Capítulo 2


La cafetería iniciaba sus actividades en medio de la ciudad a primera hora de la mañana, y permanecía atendiendo hasta entrada la noche.

Una puerta de madera tallada dividía la pared del frente en dos. A la izquierda, se apreciaba un ventanal que permitía ver a los clientes disfrutando de sus pedidos junto a la majestuosa compañía felina. En la parte superior del cristal, podía leerse "Desaires Felinos: Cafetería de gatos y plantas".

En la pared de la derecha habían pintado con trazos suaves el logo de la catfetería: una taza de café sobre la cual flotaba un corazón. Como vapor escapando de la bebida, un hilito zigzagueante amenazaba con resquebrajar ese símbolo romántico desde su base.

El colgante sobre la puerta tintineó cuando Aitana ingresó con desenvoltura. Las paredes verde musgo la envolvieron con la frescura de un jardín.

—Buenas tardes, bellos astros —saludó a los gatitos que bebían agua de una cascada formada por piedras artificiales y plantas acuáticas, en una esquina.

Ubicados en lugares estratégicos del salón, se veían pedestales con almohadones. Algunos gatos dormían sobre ellos para recuperar la energía gastada en deslumbrar con su belleza.

Las mesas eran redondas, con una flor estilo mandala pintada en todo su tablero. Aquellas que se ubicaban contra las paredes estaban acompañadas por sofás acolchados. Las del centro del local poseían sillas altas sin respaldo.

Los clientes conversaban animados, acompañados por una taza y algún postre, con un felino en su regazo purificando cualquier mala vibración.

La joven levantó el brazo en saludo a los empleados del mostrador y se encaminó hacia el ascensor. En el piso superior estarían los clientes que solicitaban en persona los servicios de la agencia, pero no era ese su destino.

Apoyó la palma en el lector del ascensor y aguardó. Esa caja metálica comenzó a descender con un suspiro.

Lo primero que sus ojos vieron al abrirse las puertas en el subsuelo, fue el cartel inmenso de:

Desaires Felinos: Agencia especializada en sabotaje y rescate de situaciones problemáticas.

Lo siguiente fue el suelo cuando se agachó para esquivar un boomerang que casi corta su cabeza.

—¡Lo siento! —Una mujer con armadura salió corriendo del pasillo y recogió el juguete letal—. Estamos entrenando a los francotiradores. ¿Estás bien?

—¡Por supuesto que no estoy bien! —chilló Aitana tras ponerse de pie, llevando la palma a su corazón agitado—. Malditos reflejos. Si me hubiera quedado quieta pude haber pedido licencia con gastos pagados por accidente laboral.

—Yo... tengo unos minutos libres. ¿Quieres que te empuje por las escaleras? —ofreció su interlocutora con una sonrisa gentil.

Aitana se llevó un dedo a la barbilla, considerando la oferta.

—Agente Amorentti, el jefe y su compañero la están esperando en la oficina A —intervino Roy, el recepcionista, protegido tras sus paredes de vidrio mientras sus dedos volaban sobre el teclado de su computadora—. Ya les anuncié su entrada.

—Le quitas lo divertido a la vida, Roy —se despidió antes de ingresar al gran pasillo.

El subsuelo, verdadera base de la agencia, poseía salones de techos altos que eran una explosión de color, con huellitas animales marcando el camino hacia cada oficina.

Cada una poseía un ventanal de vidrio blindado, lo que permitía ver a los empleados practicando golf o puntería con dardos. Un hombre de traje sujetando un conejo blanco de peluche abandonó a toda prisa una oficina que se había llenado de humo, mientras le gritaba a su pareja que encendiera el purificador.

Aitana lo rodeó sin darle una segunda mirada, mientras tarareaba una vieja canción de amor.

Todos contaban con una pantalla plasma, portátil y una mesa de reuniones, siempre protegidos tras un cristal indestructible, para planear la estrategia en casos más elaborados. Eso no ocurría seguido, ya que la especialidad del equipo era, como cualquier estudiante el mismo día de la exposición oral, la improvisación sobre la marcha.

En la última puerta encontró a Exe sentado sobre el escritorio garabateando algo en su agenda, su rostro inexpresivo.

Sobre la mesa del centro, digna de una oficina de ejecutivos, descansaba un gato inmenso de pelaje atigrado. Era tan grande que nadie dudaba de que tuviera un Maine Coon entre sus antepasados.

Pero lo que destacaba era el sujeto con un traje de cuerpo entero negro. El pecho era una franja blanca, al igual que los guantes y las garras acolchadas de sus pies. Una máscara de orejas y bigotes felinos cubría su rostro. Sujetaba un celular en su mano y se lo acercaba al animal como si fuera un micrófono.

—Vamos, Nina, habla conmigo... —rogaba el hombre a la gata inmensa—. Di Te amo, papi.

Aitana intercambió una mirada con Exe.

—¿Llegaste hace mucho?

—Te estaba esperando. —Con una expresión completamente seria, Exe dejó de escribir en su agenda y le extendió el bolígrafo.

—¿Qué hago con esto?

—Hazme un favor y apuñálame en los ojos.

Aitana soltó una risita y lo empujó con la cadera para que le hiciera lugar en el escritorio, ignorando las sillas giratorias alrededor de la mesa.

—¿Tan malo fue? —preguntó por lo bajo.

—Descargó un traductor de maullidos, pero todo lo que ha conseguido hacerle decir es No me interesa, humano. Déjame en paz. Me ordenó anotar los avances que observe.

Giró la agenda entre sus dedos para mostrarle. La hoja aparecía... en blanco.

—Suena como una aplicación de fiar. —Se aclaró la garganta—. ¡Agente Aitana Amorentti reportándose! ¿Cuál es la siguiente misión, jefe?

El hombre con el traje gatuno giró el cuello hacia ellos. Los miró un momento. Luego, regresó a acariciar el cuello de la gata mientras murmuraba palabras cariñosas con un tono meloso y agudo.

—Iba a enviarlos a una reunión familiar esta noche —explicó sin mirarlos—. Dos hermanas pidieron ser rescatadas de la tía metiche que no deja de preguntarles para cuándo el... título universitario.

—Suena como un caso grave —asintió la muchacha con un escalofrío.

—Asignaré a otros. Justo antes de que Exequiel llegara, recibí una llamada de dos agentes. Tuvieron un percance y su próxima misión será reasignada a ustedes.

—¿Otra cita desastrosa? —adivinó Exe.

—Más divertido —corrigió con indiferencia—. Una boda. Esta vez, su misión puede cambiar la vida del cliente.

El muchacho soltó un silbido sorprendido.

—¿Quién es el cliente?

—El novio.

—¿Debemos arruinar una boda? ¿Algo así como un matrimonio arreglado? —expresó Aitana con emoción, llevando las manos a su boca.

—No hay detalles.

Dicho eso, el hombre le extendió la hoja desde el otro lado de la mesa. Sin girarla, ella le echó un vistazo a la dirección. Sacó su celular y abrió el anotador.

—Calle Salsipuedes al 69, a las seis en punto —murmuró. Al terminar, levantó la vista, ilusionada—. ¿Robamos al novio o a la novia?

—El último debe pagar los platos rotos... con su dignidad —dejó caer Exe—. Mejor nos llevamos a la chica y que el cliente enfrente los susurros de los invitados.

—Confío en ustedes, mis cupidos de plomo. —Acarició distraído la garganta del minino—. Están de suerte, la iglesia no queda muy lejos.

—Aguarde un segundo. —El joven saltó del escritorio al suelo en un movimiento ágil—. ¿Es hoy? ¿No mañana? ¿Hoy... a las seis?

El anciano levantó esa cabeza de orejas gatunas, sus ojos ocultos tras la máscara. ¿Quién sabía lo que pensaba ese cerebro inusual?

—No dejes para mañana lo que es hoy.

Exe murmuró algo cercano a una maldición.

—¿Qué hora es?

Aitana buscó su teléfono en el bolsillo.

—Las... cinco y dos minutos.

Ambos se miraron con calma, la confianza de dos expertos que sabían salir adelante en las situaciones más problemáticas.

Soltaron idénticas maldiciones y se lanzaron por la puerta en dirección a los vestidores. En su camino tropezaron con un mago, un mimo y hasta una imitación de It de bajo presupuesto.

—Amo la energía de la juventud —comentó el anciano a su gata—, siempre hacen todo con tanta pasión. ¿Verdad, mi Nina?

El felino respondió con un maullido perezoso mientras se lamía una pata.

—Púdrete, humano —tradujo en voz alta el celular.

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