Capítulo 15
—¿Están en esa comisaría? —preguntó Eliza, mordiendo su uña pulgar.
—Sí, pero no podemos ir todavía —mintió Aitana con naturalidad mientras hacía el celular a un lado—. El encargado del papeleo llegará en dos horas.
—¿Eso es posible? Debería haber alguien todo el tiempo...
—Hay escasez de personal y los oficiales a cargo fueron a resolver un conflicto entre vecinos. Algo sobre un robo de gallinas y un cerdo secuestrado. Ya sabes cómo funciona el mundo.
—¡Esto es horrible! —Se cubrió el rostro con las manos—. ¡No puedo dejarlo ahí dos horas! Emilio tiene cierta misofobia, los gérmenes de la cárcel lo volverán loco.
—Todo estará bien. —Le dio palmaditas en la espalda. Entonces se encaminó al armario. Quería verse bella para la ocasión—. Este es un pueblo turístico, estoy segura de que las cárceles son muy confortables.
Tras una tarde de compras innecesarias en Sientelvainazo, Aitana se encontraba renovada. Al regresar al hotel, se disponía a relajarse cuando una alarmada Eliza golpeó su puerta.
La mujer acababa de volver de un senderismo en la Reserva. Enterarse por recepción del hotel que su marido y vecino habían sido encerrados por consumir alcohol en la vía pública no le sentó bien.
—¿Cómo puedes tomarlo tan a la ligera?
—Conozco a Exequiel. Estará bien —afirmó con absoluta confianza. Sacó del armario los únicos jeans que había traído y los estudió con ojo crítico—. Es más que una cara bonita, tiene por profesión escapar de situaciones problemáticas.
Dejó un conjunto de ropa sobre la cama, a un lado de donde su vecina estaba sentada. Entonces fue por el cepillo sobre la mesa de luz y comenzó a desenredar sus rizos. "Me haré una trenza de espiga", decidió.
—¿Qué estás haciendo?
—Lo primero que mi querido esposo verá al salir debe ser hermoso... —Barrió su propio cuerpo con la mano libre—. Yo.
—Admiro tu autoestima.
—Gracias. ¿Quieres que te haga una manicura francesa? ¡Acabo de comprar esmaltes de secado rápido!
La mujer dudó. Miró hacia la puerta un momento, sus labios apretados en preocupación. Sus pupilas se desviaron a los esmaltes desparramados por el centro de la cama. Bajó la vista a sus propias uñas pintadas de un clásico rosa.
Al menos serviría para matar el tiempo, distraerse y no pensar en su pobre marido. Casi con timidez, aceptó la oferta.
Aitana aplaudió emocionada y se puso manos a la obra. Más bien, manos a los dedos.
Como una loba experta en infiltrarse en rebaños, la agente tenía facilidad para ganarse la confianza de sus presas. Una conversación bastaba para hacer confesar sus secretos íntimos al cordero más reservado.
Las personas se relajaban ante alguien desenvuelto, de sexualidad dudosa y sin temor a hacer el ridículo. Ser testigo de tanta libertad les recordaba que ellos mismos tenían derecho a jugar.
Por eso Eliza resultaba un desafío. La recién casada entablaba conversaciones con una sonrisa sincera, pero se guardaba sus verdaderos pensamientos para sí misma. Si hablaba de su matrimonio, se limitaba a hechos concretos. Nunca contaba cómo la hicieron sentir esos momentos.
Aitana necesitaría un poco más de tiempo para romper esa sutil coraza y entrar en su cabeza.
Cuando la agente terminó su vestuario, decidió que ya había pospuesto lo suficiente el reencuentro con su falsa alma gemela.
Tuvieron que caminar varios minutos para llegar. Una consulta al GPS les hizo saber cuán cerca quedaba.
La comisaría era un edificio azul con ventanas pequeñas y paredes altas. En ese momento estaba muy poco transitado. Atravesaron unas puertas de vidrio y explicaron su caso en recepción.
Entonces, la oficial se dispuso a guiarlas hasta sus destinos.
—No sé si quiero liberarlo —pronunció Aitana, preocupada. Mientras giraba por una esquina del pasillo, se mordía el labio inferior—. Exequiel estará hambriento después de tanto tiempo en la cárcel sin ver a una mujer. Aunque es versátil, probablemente encontró algún hombre que le hiciera el favor.
—Pero si los vimos esta mañana... —respondió Eliza, desconcertada.
—Esta arpía... —masculló Exe.
—¡Emilio! —La esposa corrió hasta la celda, su expresión agitada—. ¿Estás bien? ¿Te lastimaste?
—Estoy ileso —suspiró, poniéndose de pie al instante. Lucía visiblemente más relajado al reencontrarla—. Lamento arruinar la luna de miel con esto.
—No digas eso. Solo fue un malentendido. Ya nos traen el libro para sacarte.
—Perdí mi billetera, debo hacer todos mis documentos de vuelta.
—No te preocupes. Otro huésped la encontró y la dejó en la recepción del hotel. Dejó un mensaje sobre habérsela pedido a los duendes.
—Gracias. —Le dedicó una sonrisa sincera del otro lado de la celda—. Sabía que vendrías.
—No podría dejarte solo en esta situación.
Aitana observaba la conmovedora escena a través de sus gafas de sol. Una mano descansaba en su mejilla, los dedos abiertos dejando ver la impecable manicura francesa. Se había tomado su tiempo en acicalarse para la ocasión, a su compañero no se le escapó ese detalle.
Avanzó hasta la celda, con un vaivén de sus caderas enfundadas en sus jeans ajustados. Sus rizos caían en una trenza por delante de un hombro. El contraste del cobre sobre su camisa oscura era notable.
—Hola, Exequiel —pronunció despacio, con una sonrisa de labios color cereza—. Ahora soy la esposa de un futuro ex convicto. —Bajó las gafas de sol hasta el puente de su nariz—. ¿Eso me convierte en una chica mala?
—Tu alma ya era oscura antes de conocerte, amor —replicó el joven, aferrado a los barrotes.
—Ya que piensas eso... —Hizo un mohín coqueto, un brillo perverso en sus pupilas— sé un buen chico y ruégame que te rescate.
—Ambos sabemos cuál de los dos es el que se arrodilla en esta relación. —Extendió el brazo rápido y trató de atrapar su trenza, pero ella retrocedió al instante con una risita—. Lo estás disfrutando, ¿verdad?
—La estoy pasando mejor que en nuestra primera noche de casados.
—Bien que pediste una segunda y tercera ronda. Sácame de aquí.
—Déjame pensarlo. —Se llevó un dedo a la barbilla—. ¿Qué me darás a cambio?
—¿Qué es lo que quieres?
—Sé mi esclavo por veinticuatro horas.
—No —respondió sin dudar.
—Cobarde.
—Rencorosa.
—Mi esposo no está colaborando, creo que prefiere dormir en este acogedor cuarto. ¿Quién soy yo para negarle sus deseos más perversos?
—Deja de jugar. —Entrecerró los ojos, sus dientes apretados—. Mi paciencia tiene un límite, no quieres conocerlo.
—Uy, qué miedo. Mira cómo tiemblo. —Se abrazó a sí misma y le dio la espalda. Entonces lo miró sobre su hombro—. ¿Vas a darme con el látigo, cariño?
—Conozco métodos de tortura lentos y legales.
—¡¿Vas a enviarme a hacer un trámite del gobierno?! —Se llevó una mano al pecho, asustada—. No serías tan cruel, eso tomaría horas de dolor.
—Es en serio —ordenó, exasperado—. Firma el maldito documento o llama al jefe.
—Escucha, Exe-punto-exe —Con suavidad, atrapó la mandíbula masculina con su mano. Su voz se oscureció—, parece que tienes un par de actualizaciones pendientes en tu sistema. Nadie se burla de mí. Esa serpiente en Yavalimos me demostró que debo enseñarte cómo respetar a una dama. Agradece que no te pongo en mis rodillas para darte las nalgadas que te mereces.
—Tu actuación de chica mala me causa más diversión que miedo, querida Aitana —replicó él con una sonrisa afilada.
En un movimiento ágil, introdujo los brazos entre los barrotes y capturó las caderas femeninas para acercarla.
Ella soltó un jadeo sorprendido. Sus ojos se encontraron. Tan cerca, con apenas esas líneas metálicas entre ambos.
Llevaban a cabo una silenciosa batalla de voluntades. El primero en bajar del escenario perdía. Y ambos eran demasiado orgullosos para ceder.
Emilio y Eliza contemplaban el intercambio con la boca abierta. Si pensaban que sus vecinos eran raros, ahora los consideraban seres de otro planeta.
Un uniformado llegó con una carpeta. La agente aprovechó la distracción de su socio para escabullirse de su agarre.
—No tienen antecedentes. Firmen aquí y podrán llevarse a sus esposos —declaró—. Espero que hayan aprendido una lección.
Mientras Eliza avanzaba a recibir el bolígrafo sin dudar, Aitana le guiñó el ojo a su colega.
—¿Quieres que regresemos juntos, Aitana? —preguntó la primera mientras el guardia dejaba ir a su esposo.
—Sí —respondió al instante Exe—. Insisto, no se vayan de aquí hasta que esté afuera. ¡Esta bruja es capaz de dejarme toda la noche!
—Ay, cariño, ¡qué bromista eres! —Aitana hizo un gesto con su mano para restarle importancia—. No te preocupes, Eli. Ve tranquila, nos vemos después en el hotel.
Cuando los testigos se fueron, la agente se volvió hacia los guardias. Compuso una expresión afectada, su mirada evasiva. Si hubiera tenido un pañuelo, se habría limpiado una lágrima imaginaria de la mejilla.
—Para serles sincera, mi marido no ha sido un buen chico últimamente. —Hizo un megáfono con su mano, su tono se volvió confidencial—. Cada vez que debemos tomar una decisión como pareja... llama a su mamá. ¡Para todo! Imaginen en plena boda, cuando el cura preguntó si me aceptaba, lo vi desviar la mirada hacia esa señora para pedirle permiso. Creo que esta experiencia en la celda le ayudará a desarrollar independencia. ¿Puedo dejarlo un par de horas más a su cuidado?
Exequiel apretó los dientes tan fuerte que un músculo empezó a latir en su mandíbula. Los guardias le dirigieron una mirada compasiva, soltaron toses que sonaban sospechosamente parecidas a risas ahogadas.
Cuando estuvieron de acuerdo con su petición, la muchacha se acercó a Exe.
—Nunca olvides que mi memoria es excelente, Aitana. Deja de jugar con fuego.
—Yo soy el infierno, Exequiel. ¡Siempre quise decir eso! —Una risita malévola se le escapó. Entonces se aclaró la garganta e irguió la espalda—. Te ves muy lindo cuando estás enojado —susurró, en absoluto arrepentida. Besó su propio dedo índice y lo posó en los labios del joven—. Nos vemos cuando hayas recapacitado por tus malas acciones.
Entonces se dio media vuelta, dispuesta a perderse por donde había venido. Sus pasos se detuvieron al tropezar con Eliza, quien estaba de regreso.
—¡Lo siento! —comenzó, nerviosa. Levantó un objeto delgado y largo—. Me estaba llevando el bolígrafo por accidente.
Exequiel enderezó la espalda, alerta ante su oportunidad.
—¡Justo a tiempo, vecina! —comenzó con voz casual—. A mi bella esposa le duele mucho la muñeca... por tantas maniobras nocturnas. ¿Podrías firmar por ella?
Aitana giró el rostro hacia él, al instante, la furia flameando en esas pupilas vengativas. Su plan se estaba desmoronando.
—Oh, ¿será un esguince? —Eliza la miró con preocupación—. ¿Quieres que la revise? Tengo conocimientos en medicina.
—Estoy bien, descuida. Era un dolor pasajero...
—Conozco los masajes que la harían sentir mejor —agregó el agente, una sonrisa perezosa en sus labios cuando clavó esos ojos fríos en su compañera—, pero antes necesito salir de aquí. ¿Segura que puedes firmar, mi amor?
Ella murmuró una maldición. Su sonrisa fue delabios juntos, apretados. Estaba acorralada por culpa de esta testigo.
—Fue bueno mientras duró —suspiró, aceptando el bolígrafo con resignación—. El placer siempre es breve cuando hay un hombre implicado.
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