Capítulo 16


Los restaurantes de Sientelvainazo tenían un aura rústica propia de los pueblos.

Entre la escasa variedad que había para elegir de la zona comercial, ingresaron a uno que tenía por nombre Estamos en el horno.

Cuadros de estilo vintage decoraban las paredes de tonos tierra. Hornos de barro habían sido instalados en las cocinas del fondo, donde los chefs introducían pizzas ante los ojos fascinados de los comensales. Desprendían un aroma propio del pan recién horneado y le daban calidez a esa noche llena de promesas. Los parlantes reproducían música jazz a un volumen suave, salvando a los clientes del espeluznante silencio incómodo.

—Me encanta este ambiente —suspiró Eliza—. Es como viajar a finales del siglo veinte.

—¡A mí también! Es un respiro de tanta tecnología —agregó Aitana, sin mirarla, mientras introducía la contraseña del wifi en su celular.

Cuando terminó de conectarse, envió un mensaje rápido a Exe para avisarle que había llegado a salvo al restaurante. Agregó que tenía intención de olvidar su existencia por unas horas y que lo autorizaba a jugar con Manuela si llegaba a sentirse solito.

La respuesta de su compañero fue inmediata. Un emoji que habría sido el signo de la paz si no se hubieran olvidado de levantar el índice.

"Mi marido es tan cariñoso y romántico", pensó con una sonrisa. Entonces, guardó el celular en su bolso que colgaba del respaldo de la silla.

—¿Estás segura de que a tu esposo no le molesta que salgas sin él? —Eliza la arrancó de su ensimismamiento y le recordó que tenía trabajo pendiente.

—¿Por qué habría de importarme? —preguntó Aitana, parpadeando.

—Porque están de luna de miel. Se supone que deben pasar todo el tiempo juntos.

"Tienes ideas un poco chapadas a la antigua cuando se trata de las relaciones", le habría gustado responder.

—¿Se supone? —repitió con suavidad, apoyando los codos en la mesa y entrelazando sus dedos.

Eliza bajó la mirada y tomó el menú. Se dedicó a leerlo para evadir la pregunta.

Raptarla del hotel había sido más fácil de lo esperado. Después del estrés del día anterior, Eliza había planeado una cena romántica en compañía de su esposo... hasta que Aitana la interceptó en el pasillo. La agente no la dejó ir hasta que aceptó acompañarla a vivir una noche de chicas.

Una hora después se encontraban en la zona comercial de Sientelvainazo, con maquillajes suaves y vestidos veraniegos.

—No existen instrucciones para vivir la luna de miel, Eli. La única regla es divertirte y relajarte.

—Admiro tu despreocupación...

—Vivo bajo la filosofía del: Si deseas hacer algo y el único motivo que te detiene es el qué dirán, es tu obligación hacerlo del modo más escandaloso posible.

Eliza soltó una risita. Debía pensar que su acompañante estaba bromeando.

El mesero se acercó, libreta en mano.

—Buenas noches. ¡Hoy estoy de humor para algo saludable y frutal! —exclamó Aitana—. Voy a pedir una copa helada de fresas con mucha crema, y una porción de tarta de frutas. Para beber un daiquiri de arándanos. ¿Ya elegiste, Eli?

—Pensaba en unos sándwiches y una limonada.

—La limonada de adultos se llama mojito.

—Oh, no. No creo que sea buena idea beber alcohol...

—Arriésgate. Estás a salvo conmigo. Suelo ser la ebria guardiana designada de los grupos. Me encargo de que ninguno de los presentes pierda su dignidad al enviarle un mensaje desesperado a su ex.

—No recuerdo el número de mi ex.

—También conozco trucos para sujetar tu cabello mientras vomitas en el baño. Y mi especialidad —dijo y levantó su mano, formando un cero con su pulgar e índice—: ahuyentar imbéciles que creen tener oportunidad con una persona ebria.

—Tengo miedo de preguntar dónde aprendiste eso.

—Trabajé en un bar de mala muerte hace años. A la hora del cierre, me aseguraba de enviar jóvenes ebrios a casa, en taxi, antes de que cayeran en las garras de algún depredador... Ay, me desvié del punto. Pide una bebida para adultos. ¡Sin miedo!

—Bueno, quizá una copa...

—Perfecto. Agregue una jarra de mojito también. Y dos sándwiches completos, necesitaré algo ligero para picotear antes de cenar.

El joven mesero parpadeó. El intercambio entre ambas mujeres lo había desorientado. Asintió nervioso y se alejó en dirección a la barra.

Cuando trajeron su pedido, Aitana se esforzó en mantener los ojos abiertos y mordió su lengua para no soltar palabras de amor a los platillos. Esos eran rituales que solo se permitía frente a gente de confianza.

De la jarra donde flotaban rodajas de limón y menta, le llenó el vaso a Eliza.

"Damos comienzo a la danza donde las bailarinas intercambian información personal", pensó. Decidió que podía revelar un par de anécdotas de su pasado. Sería la mejor estrategia para conseguir la confianza de Eliza.

—¿A qué te dedicas? —preguntó la recién casada, tras aceptar el cóctel.

—Soy actriz... en este teatro llamado vida. —Movió la mano con la cucharita, en el aire, para expresarse—. Y de vez en cuando hago stand up en una cafetería.

—¡Amo el stand up! Es muy divertido ver a otros con el valor de subir al escenario. Yo misma moriría de vergüenza.

—Todos pueden aprender. Es cuestión de no pensar demasiado antes de actuar. Filosofía aplicable a la vida misma. ¡El que tenga miedo de morir que no nazca! —Bajó la voz a un susurro confidente—. Pero no hablemos tanto de mí. Déjame adivinar a qué te dedicas...

Se llevó la cucharita con una fresa a la boca. Estudió a Eliza sin disimular. Cabello suelto, apartado del rostro con un broche en forma de laboriosa abeja. Maquillaje suave en tonos pastel.

Las manos eran la clave. Limpias, delicadas, firmes, con la suavidad propia de quien tenía una profesión más que un oficio. Unos pendientes de perlas en sus orejas y la alianza en su dedo eran toda la joyería que cargaba. Su vestido rosa sin escote pronunciado lucía sobrio, pero la calidad de la tela hablaba de buenos recursos.

No podía imaginar a Eliza peleando con una desconocida por la última presa de pollo en oferta en el supermercado.

—Fuiste a la universidad —dedujo—. Y trabajas interactuando con otros.

—Soy enfermera instrumentista.

—¿Eres quien se encarga de las herramientas durante una cirugía?

—Es un poco más complicado que eso... —Casi con timidez, probó un sorbo de su vaso—. ¡Esto está delicioso!

—Cuando termines puedes comer las hojitas de menta y lamer el azúcar del bor... —Se aclaró la garganta, estos hábitos de pobreza eran difíciles de superar— o conservar tu dignidad. Lo que gustes.

—Lo tendré en cuenta. —Su sonrisa fue rápida, sutil—. Siento mucha curiosidad por tu trabajo. ¿Siempre supiste que querías ser actriz?

—Desde pequeña... siempre me fascinó el arte, aunque mis profesores particulares se centraban en la historia o descripciones.

"Todo lo necesario para convertirme en una jovencita culta y poder entablar conversaciones con los socios de élite de mis padres, sin hacerlos pasar vergüenza", se abstuvo de agregar.

Probó un bocado de tarta. La explosión de sabor y su textura cremosa estuvieron a punto de derretirla sobre el asiento.

—¿Por qué elegiste esa rama de la medicina? —preguntó la agente.

—Viene de familia. Mi madre es enfermera profesional. Mi padre y su abuelo son instrumentistas. Alguna vez quise ser doctora, pero... no lo sé, simplemente fue más natural seguir el camino paterno. ¿En tu familia todos son artistas?

—No —musitó, distraída por recuerdos que creía olvidados—. Bueno, creo que hubo una oveja negra en la familia materna. Una tía que se fugó con un acróbata de circo. Murieron jóvenes, en un accidente antes de que yo naciera.

—Ay, eso es muy triste...

"No tanto como oír a tus padres gritándote que terminarías igual si cruzabas esa puerta", pensó para sí misma con un escalofrío. Sacudió su cabeza, no era momento de recibir la visita de esos fantasmas.

—Quiero creer que fueron felices aunque tuvieron tiempos difíciles. —Levantó su copa para hacer un brindis. Luego, bebió gran parte de un trago—. Definitivamente, no fue un romance aburrido.

—Ya lo creo. —Eliza soltó una risita y le dio otro sorbo a su vaso—. Todos tenemos un familiar peculiar. Mi prima segunda...

Mientras su acompañante conversaba animada, la mente de Aitana comenzaba a divagar en memorias que, si bien no eran traumáticas, por momentos parecían latir como una vieja herida.

¿Qué representaba el arte para ella? Todo un universo.

Desde que tuvo uso de razón, comenzó a admirar la libertad de expresión que manifestaban los artistas. Los envidiaba desde su jaula de oro.

Apenas aprendió a comunicarse, cada día, cada minuto de su vida fue programado. Sus padres eran un claro ejemplo de horror vacui aplicado al tiempo libre. Literalmente, miedo al vacío, a los espacios en blanco que aparecían en la agenda diaria de su hija.

Desde pequeña fue acostumbrada a despertar y consumir un desayuno desabrido tan alto en nutrientes como bajo en azúcares.

Luego, practicaba piano y violín, los cuales se le dieron fatal desde el primer minuto. En canto y danza clásica no conseguía felicitaciones, pero al menos se salvaba de los reproches de sus instructores.

Al mediodía almorzaba porciones exactas. Sin postre porque sus calificaciones no eran perfectas.

Por la tarde, asistía a un exclusivo colegio privado para cumplir dos misiones: obtener las mejores calificaciones y entablar relaciones amistosas con el grupo de élite.

A su regreso la esperaba su english teacher o su professeur de français. Su cerebro quedaba fundido cuando llegaba a sus clases de latín. Aunque no discutía el inmenso valor de saber idiomas, al día de la fecha la mejor utilidad que le daba a esos conocimientos era poder entender memes extranjeros.

Su infierno personal eran las clases de etiqueta. Le resultaba divertido fingir ser una jovencita elegante al practicar su postura y modulación. Pero se mareaba ante la docena de cubiertos sobre la mesa. Ni hablar de los distintos saludos que debía conocer para dirigirse a los socios comerciales de sus padres.

Y las prohibiciones... ¡¿Quién les dio el derecho a prohibirle reír a carcajadas, correr, levantar la voz o mover los brazos al contar alguna experiencia emocionante?!

Su peculiar sentido del humor le valió interminables sermones, tantos que comenzó a ser abrumada por pesadillas donde deseaba asesinar ese lado suyo. Si esa chispa muriera, ¿al fin podría escuchar a sus padres diciendo que estaban orgullosos de ella?

—... cómo conociste el teatro —la voz de Eliza la regresó al presente.

Aitana parpadeó. Le tomó cinco segundos procesar sus últimas palabras y reconstruir la pregunta. Tres segundos más soltar la cuchara que aferraba con fuerza, relajar sus nudillos pálidos.

Su sonrisa fue instantánea, una curvatura natural de sus labios rosas. Así estaba mejor, abrazando recuerdos bellos.

—Cuando tenía quince años, mis profesoras de Teatro y Literatura armaron un proyecto juntas. La idea era representar una obra clásica, algo del buen Shakespeare. —Sus pupilas resplandecieron—. Como típicos adolescentes llenos de vida, nos daba pereza y vergüenza participar. Nos tuvieron que obligar.

—¡No me digas que hiciste de Julieta! —interrumpió Eliza, sus pensamientos escapando a borbotones gracias al segundo vaso de cóctel—. ¡Y besaste al compañero que te gustaba!

—Eso habría sido demasiado cliché. —Aitana dejó escapar una carcajada. Probó otra cucharada de fresas con crema y bebió lo último de su daiquiri. Le hizo señas al mesero para que trajera una segunda ronda, antes de continuar—. Representamos una adaptación de Sueño de una noche de verano. Me asignaron el rol de Puck, ese duende perverso que amaba ver el mundo arder. Por error, destruyó la relación de los protagonistas y casi provocó que dos hombres se mataran por una chica. Y, mientras tanto, estuvo en modo: Hey, pero las risas no faltaron.

—Debió ser natural para ti —suspiró su interlocutora, mordisqueando su sándwich.

—En ese entonces, me parecía una tontería insignificante... hasta que subí al escenario y me enamoré de la vida.

Pasar de ser una niña enjaulada a un duendecillo salvaje le abrió las puertas a otra dimensión. Cada ensayo, memorizar el guion, probar el vestuario, jugar con el maquillaje, experimentar con la música, luces y sombras del salón de actos... se robaron su corazón.

Contra todo pronóstico, ese proyecto obligatorio le enseñó lo que era la verdadera felicidad. Fue una explosión de color, la semilla de la rebeldía, en su mundo monocromático.

—Suena increíble, Aitana. Me alegro mucho por ti.

Sus palabras fueron tan sinceras, con cierto toque de desenvoltura gracias al alcohol, que despertaron una pequeña chispa de culpa en la agente. Después de todo, le estaba ocultando la verdad de su presencia en Sientelvainazo.

—¿También fue amor a primera vista cuando conociste a Exequiel?

La pregunta la tomó desprevenida. Necesitó recordar el rol que cumplía con su socio. Eran un matrimonio, cierto.

"Momento de adentrarse en el terreno pantanoso llamado matrimonio", decidió.

—Exe siempre me pareció un chico sexy y carismático, pero nunca imaginé que terminaríamos en una relación tan seria —comenzó—. No es como si tuviera activo el radar de buscar pareja. Pensé que viviríamos en pecado por siempre en vez de casarnos. ¿Y tú?

—Yo... —Quizá fue la gracia del alcohol que volvió su lengua más suelta. Con las mejillas ligeramente sonrojadas, confesó— sí buscaba una relación seria cuando conocí a Emilio. Desde el principio.

—Oh... ¿Se conocieron hace mucho?

—Diez años.

—¡Eso es muchísimo!

—¡Lo sé! ¡Tengo excompañeros de colegio que ya tienen hijos de esa edad! —Se llevó las manos a la cabeza—. Imagina la presión que sentí cuando casi todos los de mi generación se estaban casando y yo seguía soltera.

—Aguarda, aguarda. —Clavó la cucharita en su tarta—. ¿Qué tiene de malo seguir soltera pasado los veinte?

—Eso... ¿rompe el ciclo natural de la vida? —Se sirvió un tercer vaso de mojito. Aitana le hizo señas al mesero para que trajera otra jarra—. No sé, siempre me dijeron que era lo que debía hacer, casarme y tener hijos antes de que... se me pasara el tren... ¡Pero no me malinterpretes! Emilio es un hombre increíble. Tan considerado y trabajador. No pude haber elegido mejor compañero para formar una familia.

Aitana se sirvió el último bocado de tarta para mantener la boca ocupada mientras pensaba en una respuesta razonable.

—¿Cuál es tu definición del amor, Eli?

La joven probó un trago de su cóctel, evadiendo su mirada. Respiró profundo.

—¿Dos personas compartiendo su vida con respeto, afecto, comunicación... e intimidad? —sugirió.

—¿Qué hay de la chispa? —disparó sutilmente Aitana, la dulce cizaña asomándose—. No hablo de darle contra el Muro de los lamentos, sino del humor. ¿Hay risas en tu matrimonio? ¿Tienen ese nivel de confianza para bromear sin miedo a ofender al otro?

—No soy una persona muy divertida. —Envolvió el vaso con sus manos, sus hombros se encogieron.

—¡Es lo más absurdo que he escuchado!

—¡Es cierto! ¡He intentado contar chistes y la respuesta de Emilio ha sido preguntarme si tengo fiebre!

—Ay, por todo lo sagrado... —Se golpeó la frente con la palma, ese era un tema que la exasperaba—. Ser divertido no es solo contar chistes. Hay muchísimos tipos de humor. Algunos más sutiles y refinados. Además, si hay conexión entre dos personas, hasta las desgracias les parecerán divertidas. ¿Cuándo fue la última vez que Emilio te hizo reír a carcajadas?

—Eso es fácil. Fue... —Su mirada se perdió en los distantes rincones de su memoria. Hizo una mueca de preocupación—. Creo que bebí demasiado, mi memoria está en blanco.

—Sí, a veces también culpo al alcohol para no admitir la verdad —murmuró por lo bajo.

—¿Qué es el amor para ti, Aitana?

La agente parpadeó. Cuando le disparaban sus propias flechas, se daba cuenta de lo incómodo que era.

Pensó en una buena respuesta. Si era sincera consigo misma, no tenía mucha experiencia en el amor romántico. Lo mejor de sus conocimientos humanos provenía de videos y memes en redes sociales, o de provocar discordia fugaz en alguna fiesta.

—El otro día vi un video bastante interesante sobre las relaciones románticas —comenzó despacio, reflexiva—. Una anciana decía que el amor no se busca ni se encuentra. Simplemente, conoces a alguien con quien te llevas excelente, van construyendo una relación y desarrollando afecto. Y recién después de eso eligen formalizar. Me gustó su idea de que amar es poder ser uno mismo en compañía de otra persona. No renunciar ni limitarte, sino crecer.

—Suena... innovador. Las personas hacemos todo al revés.

—Dime, Eli. —Entrelazó los dedos sobre la mesa, su voz suave como el siseo de una serpiente—. ¿Eres realmente tú misma cuando estás con Emilio?

—Son demasiados requisitos para amar. —Soltó una risita nerviosa, desviando la mirada con timidez—. ¿Tú y Exequiel los cumplen?

—Bueno, el humor nunca falta —comenzó a enumerarcon los dedos, espontánea—. Con él puedo ser yo misma sin temor a que salgahuyendo o me persiga con antorchas. Me hace feliz verlo sonreír. No buscaba unarelación cuando lo conocí, simplemente... —Su sonrisa se desvaneció al procesarla verdad en sus propias palabras— se convirtió en alguien especial.

Su voz se apagó. El tiempo se desvaneció. De repente, todo lo que podía escuchar eran los latidos de su corazón tratando de decirle algo importante.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top