Dos

A los pocos meses el hogar familiar donde crecí se convirtió en un prostíbulo. Las ventanas estaban cubiertas por enormes cortinas de colores tan llamativos como el mismo demonio, luces neón y mucho alcohol era lo que jamás podría faltar.

Los hombres entraban y salían todas las noches acompañadas de finas damas con pequeñas cedas traslúcidas en sus vestimentas. En algún momento esto me incomodó, hasta que supe que estaba bien, era un juego quisquilloso saber que me tendría que enojar por estas cosas y a su par, me comparaba con las mujeres que entraban a mi habitación. Algunas eran rubias de hermosas siluetas, otras morenas, altas y flacas, lo cual eran los principales requisitos para trabajar en la "Gran Casa" ser mujer y tener una buena figura.

Al paso del año la Gran Casa era uno de los lugares más visitados, ya había desaparecido todo rasgo de hogar familiar. Las plantas habían sido reemplazadas por grandes plataformas brillantes, los portarretratos que posaban en la mesa principal ahora era puro éxtasis de diversión. Por otro lado, la planta alta no era más que un lugar lleno de habitaciones separadas por cortinas donde quedaba a libre imaginación lo que pudiera ocurrir en esos pequeños cubículos repletos de hombres con sus atroces lenguas y desgarradoras garras que maltrataban hasta el punto de matar por completo la inocencia de aquellas damas. Mi habitación no pasó por alto, ahora era el vestuario principal de las que trabajaban en el lugar, aquellas bailarinas semidesnudas que solo servían tragos.

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