Sorpresa
Abigail no quería levantarse de la cama. Llevaba media hora despierta, recargada en el pecho desnudo de Hermann, él abrazándola por la espalda para pegarla más a su cuerpo.
—Debo ir al baño. —Se quejó ella moviéndose lentamente para bajar de la cama. Se puso unas bragas, una blusa negra de tirantes y unos pantalones verde militar.
—No te vistas. —Le pidió Hermann admirando su cuerpo.
—Sabes qué pasó la última vez que nos quedamos sin ropa todo el día. —Sonrió al recordar aquel divertido momento.
—Te puedo asegurar que el señor Amorhim no se volverá a aparecer en nuestra casa después de ver lo que vio. —Soltó una carcajada.
Hermann también bajó de la cama a regañadientes. Se puso una camisa y unos bóxers.
—Soy muy afortunada. —Abigail llamó su atención. La chica miraba la entrepierna de su novio sin disimular.
—No muchas han tenido el éxito de poseerme. —Le guiñó un ojo. Abigail estaba a punto de responderle cuando escuchó unos pasos a lo lejos. Agudizó el oído.
—Espera —le susurró levantando el dedo índice para indicarle que no hiciera ruido y que no se moviera—, hay personas afuera.
— ¿De qué estás hablando? —Preguntó él sin entender. No solían tener visitas—. ¿El señor Amorhim? —Abigail negó con la cabeza.
—Son muchos, al menos una docena.
—Abi...
— ¡Abajo! —Ordenó mientras se tiraba al piso. Hermann le hizo caso pero vacilando—. Toma las armas que tenemos. —Sacó dos que tenía debajo de su lado de la cama y revisó que estuviesen cargadas, Hermann hizo lo mismo.
— ¿Cómo sabes que no son simplemente personas pasando por aquí? —Aunque él sabía que eso era poco probable debido a que no era una zona muy poblada.
—Están buscando posiciones para atacar, me parecen que llevan armas.
— ¿Qué estás diciendo? —Rodeó la la cama de cuclillas para acercarse a ella y así alejarse de la ventana a lado de la puerta.
—Los escucho.
— ¿Los escuchas? —Preguntó incrédulo.
— ¿No te lo dije? —La miró esperando a que continuara—. Tengo un oído muy bueno, cosa que me facilitó bastante mi trabajo... —pensó un segundo antes de corregirse—. Ex-trabajo —se deslizó hacia el ropero de madera a lado de la cama, Hermann la siguió—. Uno viene —dijo al escuchar un par de pasos acercándose a la puerta—. No hay dónde ocultarnos.
— ¿Y si lo matamos antes de que entre?
—Van a disparar desde afuera...
—Entonces —señaló el armario— hay que subirnos a este mueble —aquella idea era muy extraña—. Supondrán que nos tiraremos al piso si disparan, no apuntarán al techo. —Abigail asintió, no muy convencida. Hermann dejó sus armas en el suelo para entrelazar sus dedos apuntando las palmas hacia arriba. La chica colocó un pie sobre sus manos y se impulsó para subirse al ropero. Una vez que estuvo sobre éste, acostada boca abajo, soltó el arma que tenía en su mano derecha para poder estirársela a Hermann y ayudarlo a subir. Entonces escuchó un arma siendo cargada, justo en ese momento la perilla de la puerta comenzó a girar. Con el arma en su mano izquierda apuntó, no podía dejarlo pasar; si lo hacía, sabrían su ubicación exacta en la casa, así pues, calculó la zona en donde se encontraría el torso de quien estuviese al otro lado y jaló el gatillo. Aún con el grito de la persona afuera, Abigail escuchó claramente el conocido sonido de los seguros de las armas siendo quitados. Por primera vez en su vida sintió algo que jamás había sentido: terror. Miró a Hermann con pánico en sus ojos, pero él sólo le dedicó una ligera sonrisa para tranquilizarla. Hizo un último intento por ayudarlo a subir cuando una lluvia de balas cayó sobre la casa. Por instinto con su mano izquierda se cubrió la cabeza sin soltar a Hermann. Sintió que al menos dos balas la habían alcanzado pero hasta ese momento no le dolía.
Después de unos interminables segundos los balazos se detuvieron pero fueron sustituidos por armas siendo recargadas; fue entonces cuando sintió el peso de Hermann en su mano. Se asomó lentamente por el borde del armario sabiendo lo que vería. La cabeza de Hermann caía hacia enfrente, con la frente pegada al ropero, lo soltó demostrando que su agarre era lo único que lo mantenía de pie pues cayó al piso quedando boca arriba y la mirada hacia la cama. Un charco de sangre comenzó a formarse rápidamente a su alrededor, los ojos de Abigail se llenaron de lágrimas. Pareció que el ruido que hizo su cuerpo al caer les advirtió a las personas de afuera el lugar en donde se ubicaban pues los disparos regresaron pero está vez más balas atravesaron el cuerpo de Abigail.
Cuando dejaron de disparar por segunda vez aprovechó para intentar bajar del armario pero su cuerpo lastimado no pudo hacer más que arrastrarse hasta caer de panza sobre el cuerpo de Hermann. No pudo evitar morderle el pecho para omitir el grito de dolor; sentía que le estaban taladrando cada centimetro de su ser.
Sin saber cómo, logró girar para bajar de encima de él y acomodarse a su lado. Los ojos de Hermann miraban a ningún lado, Abigail se esforzó por levantar su mano derecha y cerrárselos de tal manera que pareciera que estaba dormido, acarició su mejilla; era tan bello. Una lágrima resbaló por su mejilla, no recordaba la última vez que había llorado de tristeza, ni siquiera estaba segura de haberlo hecho alguna vez en su vida.
De repente escuchó que la puerta de abrió y unos pisadas que parecían exageradas a propósito se acercaron a ellos. Abigail se obligó a girar la cabeza para mirar a la persona que había entrado pensando que sería Ferdinand buscando venganza por haber castrado a su hijo. Pero se sorprendió bastante cuando aquel hombre vestido completamente de negro se quitó el casco debido a que reconoció al instante sus ojos azules y cejas pobladas detrás del pasamontañas. El hombre frente a ella se puso de cuclillas para acercarse más a su rostro.
—Sorpresa —dijo mientras se quitaba el pasamontañas—. es una lástima que hayas elegido el equipo equivocado —analizó su cuerpo antes de continuar—. ¿Qué le dijiste a Ferdinand ? —Abigail, sin saber de dónde, sacó fuerzas para hablar.
—Pudiste tocar la puerta y ser más amable al preguntar. —Tosió escupiendo algo de sangre. Él sonrió ante su respuesta.
—Siempre me gustó tu sentido del humor —admitió antes de volver a ponerse serio—. Ahora, si nos dices todo lo que le confesaste a los alemanes, te llevaremos a un hospital. —Prometió.
—Tú y yo sabemos que no saldré viva de aquí.
—Es verdad, olvidaba que conoces el proceso —le puso un arma en el hombro—. ¿Qué te parece esto? O me dices lo que quiero saber —le quitó el seguro— o haré que tu muerte sea más dolorosa aún. —Sabía que hablaba enserio y que él podía hacer que sus últimos minutos de vida fueran peor que la situación en la que ya estaba.
—Sólo... —tosió, ni siquiera era capaz de describir el dolor que sentía en todo su cuerpo—. Hazlo rápido.
—Sabes —estaba acostumbrado a que las personas a las que interrogaran le suplicaran que los mataran— que así no es como funciona est...
—Si alguna vez —lo interrumpió— sentiste algo por mí, hazlo rápido. Dile que me resistí a hablar. —Los ojos azules del hombre se fijaron por unos interminables treinta segundos en ella. Sin decir nada se puso de pie. Ella, sabiendo que lo había convencido, giró su cabeza hacia Hermann, es lo último que quería ver en su vida, el hermoso rostro del único hombre al que había amado de verdad. Entrelazó sus dedos con los de él, cerró los ojos.
El hombre jaló del gatillo, la bala le atravesó la cabeza matándola al instante. Respiró pensando en lo que acababa de hacer; esa parte del trabajo nunca le había gustado.
—Señor... —Una chica detrás de él llamó su atención.
—Limpien este desastre. —Ordenó saliendo de la casa.
—Sí, señor. —Al menos cinco personas se pusieron en marcha para desaparecer los cuerpos y limpiar la escena.
Robert sacó el celular desechable que le habían dado después de encargarle aquella misión para que confirmara cuando estuviese cumplida. Llamó a la oficina.
— ¿15, 20, 43, 58, 26? —Escuchó al otro lado del teléfono.
—6, 1, 4, 9, 7 —respondió, esperó unos segundos pero nadie habló, entonces él lo hizo—. Conéctame con G.
—Puede dejarme el mensaje a mí.
—No, G me pidió especificame que hablara con él.
— ¿Por qué?
—Preguntáselo. —Sabía que no lo iba a hacer, nadie nunca cuestionaba las órdenes de G; así como Robert no lo había hecho cuando lo mandó a eliminar a una chica con la que (seguramente sabía) se había acostado. G lo sabía todo; de alguna manera hubiese averiguado si él no cumplía la misión y, si en cambio, ayudaba a Abigail a escapar, cosa que ni siquiera le había pasado por la cabeza.
— ¿2, 0, 6, 3, 1, 7? —Aquel era un código que G había creado especialmente para él.
—C, 4, 1, p, 3, 7, 4, s, 3, 11, 4, d, 4. —Nunca antes había tenido que confirmarle directamente a G cuando completaba una misión; claro, nunca antes había asesinado a una traidora de la DIA.
—Limpien todo y salgan de ahí en cuanto antes, que nadie los vea.
—Sí, señor. —Robert ni siquiera había pronunciado la última letra cuando G terminó la llamada. El de ojos azules volteó la cabeza sobre su hombro para ver cómo sacaban el cuerpo de Abigail cubierto por una sábana color negro. No se quedó para ver a Hermann quien, según Abigail, sólo era un medio para lograr que confiara en ella; nadie se imaginó que ambos terminarían enamorados.
Robert deseaba que nunca le pasara algo similar; él jamás sería capaz de poner su trabajo ni su propia vida en riesgo por otra persona.
El hecho de que Abigail y Hermann viviesen en una pequeña casa en un lugar bastante remoto les facilitó a los agentes no ser vistos por personas curiosas; de cualquier forma, si alguien los había visto dirían que ellos eran una pareja terrorista que planeaba atacar algún punto turístico de Brasil, eso haría quedar a Estados Unidos como los héroes.
Robert se alejó caminando se ahí evitando pensar en lo que acababa de hacer.
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