Capítulo 14
Sentados en cada extremo de la pequeña celda, observaban el reloj de pared sobre el escritorio del guardia. El golpeteo rítmico de la aguja se perdía entre los ronquidos de un vagabundo, acostado a lo largo de la única banca disponible.
Un lavatorio estaba instalado en la esquina del fondo, junto a un baño apenas protegido por paredes de un metro cuadrado. Dejando de lado el olor a alcohol impregnado en las paredes, las condiciones de higiene eran decentes, similar a la sala de espera de cualquier oficina pública.
Nada más entrar, Emilio había observado todo con una mueca de repulsión. Entonces sacó un pañuelo de su bolsillo trasero y lo extendió en el suelo. Se sentó sobre él, su espalda recta para no tocar la pared.
—Me pregunto a qué hora servirán la cena —pensó Exequiel en voz alta, seguido de un largo bostezo.
—¿Por qué estás tan relajado? No está bien. ¡No puedo tener antecedentes penales en mi registro!
—Calma. Después de la cuarta vez, uno se acostumbra. Mi jefe es profesional en sacarnos del calabozo y limpiar expedientes. Ese viejo loco tiene sus contactos.
—¿Te metieron por exhibicionismo o invasión a la propiedad privada?
El agente ignoró la puñalada. Debía tener paciencia con los pobres diablos sin habilidades sociales.
—Alterar el orden público. Normalmente me encierran junto a Aitana. El tiempo se va volando cuando estoy con ella.
Emilio permaneció en silencio un momento. Sus hombros bajaron, su hostilidad disminuyó. O quizá el estrés lo tenía al límite y estaba dispuesto a conversar para distraerse.
—¿Aitana es tu...?
—Amiga. Mejor amiga y colega.
—No actúan como solo amigos.
—Bueno, estamos de encubierto. Acordamos ser recién casados para ganarnos la confianza de tu esposa.
—Suena como una excusa improvisada para incluir fanservice.
—Nos gusta el drama. ¿Tienes algún problema con eso?
Emilio no respondió. Soltó el aire de forma desganada. Sujetó su cabeza con ambas manos. Lucía cansado, sufriendo un nuevo nivel de agotamiento emocional.
¿Cuánto tiempo llevaba sintiéndose acorralado? ¿Cómo terminó así?
Tenía intención de divorciarse pero le faltaba el valor para dar el primer paso. Tampoco odiaba a su esposa. El agente se atrevería a apostar que esa pareja se llevaba muchísimo mejor que la gran mayoría de los matrimonios postmodernos. ¿Por qué se aferraba tanto al deseo de separarse?
Exequiel decidió que, para descubrirlo, debía ir despacio, hacer las preguntas correctas.
—¿A qué te dedicas?
—Soy contador. Trabajo en una empresa privada de bienes raíces.
—Suena a empleo bien remunerado y estable.
—Lo es. Pero ganar una fortuna es inútil si no sabes administrarte.
—Puedo confirmarlo. Cuando me independicé, llegaba a fin de mes haciendo malabares. Debería existir un babyshower para adultos que se van a vivir solos, me habría venido bien. ¿Eres hábil?
—Soy excelente en mi trabajo —admitió con un encogimiento de hombros, sin soberbia—. Siempre se me dieron bien los números. Las matemáticas son confiables, seguras, sin margen para malinterpretaciones. —Tragó saliva, era evidente que le costaba formular la siguiente pregunta—. ¿Qué hay de ti?
—Le voy más al lado artístico. Siempre me ha apasionado la actuación.
—¿Cómo terminaste en esa cafetería?
—Es una historia un poco larga y extraña.
Exequiel no pudo evitar sonreír al recordar esa época tan inestable. Sus primeros años como artista callejero comenzaron mientras vivía con su hermana.
Consiguió un traje de payaso de segunda mano y se atrevió a subir al transporte público. Después de un discurso sobre ser un humilde artista compartiendo cultura, su especialidad era recitar poemas. Las letras eran ajenas, pero el juego de voces y expresiones le pertenecía por completo.
Si en los asientos abundaban los niños, elegía poemas infantiles o cómicos con una moraleja sencilla al final. En otras ocasiones optaba por relatar historias de vida trágicas, siempre con exceso de drama para cautivar la atención de su público.
Por un tiempo intentó hacer presentaciones en la calle. Funciones breves, con su mochila cerca en caso de que tuviera que huir de los inspectores.
Al final del día, el mejor premio no era el dinero, sino la experiencia. La oportunidad de expresarse. Y la esperanza de un futuro mejor.
Poco después de cumplir veinte años, se unió a un elenco local. Cada mes, preparaban una obra breve y la representaban en algún restaurante. La paga eran propinas escasas que a duras penas cubrían los gastos, pero disfrutaba de estar sobre el escenario.
Fue en una de esas noches cuando su destino comenzó a encaminarse. Al terminar la función, descubrió al dueño del bar conversando con un anciano de ropa extravagante.
Entonces, el desconocido se dio vuelta, estudió con ojo crítico a Exequiel y se acercó hasta tenerlo de frente. Sus primeras palabras lo desconcertaron.
—Haz un escándalo, muchacho.
—¿Disculpe?
El anciano sacó un cheque de su bolsillo con el equivalente a una quincena de trabajo y se lo ofreció. Las pupilas del joven resplandecieron en codicia. Se llevó una mano a la parte posterior del cuello para disimular.
—Tienes cinco minutos para desatar el caos sin causar daños materiales o humanos. —Activó el cronómetro de su reloj, cuya correa tenía siluetas de tacitas y corazones—. Si me sorprendes sin asustar a nadie, este cheque será solo el comienzo.
—¿Un escándalo? —Inquieto, observó a todos los comensales. Las mesas del local estaban llenas, clientes de todas las edades. Buscó una explicación del dueño, pero este se limitó a encogerse de hombros—. ¿Aquí... ahora?
—Te quedan cuatro minutos. ¿O eres demasiado orgulloso?
Los ojos de Exe se entornaron. Una lenta, afilada sonrisa curvó sus labios.
—La dignidad nunca fue una opción —pronunció, aceptando el desafío.
En ese mismo instante, se aclaró la garganta, abrió la boca y selló su destino como agente de Desaires Felinos.
Sacudió la cabeza para regresar al presente. El Exequiel de esa época habría estado aterrado en el calabozo de Sientelvainazo. Años de locura lo habían vuelto inmune.
—¿Cuánto tiempo más planean dejarnos aquí? —preguntó Emilio, yendo hasta el lavatorio para enjuagar su rostro.
—Hasta que tu esposa venga a rescatarnos.
—¿Por qué carajos rechazaste llamar a tu amiga?
—No lo entenderías.
—¿En serio prefieres pasar la noche en esta celda en vez de con ella?
El agente inclinó la cabeza, pensativo.
—La idea es tentadora, pero no es el motivo principal. La verdad es que mi querida Aitana es una arpía. Su primera reacción al verme en desventaja será regocijarse y exigirme que le ruegue para liberarme. Si viene sin llamarla, al menos conservaré algo de mi orgullo.
Emilio lo miró como si estuviera hablando con un prófugo del manicomio.
—Ustedes son raros.
"Lo dice el hombre que me contrató para sabotear su boda", pensó.
—La normalidad es un mito. ¿Qué dijo Eliza?
—No contestó mi llamada. No hay buena señal en Yavalimos. Dejé un mensaje en recepción del hotel, espero que se lo entreguen apenas regrese.
El vagabundo de la banca soltó un ronquido similar al gruñido de un ahogado. Jadeaba por oxígeno. Lo observaron hasta que dejó de retorcerse y volvió a dormir profundo.
—Si sufre muerte súbita —curioseó el agente—, ¿crees que nos indemnicen por traumas psicológicos?
—Conociendo mi suerte, tratarán de hacernos responsables.
Ambos callaron. Estudiaron al vagabundo, expectantes. Su pecho subía y bajaba, confirmando que continuaba con vida.
—¿Tienes algún pasatiempo? —agregó Exe para evitar el silencio incómodo.
—Me gustan las computadoras. —Emilio apartó la mirada. El color sutil fue subiendo por su cuello, detalle que su interlocutor no pasó por alto—. Trabajo con una.
—¿Eres un hacker? ¿Sueles entrar a la Deep web en busca de sicarios?
—¡Claro que no! ¿Qué carajo...? A diferencia de otros, soy un ciudadano respetable de la ley.
—Entonces, ¿qué diablos te avergüenza tanto? Si me dices que tu pasatiempo es leer dinoporno online, te voy a juzgar. Pero puedo disimularlo por respeto.
—Videojuegos —soltó al final.
Exe parpadeó. ¿Eso era todo? Él mismo había tenido maratones de juegos con ciberamigos, llegaban a pasar toda la noche en vela frente a la pantalla.
En su época adolescente, incluso se había creado un perfil de mujer coqueta solo para recibir obsequios de gamers urgidos.
Trató de entender su vergüenza. Era posible que Emilio viniera de un mundo donde los videojuegos eran actividades limitadas a niños y adolescentes. Bien sabía que algunas familias vivían en una burbuja prehistórica y conservadora.
—¿Qué juegos?
—Minecraft. —Emilio soltaba las palabras de golpe, como si le estuvieran arrancando una confesión perversa.
—Nunca lo he probado. ¿Es de construcción?
—También existe el modo supervivencia. —Su voz se elevó un par de notas, su respiración se aceleró. La emoción reprimida deseaba escapar—. Prefiero el modo creativo. Puedes construir desde cero un universo, la imaginación es el límite.
—¿Tienes una aldea?
—Una... —Se aclaró la garganta— una granja.
Exequiel se mordió la lengua para no reír. No podía imaginar a su interlocutor como granjero.
—¿Con vacas?
—Y ovejas, y un granero.
—Parece divertido, lo probaré algún día. —Dejó escapar una risa suave—. ¿Qué opina Eliza de los videojuegos?
—No lo sé.
Exe enarcó una ceja.
—¿No lo sabes o no le gustan?
—Creo que no le interesan.
—¿Crees? ¿Nunca lo has mencionado?
—Pensaría que soy inmaduro.
—Quizá deberías dejar de adivinar lo que piensa tu esposa y preguntarle.
El hombre se aflojó los primeros botones de su camisa. Tragó saliva.
—A ella le gustan los paseos al aire libre —explicó despacio—. Nos conocimos en un campamento hace ya diez años. Me sentía muy fuera de lugar. Ni siquiera quería ir, solo lo hice porque mi hermano me obligó. Eliza, en cambio, se adaptó a todo. Era tan amable, tan linda... tan perfecta. Es la clase de persona que te hace sentir que todo estará bien, que se quedará cerca por si necesitas ayuda. Sin esperar algo a cambio.
—¿La amas?
Emilio abrió la boca para responder. Vaciló un momento. Sus ojos se cerraron, como si algún peso invisible lo estuviera aplastando.
—Yo... lo intenté. De verdad me he esforzado. —Su voz tembló, apretó los puños a los costados—. Ella es perfecta, es muy cariñosa y leal. ¡La convivencia es excelente! ¿Por qué, después de tanto tiempo, no consigo amarla?
—¿Estás tratando de forzarte a quererla?
—Siento afecto por ella. Han sido demasiados años, por supuesto que es una persona importante para mí. Pero no es amor. Llegué a creer que podíamos seguir así para siempre, un matrimonio con armonía sin esa chispa especial.
—Hasta para un cupido del desamor como yo, eso suena cruel.
Tarde o temprano ese afecto se iría apagando. La rutina se volvería monótona y desgastante. Eliza recibiría la peor parte, la indiferencia de su esposo la llenaría de inseguridades y decepciones. Los arrepentimientos, la incertidumbre del qué habría pasado si hubieran elegido a alguien diferente, los consumiría a ambos.
¡El matrimonio no era una relación comercial!
—Me di cuenta demasiado tarde, cuando la boda se nos venía encima —confesó, su voz ahogada—. Ella merece algo mejor. De verdad... no quiero herirla. No soportaría hacerla llorar.
Aquí morían sus esperanzas de que el cliente solo estuviera confundido y en el fondo no fuera necesaria la intervención de Desaires Felinos, meditó Exe. El trasfondo parecía mucho más complejo de lo imaginado. Debían ser cuidadosos.
Una nueva preocupación acababa de ser desbloqueada en su cabeza. ¿Realmente existía una fórmula para destruir un matrimonio sin romper ni un solo corazón?
Voces en el pasillo interrumpieron sus cavilaciones. El guardia que había estado custodiándolos estaba de regreso. Los observó con intriga desde el otro lado.
—¿Quién es Exequiel Luna? —preguntó. El aludido levantó una mano—. Su esposa acaba de llamar para confirmar si se encontraba aquí. Viene en camino, y nos dejó una advertencia.
Exe cerró los ojos. Respiró profundo.
—Prefiero no oírla.
—Estaba en altavoz así que todos la escuchamos —continuó el guardia con una sonrisa jocosa—. Sus palabras textuales fueron: Tienen mi permiso para atarlo o amordazarlo, a él le encantan esas cosas.
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