Hermann Schäfer

     El día siguiente se le pasó recorriendo la ciudad esperando encontrar a aquel hombre; como aún no sabía su nombre no podía pedirle a la DIA que lo siguieran así que tenía que hacerlo ella misma. Después de horas y horas de caminar, por fin lo vio sentado en una cafetería bebiendo una malteada de fresa. Antes de entrar se abrió los primeros tres botones de su blusa, dejando ver un poco sus senos; era algo que siempre funcionaba. Se sentó en una mesa donde podía fingir que ella no lo veía pero donde él tenía que verla sí porque sí. Una mesera se acercó para tomar su orden, Abigail pidió lo mismo que parecía estar tomando el hombre. No pasaron más de dos minutos cuando él se acercó hasta su mesa sujetando la malteada con su mano izquierda.

     —Hola. —Habló él para llamar su atención. Abigail lo miró de arriba a abajo como si estuviera sorprendida de verlo.

     — ¿Acaso estás siguiéndome? —El chico se rio.

     — ¿Cómo sé que tú no me estás siguiendo a mí? —Abigail sonrió levantando las manos a la altura de la cabeza, como si el hombre le estuviese apuntando con un arma.

     —Me atrapaste. —Él volvió a reír.

     — ¿Me puedo sentar? —Preguntó. La chica asintió—. ¿No te parece una coincidencia? —Ella lo miró con atención—. Ayer tú y yo estábamos en Boston y ahora ambos estamos en Washington...

     —Tal vez es el destino, —recargó sus pechos sobre la mesa dejando que estos se vieran más grandes de lo que realmente eran— digo, ¿cuáles son las probabilidades? —Notó triunfante cómo el hombre bajaba la mirada a la altura del escote.

     — ¿Puedo saber cómo te llamas? —Regresó la vista a los ojos de Abigail.

     —María Hernández. —Levantó un brazo sobre la mesa para extenderle la mano.

     —Hermann Schäfer. —Él la tomó.

     —Que nombre tan... extranjero, ¿de dónde eres?

     —Alemania —como si estuviese leyendo la mente de Abigail agregó—, pero mi madre es de Inglaterra, por eso el acento —la chica sonrió ligeramente, aunque el hombre no le cayera bien, no podía negar que su acento era bastante seductor—. Puedo ver por el tuyo (además de tu aspecto) que eres de Centroamérica o Sudamérica, tal vez de México.

     — ¿Por qué, para los extranjeros, todos los que hablan español y son de piel morena son de México? —Volvió a recargar sus pechos sobre la mesa notando como surtía efecto el que Hermann volteara a verlos.

     —Yo dije que tal vez eras de México...

     —Y lo soy, pero dijiste "Centroamérica". México forma parte de Norteamérica. —Informó.

     —Vaya... No sabía eso, no quería ofenderte.

     —No me ofendiste —le tocó la mano de manera seductora—. Piensa que fue una clase gratis de geografía.

     — ¿Qué crees que estás haciendo? —Preguntó cambiando drásticamente de tema.

     — ¿De qué hablas? —Abigail dejó de rozar sus dedos con la piel del hombre.

     —Ayer y el día entes de ayer me mirabas como si no soportaras mi presencia y ahora estás aquí, con ese escote —señaló los pechos de la chica con el dedo índice— y acariciando mi mano. ¿A qué juegas?

     —Eh... Yo... —Pensó rápido en una explicación—. Bueno... ahora que sabes en dónde trabajo, no me pareció buena idea comportarme así, además, si te agrado significaría que me darás más propina la próxima vez que vayas. —Bromeó. Hermann pareció creerle porque soltó una pequeña risa.

     —Su malteada de fresa. —Llegó la mesera interrumpiendo aquel incómodo momento. Abigail le agradeció.

     — ¿Gustas? —Le ofreció.

     —No, gracias, yo pedí una exactamente igual. —Enseñó la bebida que ya iba a mitad del vaso.

     —Creo que estamos rodeados de coincidencias —dijo como si no fuese ella la causante de las mismas—. O tal vez te he estado espiando y sé que te gusta la malteada de fresa—Hermann rio creyendo que lo decía de broma—. Y dime —cambió de tema—, ¿cómo es que el día antes de ayer estabas en Boston y ahora estás aquí?

     —Era un vuelo a escala. Llegué desde Alemania.

     — ¿Por trabajo o por placer? —le dio un trago a la malteada de manera "sexy". Hermann le miró los labios mientras se la mía los suyos.

     —Trabajo —pestañeó varias veces como regresando a la realidad—, ¿y tú?

     —Lo mismo. Una amiga se cambió de ciudad y dijo que había una vacante en ese restaurante.

     — ¿Te mudaste de estado por un puesto como mesera?

     —En Boston estaba desempleadas —se encogió de hombros—. Las personas necesitamos dinero para sobrevivir —le dio otro trago a su malteada—. ¿A ti qué puesto te ofrecieron para que decidieras venir desde Alemania? —Esa pregunta lo tomó por sorpresa. Abigail supo que la había hecho de manera bastante precipitada.

     —Si te invito algún día a salir, ¿aceptarías? —Cambió de tema, otra vez. La chica supo que sería en vano insistir por saber su posición en el "trabajo".

     —Tal vez... —Fingió que pensaba de manera exagerada—. Tendrías que decirme qué día planeas invitarme para ver si no tengo cita con alguno de mis otros pretendientes. —Bromeó.

     —Quizás mañana lo haga. Puede ser que vaya a tu trabajo y ahí te pregunte. —Abigail sonrió aunque internamente no le gustaba saber que tendría que ir a trabajar al día siguiente esperando que efectivamente Hermann fuese hombre de palabra y llegara al restaurante.

     —Tal vez mañana acepte, tendremos que averiguarlo.

     Ambos charlaron por horas y horas hasta que fue oscureciendo. El chico se ofreció a llevarla hasta su apartamento pero ella se negó.

     A la mañana siguiente fue a trabajar esperando que Hermann realmente llegara. Aproximadamente a las 4 de la tarde apareció, pero para la sorpresa de la chica éste no iba sólo, estaba acompañado de Ritter y Johann.

     —Hola, bienvenidos —se acercó a los tres hombres—. ¿Esta vez no viene el otro?

     — ¿Está hablando de mi padre? —Preguntó Johann.

     —No —le respondió Hermann a Abigail ignorando por completo a Johann—, hoy es más una visita por placer. ¿Recuerdas de lo que hablamos ayer? —Abigail levantó una ceja como respuesta—, quería saber si te gustaría que saliéramos cuando salgas del trabajo. —La chica volteó a ver a los otros dos hombres.

     — ¿Pueden entendernos?

     —Comprenden la mayoría de lo que escuchan, pero no saben hablarlo.

     —En ese caso —regresó sus ojos a  Hermann— no acepto tu invitación. —Johann soltó una carcajada.

     — ¿Qué? —Hermann se notó bastante sorprendido por esa respuesta pero, antes de que pudiese decir algo más, la chica se alejó de la mesa para que alguno de sus compañeros los atendiera.

     Cuando terminaron de comer, Abigail se dio cuenta de que Ritter la miraba fijamente quien levantó una mano y dibujó una firma imaginaria en el aire. La chica entendió que él le pedía la cuenta así que se la llevó antes de volver a alejarse de la mesa lo más rápido posible dándole una rápida mirada a Hermann, él la observaba de una manera la cual delataba que aún no entendía porqué ella había rechazado su invitación. Después de unos minutos Hermann caminó hasta donde ella se situaba extendiéndole la pequeña carpeta en donde los meseros ponían el ticket de la cuenta y, los clientes, el dinero.

     —No tenías que hacerlo, podía ir a tu mesa.

     —Necesito hablar contigo —dijo seriamente el hombre—. Y no quiero que me vuelvas a poner en ridículo frente a ellos.

     — ¿Sobre qué? —Abigail fingió no saber de qué hablaba.

     —No te hagas, sabes a lo que me refiero —la chica lo miró esperando a que continuara—. ¿Por qué no aceptaste mi invitación a salir?

     — ¿Sabes lo que parece? ¿, trayendo a tus amigos para que observen cómo una mesera (quien se comportó grosera contigo) ahora acepta salir? No lo sé, podría pensar que tus amigos apostaron que yo no aceptaría, y tú, sabiendo que te había dicho que tal vez te diría que sí, ya tenías una ventaja para ganar la apuesta.

     —Yo jamás haría eso. —Se mostró sorprendido e indignado.

     —Bueno, no lo sé, no te conozco. —Abigail se cruzó de brazos.

     —Eso es lo que te estoy pidiendo, que me conozcas —la chica se sorprendió, no esperaba esa respuesta—. ¿Qué dices?, ¿aceptarías salir conmigo hoy? —Abigail realmente quería negarse pero no podía pues su jefe le había ordenado que mantuvieran una relación más estrecha.

     —De acuerdo, salgo en media hora.

     —Te espero, y no te preocupes, le diré a mis amigos que se vayan.

     —Más te vale, porque acepté una cita contigo, no con ellos. —Bromeó sacándole una sonrisa a Hermann. Fue en dirección a sus amigos y les dijo que se fueran dar más explicaciones.

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