en la caja de Corazón frágil. ¿Quién te ayudó a empacar?
—Aitana.
—¿La pelirroja que te tiene loquito desde hace siete años?
—¿Pero qué...? —Su voz se detuvo al comprender que había sido tan evidente para su hermana incluso a través de videollamada—. Sí.
—¿Dónde está ella? Creí que vendría contigo y estrenarían las habitaciones de una forma que prefiero no imaginar.
—Vine solo. Ella... seguiremos siendo amigos a distancia. Creo.
Su hermana respiró profundo y negó con la cabeza. Apoyó una mano en su hombro, comprensiva.
—Exequiel... Deja de creer que todas tus relaciones van a fracasar. No somos nuestros padres.
—Se nota cómo aplicas todo lo que predicas.
—Sí, bueno. —Le restó importancia con un gesto de la mano—. Yo sigo soltera por mi carácter de mierda, no por fobia al compromiso.
Él no lo negó. Sus hombros temblaron de risa. Acarició el cisne con sus dedos, un brillo de añoranza en sus pupilas.
—Esta vez no depende de mí —admitió—. No puedo obligarla a renunciar a todo y mudarse al vecindario. Yo elegí empezar de nuevo aquí y no voy a arrepentirme. Aitana tiene sus propios objetivos, su camino ya no coincide con el mío. Mientras ella sea feliz... quiero buscar mi propia felicidad.
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