Capítulo 12


—Cariño, ya pasaste toda la noche enojada —murmuró Exequiel al oído de su compañera mientras transitaban un sendero de tierra húmeda bordeado por árboles centenarios—. Ya es hora del revolcón de reconciliación.

—Lánzate por un precipicio —gruñó Aitana de brazos cruzados.

—Sé que hice mal al reírme de tu fracaso olímpico, pero no fue muy amable de tu parte esposarme a la cama y llamar a recepción fingiendo que habías perdido la llave.

—Solo me arrepiento de que hayan sido tan discretos al liberarte —replicó ella, mordaz, esquivando una raíz aérea a mitad del camino.

—No podías saber que era una situación habitual para la que estaban entrenados.

—Púdrete.

—Si dejas de estar en modo dragón, prometo acompañarte a una cafetería local esta tarde...

—Puedo ir sola.

—... e invitarte una tarta.

El cuello de la muchacha giró noventa grados cual búho al oír la palabra mágica. Una sonrisa traicionera curvó sus labios.

—Tramposo.

—¿Eso es un: Ya no estoy enojada, pídeme lo que quieras y seré tuya? —Él atrapó un rizo que ella había recogido en una cola alta.

—No tientes tu suerte. —Dejó escapar una risita y le dio un empujón con su cadera—. Se siente raro salir al aire libre tan temprano. Me gusta.

Después de un desayuno rápido, esa mañana alcanzaron a unirse al grupo de expedición. Bajo la guía de Gianella, las parejas se adentraron en los senderos más románticos de la Reserva Natural Yavalimos.

—¡Ahora pasaremos por el Túnel Huyanya! —oyeron a la guía al frente del grupo, desde su micrófono portátil.

—Siento que hay un mensaje oculto, pero no logro descifrarlo —comentó alguien.

Aitana y Exequiel intercambiaron una mirada cínica.

—No se confundan, no es artificial —continuó Gianella—. Se trata de una maravilla natural formada hace cien años. Ideal para dar un paseo privado acompañado por caricias furtivas. ¿Acaso no es romántico?

Se detuvo a la entrada de un túnel formado por robles inmensos cubiertos de musgo. Las ramas onduladas se entrelazaban en la parte superior, cubriendo cada vestigio de luz solar con sus hojas. El silencio que emanaba era sepulcral, la temperatura incluso parecía descender un par de grados.

—¿Las caricias me las dará mi pareja o El monstruo del pantano? —pensó Aitana por lo bajo, reticente a adentrarse a ese portal interdimensional.

—Podríamos usar esta oportunidad —reflexionó Exe a su lado mientras seguían la linterna de la guía al final del túnel y el flash de algún turista que tomaba fotos a lo desquiciado— y descubrir sus debilidades.

—Buen plan. Mejor conocer al objetivo antes de repetir el trauma de anoche.

—No puedo verlos. ¿Crees que le teman a la oscuridad?

—Ay, ¡me encanta! —exclamó Eliza desde algún punto delante de ambos—. Es tan misterioso, siento como si entrara a la boca del lobo.

—Eso sentí en la iglesia...

—¡¿Qué?! Emilio...

—¡La emoción, me refiero! Nuestra boda fue emocionante.

Otra voz femenina soltó una risita.

—¡Elber, me haces cosquillas!

—No encuentro tu boca, Candy.

—¡Ese es mi ojo!

—Los hombres nunca encuentran lo que es importante en el cuerpo femenino —agregó una voz anciana con sabiduría.

—¡Florentina!

—Oh, ¿estabas escuchando, viejo?

—Si tu voz viene de adelante, ¿quién demonios está tocando mi trasero?

—Ups, lo siento, señor. —La respuesta de Candy fue rápida.

—Suena como un grupo memorable —susurró Exe al oído de su compañera.

—¡No me soples en la oreja, imbécil! —gruñó Emilio, dándole un empujón.

—¡Amor, creo que nos metimos al túnel swinger por accidente! —No pudo identificar la ubicación de Aitana—. Encontré a Eliza. Iremos juntas el resto del camino. Estamos analizando cuál de nuestros esposos es más pendejo. ¡Vas ganando, cariño!

—Yo no usaría esa palabra. Mi Emi es muy dulce.

—Estoy segura de que tiene sus defectos, esas manías exasperantes. Confía en mí, puedes contarme. Soy experta dando consejos, el clásico predicar sin aplicar.

—La verdad es que...

La conversación siguió en susurros confidentes el resto del camino.

Una pequeña eternidad después, vieron la luz del día. El suspiro fue colectivo.

Como un unir con flechas, las parejas originales fueron a su encuentro. Excepto Aitana, quien continuó aferrada cual parásito al brazo de Eliza.

—... que muchos malinterpretan a Emi, pero tiene buenos sentimientos. De verdad es un hombre maravilloso y amigable.

—¿Amigable?

La agente observó al aludido. Caminaba unos pasos detrás de ellas, con las manos en los bolsillos e intercambiando gruñidos con Exe.

—¿Qué hay de tu esposo?

—¿Qué esposo?

—Exequiel.

—Ah, ¡cierto! Mi Exe también es un encanto de carisma y astucia. Me conoce demasiado. Cada vez que peleamos busca cerrar la distancia entre ambos. Usa alguna golosina de rehén. Si estoy triste, se queda conmigo en silencio o bromeando hasta arrancarme una sonrisa. Es... lo más cercano a una familia para mí. —Se aclaró la garganta, inquieta al comprender que estaba soltando demasiadas verdades en esta farsa. Pateó una piedra en medio del sendero—. Eso último sonó incestuoso. Definitivamente no lo veo como un hermano. Como primo norteño podría ser, pero mejor no. ¿Quieres oír cómo se me propuso?

—¡Me encantaría!

El grupo avanzaba despacio, caminando a su propio ritmo para disfrutar del paisaje en compañía de conversaciones animadas o deteniéndose a disparar con las cámaras de sus celulares.

—Fue a buscarme con un hermoso ramo de flores —comenzó Aitana—. Me llevó a su departamento para una cena romántica a la luz de las velas. Porque se cortó la luz, pero omitamos ese detalle latinoamericano. Entonces, mientras me atragantaba con el postre, lo dijo. —Se llevó una mano al corazón, lágrimas de emoción escaparon ante el recuerdo inventado—. Un discurso increíble sobre compartir el resto de su vida conmigo y criar juntos a media docena de gatos. Acepté y lo arrastré directo a la habitación a darle como cajón que no cierra.

Eliza parpadeó por el final inesperado. Bajó la vista a las manos de su interlocutora.

—Si no es muy indiscreto, ¿puedo preguntar... dónde está tu anillo?

—Oh, sí, el anillo. El anillo de bodas. El anillo que usan todas las parejas casadas. Claro, ese anillo. —Sus ojos se abrieron enormes mientras divagaba para ganar tiempo en tanto su mente encontraba una excusa decente—. ¡Somos una pareja liberal! Ambos pensamos que eran incómodos y un signo de posesividad. Marcar al otro como ganado para ahuyentar pretendientes. No lo necesitamos. ¡Nuestro amor es el mayor símbolo de alianza y confianza!

—Eso suena... innovador.

—Nos gusta probar cosas nuevas.

—Eso explicaría los ruidos de la otra noche...

—¿Qué?

—¡Lo siento, solo pensaba en voz alta!

—Yo también lo hago. Y hablo sola. Es muy saludable. —Le dio un golpe suave con su hombro, bajó la voz—. Cuéntame, Eli, ¿cómo Emilio te propuso matrimonio?

—Nosotros... no hubo propuesta en sí —confesó la mujer, bajando la cabeza y uniendo las manos en su espalda—. En la boda de su prima, yo atrapé el ramo. Todos empezaron a insinuar que era mi turno.

"¡Veamos quién es el siguiente!". Aitana imaginó un escenario en pleno funeral donde los deudos lanzaban la corona de flores entre los asistentes aterrados, dejando al azar decidir quién estaba más cerca del arpa que de la guitarra.

—... y tiempo después lo hablamos en casa. —La voz de Eliza la regresó al presente—. Acordamos que era momento de dar el siguiente paso.

—¿Al menos salieron a cenar?

—Esa noche preparó una sopa de vegetales ligera y nos acostamos a dormir temprano. ¿Eso cuenta?

—Bueno, suena saludable. ¿Hubo alguna celebración memorable después?

—Sugerí ir a bailar, pero no le gustan los lugares concurridos.

—Lo importante es que compartieron momentos especiales mientras planificaban la boda. —La agente aplaudió una vez ante esa idea—. ¿Fueron a comprar juntos el anillo?

—Usamos alianzas que pertenecieron a mis abuelos.

—¿Quién eligió la decoración del salón?

—Emi fue muy considerado, me dejó elegir todo a mi gusto. Su hermano ayudó con las flores, su madre hizo las invitaciones y mi madre me encargó de contratar el servicio de catering.

Aitana no supo si sentir compasión o sacudirla por los hombros.

—En algún momento... ¿te dijo alguna promesa de amor eterno?

Eliza soltó una risa suave.

—Ya no somos adolescentes. Tengo treinta años, ¿sabes?

—¿Y eso qué?

La mujer tragó saliva. Miró por el rabillo del ojo a su esposo, un suspiro fugaz la delató. Fue solo un detalle, pero la agente no lo pasó por alto.

"Primera señal de fisura", pensó.

—No es su obligación ser tan detallista conmigo —musitó—. Estoy bien con su forma de ser.

—No es una obligación, Eli, pero lo normal cuando estás enamorado es querer demostrarlo.

—Todos expresan amor de distinta forma. Algunos... no son muy hábiles.

Aitana decidió que ya había presionado demasiado. Encontró una debilidad. Era momento de soltar a su presa.

Le hizo señas disimuladas a su compañero.

Exe asintió y se acercó a ambas con una sonrisa confiada. Abrazó por detrás a Aitana, gesto que la tomó por sorpresa aunque no tardó en disimularlo.

—Lo siento, pero quisiera recuperar a mi preciosa esposa —pronunció con calidez, depositando un beso en el cabello de la joven—. ¿Acaso no soy el hombre más afortunado? No todos pueden casarse con una... ¿serpiente?

—¡¿Qué clase de halago es ese, Exequiel?! —Aitana escapó de sus brazos, ofendida.

—No, en serio. Escucha, en ese arbusto. —Señaló una planta frondosa a la izquierda del camino. Oyeron un zumbido, y el siseo de hojas frotándose—. Creo que mi querida suegra se está escondiendo allí.

—Una vez leí sobre insectos que imitaban el sonido de las serpientes —explicó Eliza—. Es su forma de defenderse de los depredadores. No se preocupen.

Aitana soltó una risa despreocupada. Su compañero solo la estaba molestando.

Entonces, el arbusto se sacudió y una serpiente saltó directo a sus pies. Rozó la punta de sus zapatillas y continuó su zigzagueante arrastre hasta perderse en un arbusto del otro lado.

La muchacha soltó un grito tan fuerte que retumbó por toda Yavalimos. Como si el piso fuera de lava, se lanzó sobre Exe. Lo abrazó por el cuello y le rodeó la cintura con sus piernas. El movimiento fue tan repentino que él perdió el equilibrio y casi terminaron en el suelo.

—Mujer, vas a dejarme sordo.

—¡Fue horrible! —chilló, enterrando el rostro en su hombro—. ¡Me tocó el pie! ¡Pudo haberme mordido!

—Eres inmune al veneno de víboras, cariño.

—¡Deja de burlarte! Era... —balbuceaba al borde del pánico, las palabras se amontonaban en su lengua— larga y gruesa.

—¿Desde cuándo le temes a algo con esas características?

Gianella se acercó, atraída por el escándalo. Como profesional, comprendió al instante la situación.

—¡Que no cunda el pánico! —dijo desde su altavoz—. En esta reserva habitan animales inofensivos. Le temen más a los humanos que nosotros a ellos.

—Después de oír el alarido que soltaste, hasta las piedras temblarían. —Exe trató de consolarla.

Aitana se había adherido a su pecho como una sanguijuela. No le quedó más alternativa que abrazarla y frotar su espalda.

—No se preocupen —agregó la guía antes de retomar su posición al frente—, ya no habrá serpientes cuando crucemos este sendero.

—Yo paso —chilló la víctima principal—. Sigan sin mí. No, mejor déjame en un lugar seguro y vuelve a rescatarme en helicóptero.

—Deja de comportarte como una niña caprichosa, cariño.

—¡No quiero que me coma una serpiente! Soy muy joven para morir. Se suponía que viviría lo suficientemente para ver a la humanidad sucumbir ante un virus letal.

—Probablemente, ya sucedió en una dimensión paralela a esta.

—¿Puedes —Levantó la cabeza para encontrar sus ojos y compuso su mejor expresión de cachorro indefenso— cargarme el resto del camino?

Las demás parejas soltaron risas expectantes. Exe respiró profundo. Soltó el aire en un suspiro que sopló el flequillo de su compañera.

—Está bien, pero afloja las piernas.

—No es momento de hacer una propuesta indecente. —Con ese comentario, fue desenredando los tobillos que había cruzado a su espalda.

Soltó un chillido al sentir las manos masculinas atrapar sus muslos y empujarla hacia arriba. En un instante, ella terminó haciendo equilibrio sobre su hombro.

—¡¿Qué rayos, Exequiel?! —chilló, sujetándose la camiseta mientras reiniciaban la marcha—. ¡No soy un saco de papas! Se suponía que me llevaras a tu espalda o en brazos como una princesa.

—Sigue haciendo un escándalo y te lanzaré a los arbustos —advirtió él—. Creo que vi a la serpiente saludar desde esta planta.

Cuando ella se removió aterrada, no tuvo más remedio que sujetarla por el primer lugar que encontró.

—¡Quita tu mano de mi trasero, pervertido!

—Cariño, estamos casados. Te estás comportando como una niña.

—Bien dicen que la diferencia entre la niñez y la adultez es nuestra reacción a las nalgadas —agregó la anciana que iba detrás junto a su marido. Si no recordaba mal, Florentina era su nombre.

—No podría comparar, nunca recibí nalgadas siendo pequeña —confesó la agente, sin levantar la vista.

—¿De adulta sí? —curioseó Exe con una ceja enarcada.

—¿Acaba de saltar una notificación de celos en tu pantalla principal, Exe-punto-exe? —murmuró con travesura—. Si quieres, cuando lleguemos al hotel te pondré de rodillas.

Él soltó una risa al ver las miradas incrédulas de los turistas que caminaban cerca.

Resignada, Aitana relajó su cuerpo en busca de una postura más cómoda a pesar del hombro clavándose en su estómago. La sangre estaba subiendo a su cabeza. La mochila del hombre incomodaba.

—Malpensada incluso en momentos como este. Contrólate, mujer.

—Sí sabes que voy a vengarme, ¿verdad?

—Lo espero con ansias, querida Aitana —la provocó, una sonrisa perversa en su boca.

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