Títere de sus demonios

—Entonces hazlo.

Estaba confundido; maldita sea había algo en mi cabeza que me entorpecía el pensar. Más allá de mis ojos había una barrera, una que hacía todo más irreal aún. Lento, el tiempo pasaba lento conforme mi habilidad de procesar se ralentizaba.

El cambio en el aire no ocurrió como los libros me enseñaron, no detecté una misteriosa densidad ni una pesadez en el vacío. Todo lo que pude hacer fue apoyar una mano en la encimera y mover mi mirada del suelo a su rostro. Entonces lo entendí, comprendí que Tae no me dejaría en paz ni aunque mi presencia se volviera inexistente... Y todo por esa sonrisa.

Una línea retorcidamente hermosa capaz de hacerme temblar más que los relatos de Poe. Se acercó, apenas fue un paso hacia adelante y ya mis piernas dudaron sobre si podían sostenerme.

—¿Qué? —mi voz era tan chiquitita y débil como casi no recordaba; en mi niñez, la mía propia, había un monstruo bajo la cama. Uno preparado para halarme los pies y devorarme. Este hombre de ojos rojizos lograba en mí la misma reacción de terror.

Y todo por la maldita sonrisa que me seguiría en pesadillas.

—¿No quieres dejar de existir? ¿No hablas de suicidio, Jeon?

A duras penas asentí, temeroso porque diera un paso más cercano a mí.

—C... Creo que es la única manera de regresar a donde pertenezco. Es un último intento. No quiero estar más aquí.

Delineó con uno de sus largos dedos su labio inferior en gesto pensativo, realmente su aspecto no era amenazante en sí. Su cuerpo resultaba más bien hermoso, el equilibrio perfecto de sus curvas y el bello largo de sus piernas. También estaba su rostro, la musa de cualquier artista ¿Cómo tal ser podría ser un monstruo?

Pero no hay que olvidar que Lucifer fue el ángel más hermoso.

Recorrió el espacio entre ambos y dio un ligero toque en mis hombros, un empujoncito que no pudo lograr más que una inclinación de mi parte.

—¿Entonces te cortarás las venas? — Murmuraba, sus labios apenas se despegaban al hablar—. ¿O te colgarás de un árbol?

Dejó de dar empujoncitos para agarrar con delicadeza la zona que golpeteaba. Sentí la ligera presión de sus dedos en mis hombros antes de dar una ligera sacudida.

—Hazlo, Jeon —sonrió y su sonrisa me clavó en el mismo infierno, antes de detener mis pasos. Solo tu corazón siente compasión en la tierra de los desgraciados, no te sientes solo — ¡Suicídate Jeon!

Ya para este entonces unas lágrimas cálidas viajaban por mis mejillas, desprovistas de miedo o desconfianza.

Quería abrazarlo.

Su siguiente movimiento nos llevó a ambos al suelo, me empujó apoyando todo su peso en mis hombros y mis piernas no bastaron para detener la caída. En el suelo del baño, con un cuerpo encima mío elevado con elegancia como si fuera el rey del mundo. Tal vez no lo era, pero yo no me sentía como algo más que un cordero a punto de ser despellejado. Cada una de sus rodillas se apoyaron a los lados de mi cadera, mis ganas de llorar limitaron mis movimientos a plena quietud.

Sentí, en primer lugar, que aquel ángel de ojos rojos necesitaba más atención de la que estaba dispuesto a pedir.

Una caricia inesperada en una mejilla, una que se deslizó por el largo de mi mandíbula hasta cerrarse con crueldad alrededor de mi cuello.

—¿Pero sabes qué haré una vez te quites la vida?

Su tono no es más que un susurro, un tétrico canto solo para mis oídos.

«¿Podré borrar algún día la imagen de esa sonrisa de mi cabeza?» me pregunté.

Y más que borrar, diría reemplazar; con el tiempo lo reemplacé por sus lágrimas, que no daban espacio a las mías.

Sin embargo, aquella expresión me cambió la vida en su momento, pues que era la más preciosa y aterradora que mis ojos habían visto. Ni siquiera mi imaginación portentosa podría recrear algo así.

«Desquiciado desquiciado desquiciado desquiciado desquiciado desquiciado desquiciado desquiciado desquiciado desquiciado desquiciado desquiciado» repetía sin espacios para signos.

—¡Suéltame!

Y finalmente el miedo pulsó el botón para permitirme reaccionar.

—Sería tan fácil disfrutar de tu cuerpo si no puedes moverte —desde mi posición observaba shockeado el baile de su lengua al esbozar las palabras, un músculo húmedo que parecía perteneciente a una víbora—. Tan fácil joderte si tus gritos no alertan a los vecinos. Dime Kookie, ¿eso no me ahorraría trabajo?

– ¿Qué mierda estás diciendo Tae? ¡QUÍTATE!

Algo se encendió en sus ojos rojos, antes de terciopelo y ahora metálicos como la sangre misma.

—Oh, joder... Tendré que grabarte diciendo mi nombre así, Jeon... Ya que luego no podrás.

El agarre en mi cuello aumentó al igual que mis intentos fallidos de golpearlo.

—¿Entiendes lo que estoy diciendo? —hablaba en serio... Lo que decía no era una broma, no eran palabras vacías para asustarme, estaba frente a una persona que no le temía a nada—. Ni te imaginas el favor que le haces a mi polla desapareciendo.

—SUÉLTAME MALDITO ENFERMO.

Los gritos estrangulados escaparon del agarre amenazante de su mano en mi cuello. Bajó la cabeza acercando así la boca a mi oreja.

—Grita más, ¿sabes cuántos se deben estar masturbando allá afuera con tus gritos?

«¿Por qué hace esto?»

Esta vez sí logré pegarle, fuerte mi puño impactó contra su espalda una y otra y otra vez, rogando a base de golpes que no me tocara, que dejara de decir cosas tan horribles.

—¡Déjame morir en paz! ¡Es mi jodida vida y yo decido qué hacer con ella!

—Pero si te lo estoy pidiendo... —rozó nuestras narices con una sonrisa que rebasaba lo tierno—. Hazlo... Quiero verte sangrar y luego hacerme con tu precioso cadáver. ¿Te consigo las cuchillas?

Y empujó, y empujó, hasta hacerme romper en llantos. 

—Sácame de aquí, no quiero más esto, por favor —y el terror hundió mi esperanza por regresar a lo único que m importaba por encima de mí mismo—. No quiero morir... No voy a morir así que para esto.

En aquel momento, recuerdo que lo abracé, un abrazo que aún hoy en día desconozco quién lo necesitaba más.

Se congeló, contrario a todas mis hipótesis sus ojos se abrieron en demasía, más que puertas murallas caídas. Casi esperé que llorara sangre, que la negrura de su alma se escapara de su ser y se evaporara frente a mí. Vi las cuerdas desaparecer, porque Tae no era más que un títere de sus propios demonios.

Pero a mí no me importaban sus miedos a sus locuras, yo solo quería un abrazo de la única persona que me había prestado atención en aquel lugar. Independientemente de sus razones.

—¿Q... Qué?

Con las manos temblorosas hice a un lado su agarre de mi cuello para adquirir movilidad, con las escasas fuerzas que la sombra de mi pasado me confirió rodeé su torso y coloqué las manos justo donde había golpeado minutos antes, tal vez segundos.

Contrario a todo pronóstico me abracé al monstruo de ojos rojizos.

—Tienes que ayudarme porque ahora por tu culpa... Por tu culpa me doy cuenta de que tengo miedo a estar solo, por primera vez en mi vida.

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