Capítulo 23
Con Emilio hostil y Eliza ensimismada, continuaron el paseo por el centro comercial.
Aunque la actuación de esposos cariñosos era parte de la misión, Aitana debía admitir que estaba disfrutando los intercambios con Exe. El roce accidental de sus manos al señalar alguna atracción turística y las miradas cómplices cuando un mismo pensamiento perverso los invadía despertaban un aleteo en su estómago.
Compró cada comida callejera que les llamó la atención. Incluso permitió a Exe picotear un poco de sus platillos en lugar de gruñirle que comprara el suyo.
Al caer la noche, tropezaron con un restaurante que estaba haciendo su inauguración. Las mesas habían sido instaladas afuera, dejando espacio suficiente para una pareja de bailarines profesionales y un trío de músicos locales.
—¿Esa es la misma banda que tocó para el hotel el primer día? —preguntó Aitana—. Necesito el número del violinista, es un genio. Mi jefe lo secuestraría para su cafetería.
—Creo que su nombre era Vladimir Chelo —agregó Eliza.
—Como Drácula, lo recordaré. —Estiró los brazos sobre su cabeza—. ¡Se siente como si el primer día hubiera sido hace meses!
—Sí —respondió Eliza, sorprendida—. Más de dos semanas...
—¿Quieren cenar aquí? —preguntó Exe en voz alta, un poco cansado después de horas caminando.
—Parece un buen lugar —aceptó la recién casada.
—Bien —fue la respuesta seca de su esposo.
—¿Sabes...? A veces siento que estoy todo el día comiendo. —Aitana tomó asiento en el banco más cercano y comenzó a picotear el maní del centro de mesa.
—Tu percepción de la realidad funciona mejor de lo que esperaba, cariño. —Depositó un beso en su cabello.
—¿No te molesta? —Ella hizo un mohín—. Me han dicho que hago caras raras cuando como.
—Estoy acostumbrado a verte cerrar los ojos y gemir de placer cuando saboreas algo que te gusta.
Ella le dio un codazo, conteniendo una carcajada. Sentado a su lado, él soltó una risa baja y la atrapó en un abrazo inmovilizador.
Optaron por una cena ligera. El espectáculo de bailarines los salvó de silencios incómodos y les brindó el tema de conversación.
La llegada de las bebidas ayudó a aligerar el ambiente.
—¿Sabes bailar, Eli?
—Un poco. Solo me dejo llevar. Me crie escuchando música clásica.
—¡Yo también! Me enseñaron a entrenar mi oído musical con musicogramas, esos símbolos que reemplazan las partituras.
—¡Amaba los musicogramas! Era muy divertido seguir los símbolos con mis dedos mientras escuchaba La primavera de Vivaldi. Mis padres me nombraron Eliza por Für Elise.
Mientras los camareros despejaban una zona para iniciar el baile de la noche, el flautista comenzó a tocar ese clásico de Beethoven. Lo acompañaba el violinista, quien dirigió una sonrisa a su mesa.
"Necesito seguir en redes sociales a esos genios", pensó Aitana, bebiendo un sorbo de su copa.
—Conoces bien tus orígenes —meditó, centrando su atención en su interlocutora—. Yo no tengo idea de cómo terminé con este nombre.
—Según internet, Aitana es algo relacionado a las montañas —agregó Exequiel, leyendo en su celular.
—Quizá fui concebida durante unas vacaciones en alta montaña.
—Dudo que mis suegros tengan tanto sentido del humor.
"Amaría presentarte como mi prometido, y ver sus reacciones escandalizadas cuando descubran que su hija encontró a alguien igual de desequilibrado", pensó, sonriendo para sí. "Aunque primero debería conseguir sus números para avisarles que sigo con vida".
Conforme caía la noche, un manto estrellado fue cubriendo el cielo. En mitad de la conversación, la joven se perdió contemplando la luna en todo su esplendor.
¿Cuántas veces había fantaseado con estar así? En medio de la nada, disfrutando una cena entre amigos sin más preocupación que divertirse.
¿Cuánto tiempo estuvo deseando un cambio de aire en su vida?
Probó la última fresa del cheesecake que había ordenado por postre, su dulzura convirtió esa noche en casi perfecta.
De repente, los músicos comenzaron a tocar un clásico de los noventa que la hizo levantar la cabeza. Su corazón se aceleró. Descubrió la sonrisa sutil de su socio.
—¿Dónde he escuchado esa canción antes?
—Es la que sonaba cuando nos conocimos.
—Ay, ¡acaban de desbloquear un recuerdo! —Saltó fuera de su silla, su energía renovada—. Vamos a bailar, Exe-punto-exe.
—Pero...
—Si tu pero no continúa con un me dejarás manosearte durante el baile, no me interesa oírlo.
—Como ordene, mi señora. —Con una sonrisa, se dejó arrastrar a la pista.
La tomó en sus brazos con naturalidad. El peligro de bailar con ella era su sonrisa provocativa antes de dar un giro y alejarse. El movimiento sugerente de sus caderas cada vez que se acercaba volvía añicos su concentración.
—¿Recuerdas cuando nos infiltramos en ese bautismo como bailarines contratados? —recordó la joven, apoyando las manos en sus hombros.
—El director casi nos saca los ojos porque no teníamos idea de la coreografía. —La atrapó por las caderas y la levantó en el aire. Dio un giro antes de depositarla en el suelo.
—Mi parte favorita fue cuando acusaste a los padres de ser nazis en pleno discurso católico. Estabas inspirado.
—Tú siempre has sido mi musa de la inspiración —susurró con calidez.
—Yo quería ser el duendecillo malvado que te sugería incendiarlo todo —replicó, sonrojada por el calor del ambiente.
—Ambas facetas son compatibles... —Bajó sus párpados—. ¿Qué soy para ti?
—¿Qué te gustaría ser? —Las manos femeninas subieron por sus hombros hasta acariciarle las puntas de su cabello corto.
—¿Qué me permitirías ser? —Deslizó las manos por sus caderas hasta la parte baja de su espalda. La atrajo hasta que sus bocas quedaron a un aliento de distancia.
Aitana sonrió con aprobación. La risa burbujeaba en su garganta. Se mordió el labio inferior, lo que atrajo la atención del joven a ellos.
—¿Vas a besarme o solo estás alardeando de tus habilidades para torturar a una dama?
—¿Te gustaría que te besara?
—Sí quiero, pero si es broma no quiero.
—Es broma, pero si quieres no es broma.
Aitana levantó la barbilla. Sus ojos se encontraron en medio del silencio. Era la misma mirada intensa que había tenido esa tarde hacía siete años. Una que prometía una revolución en su corazón.
"Nunca estuvimos destinados a ser solo amigos", comprendió, al fin, decidida a derribar ese muro.
—Deberían darme un premio por mi autocontrol.
—El premio soy yo, nena.
Ella soltó una carcajada ante ese ego tan inmenso como el propio. En un impulso, enterró las manos en su cabello, atrajo su boca a la suya y probó los labios que había deseado durante siete años.
¿Cuántas noches se imaginó a su lado? Siempre guardó para sí misma la petición de quedarse cada vez que terminaban ante la puerta de sus departamentos. Aplicando la sabiduría de tantos años como agente del caos, había ocultado sus pensamientos en bromas descaradas. Vivieron en un eterno tira y afloja hasta que la cuerda se incendió.
Exequiel olvidó los pasos de baile. Con ambas manos en la curva de la espalda femenina, la atrajo contra su cuerpo. A cambio, la escuchó soltar un murmullo de placer.
La noche comenzaba a refrescar, pero en ese momento el calor los envolvía. Todos los bailarines a su alrededor desaparecieron. Ellos eran el centro de su propio espectáculo. Sentían sus corazones latir al mismo ritmo.
Sonrieron al oír a los músicos empezar a tocar la melodía de El Tiburón. Él inclinó la cabeza para profundizar el beso. Sintió el sabor de las fresas en su lengua y comprendió por qué Aitana cerraba los ojos al probar sus postres favoritos.
La adoraba. Tanto que las palabras no serían suficientes para describirlo. Lo encandiló desde el primer cruce de sus caminos.
Esos ojos cafés tenían el poder de robarle el sueño. Se convirtieron en su tortura personal los últimos meses, haciéndolo desear una oportunidad que imaginó imposible.
Respiró profundo el aroma dulce de su piel y atrapó entre sus dedos ese cabello que despertaba sus instintos más primitivos. La sintió mordisquear su labio inferior al punto de casi volverlo loco.
Envuelta en su abrazo, los párpados de ella se abrieron cual aleteo de mariposa. Sus labios húmedos sonreían cuando se separaron.
Él deslizó un dedo por las comillas de su boca. En ese momento deseaba besar cada una de las pecas de su cuerpo, incluyendo aquellas que su delgado vestido ocultaba.
Pero había algo importante que debía decirle primero. Palabras que había guardado por falta de valor.
—Aitana...
Un estruendo los sobresaltó. Ambos buscaron con la vista su propia mesa, justo a tiempo para ver a Eliza escapando y a Emilio palidecer en su asiento.
La misión. El recordatorio fue una sacudida para ambos. Se apresuraron a regresar junto al cliente.
—¿Ahora qué hiciste? —lo acusó Exequiel.
—Nada —se defendió con las manos en alto—. Estábamos viendo a los bailarines y de repente comenzó a llorar. ¿Debería ir a buscarla?
—¡No! —gritaron ambos agentes al unísono.
—Continúa comportándote como el marido imbécil e indiferente que eres —agregó Exe—. Eso alimentará las grietas.
—Vete al infierno.
—Yo me encargo —soltó Aitana.
Respiró profundo para ganar fuerzas. Dejó a ambos hombres con sus puñetazos verbales.
Siguió el rastro de Eliza hasta una plaza cercana. Estaba sentada en un banco, abrazaba sus propias rodillas y mantenía la cabeza en ellas. Los sollozos silenciosos sacudían su cuerpo.
—¿Eli? —pronunció con cautela, dejándose caer a su lado.
La mujer levantó la mirada. La luz de la única farola cercana reveló sus ojos enrojecidos. Un gimoteo escapó de su boca. Entonces se lanzó a abrazar a Aitana.
Esta frotó su espalda con suavidad, murmurando palabras de consuelo vacías. El llanto cobró más fuerza, los sollozos amenazaban con romperla en dos. Estaban impregnados de un dolor que calaba en el corazón de Aitana.
Continuó llorando por una pequeña eternidad. En algún momento, el temblor de su cuerpo fue menguando, su respiración pesada se serenó.
—Lo siento —musitó Aitana, realmente arrepentida de haber causado este quiebre.
—No es tu culpa —gimoteó Eliza, levantando su rostro húmedo—. Al principio estaba emocionada de verte besar a tu esposo, les deseo toda la felicidad del mundo... pero entonces empecé a tener pensamientos horribles. Me di cuenta de que estaba celosa de mi amiga, y no quiero ser así.
—Eres humana. Es normal sentir celos de vez en cuando, mientras no dañes a otros a causa de ellos.
—¡No era normal para mí! Viéndote a ti y Exequiel, comprendí que nunca tuve ni tendré eso con Emilio. ¡Me pareció tan injusto! —Un gemido de dolor escapó de su boca—. ¿Por qué yo no puedo tener a alguien que me mire así?
—Estás en tu derecho a desear más. Estamos hablando de tu compañero de vida. No se trata de conformarte con lo primero que encuentres. Puedes ser exigente.
—Ya es tarde... —Bajó la vista a su anillo. Cerró los ojos, lágrimas escaparon a través de sus párpados apretados.
—No lo es. Nunca es tarde para buscar tu libertad. Escucha. —Aitana la atrapó por los hombros—. Algún día vas a encontrar a alguien que te enseñe lo que es el verdadero amor... pero, para ese entonces, necesitas haber dejado de aferrarte a quien no te hace feliz.
Eliza la escuchaba con los ojos muy abiertos. Las palabras comenzaban a clavarse en su mente, tan profundas que sería imposible arrancarlas.
—Necesito pensar —susurró, su voz trémula— No quiero hacer algo impulsivo.
—Piensa tanto como necesites. Nunca deberíastomar decisiones importantes en medio de una gran alegría o un gran dolor. —Seaclaró la garganta—. Lo dice quien se fugó de casa sin tener idea de cómococinar un huevo frito. Mis padres eran muy cultos, pero omitieron las clasesde cómo ser un adulto funcional en mi cronograma.
La sonrisa de Eliza fue sutil, pero suficiente para aliviar la culpa que por momentos amenazaba con hacerla confesar todo.
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