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Charles sonrió mientras observaba, afirmado en el marco de la puerta, como su ayuda de cámara corría por la habitación ordenando sus pertenecías y criticando todo a su alrededor. Al parecer nada en Cornualles estaba a la altura de un duque y sus refinados sirvientes.
Ni siquiera la gran mansión de la que era dueño, Lanhydrock House (*). Una hermosa construcción que ocupaba un amplio terreno, cubriendo cientos de hectáreas sobre el icónico río Fowey. Parte muy importante de su ducado.
—Eh, Luigi deja eso y ve a buscarme un whiskey — pidió, acercándose a una de las sillas junto a uno de los ventanales con que la habitación principal de su casona de campo constaba. — Por favor — soltó un bufido, siempre era lo mismo, Luigi no se movía hasta oír las "palabras mágicas".
—Pero excelencia, no cree que es....—
—No, no es demasiado — rodó los ojos con exasperación. — Yo decidiré cuando sea demasiado — gruñó. Y aun no era demasiado.
Su viaje había sido de aproximadamente tres días, entre los cuales había parado en una posada para descansar, supuestamente, y donde había bebido más de la cuenta y como resultado tuvo que continuar su viaje en el carruaje que se suponía debía transportar su equipaje y los sirvientes que lo acompañaban. Viaje que fue mucho más largo y tedioso desde allí con el constante parloteo de su ayuda de cámara, reprendiendolo por sus excesos con la bebida.
Había estado a segundos de lanzarlo por la ventanillas y dejarlo abandonado allí, aún no entendía como no lo hizo, se hubiera ahorrado todo el sermón que seguro estaba por comenzar.
—Milord — Luigi volvió a tratar de hablar, cuando lo que él quería era beber y poder olvidar. — entiendo por lo que está...—
—No, tú no entiendes nada — Lo corto, adoptando una expresión de hastío. Como cada vez que alguien tocaba el tema de su boda fallida. — ¡ahora ve y trae de una vez mi maldito whiskey! — termino gritando.
Estaba harto de que hasta sus sirvientes lo observaran con aparente lastima por haber sido abandonado por su futura esposa.
Luigi se limitó a asentir y seguir sus órdenes, al fin pareciendo entender que las palabras allí no servían. El duque necesitaba más que simples palabras para lograr sanar su corazón herido, necesitaba desahogarse de alguna manera.
Su trago llegó a su mano con más rapidez de la que esperaba, trayendo consigo también la botella y aun amigo más, el brandy. Si iba a emborracharse, lo mejor era hacerlo correctamente.
—Gracias — musitó cuando su ayuda de cámara le sirvió. Se quedó de pie junto a él, esperando por alguna instrucción.
—Excelencia — este asintió. — ¿necesita algo más? — A Charles le extrañó verlo siendo tan servicial.
—Sí, cierra las cortinas — bebió un sorbo de su copa. — no quiero que haya luz aquí — quería estar solo y en la oscuridad, al menos por aquel día, ya mañana se levantaría y trataría de continuar con su vida. Tenía claro que debía que reponerse, mucha gente aún dependía de él. — ahora vete, y asegúrate de que nadie me moleste...por favor — en cuanto se encontró completamente solo y en la oscuridad, se concentró en combatir la maldita presión en su pecho.
Un día más estaría de luto por la partida de su amada, ni uno más.
***
—Gracias, Mauro — Sonrió, dirigiéndose al mozo de cuadras que había ensillado y terminado de alistar su caballo.
Su día de luto ya había terminado, y en esos momentos se encontraba montando un caballo para dar un paseo por los alrededores del condado. Necesitaba con urgencia respirar aire puro, y también asegurarse de que sus tierras, e inquilinos, no requirieran de su atención.
Solo en Cornualles podía sentirse en casa, con sus extensos y verdes praderas, y los impactantes acantilados que rodeaban la península, además de tener el mar a solo unos pasos. Hipotéticamente hablando, pues el océano no se encontraba literalmente a unos pasos de su residencia.
Un mar puro y libre de la asfixiante contaminación existente en Londres. Allí no debía medir cada uno de sus actos para así evitar los errores, y por consecuencia críticas de la perfecta aristocracia. Allí podía respirar aire puro, respirar de verdad, simplemente llenando sus pulmones de aire nuevo para luego expulsarlo, y volver a continuar.
Cornualles era conocido principalmente por sus impresionantes acantilados, los cuales se hundían en el abismo del mar mientras las olas furiosas se estrellan a sus pies. Por eso precisamente él adoraba aquellas tierras aún más.
Y tal vez fuera por eso, y no por alguna idea loca en su cabeza, que se estuviera acercando poco a poco a uno de los más grandes y rocosos acantilados de las costas inglesas.
Desmontando su caballo, y casi hipnotizado por el sonido de las olas al romperse contra las rocas, camino lentamente hacia el borde. Con cada paso el viento azotando su cabello y rostro.
Cuando estuvo a un paso de perderse en el abismo de rocas se detuvo y observó la grandeza de aquel paisaje.
—Una caída desde aquí debe doler — dijo, para luego reír de la estupidez de sus palabras. Claramente una caída desde allí sería dolorosa...además de mortal. ¿En qué estaba pensando?
—¡Charles! —
Cerró los ojos casi con dolor, repitiendo la acción con sus puños. Estaba tan mal que hasta oía la voz de Mia llamándolo. Algo completamente imposible, ella debía estar sobre su barco a kilómetros y kilómetros de allí, con un océano interponiéndose entre ellos. Seguro estaba disfrutando de ser la capitana de su propio barco, pavoneándose por cubierta, dando órdenes y siendo rodeada por la esencia marina que tanto amaba.
Sonrió inevitablemente cuando una imagen se le vino a la cabeza, una imagen de ella riendo con el viento salado despeinando su cabello y acariciando su rostro.
—¡Charles! —
Ahí estaba de nuevo. Su voz llamándolo, como una sirena atrayendo a los marineros hacia la perdición con su armonioso y hechizante canto.
Quizás eso estaba pasando, Mia era la sirena que lo había atrapado y estaba llevando al mismísimo abismo. Solo bastaba un paso...
Dio un paso hacia atrás, asustado de sus propios pensamientos.
—Basta — se ordenó mientras su nombre volvía a repetirse, cada vez oyéndose más cerca y con más desesperación. — ¡Basta! — explotó, cubriéndose los oídos con ambas manos y presionando, como si así aquella voz en su cabeza se iría, devolviéndole la cordura.
—Charles...por favor —
Todo se detuvo, hasta el sonido del mar paso a un segundo plato, solo podía captar los pasos a su espalda. No podía ser simplemente su imaginación, no cuando aquella voz sonaba tan afligida y al borde del llanto.
Lentamente se giró y en cuanto lo hizo, dio un involuntario paso hacia atrás, causando los gritos alarmados del espejismo frente a él.
Mia estaba parada frente a él, vistiendo un hermoso vestido de muselina color coral, con el cabello cayéndole suelto por los hombros. El perfecto y hermoso ensueño que llevaba obsesionándolo días y noches completos.
—¿Mia? — preguntó, apenas logrando respirar con calma. Los latidos de su corazón se habían acelerado de tal manera que podía oírlos retumbar en su cabeza. Definitivamente no lograba distinguir si la presencia de ella allí era real u otra de sus malditas alucinaciones.
Ella se acercó con cautela, aportando más calidad a su visión. Estaba tan hermosa y perfecta como siempre, pero estaba llorando, su rostro estaba empapado en lágrimas. ¿Por qué lloraba?
Sin soportar aquella tortura, Charles dio los pasos que los separaban y se quedó estático, aún solo paso del cuerpo femenino. Solo tenía que estirar su mano y podría saber si era real o no. Aún así no se atrevía a hacerlo, por temor a que desapareciera como sucedía cada vez que la veía en sus sueños.
—¿Eres real? — cuando sintió su toque, su pequeña mano rozando su brazo, se atrevió a alzar una mano y acariciar su suave mejilla, secando los restos de lágrimas.
Era real, por Dios que lo era.
—Si — Mia rió entre lágrimas. — Claro que soy real, ¿que cosas dices Charles? — en ese momento, se fundieron en una abrazo, tan fuerte que se habría necesitado mil hombres para deshacerlo.
Mia aún no lograba reponerse del terror de verlo tan cerca del borde del acantilado, por un momento había pensado lo peor. Y no estaba segura de cómo lidiar con los sentimientos desatados en su corazón, solo sabía que nunca podría haber vivido en un mundo donde Charles no existiera.
—¡Oh, Dios! — Charles reaccionó de la bruma que llevaba unos días envolviendolo, separándose de repente y observándola con preocupación. — ¿Qué haces aquí? ¿Sucedió algo? ¿Te hicieron algo? — con una rápida mirada la reviso, sin apartar las manos de su cintura, asegurándose de que no había ni un solo cabello fuera de lugar. No podía asegurar su reacción si la respuesta a esas dos últimas preguntas era positiva, pero no sería nada bueno.
—No, no — Mia lo tranquilizo. — No ha pasado nada, ni a mí ni a nadie — continuó, acariciando la mejilla masculina. — solo vine porque hay algo que antes no te dije y que tienes que saber –
—¿Qué? — su respiración se aceleró, conocía perfectamente esas palabras.
—Mi sueño ha cambiado , Charles— comenzó, sonriendo al ver la sorpresa en los ojos de su duque. — Ya no está en el mar sino en tierra firme – se alzó de puntillas para besar una de sus mejillas, sintiéndolo estremecer bajo su contacto — Me di cuenta un poquitín tarde, pero ahora sé que está justo aquí, utilizando unas feas y empolvadas botas, junto a unas calzas y camisa oscura — susurró, esta vez besando su otra mejilla. — Y hace unos momentos pensaba que yo era parte de un espejismo... — rió — mi nuevo sueño es de amor. Mi sueño eres tú, Charles Blackmore — dejó un suave beso en sus labios, seguido por unos cuantos más, hasta que él reaccionó y unió sus labios con ansias, con ardor. Devorándola y amándola al mismo tiempo, envolviendola con el calor de su amor.
-Pero Mia...- Charles habló, luego de separarse unos centímetros de sus labios. Su respiración agitada. – tu adoras el mar, estar en un barco, vivir aventuras diferentes cada día – tenerla allí, en sus brazos era algo único, pero nada valía la pena sin su felicidad completa.
—Si — Mia sonrió — pero te amo más a ti, y sé que no podría ser feliz en ninguna parte del mundo, por paradisiaca y hermosa que sea, si tú no estás a mi lado. Si no te tengo para darme la libertad que necesito mientras me sostienes entre tus brazos, o si no me das vida con uno de tus besos — solo esas palabras bastaron para verse rodeada de besos y caricias.
—Te amo tanto, tanto, Mia — musitó Charles, entre beso y beso, alzándola luego entre sus brazos. — pensé que te había perdido, que ya era demasiado tarde para nosotros —.
—Jamás será demasiado tarde para nosotros — sonrió mientras se fundía más en la seguridad de sus brazos. — siempre habrá un ¿Tú de nuevo? en nuestra historia —.
—Claro, porque el destino te quiere conmigo —.
—Siempre — respondió Mia, riendo ante los besos que él estaba repartiendo por todo su rostro. La felicidad que en aquel momento bullían en su pecho era la que por tanto tiempo había estado persiguiendo, y que ahora no dejaría escapar.
— ahora milord, lléveme a casa —
—¡A la orden mi capitana! — volviendo a alzarla entre sus brazos, Charles camino hacia su caballo. Los montó a ambos, ella afirmándose en su pecho, y luego condujo a su hogar.
Un hogar repleto de amor y alegría.
—Te amo, Mia — susurro Charles en su oído, al mismo tiempo que afianzaba el agarre de sus brazos alrededor de ella y besaba la cima de su cabeza. — nunca lo olvides. —.
—No lo haré — ella sonrió, sintiéndose adorada con cada palabra producida por los labios masculinos. — Porque yo te amo de la misma manera...y de paso te aseguro que si vuelvo a verte tan cerca de algún acantilado, no habrá lugar en el infierno donde puedas esconderte de mí —.
—¡Esa es mi princesa pirata! —
FIN
(*)Mansión que realmente existe en Inglaterra, Cornualles.
(*)Acantilados en Cornualles.
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28-02-2018
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