Uno
Todas las noches recuerdo cuando mi madre, aquella pelirroja bajó las escaleras con dos maletas entre sus manos. En la entrada estaba mi padre que por algún motivo no la miró a los ojos sino que su vista estaba posicionada en el suelo buscando algo, quien sabe, capaz buscaba su dignidad o el poco orgullo que le quedaba.
Ella sin más, solo se limitó a mirarme y despedirse como si se fuese ir al trabajo, aunque jamás regresó. Por otro lado, a mi padre no le dijo nada si no que una bofetada en su mejilla fue la forma más sutil de despedirse, sin palabras, sin llantos ella se marchó para no regresar. En las penurias de los ojos de mi padre quedó enojo, odio, resentimiento y culpa ya que que mi madre sabía que era infiel y entonces, fue uno de los principales motivos para dejarme aquí y darme una lección, que sufra todo lo que ella sufrió.
Con su partida todo se fue tras ella. Las paredes ya no tienen su color habitual, las cortinas eran azules ahora mismo son grises, los azulejos brillaban y en los marcos de las ventanas los pájaros se posaban a cantar como una madre solía hacerlo meciéndose de un lado a otro mientras le cantaba a su pequeña hija, prometiéndole que todo estaría bien, que los golpes no me atormentarían y las cicatrices se curarían con el paso del tiempo.
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