Capítulo 19


Tan solo dos días después, volvían a someterse al turismo en esa Reserva fiel a su nombre.

—¡Atención! —Gianella capturó el interés de todo el grupo con un aplauso—. Sé que muchos deseaban visitar Las Catacumbas, esos cerros maravillosos que ocultan en su interior cuevas de aguas minerales... Pero primero nuestros especialistas necesitan comprobar los senderos seguros. —Hizo un gesto con la mano, restándole importancia—. Un paso en falso y el suelo los tragaría.

—Si Eliza se vuelve viuda —susurró Aitana al oído de su socio—, ¿podemos dar por exitosa la misión?

Él giró el rostro tan pronto que sus labios se rozaron. Sus ojos se encontraron, contuvieron la respiración.

Les tomó tres latidos acordar, sin palabras, fingir que no había sucedido.

—Dejar muertos va contra las reglas de la agencia —respondió él al mismo volumen.

Ella frunció el ceño.

—¿En qué parte dice eso?

—Debajo de la regla sobre los matrimonios entre agentes.

—Esa la recuerdo: Si te casas con un colega, es obligatorio invitar al jefe.

—... y adoptar un gato antes de tener al primer hijo.

—No se preocupen, nuestro equipo de turismo tiene el índice más bajo de clientes perdidos —agregó Gianella con una sonrisa resplandeciente—. De cualquier forma, Las Catacumbas tendrán que esperar. Hoy iremos... ¡por deportes extremos!

Los murmullos del grupo tenían distintos grados de incredulidad y alegría.

Eliza y Aitana aplaudieron emocionadas. Emilio y Exequiel intercambiaron idénticas miradas de alarma y retrocedieron un paso.

—Comenzaremos con deportes acuáticos —explicó la guía—. ¿Alguna vez han subido a un bote?

Uno de los turistas levantó una mano.

—¿No es ilegal hacer eso en una reserva natural protegida?

La guía parpadeó. En ningún momento perdió su sonrisa.

—Conseguimos un permiso especial gracias a un poderoso caballero llamado Don Dinero. —Se aclaró la garganta—. ¿Recuerdan el Puente Peldaño Quebrado? El maravilloso río que fluye debajo posee una corriente en general tranquila. Sus aguas cristalinas tienen propiedades curativas, sobre todo en las zonas más profundas. El Río Paranóiorar es ideal para hacer rafting o kayak en parejas.

—Porque una vez al fondo, ya no sufres de nada —murmuró Emilio tan bajo que solo Exe lo escuchó.

Ambos hombres soltaron una risa cómplice.

—Ya alquilamos las embarcaciones. Antes de dirigirnos al punto de encuentro, ¿tienen alguna duda?

—¡Tengo una! —Aitana levantó la mano—. ¿El encargado de asignar los nombres a los lugares del pueblo tenía...? ¿Cómo decirlo...?

—¿Inclinación por la bebida o alucinógenos? —terminó Exe por ella.

La guía parpadeó. Su sonrisa permaneció congelada.

—¿Por qué todos preguntan eso?

Los agentes intercambiaron una mirada.

Aitana soltó un chillido al sentir un toque en su brazo. Se giró de un salto. La mirada de Eliza lucía cansada, podía adivinar que no había sido una noche agradable.

—¿Podemos hablar durante el camino al Río Paranóiorar?

La agente asintió. Le hizo un gesto a su compañero para que siguiera mientras ambas mujeres se alejaban tomadas del brazo.

—¿Es grave? ¿Necesitas ayuda en algo? Mi oferta de balazo y al río sigue en pie, Eli.

—Anoche... —Tragó saliva, bajó la voz al nivel de un susurro— traté de seducir a Emilio.

Aitana enarcó ambas cejas. ¿Qué rayos debía responder a eso?

—Qué bien come el perro.

—¡No! No me entendiste. Lo intenté, pero no funcionó. —Se cubrió el rostro con las manos—. ¡Fue muy vergonzoso!

—Comprendo el sentimiento. —Se aferraron una a la otra para continuar por una bajada de rocas. Se trataba de un sendero angosto bordeado por arbustos espinosos—. Cuando nos estábamos conociendo, Exe me invitó a ver películas en su departamento y... ¡literalmente, solo pretendía ver películas! Qué falta de respeto. Nunca me habían friendzoneado tan olímpicamente. Aunque cocinó la cena, así que lo perdoné.

—¿Él fue quien te rechazó primero?

—Ahora que lo pienso... En parte fue mi culpa —pensó en voz alta, un dedo en su barbilla. Piezas de rompecabezas que creía olvidadas estaban regresando—. La primera vez que nos encontramos en la cafetería, me puse nerviosa y dije que los noviazgos entre colegas eran tan incómodos como ir a bailar a un antro con tus padres. Debió interpretarlo como un Ni siquiera lo intentes, campeón.

Un escalofrío recorrió su columna. Su mirada se perdió en la distancia, los ojos muy abiertos al comprender por qué él siempre se había mantenido en la zona segura con ella.

No había sido así apenas se conocieron. Podría jurar que su primer acercamiento no había sido en plan busco solo tu amistad. La sonrisa de ese joven Exequiel apuntaba a invitarla a salir.

¿Cómo olvidar la primera vez que sus ojos se encontraron?

Era más ingenua, más torpe. Luego de meses de entrenamiento, llegó la oportunidad de demostrar su valor para Desaires Felinos. Su primera misión era rescatar a una joven de su fiesta de compromiso, evento no tan irreversible como una boda, pero de gran importancia.

Tuvo cuatro horas para prepararse, apenas fue suficiente. Eligió un vestido de seda fría, largo hasta los tobillos, y unas sandalias sin tacón. De color negro para no arriesgarse a una mala combinación. Su primera peluca poseía rizos castaños, apenas recogidos por un broche en forma de corazón sobre una tacita.

Estaba muy nerviosa, sentía que caminaba con un cartel luminoso de Farsante en su frente.

Contrario a sus temores, su sonrisa no vacilaba. Estaba decidida a quedarse en Desaires Felinos. Se aferraría con uñas y dientes antes de volver al bar de mala muerte donde el jefe la había descubierto.

Infiltrarse en el evento fue lo de menos. La clienta, protagonista de esa fiesta de compromiso, tuvo la gentileza de enviarle una invitación por anticipado. El tiempo jugaba a su favor.

Las mesas habían sido instaladas en el exterior, sobre un césped resplandeciente. El cielo despejado y clima templado eran una bendición en un día especial como aquel.

La música clásica acompañaba las conversaciones entre los invitados. Esta se detuvo cuando una de las suegras levantó el micrófono y pidió que tomaran asiento.

Fue entonces cuando Aitana lo descubrió, sentado del otro lado de la misma mesa. Debía tener su edad, recién ingresando a la traumática segunda década de vida. Vestía un traje gris de corte clásico, su cabello rubio era un contraste agradable con sus cejas oscuras.

Conversaba animado con una pareja mayor de las sillas contiguas. El ligero temblor de sus dedos cuando tomó la copa no le pasó por alto.

Debió haber sentido que ella lo observaba, porque giró el rostro durante un instante. La gentileza de esos iris grises la cautivó. Su corazón se saltó un latido.

No dijeron palabra. Una sonrisa sincera curvó los labios femeninos. Cuando le devolvió el gesto, supo que él era la verdadera invitación al caos.

El silencioso intercambio fue interrumpido por la pareja protagonista de este evento. Al verlos subir al escenario, Aitana recordó su misión. No era momento de coquetear con los invitados, se dijo.

Su mirada se volvió afilada. Mientras todos estaban atentos al discurso del padre del novio, ella sacó una vela colorida de su cartera y la acomodó sobre el centro de mesa. Cuando todos levantaron su copa para un brindis, respiró profundo. Sus latidos se aceleraron, la adrenalina comenzó a fluir por sus venas.

Encendió la vela y abrió la boca para soltar un letal:

—¡Hazlo por el bebé!

—¡Dijiste que me amabas! —gritó una voz masculina al mismo tiempo.

El silencio aplastó a todos los presentes, incrédulos. Ambos jóvenes se miraron con la boca abierta. Fue entonces cuando Aitana descubrió el pañuelo que sobresalía del bolsillo del invitado de ojos grises. El bordado de una tacita sobre la cual flotaba un corazón fisurado.

¡¿Otro agente de Desaires Felinos?!

Entonces estalló la vela que había encendido. El humo fucsia los hizo saltar hacia atrás. Se esparció por la mesa y flotó por el aire.

—¡Es una niña! —gritó alguien más.

—¿Qué diablos es eso de un bebé? —chilló la novia, furiosa.

—¿Crees que no reconozco el broche de esa loca? —replicó el novio, señalando a su pareja en pleno escenario—. ¿Contactaste a Desaires Felinos para arruinar nuestro compromiso?

—¡¿Cómo es que conoces a esa agencia?! —Soltó un jadeo al comprender—. No me digas que... ¿Contrataste a ese tipo para que viniera? ¡¿Cómo pudiste hacerme esto?

—¡¿Es en serio?! ¡Es lo más hipócrita que has dicho hasta ahora!

—Hipócrita habría sido terminar en el altar con un idiota que está casado con su trabajo.

—Pues prefiero hacerme cargo del bebé inexistente de esa loca que ir a la cama contigo.

—¿Por qué todos me llaman loca? —murmuró Aitana, un mohín en sus labios hasta ese momento inocentes.

La vela de revelación de sexo terminó por apagarse. Lo siguiente que vio fue al otro agente tras el pastel de compromiso. Sostenía una espátula con ambas manos, cual bate a punto de aniquilar a un zombi.

Ella abrió los ojos con incredulidad al verlo golpear con fuerza. La crema y trozos de bizcocho salpicaron salvajes hacia la mesa de los niños. ¿A qué idiota se le ocurrió instalar el pastel tan cerca de los menores?

Los pequeños captaron la señal de juego al instante. Tomaron en puños lo que había en sus platos y empezaron a correr sin control entre las mesas. Bolas de carne volaban. Rodajas de jamón y piña se convertían en sombreros. Adultos mayores gritaban escandalizados.

Al ver que el caos se desataba sin su ayuda, Aitana buscó refugio bajo la mesa. Aguardó en silencio, resistiendo el impulso de morder sus uñas.

Su estómago rugió. Ahora se arrepentiría de que sus nervios le hubieran impedido probar un bocado de ese almuerzo. ¡Qué desperdicio!

A través del largo mantel, vio un movimiento. Una silueta se acercaba. Esta levantó la tela y asomó su cabeza rubia. Sin pedir permiso, entró a compartir su refugio. Apenas tres gotas de crema salpicaban su chaqueta.

Aitana no supo qué fue más encantador, si esa sonrisa traviesa o el platillo con una porción de pastel que le ofrecía.

—Para la bebé más linda de la fiesta —explicó el desconocido con los ojos chispeantes—. ¿Qué edad tiene?

—Veintiún añitos recién cumplidos —respondió Aitana, aceptando el platillo con timidez—. ¿Qué hay del amante despechado más encantador del evento?

—Creo que nacimos el mismo año. Es mi primera misión. —Tomó asiento sobre el césped con las piernas cruzadas—. ¿Te enviaron para ponerme a prueba y ver qué tan bien reacciono ante contratiempos inesperados?

Aitana soltó una risa ahogada. Qué paranoico.

—Eso suena demasiado calculador para una agencia de improvisación. —Le ofreció un bocado de pastel, pero él lo rechazó con un gesto de su cabeza—. También es mi primer día.

—Quizá sea una broma pesada para novatos —reflexionó, observando el caos de sombras tras el mantel. Extendió un brazo—. ¿Cuál es tu nombre, bonita?

—Aitana. —Aceptó la mano en un apretón firme, cálido.

—Es un placer conocerte, Aitana. Soy Exequiel.

—Exequiel —repitió ella con suavidad, disfrutando de su sonido. Su sonrisa se volvió traviesa—. ¿Quieres que escapemos juntos por la salida de emergencia?

—Una mujer con iniciativa, ¿eh? —soltó con una risa—. Acepto.

Cuando al fin consiguieron abandonar esa fiesta saboteada, no había esperado volver a encontrarlo. Mentiría si dijera que no había deseado verlo otra vez.

Tras la primera reunión en la catfetería al día siguiente, el jefe los sorprendió al asignarlos al mismo equipo y darles la bienvenida oficialmente a la agencia.

Después de tantas horas al día juntos, ella aprendió a conocer sus facetas más dulces, y aquellas insufribles que despertaban su lado oscuro. Les fue imposible ocultar sus defectos y virtudes, aunque no lo intentaron con demasiado esfuerzo. Crecieron juntos en lo profesional, refugiándose en el humor cuando llegaban épocas difíciles.

En poco tiempo, Exe se convirtió en la persona que más quería. Tan valioso que nunca se atrevió a cambiar las reglas de su amistad.

—Pero terminaste casada con él —Eliza la arrancó de su ensimismamiento—, y se siente la química entre ambos...

—¡Cierto! Todavía no me acostumbro. —Soltó una risita y se rascó la mejilla—. A veces no estoy segura de cómo pasó... Pero no hablemos de mí. Cuéntame qué ocurrió anoche.

—Quería hacer las paces de un modo sensual... —Sus mejillas enrojecieron—. Pero Emilio me dijo que le dolía la cabeza y estaba muy cansado. Me sentí terrible. ¿Por qué tiene que inventar excusas? ¡Comprendería si fuera sincero!

—La verdad es que, a menos que ambos sean asexuales, el sexo es un pilar importante en una relación. —Le dio dos palmaditas en el hombro—. Nunca te avergüences de admitir que quieres o no quieres hacerlo.

—Siento que mi Emi se quedó en casa y el hombre que me acompañó es... un desconocido. ¡Ya no sé qué hacer para alcanzarlo!

—Creo que no funciona por las buenas. ¿Probaste gritarle cuán frustrada te sientes? No te guardes nada.

—Tenemos que llevarnos bien. Acabamos de casarnos...

—¡Con más razón! Es ahora o nunca el momento de establecer claramente tus reglas. Piensa bien —Levantó ambos brazos en el aire, señalando el panorama. El Río Paranóiorar los deslumbraba con sus cerros de fondo—: ¿Esto es lo que quiero para mi futuro?

—No sé... ¡Nada está saliendo como habíamos planeado!

—¿Habíamos? —repitió la agente con una expresión afectada—. Eli... ¿Quién decidió venir aquí para la luna de miel?

—Hace unos meses, tropecé con una publicidad en redes sociales. Sientelvainazo lucía como un paraíso para parejas. Se lo mostré a Emilio y estuvo de acuerdo.

La agente entornó los ojos.

—¿Quién hizo las reservas del hotel?

—El paquete turístico fue un regalo de su padre.

—Siento que responderás Mi padre se encargó, a la siguiente pregunta que te haga.

—¡Nuestras familias son muy unidas! De verdad soy muy afortunada al tener unos suegros tan amables. ¡Me tratan como una hija!

—El problema viene cuando su hijo te trata como una hermana... A menos que sea norteño, pero dejemos las referencias incestuosas afuera.

—La verdad es que... —Echó un vistazo por el rabillo del ojo a su esposo, quien escuchaba atentamente a un expresivo Exequiel— nunca fuimos una pareja tan demostrativa como Elber y Candy.

Señaló con la cabeza a dos veinteañeros que ya habían llegado al borde del Río Paranóiorar. En ese momento se dedicaban a una inspección mutua de gargantas, los tentáculos moviéndose sobre el cuerpo del otro.

Aitana admiraba la habilidad de ese par para no tropezar al caminar intercalando manoseos y risitas.

—Esperen a ver si seguirán igual de calientes cuando lleguen a mi edad —agregó una voz a la espalda de ambas, sorprendiéndolas—. El amor no se sostiene solo en la cama.

—Oh, hola, Florentina —saludó Eliza. Su sonrisa indicaba que ya habían coincidido en otro tour por Yavalimos—. Te presento a Aitana, su esposo y ella son mis vecinos de dormitorio.

—¿Son la pareja de la serpiente y el puente?

—Esa es una descripción bastante acertada —reflexionó Aitana. Se aclaró la garganta, debía tener cuidado cuando un personaje inesperado ingresaba a su función—. ¿También vino con su esposo?

—Así es. —Esos ojos ancianos sonrieron con inteligencia—. Mi Fermín y yo estamos celebrando nuestra luna de miel, después de cuarenta años en la... ¿cómo dicen los jóvenes? La friendzone.

—La friendzone apoyando al celibato desde tiempos inmemoriales.

—Ni tan célibes, bien que nos divertíamos por nuestra cuenta con las personas equivocadas.

Aitana soltó una carcajada. Eliza bajó la vista, un rubor sutil en sus mejillas.

—Emilio me trata como una amiga... —musitó, su mirada desesperada buscando sabiduría en la mujer mayor—. ¿Cómo salgo de la friendzone a la que me metió mi esposo?

Aitana se tensó. Si esa anciana se atrevía a dar un consejo razonable, estaría en problemas.

—La clave, querida —comenzó con paciencia—, es construir el puente desde ambos lados.

—Como se nota que no tienes idea de arquitectura... —intervino su esposo, quien caminaba cerca.

—Calla, viejo. Esta es una charla entre damas. Deja mi metáfora tranquila. —Regresó su atención a las jóvenes—. Una relación necesita del esfuerzo de ambas partes. Los dos tienen que estar dispuestos a amar.

—¿Cuánto tiempo llevas sintiéndote sola, Eli? —Aitana aprovechó el hueco para su cizaña.

—No... no lo sé.

—Quizá tu marido necesite tiempo para adaptarse a los cambios. Fermín y yo tuvimos nuestra primera cita hace cinco años, después de tres décadas y media de amistad.

—La señorita Florentina entró en pánico —agregó Fermín— y contrató a una agencia para que la rescatara de la cita.

Eliza se llevó las manos a la boca con incredulidad.

Las alarmas se dispararon en la cabeza de Aitana. Buscó auxilio en su compañero, pero este se encontraba acorralado contra un arbusto por Salvador. Si seguía retrocediendo con los brazos levantados, el agente no tardaría en caer de espaldas. Emilio observaba la escena con desinterés.

—No estaba lista para ese paso. —La anciana se encogió de hombros, en absoluto arrepentida—. Un mes después yo misma te invité a cenar, hombre resentido.

—¿Existen agencias que te rescaten de citas? —quiso saber Eliza, curiosa.

—Oh, querida, te sorprendería el espectáculo que arman. —Buscó en su cartera—. Creo que todavía tengo el número...

—¡Hemos llegado! —El micrófono de Gianella salvó el momento—. Quiero presentarles a Rafael, nuestro mejor instructor de rafting local. Escuchen con atención sus indicaciones, si desean volver en una pieza.

—Tengo un mal presentimiento —confesó Exequiel.

—Lo mismo digo. —Emilio observaba el agua como si un Kraken estuviera a punto de saltarle a la yugular.

—Esto es una buena señal. Anoche soñé que encontraba un mazo de tarot en Yavalimos. La primera carta que levantaba era el Sol —comentó Salvador con una sonrisa emocionada—. ¿Saben lo que significa?

—No tengo idea de qué estás hablando —suspiró el agente.

—Yo ni siquiera te pregunté —masculló Emilio.

—Es la carta de la suerte y prosperidad. Trae paz y buenos momentos, después de pruebas severas. Es la oportunidad perfecta para volver a subirme a un bote. La última vez que lo intenté fue una experiencia divertida pero un poco... traumática. —Se aclaró la garganta—. Como sea, mi intuición me dice que será un gran día. ¿Compartimos balsa?

—¡No! —respondieron al unísono.

Salvador soltó una carcajada, tomando como una broma el efusivo rechazo de sus nuevos amigos.

—Tranquilos, los salvaré si algo les pasa. —Apoyó un brazo en el hombro de cada uno—. Sé hacer respiración boca a boca.

Sus interlocutores intercambiaron una mirada,sintiendo idénticos escalofríos.

—Si me ahogo, asegúrate de que no puedan encontrar mi cuerpo —pidió Exe al recién casado.

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