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Azuzando a su caballo, Azur, Mia rió. El viento desordenando su cabello, mientras su risa se hacía cada vez más constante.
-¡Te dije que no podrías ganarme! - gritó manteniendo su mirada al frente. Cabalgaba a toda velocidad por el prado, en una carrera propuesta por ella. Charles la seguía de cerca.
-¡Solo porque partiste antes de tiempo, tramposa! - grito él en respuesta, obteniendo una carcajada de vuelta. Ya había pasado una semana desde su regreso, y la mayor parte de esta la había pasado dividiendo su tiempo entre sus nuevas labores como duque y Mia. Todos los días la visitaba, una repentina necesidad lo invadía, disfrutando de cada momento vivido en su compañía.
Ella era como un soplo de alegría para soportar la tristeza por la reciente muerte de su padre y la responsabilidad con la cual cargaba ahora. Era un Duque y tenía responsabilidades, pero realmente no se sentía preparado para ello. No aún, se suponía que su padre tendría una vida larga, haciendo lo que más adoraba, ser un Duque.
De repente y de forma abrupta, Mia detuvo su montura, a lo lejos diviso a un hombre vestido de negro caminando entre los árboles del pequeños bosquecito que se encontraba a unos cuantos metros. Soltó un pequeño suspiro cuando noto el uniforme usado por los guardias del castillo. Seguro su padre lo había enviado para que estuviera al tanto de ella.
Sin prevenir esto, Charles emitió un pequeño grito antes de que su yegua, tratando de evitar a Mia y su caballo, girara con brusquedad y lo derribara.
-Maldición -gimió, mientras trataba de recuperar el aire que había perdido con aquella caída. Su espalda y cabeza habían recibido todo el golpe, por lo que además de tener problemas para recuperar el aliento, todo le daba vueltas.
-¡Oh, Dios, Charles! - exclamó Mia, bajando de su caballo y corriendo a arrodillarse junto a él. - Lo siento, fue mi culpa, lo siento - sus ojos se llenaron de lágrimas al verlo en aquella situación. Ella y sus malditos actos impulsivos. Rápidamente aflojo el nudo de su corbata y desabotono los primeros botones de su blanca camisa, esperando que esto lo ayudará a coger aire. - Respira, por favor - susurro, logrando poner la cabeza de él sobre sus faldas, allí estaría más cómodo. Suavemente acarició el rostro masculino, mientras sentía como su corazón latía enloquecido por la preocupación. Cuando había oído su grito y visto su caída, sintió como su corazón se detenía. Una horrible sensación que no le gustaba, para nada.
Cuando su respiración volvió a la normalidad, lo primero que Charles vio fue el rostro afligido y empapado en lágrimas de Mia. Ella trataba de evitar los sollozos mientras le acariciaba el rostro.
-No llores - murmuró él, levantando su mano y posándola en la mejilla de la joven. Aún no quería mover la cabeza de su regazo, aquello era el cielo, además aún sentía que el mundo le daba vueltas.
Menuda caída.
-¿Estas mejor? - Mia cerró los ojos antes sus caricias, adoraba cuando le acariciaba el rostro de aquella forma, como si la adorara - lo-lo siento - abrió los ojos y apartó la mirada, avergonzada por ser la culpable de su caída. - quizás deberíamos volver e ir a ver al médico, necesitas que te revise -.
-Estoy bien, no te preocupes, estoy seguro de que no fue tu culpa - él sonrió a medias. Eran tan dulce cuando se lo proponía.
De repente, y casi como en un sueño, se encontró irguiéndose y tomando lo labios ella entre los suyos. Besándola, eso estaba haciendo.
La besó con suavidad, enseñándole cómo hacerlo y al mismo tiempo deleitándose con la dulzura y calor de sus labios.
Mia suspiró, dejando que él la guiara y provocará. No tenía muy claro lo que sentía en aquellos momentos, pero si estaba segura de que había miles de mariposas revoloteando en su estómago, probablemente eran pájaros revoloteando. La mariposas eran para las protagonistas de los libros de amor que Beth leía.
Pero aquello no podía sucederle a ella, ¿verdad? No cuando tenía tantos sueños por cumplir, el amor simplemente no cabía en sus planes.
Si su padre supiera lo que estaba haciendo en aquellos momentos seguro la encerraría en su habitación y exiliaría a Charles, el Rey era la persona más celosa que podía existir.
¡El guardia!, grito en silencio, recordando al hombre que había visto minutos antes y por quien se detuvo y provocó la caída de Charles. Si el Rey se enteraba de aquello, seguramente le prohibiría volver a ver a su amigo. Ella no podía permitir eso, no cuando no consentía pasar días sin estar con él.
Moviéndose hacia atrás, lo empujo y rápidamente se puso de pie. Necesitaba poner distancia entre ellos. Pudo notar el desconcierto y dolor que cruzaron la mirada masculina, antes de que él escondiera sus emociones y se levantara, manteniendo un semblante neutro.
-Siento eso, Mia - comenzó él, con voz ronca mientras se acercaba unos pasos. Ella asintió, aceptando sus palabras, era lo único que podía hacer mientras no dejara de temblar como una boba. - Te prometo que no volverá a suceder - asintió con solemnidad, pero solo obtuvo como respuesta el silencio. - ¿Qué te parece si volvemos al castillo? - no espero su respuesta, simplemente se montó sobre su yegua y en silencio esperó a que ella hiciera lo mismo.
¿Y que si quiero que vuelva a suceder?, quiso decir Mia, conteniendo sus ganas de gritar lo que deseaba. En cambio, se limitó a montar a Azur y seguirlo. Sus mejillas aún estaban sonrojadas por aquel beso y sus labios hinchados, rastros patentes de lo anterior sucedido.
Su primer beso, un evento que sin duda jamás podría olvidar.
El camino de vuelta al castillo resultó ser silencioso e incómodo, cada uno sumido en sus pensamientos, solo se podía oír el constante sonido de los caballos al caminar.
-Ya está - dijo Charles, bajando de su montura y acercándose a ayudar a Mia - de vuelta en la seguridad de tu castillo, sana y salva - sonrió, tratando de eliminar aquella incomodidad que se había instalado entre ellos. Aún no comprendía que lo había llevado a besarla y no superaba el vacío que sintió en su pecho cuando la joven lo apartó horrorizada. Él, mientras la besaba, se había sentido como en el paraíso, pero al parecer y dado la magnitud de su reacción, ella no había sentido lo mismo.
-Gracias - murmuró Mia, mientras tomaba su brazo y, luego de que un lacayo se hiciera cargo de los caballos, caminaron juntos hacia la entrada principal. La puerta se abrió, mostrando al impecable Bewick, el mayordomo, detrás de esta.
-Bueno - cuando estuvieron en el interior del castillo, Charles se detuvo y la observó con detenimiento. - Creo que es hora de irme a casa - sonrió y dio un paso hacia atrás, no se atrevía a tocarla más allá de la caballerosidad. No podría soportar un nuevo rechazo. - Gracias por el paseo y de nuevo, lamento lo de antes - hizo una pequeña reverencia - adiós, Mia -.
Todo se había arruinado, y llevaba apenas una semana en Londres.
-¡Charles, espera! - exclamó, deteniéndolo. El mencionado se giró y le ofreció una pequeña sonrisa, a la espera de que hablara. - ¿volverás mañana? - pregunto Mia con voz insegura, casi temiendo una respuesta negativa.
-No lo sé - él suspiró con pesadez. - mañana debo viajar a Cornualles, a las tierras de mi padre - hizo una mueca al recordar que ahora eran sus tierras. - ya sabes, mis deberes de Duque - encogió los hombros.
-Oh, claro - Mia sonrió con pesar. Había olvidado las nuevas responsabilidades de él. - entonces, espero tengas un viaje agradable - trato de mostrarse lo más normal posible, como si no le pesara el no poder verlo al día siguiente.
Su cabeza estaba hecha un desastre, no sabía qué pensar acerca de aquel beso compartido en la pradera, ni de lo que sentía en el estómago cada vez que Charles estaba cerca.
No quería seguir pensando en eso. Si lo hacía, seguro llegaría a conclusiones que no iban a gustarle. Por primera vez y desde que podía recordar, ella y la vocecilla en su interior estaban en desacuerdo.
-Gracias y buenas tardes Mia, espero este bien - Charles inclinó la cabeza, despidiéndose, para luego girarse y a paso rápido salir de allí.
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05-01-2018
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