Capítulo 17


—Me estoy muriendo... —gimió Aitana, aferrando su cabeza con ambas manos.

—¿De amor por mí? —preguntó Exe, casual, mientras se reunían con el grupo de senderismo frente al hotel.

Gianella daba las indicaciones a través de su micrófono. En unos minutos los llevaría a un tour por la zona oeste de la Reserva Yavalimos. Las parejas aguardaban ansiosas, tomando fotos o un desayuno de último momento.

—No te burles. —La joven levantó la mirada e hizo un mohín—. Anoche me esforcé muchísimo, contaminando mi precioso cuerpo con alcohol por el bien de la misión.

—Y pagaste con la tarjeta de crédito que nos proporcionó la agencia —agregó con ironía—. Vaya sacrificio.

—Gajes del oficio. —Se aclaró la garganta, pateó una piedrita del camino—. Por cierto, lamento lo que pasó anoche. Me encontraba un poco mareada y he estado bajo ciertas situaciones estresantes... ¡Aunque no es excusa! Reconozco mis propios errores. Lo siento.

Exequiel soltó una risa baja. Apoyó la palma en la mejilla femenina. Estudió las ligeras sombras bajo sus ojos, disimuladas tras una capa de corrector. Lucía cansada.

Esa mañana salieron tan rápido que no tuvo tiempo de ocultar las bonitas pecas de su nariz y mejillas. Le daban un aire juvenil, una inocencia que estaba lejos de poseer.

Mientras trataba de contarlas, su mente comenzó a divagar en los recuerdos de hacía unas horas.

¿Cómo olvidar cuando llegó trastabillando a medianoche? Él había estado viendo una película en su celular, acostado sobre la cama. En ese momento la escuchó arañar la puerta cual zombi errante.

Apenas abrió, ella se lanzó al interior y cerró con más fuerza de la necesaria.

Al ver esos rizos salvajes y mejillas sonrojadas, le pareció una diablilla adorable. Entonces lo señaló, sus dientes apretados y ojos entornados en furia.

—¡¿Por qué sigues aquí?! —Aunque sus palabras tenían una modulación decente, sus pupilas vidriosas la delataban.

—Porque... duermo aquí.

—No, no, no. ¡No me refiero a eso! Estás en todas partes, ¡ya sal de mi cabeza! —Se agachó para quitarse con dificultad las sandalias y las lanzó a un lado, molesta. Su bolso le siguió. Exe lo esquivó por poco—. Tú y tu condenado sentido del humor. Soy yo misma porque te conocí cuando estaba encontrando mi estabilidad económica y emocional. No me importaba si te alejabas como todos los demás, ¡qué más daba si me dejabas sola! —Clavó un dedo en el pecho masculino—. Eso era antes. Ahora estamos aquí por tu culpa. ¡Todo es tu culpa!

—Tú anotaste mal la dirección de la iglesia. Por eso estamos aquí.

—¡No me estás entendiendo! ¡Deja de provocar cosas raras en mi sistema!

Frustrada, lo rodeó y se dirigió tambaleante hacia el baño. Tropezó con su propia sandalia a mitad de camino. Soltó un chillido, aleteando en el aire. Habría caído si Exe no la hubiera atrapado por detrás.

—Te estás explicando con la coherencia de un demente. Respira profundo.

Agotada, descansó la espalda contra su pecho, envuelta en ese abrazo improvisado.

No la dejó ir de inmediato. Ella podría caerse otra vez. En ese momento era un peligro para sí misma. Necesitaría unos segundos para recuperar el equilibrio. Esa dulce mentira se dijo a sí mismo.

La realidad era que disfrutaba demasiado la suavidad de su cabello contra sus labios, el perfume de notas frutales y la calidez de su cuerpo entre sus brazos.

—A veces... he pensado en dejarlo todo y buscar nuevas aventuras —susurró Aitana, sin dejar de darle la espalda, con el valor que le otorgaba el alcohol—. Ya no tengo miedo a empezar de cero en un lugar desconocido. Sé que puedo sobrevivir... sola.

Un puño apretó el corazón del joven. ¿Por qué le estaba diciendo esto ahora?

La hizo girar hasta tenerla de frente. Posó un dedo bajo su barbilla y la instó a levantar el rostro para encontrar sus ojos, aunque ella continuó con las pupilas apuntando al suelo.

—Sé que nada es eterno —respondió Exe con suavidad—. Tarde o temprano uno de los dos volará lejos. ¿Qué te detiene a ti?

—También lo sabes. Mi única razón para quedarme... eres tú.

Ella escapó rumbo al baño antes de recibir una respuesta.

Exe-punto-exe está procesando la solicitud de disculpa. —Esa voz robótica lo regresó al presente—. Guardando copias de seguridad del archivo para usar, a posteriori, en contra de la linda Aitana.

—¿Linda? —repitió él con una sonrisa. Atrapó con suavidad un mechón que había escapado de su cola alta—. Tú no eres solo linda... eres preciosa.

Las mejillas de la joven adquirieron un adorable tono rosa. Era descarada y perversa, pero, ¿se sonrojaba con algo así? No tuvo oportunidad de contestar porque una voz desconocida los interrumpió.

—Empiezo a creer que tienes un pie en cada baile, Exequiel. —Salvador los observaba con una sonrisa curiosa—. ¿No vas a presentarme a tu... amiga?

El color abandonó el rostro del agente. Miró de uno a otro, alarmado. "¿Esto se siente cuando se junta el ganado?", fue el pensamiento absurdo que voló por su cabeza.

Aitana reaccionó primero. Le extendió la mano, una sonrisa profesional en su boca.

—¡Hola! Soy Aitana. ¿Eres amigo de Exe?

—Algo así... —Aceptó el saludo. El apretón fue firme—. Salvador es mi nombre. Tu rostro se me hace familiar, ¿nos hemos visto antes?

—Mi memoria es terrible para las caras, lo siento.

—¿Segura? Había una mujer en mi boda muy...

—¡No soy tu madre para arrastrarte contra tu voluntad! —Una voz inesperadamente cortante atrajo la atención del trío. Venía de la galería—. Si no quieres salir, puedes quedarte en el hotel.

Emilio permanecía estático, su boca ligeramente abierta. Su esposa lo observaba aferrando una mochila por delante, a la altura de sus caderas, implacable.

—Eliza... ¿Te sientes bien?

—Estoy perfecta —respondió con frialdad—. Soy perfecta y considerada siempre, ¿no? Jamás cometo errores. ¿Estás seguro de que todo el mundo me quiere? Porque empiezo a creer que la excepción a esa regla está más cerca de lo que imaginaba.

—¿Por qué estás hablando así?

—¡Estoy cansada de sentirme tan sola cuando estamos juntos, Emilio! Mejor quédate en el hotel y ve videos de humoristas, así podrás decir que hubo risas en esta luna de miel.

Lanzado ese proyectil verbal, lo rodeó y se alejó aireada en dirección a Gianella.

Salvador soltó el aire en un silbido.

—Parece que hay problemas en el paraíso —comentó. Se acercó a un aturdido Emilio y dejó caer un brazo sobre sus hombros—. ¿Estás bien, mi amigo? ¿De qué signo eres?

—Quítate. No soy tu amigo. —Lo apartó con brusquedad.

Cuando apuntó sus ojos furiosos a los agentes, Exe los descubrió ligeramente enrojecidos por reprimir las lágrimas. El recién casado se perdió en medio del grupo sin decirles una palabra.

Salvador murmuró algo, negó con la cabeza y fue tras él.

—Esa es una buena señal, estamos teniendo éxito... —murmuró Aitana, llevando las manos a su abdomen—. ¿Qué es esto que siento en el estómago?

—Culpa —replicó su compañero con sequedad—. Eres una cobra muy hábil, pero con un poco de conciencia.

—Esto no es divertido. No me gusta este tipo de drama.

—Algún día te presentaré a mis padres. Te volverán inmune a las discusiones conyugales ajenas.

—Ten cuidado con esas proposiciones, una chica más ingenua podría malinterpretarlas. —Respiró profundo—. Creo que necesito un abrazo...

Exe dejó escapar un suspiro. Pasó un brazo por la cintura femenina y la acercó a su costado. Ella descansó la cabeza contra su hombro, cerró los ojos.

—Si prefieres desertar, vuelve a casa —sugirió, aunque la idea de no tenerla cerca en esta misión le quitaba toda magia al escenario—. Inventaré una buena excusa y me encargaré del resto. Te cubriré con el jefe, así que no tienes que preocuparte.

—¿Harías algo así por mí?

—Lo que te haga feliz.

La sonrisa inició en los ojos femeninos antes de revelarse en sus labios. Se apartó unos centímetros y levantó la vista con suspicacia.

—Siento que hay un mensaje entre líneas cada vez que dices eso. ¿Tienes una aplicación oculta, Exe-punto-exe?

Las pupilas del joven evadieron el contacto visual.

—Solo estoy fingiendo ser considerado para que no me odies cuando descubras que soy un desastre egoísta.

—Sé que puedes ser un verdadero hijo de perra, Exequiel —señaló con una sonrisa resplandeciente. Se puso en puntas de pie y rozó la comisura de esa boca con sus propios labios—. Es parte de tu encanto.

—Aprendí de la mejor, mi bella arpía.

Aitana soltó una risita. Entonces se enderezó y aclaró su garganta. La agente profesional estaba de regreso.

—Eliza está vulnerable en este momento. Como buena amiga, me aseguraré de dejarle el sabio consejo de mandar al diablo su matrimonio. Nos vemos en un rato.

—Ve con cuidado. Yo vigilaré al esposo para que no haga algo estúpido como tratar de hacer las paces.

Chocaron las palmas antes de separarse.

La joven localizó a Eliza después de iniciado el tour. Le dio la bienvenida con una sonrisa aliviada.

—¡Aitana! —Fue a su encuentro sin dudar, aceptando el abrazo que la agente le ofrecía—. Te estaba buscando. ¡Hice algo terrible!

—Tranquila. Todo tiene arreglo. —La consoló con palmaditas en la espalda—. Incluso si hay un cadáver, podemos solucionarlo con una pala y un terreno baldío.

—¿Qué? No maté a nadie... pero aprecio tu apoyo. —Se apartó. Cubrió su rostro, soltó un gemido—. Fui demasiado hostil con Emilio. Creo que herí sus sentimientos.

—Sobrevivirá. La vida adulta tiene sus altibajos.

—¿Sabes qué es lo peor? Se sintió tan... bien. Me desperté tan enojada conmigo misma, y me di cuenta de que Emilio estaba siendo muy injusto.

"Oh, no. He creado un monstruo", pensó la agente mientras retomaban la marcha por un sendero rocoso a la sombra de sauces y pimientos. "Lo correcto sería solucionarlo".

—Estás en tu derecho a desquitarte con el culpable. —Bajó la voz. Echó un vistazo a Exe, quien caminaba en silencio junto a los otros dos hombres—. Por lo que me has dicho, es un hombre demasiado pasivo-agresivo.

—Ay, creo que tienes razón. ¡No se me había ocurrido! Ese desinterés y falta de voluntad me están exasperando.

—Te entiendo. Mi marido es más activo, pero nunca sé lo que pasa por su cabeza. ¡Y no habla! Espera que yo pueda leerle la mente.

—¡Eso también! —Saber que no era la única con discusiones conyugales alivió parte de su culpa—. A veces siento que hay todo un mundo que Emilio no comparte conmigo.

—Si es así ahora en luna de miel, no quiero imaginar cuando lleve cinco años de casado...

El tiempo pasaba volando cuando hablaban pestes de los especímenes masculinos. Luego de una hora de caminata, los árboles se abrieron para dar la bienvenida a un claro de suelo rocoso y húmedo.

A unos metros los esperaba un puente colgante de aspecto firme, sus peldaños tan anchos que fácilmente podrían caminar tres personas codo con codo.

Del otro lado se vislumbraban cerros cubiertos por un manto verde musgo que se perdían bajo el azul del cielo. Las huellas humanas marcaban los distintos caminos.

—Esto es excelente, Eliza. Sigue así. Será saludable para ti lanzarte fuera del pedestal al que te subió.

Gianella hizo una pausa, su mano levantada para impedirles avanzar.

—¡He aquí una de nuestras mejores atracciones para los amantes de las alturas! —comenzó con su altavoz—. El Puente Peldaño Quebrado. Del otro lado encontraremos cuevas llenas de magia, con pasadizos secretos que ocultan ríos de aguas minerales. Pueden cruzarlo sin miedo. ¡Les aseguro que es tan sólido como sus matrimonios!

Por el rabillo del ojo, descubrió a Exequiel palidecer.

"Me ofendes. Ten un poco más de fe en lo nuestro, hombre", pensó para sí. Aunque si la comparación se refería a Eliza y Emilio, ya estaban condenados.

Descubrió a este último echando un vistazo a su esposa, pero ella bajó la mirada en una expresión lamentable.

—No me gusta estar peleados —confesó la mujer—. Discutir es agotador. Ahora que hablé contigo me siento mejor, ya no estoy enojada.

—Sigo pensando que debes demostrarle cada vez que estás molesta. ¡Enséñale quién tiene los pantalones en la relación! Tú también tienes necesidades. No eres ningún adorno para quedarte arriba de un pedestal.

Su interlocutora soltó una risa nerviosa. Observó a los hombres. Salvador se encontraba entre ambos, riendo mientras contaba alguna anécdota sobre la luna llena. Mantenía una mano amistosa contra la espalda de sus nuevos amigos mientras los empujaba hacia el puente. La reticencia de ambos hombres era evidente, pero Salvador los superaba en altura y masa muscular.

Después de ellos, Eliza y Aitana cerraban la marcha.

Una mujer más indecente, pensó esta última, habría aprovechado de disfrutar la vista. El trasero de su compañero enfundado en unos pantalones cargos de color negro no era en absoluto desagradable. Sus piernas eran largas, atléticas por ser tan activo al huir de las autoridades luego de causar algún escándalo.

Como Aitana era una dama, se limitó a echar un rápido vistazo de cinco minutos. Lo suficiente para detectar que algo no estaba funcionando. Una pequeña campanilla despertó en su cerebro.

Exe tenía los músculos de sus hombros rígidos a través de su camiseta ligera. La mochila a su espalda subía y bajaba con cada respiración pesada. Sus nudillos blancos se aferraban a los cables de acero del pasamanos con tanta fuerza que quedarían marcados en su piel.

—¡Los tres del final! —llamó Gianella desde el primer tramo—. ¿Podrían separarse? ¡Una persona por peldaño a la vez!

Salvador y Emilio asintieron, comentaron algo y se adelantaron.

Exe, al hallarse solo, cometió el grave error de mirar hacia abajo. Un río corría con fuerza, espuma pálida emergía cuando la corriente impactaba contra rocas afiladas como guadañas.

La bilis subió a su garganta. No importaba cuánto tratara de traer a su mente pensamientos lógicos. Su cuerpo no obedecía.

Soltó cientos de maldiciones mentales. La mayoría dirigidas al idiota de Salvador que lo había arrastrado a este puente infernal.

—Creí que habías superado tu acrofobia —susurró Aitana detrás, sorprendiéndolo.

—No le temo a las alturas —consiguió pronunciar Exequiel, a través de su garganta cerrada—. Me preocupa caerme y romperme el cuello.

—Resiste, ya casi vas por la mitad.

Fue un error levantar la vista y descubrir una distancia abismal hasta la meta. Era demasiado tarde para regresar. "Maldita sea, esto no puede estar pasando", pensó.

Cerró los ojos cuando sintió su equilibrio abandonarlo. Apretó los dientes con fuerza para no dejar escapar los gritos que pugnaban en su garganta.

"No puedo. No puedo". Se odió a sí mismo por pensar las dos palabras prohibidas en su mundo. Temblaba. Un sudor frío se deslizaba por sus sienes. Deseaba tirarse al suelo y abrazar sus rodillas, que las lágrimas se llevaran el terror que en ese momento lo cegaba.

Se tensó al sentir unos brazos rodearlo por detrás. El perfume dulce con notas frutales le permitió reconocer a Aitana. Ella posó las manos sobre sus nudillos, lo instó a aflojar un poco su agarre letal al pasamanos.

—Estoy aquí. Sujétate a mí.

—¿Necesitan ayuda? —preguntó Eliza, preocupada.

—No te preocupes. —La voz de Aitana era despreocupada, sonriente—. Vamos a volver. Tú sigue adelante.

—¿Estás...?

—Sí —soltó con más brusquedad de la necesaria. Acto seguido suavizó sus palabras—. Avísale a los demás que los esperaremos en el hotel.

Escuchó sus pasos alejarse. A la distancia, los otros dos hombres le preguntaron qué sucedía.

Si hubiera podido pensar con claridad, Exequiel habría comprendido que su compañera trataba de protegerlo de los ojos curiosos.

—Respira conmigo, Exequiel. Inhala... exhala. Mírame. —La joven lo soltó para posicionarse delante. Tomó el rostro masculino entre sus manos, sus bocas a un aliento de distancia—. Abre los ojos.

—No.

—Necesitas ver el camino —insistió. Por toda respuesta recibió una obstinada negación de cabeza, acto que provocó un ligero roce de sus labios. El corazón de la joven se saltó un latido, pero decidió que era mejor fingir que no había pasado—. O te sueltas o te muerdo las manos. Tú decides.

Reuniendo cada gramo de cordura que conservaba, a ciegas, Exequiel buscó las manos de su compañera. Encontró una. La aferró con fuerza, tanta que podría haberle causado dolor. Ella no emitió el menor quejido.

Con una paciencia que rara vez mostraba, lo guió peldaño por peldaño hacia tierra firme. Fue un regreso tortuoso. Lento. Sus sentidos bloqueados por el terror.

Su alma volvió a su cuerpo cuando abandonaron el puente. Las piernas dejaron de responderle.

Aitana lo ayudó a sentarse, y le quitó la mochila, sin dejar de murmurar palabras de consuelo. O de burla, ¿qué importaba? En ese momento no conseguía procesar la información. Apoyó la cabeza entre sus propias rodillas y se concentró en recuperar el aliento.

—... Esta copia de Exe-punto-exe no es original —divagaba Aitana a toda velocidad—. Esto es lo que pasa cuando instalas programas piratas en tu sistema operativo. O tanto suscribirte a páginas para adultos insertó un virus en tu sistema.

—¿Qué rayos estás diciendo? —soltó cuando su respiración se normalizó y pudo levantar la cabeza.

—Ay, ¿estabas despierto? ¡Dime que no escuchaste cuando sugerí quitarte la ropa para comprobar tus signos vitales! —Le ofreció una botella que sacó de la mochila—. ¿Quieres que vayamos a emborracharnos para que pierdas tu dignidad y olvides este momento traumático?

—Ni siquiera es mediodía. —Aceptó el agua y bebió todo de un solo trago. Eso calmó el ardor de su garganta.

—Tienes razón. Mejor vayamos por un postre. Necesito azúcar. En este instante.

—Guardé frutos secos en la mochila —señaló con serenidad, tratando de ordenar sus pensamientos.

—¿Incluiste melón? Esa fruta seca provoca en mi lengua más sensaciones que un beso francés.

—Melón, kiwi y arándanos. Y chocolatines. También traje un termo con jugo natural, cortesía del hotel. Asegúrate de sacudirlo antes de servirte.

Ella abrió la boca sorprendida. Entonces se limpió una lágrima imaginaria.

—¿Te he dicho que eres el hombre de mis sueños? Aquel por el que estaría dispuesta a abandonar la soltería y arriesgarme a terminar frente a un juez de divorcios luchando por la custodia de nuestros gatos.

Exequiel soltó una risa ahogada. Sus ojos la observaron rebuscar en la mochila.

—Aitana —pronunció con suavidad. Al levantar la vista, su boca llena de frutos secos, la joven descubrió la calidez en las pupilas de su compañero. Era una mirada letal para los corazones femeninos—. Gracias.

—Siempre eres tú el que está allí para mí —susurró con las mejillas sonrojadas—. Es bonito poder hacer algo por ti.

—Hace siete años hiciste algo inmenso por mí.

Ella entornó los ojos. Trató de hacer memoria, pero no tenía idea de aqué se refería.

—¿Qué hice?

—Estrellarte en mi vida.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top