Capítulo 11


Sientelvainazo estaba confundiendo sus corazones, se dijo Exequiel tras regresar al hotel esa noche. Todo era una ilusión. El exceso de tiempo libre podría resultar letal para dos adictos al trabajo.

Era momento de buscar su paz interior en aquello que era su especialidad: hacer el mundo arder.

—El objetivo continúa en su guarida. Le calculo unos siete minutos antes de que empiece la cuenta regresiva —advirtió.

Mantenía la campana del estetoscopio contra la pared que daba al dormitorio de los Solano-Méndez. Era lo más cercano a un micrófono oculto que tenían en ese momento.

Demasiado tarde se le ocurrió dejar uno de los auriculares en el interior de la habitación vecina. Ahora debía conformarse con esto.

La puerta del baño se abrió tras de sí. Los pasos rítmicos de Aitana se acercaron acompañados por un suspiro de perfume frutal.

—Creo que el jefe es un otaku fetichista... ¿Por qué rayos tienes puesta la bata médica?

—¿No es obvio? —El joven se apartó de la pared. Alisó una arruga imaginaria de su uniforme blanco impecable y acomodó los puños con toda la dignidad posible—. Porque combina con el estetoscopio.

Levantó la vista, despreocupado. La respiración se atascó en su garganta nada más verla. Cada pensamiento coherente abandonó su cerebro.

Aitana cambió el peso de un pie a otro, los brazos ocultos tras su espalda. Una sonrisa traviesa curvaba sus labios carmín. El humo de sus párpados destacaba la forma felina de sus ojos.

Se encontraba descalza. Unas pantimedias negras con efecto traslúcido abrazaban sus largas piernas hasta perderse en sus muslos, bajo una falda de volantes tan corta que bastaría inclinarse para revelar su apellido.

Un corsé negro con un corazón blanco en el pecho destacaba cada una de sus curvas. Sus rizos salvajes eran una explosión de color enmarcando su rostro.

Levantó una mano enguantada para acomodar los pequeños auriculares, movimiento que inclinó las orejas de gato sobresaliendo de su cabeza. Una cola larga caía por detrás, desde la parte superior de la falda hasta sus tobillos.

—¿Te comió la lengua el gato, cielo? —ronroneó ella, acercándose con un vaivén coqueto de sus caderas.

Exequiel tragó saliva. Se aclaró la garganta.

—Con esa imagen en mi cabeza, esta será una noche dura y larga...

—Es lo más cercano a un piropo que he oído de ti. —Ella apoyó la palma en su pecho y lo fue empujando lentamente hasta que lo acorraló contra la puerta—. Si me despiden de la agencia, ¿crees que me dejen quedarme con este disfraz?

—Convenceré al jefe de que lo incluya en tu indemnización —prometió él, atrapando la barbilla femenina con suavidad.

Le hizo inclinar el rostro hacia la luz para estudiar el maquillaje. El estilo femme fatale no era su preferido, pero reconocía la calidad. La experiencia.

Desaires Felinos tenía acuerdos con academias de estética. Sus empleados podían acceder a capacitaciones completas de maquillaje, peluquería y belleza en general. Para infiltrarse, manteniendo a salvo sus verdaderos rostros, era necesario aprender el arte del camaleón. Ambos se habían tomado muy en serio sus años de estudio.

—Algo no cuadra —murmuró el joven con ojo crítico.

La opinión del otro acerca de su disfraz era muy importante. En algún momento desde que se volvieron compañeros, lo convirtieron en un ritual previo a cada misión. Los consejos que pudieran darse los ayudaban a crecer, a dar lo mejor de sí mismos.

—¿Es porque estoy descalza? De haber sabido habría traído mis bucaneras. —Hizo un mohín mientras él acomodaba las orejas gatunas—. Las únicas sandalias que traje no combinan con esto.

—Sigo preguntándome por qué diablos trajiste tantos vestidos si nos advirtieron que sería zona rural.

—Me sobraba espacio en la mochila. Solo tengo un conjunto deportivo.

—¿Y lo usas?

—Para tu información —dijo clavando un dedo enguantado en su pecho—, de vez en cuando hago ejercicio.

—Comer no es un deporte, nena.

—¡¿Cómo que no?! —exclamó ofendida, retrocediendo tres pasos para poder mover los brazos dramáticamente—. ¿No conoces la Federación Internacional de Competencia de Comidas?

—Quédate quieta. —Riendo, la atrapó por las caderas y la atrajo contra sí.

Ella contuvo la respiración al sentir esas manos subir por su cintura. Eran dedos fuertes, cálidos. Dejaban un cosquilleo a su paso y provocaban un agradable cortocircuito en todos sus sentidos. ¿Cómo se sentirían si la tela que los separaba de su piel se desvaneciera?

—¿Tienes libertad de movimiento o el corsé te está cortando la circulación?

—¿Qué? —La pregunta la arrancó de sus pensamientos. Parpadeó. Encontró los ojos de Exe, quien aguardaba una respuesta. El calor subió a sus mejillas—. Ah, estabas... el corsé... ¡Está bien! —Dejó escapar una risita nerviosa —. Creo que el cierre no es muy firme. Tuve que subirlo varias veces porque se bajaba.

—Quizá deberíamos ponerle un gancho en la parte superior. Pero primero hay algo que me molesta...

Antes de que ella pudiera responder, el joven apoyó un pulgar contra los labios femeninos. Ejerció una ligera presión, entonces lo deslizó hacia la comisura. Dio unos ligeros toquecitos en esa zona, esparciendo el labial.

Luego enterró sus manos en esos rizos cobrizos, lo que provocó que sus rostros quedaran a un aliento de distancia.

Aitana estuvo a punto de cerrar los ojos y dejar escapar un suspiro. Las caricias en el cabello eran su debilidad, aunque él no podía saberlo.

—¿Qué estás haciendo? —susurró ella, sin aire.

—Detalles —explicó él, concentrado cual artista ante su obra maestra—. Demasiada perfección no luce natural. Ni el maquillaje ni el cabello salen indemnes después de un momento caliente.

—¿Es necesario que... estés tan cerca?

Exequiel se detuvo. Tres latidos pasaron. Sus pupilas encontraron las de su compañera. Soltó una maldición y retrocedió de un salto.

—¡Lo siento! No fue mi intención...

—¡Está bien! —Su lengua soltó las palabras antes de que pudiera filtrarlas—. Solo no me culpes por tener pensamientos impuros.

—¿Qué?

—¡Nada! —chilló—. ¡No dije nada!

—Pero acabas de...

Cualquier respuesta quedó en segundo plano cuando escucharon una puerta cerca. La habitación vecina.

"La misión", recordaron al mismo tiempo. El plan para desatar el caos. En ese momento tenían otras prioridades. La razón de su disfraz no era tener una fiesta privada entre ambos.

Recuperando la compostura, Exe abrió la puerta. Apenas lo suficiente para ver una figura atravesar el pasillo en dirección a las escaleras.

—El señuelo funcionó —declaró el muchacho a toda velocidad, apartándose un metro—. Eliza acaba de salir. Si mis cálculos no fallan, le tomará seis minutos recoger el paquete de recepción.

—¡Luces, cámara y acción! Hora de volverme... la otra. —Ella apoyó la mano en el picaporte dispuesta a lanzarse al pasillo.

La mano de Exequiel cubrió la suya, gesto que la tomó por sorpresa.

—¿Estás segura? —preguntó, serio—. Estamos a tiempo de cambiar la estrategia.

—Soy una actriz, esto es un desafío —aseguró con confianza—. Además, sé que estarás cerca para ayudarme a partirle su madre si se sobrepasa conmigo.

—Si te toca un solo cabello, lo sujetaré por detrás mientras pateas su estómago. Podemos usar esto. —Sacó de su bolsillo las esposas encontradas en la mochila del jefe.

—Aww, es lo más dulce que me han dicho en mi vida.

Ella apoyó las manos en sus hombros, se puso en puntas de pie y besó su mejilla. Al apartarse, por accidente rozó la comisura de su boca.

Entonces se escabulló por el pasillo. Golpeó la puerta contigua al ritmo de La cucaracha. Para su decepción, se abrió antes de que terminara la canción.

—¿Al final qué era...? —La boca de Emilio cayó abierta—. No eres Eliza.

—Soy Miautana, agente de Desaires Felinos al rescate de esta situación muy problemática llamada matrimonio. —Se infiltró dentro del dormitorio y cerró la puerta en un movimiento ágil—. Esta es la situación: Soy su amante. Usted elige si nuestra tórrida historia comenzó antes o después de su boda. O también puede negarlo todo mientras su esposa saca las conclusiones pertinentes. La imaginación siempre es más espectacular que la realidad... ¿Alguna duda?

Durante un momento se limitó a escuchar, petrificado en su sitio. Entonces consiguió salir del shock. Sacudió la cabeza. No fue alivio lo reflejado en sus pupilas.

—¡¿Estás loca?!

—Me lo han preguntado antes. Mis análisis psicofísicos tuvieron resultados excelentes. Gracias por su preocupación.

—No, no, no, ¡no! —negó efusivo, llevando las manos a su cabeza—. Vete. ¡Rápido!

—¿No está de acuerdo con romper su matrimonio?

—¡No de esta forma! ¿Qué carajos...? Quiero que Eliza pida el divorcio por las buenas, ¡no que me odie por ser un bastardo infiel!

—¿Acaso existe la opción de divorciarse por las buenas?

—¡Lárgate de mi vista!

—Qué curioso, lo mismo me dijo mi ex la última vez que lo vi. Ni necesitas esforzarte para fingir que tuvimos algo.

Con un gruñido, Emilio abrió la puerta. Sus ojos captaron un movimiento del otro lado. La cerró de golpe. Apoyó la espalda contra la madera, su mirada desesperada, su respiración agitada.

—¿Cambió de opinión?

—¡Silencio!

—¿Emi? —La voz de Eliza desde el pasillo los congeló—. ¿Acabas de cerrarme la puerta en la cara?

—Ah, es que... había una araña y... la pateé.

"Es pésimo para improvisar. Realmente necesitaba los servicios de estos especialistas", pensó Aitana.

Notó las señas frenéticas del hombre. Entonces la situación cayó como un balde de agua helada. Presionó dos veces el botón de sus auriculares, llamada inmediata a Exe. El pitido indicaba un fallo en la conexión inalámbrica. Ella había dejado su celular en su propio dormitorio, pero esperaba que la conexión por Bluetooth continuara activa. Grave error.

—¡Escóndete, maldita sea! —susurró, aterrado, el cliente.

—Emi, no puedo abrir —insistió la mujer desde el pasillo.

—Yo tampoco, Eliza. Creo que está atascada. —Aferraba el picaporte y mantenía un hombro contra la madera.

—¿Tratamos de empujar al mismo tiempo?

—No quiero que te lastimes...

Como era tradición entre los amantes, Aitana se lanzó directo al armario.

—¡Los memes me mintieron! —murmuró al ver las estanterías llenas de mantas y bolsos de viaje. Aunque quitara todo, no había forma de que un adulto cupiera.

Empezó a correr alrededor de la habitación mientras el cliente luchaba por distraer a su esposa. Consideró ocultarse tras las cortinas. No eran lo suficientemente largas o pesadas.

—Voy al baño —declaró en voz baja.

—¡No! —respondió rápido—. Ella entra a cada rato. Ve a la ventana.

—¡No voy a saltar desde el primer piso! —se negó al mismo volumen—. He hecho cosas estúpidas por un hombre, pero esto es exagerar.

—¿Cariño, esas son voces?

—¡No! Es... el celular. Estaba viendo un video.

—Prometiste que nos alejaríamos del internet y la televisión durante nuestra luna de miel. ¿Seguro que no hay algo atascando del otro lado?

Quizá fue el sudor producto del miedo. Volvió las manos de Emilio resbalosas, le impidió continuar aferrando el picaporte. En ese desliz, Eliza consiguió girarlo. Empujó.

Aitana soltó un jadeo y se ocultó tras la puerta.

Durante tres latidos, permanecieron inmóviles. La esposa en el pasillo con una sonrisa satisfecha. El marido frente a ella desde el dormitorio, temblando. La falsa amante a solo un metro, una puerta era lo único que le impedía a la esposa percatarse de su presencia.

Y para rematarla, Exequiel abandonó su dormitorio con una expresión distraída. Vestía un casual uniforme médico. Su cabello despeinado, la marca de un beso en su mejilla y unas esposas colgando de su muñeca derecha.

—Oigan, ¿han visto a mi mujer?

El matrimonio lo miró con distintos grados de incredulidad.

—Hola... —musitó una desconcertada Eliza—. No he visto a Aitana.

—Oh, ¡recuerdas su nombre! Qué memoria. Estábamos jugando al veterinario y su gatita... hasta que comentó que sonaba zoófilo y asesinó el ambiente. Si vamos al caso, vestirse de angelita o diablilla también es muy religioso, ¿no creen?

—Un poco blasfemo —admitió la mujer, avergonzada.

—Como sea. Mi preciosa esposa me ató a la cama. —Levantó la muñeca esposada—. Y dijo que saldría a buscar algo pero no volvió.

—¡A mí me dejaron una caja en recepción! —Levantó el pequeño paquete que acababa de recoger—. Solo tenía chocolatines y una nota con el lema Amiga, date cuenta. Debe ser un juego del hotel.

—Suena como un acertijo interesante —insinuó, sus pupilas desviándose hacia Emilio—. ¿Puedo buscar a mi esposa en su dormitorio?

—¿Qué? —soltó el matrimonio al unísono.

—¿Por qué estaría aquí? —agregó Eliza, aturdida.

—No lo sé, mencionó que su esposo le parecía familiar —explicó, sus ojos abiertos en falsa inocencia—. Mi bella Aitana tuvo muchos trabajos en el pasado, conoció a un montón de gente. Quizá se acercó a conversar y... recordar viejos tiempos.

Emilio empezó a sudar frío. Su pecho subía y bajaba con cada respiración.

Aitana se mordió el labio inferior. Temblaba por la necesidad de advertirle a su compañero que el plan se canceló. Cerró los ojos con fuerza.

"Piensa, piensa", se dio una sacudida mental.

—No he visto a tu esposa ni me interesa conocerla —soltó el cliente.

—Suerte en tu búsqueda —musitó Eliza, confundida por la tensión entre ambos hombres.

Entonces esquivó a Emilio y se infiltró dentro de la habitación que compartían. Cerró la puerta ante la mirada aterrada de su esposo.

La sangre abandonó el rostro del hombre. Sus ojos se clavaron al instante en el sitio donde se había ocultado esa loca. El alivio ante lo que vio lo hizo tambalearse. Ella había desaparecido.

—Te noto muy tenso, mi amor. —Eliza lo abrazó por detrás—. ¿Qué te inquieta?

—Ya sabes cómo soy. Me cuesta relajarme...

—¡Ya sé! Te haré un masaje. —Sonrió, emocionada. Atrapó su mano y lo llevó a la cama—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez. Antes te gustaban los masajes... con final feliz.

Bajo la cama, Aitana contenía la respiración. Observó el colchón hundirse bajo el peso de ambos. Trató de moverse para alejarse del costado y escuchó un sutil crujido. Sus ojos se abrieron con horror al sentir que el cierre a su espalda se había deslizado un centímetro hacia abajo.

"Lo que me falta, terminar en topless en la habitación de un desconocido", maldijo su suerte. Tenía que salir de ahí lo más pronto posible. "Maldito Exequiel, ¿dónde está el príncipe azul cuando la damizuela lo necesita?".

Algo estaba tirando de su falda. La cola felina del disfraz sobresalía unos centímetros debajo de la cama. Las zapatillas de Eliza habían caído justo sobre ella. Aitana contuvo el aliento, trató de recuperarla sin hacer ruido. Era un proceso lento.

—¿Escuchaste eso? —la pregunta de Eliza hizo que su corazón subiera a su garganta.

—¡No oí nada!

—Fue como algo arrastrándose. ¿Crees que haya una rata bajo la cama?

—¡No! —Se aclaró la garganta—. Este hotel es de calidad, su control de plagas ha de ser excelente... —Bajó la voz a un murmullo hostil—. Ojalá también funcionara con plagas humanas y vecinas.

—¿Qué dices? ¡Si nuestros vecinos son encantadores! Tienes los hombros muy contracturados. ¿Sabes, Emi? —La voz femenina bajó su volumen a un tono sugerente—. Me dijeron que Sientelvainazo es ideal para recuperar la llama...

—Creí que era bueno para vivir aventuras nuevas, no revivir las pasadas —pronunció la voz aguda del hombre.

—Para eso está la Reserva Yavalimos. Estamos en nuestra luna de miel, quiero que construyamos recuerdos inolvidables.

—Oh, definitivamente estoy experimentando eventos inolvidables...

Aitana vio sus pies de regreso en el suelo. El hombre pateó disimuladamente las zapatillas y empujó la cola de regreso a su dueña. Aunque sabía que él no podía verla, la agente levantó su pulgar en el estrecho espacio que tenía.

—Vuelve a la cama. Recién estoy empezando tus masajes.

—Muero de hambre. ¿Bajamos a cenar?

—¡Pidamos servicio a la habitación!

—¡No! Quiero decir... la noche está increíble. Bajemos... a comer... Necesito aire.

—Está bien... —La decepción se delató en su voz— si es lo que quieres.

"Eliza es una buena persona, demasiado considerada", reflexionó Aitana. Casi sentía culpa por arruinar su matrimonio, pero era por su bien. Ella merecía algo mejor.

Cerró los ojos con alivio al oír sus pasos abandonando el dormitorio. Decidió aguardar unos minutos, no fuera que regresaran de repente por algún bolso o abrigo.

En menos de sesenta segundos, su predicción se cumplió. Contuvo la respiración, agudizó el oído.

Pasos en el pasillo. La puerta se abrió con un crujido sutil. Una presencia avanzó hasta la cama, se agachó y asomó su cabeza.

Encontró unos iris grises astutos, perversos.

—Eres insaciable, mi amor —pronunció Exe en un ronroneo—. Con lo que me esfuerzo en mantenerte satisfecha todavía te queda energía para buscar al vecino.

—Vete al diablo, querido.

Él dejó escapar una carcajada. Atrapó su mano y la ayudó a salir.

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