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—🌤—





                 El clima parecía haberse puesto de acuerdo con la ocasión pues en cuanto pusieron un pie afuera Beth pudo apreciar las nubes bajo una luz que segundo a segundo las hacía verse más doradas. Sostenía la mano de Bruce entrelazando sus dedos aun teniendo la sensación del frío metal que recién le fue dado.





—¡VIVA LOS NOVIOS!—gritó Evan mientras aplaudía ruidosamente.





A su lado Dick le seguía el juego con una gran sonrisa y al otro Alfred algo aturdido por la expresión también. Pocos segundos después fue este último quien sacó de su bolsillo una pequeña cámara digital con la que apuntó en su dirección. Ninguno de los dos era gran fan de ser fotografiados pero todo parecía natural en el momento, sonriendo y sosteniéndose mutuamente.





—Bueno, hora del pastel—dijo Beth tras la pequeña sesión de fotos.





—En realidad pensaba que...—Bruce señaló con la cabeza a su derecha, delante del auto.





—Bruce, no creo buena idea subir a tu motocicleta usando vestido.





—Sólo será por un par de minutos. No iremos muy lejos.





Mientras su hermana lo pensaba —aunque no había duda de que aceptaría— Evan entrecerró los ojos analizando la situación.





—Supongo que no estamos incluidos en ese plan...—dijo finalmente.





—Supone bien, joven Walker—la atención se fijó en Alfred—nosotros volveremos a Gótica.





—¡Bye!—Dick se despidió gustoso caminando en dirección a la pareja, cosa que les hizo sonreír de ternura. Los rostros de Evan y Alfred lo decían todo—¿yo también? No es justo.





—Lo es cuando te casas, pequeñín—Evan alborotó su cabello teniéndolo una vez más cerca, con una expresión decepcionada—verás, eso sólo sucede una vez en la vida. O si eres como mi tío Harold más de una...





—Ese no es el mejor ejemplo pero...—Beth bajó los escalones alejándose de Bruce quien le siguió poco después—puedes jugar videojuegos con Evan en la televisión grande, si quieren.





—Pues si no quiere tu cría, tu hermanito si—ella rodó los ojos divertidos ante la respuesta—vámonos Alfie. Yo manejo.





—Si...no lo creo.






Despidiéndose con la mano vieron el auto negro desaparecer a lo largo del camino empedrado. La castaña giró la cabeza al ver que Bruce se alejaba de ella en dirección a la motocicleta con el par de cascos colgando en el manubrio.





—Señora Wayne—dijo extendiéndole el suyo.





—¿Cuánto has esperado a decir eso?—enarcó una ceja curiosa mientras tomaba el objeto.





—Más de lo que me gustaría admitir—una sonrisa de lado decoró su rostro.






Ella se limitó a suspirar negando, Bruce siempre sabía exactamente qué decir para hacer su cuerpo hormiguear. Había tratado demasiadas veces describir la manera en que se sentía en momentos como esos pero siempre fallaba en el intento. Acomodó su cabello detrás de los hombros mientras él subía apropiadamente a la motocicleta, segundos después imitó su gesto con sumo cuidado para evitar accidentes con su vestido y colocó el casco sobre su cabeza.





El característico sonido del motor le dio la señal que necesitaba para sujetarse; podía sentir la brisa del aire mover su cabello y la suave tela de la ropa de Bruce bajo su agarre. Los árboles se movían a cierta velocidad viéndose borrosos, dándole un leve mareo que en ese momento le pareció agradable. Lo tomó como una señal de que no era un sueño o una de las tantas fantasías que imaginaba despierta cuando solía limpiar las mesas de cafetería con los audífonos puestos, implorando una vida de la que nunca perdió las esperanzas de tener.





No mucho después notó que el paisaje perdía ese efecto que fusionaba los colores como manchas llevándola a poner más atención en su entorno. Cuando se detuvo por completo quitó el casco para poder ver con claridad lo que estaba enfrente de ambos: una casa de un solo piso a la orilla del lago. No lucía como una mansión pero definitivamente tampoco era pequeña. Bruce le ayudó a bajar de la moto ofreciéndole su mano la cual gustosa tomó.





—¿Esta también tiene una historia familiar detrás?—preguntó mirándole curiosa.





—Nah. Pensé que te gustaría y la compré—Beth abrió los ojos de par en par sin evitar reír—¿qué es tan divertido?





—Pues que sonaste como todo un presumido, un niño rico.





—¿Lo siento?—respondió dudoso—vayamos dentro.





Pese a lo lujosa que lucía era sencilla. Al entrar estaba la sala de estar con chimenea, a la izquierda la cocina con comedor —teniendo ambas vista al lago al tener como puertas de cristal— y a la derecha un pasillo que daba a dos habitaciones, al fondo de este el baño. Afuera se lograba ver un espacio sobre el agua en donde fácilmente podrían extender mantas para ver las estrellas, como solían hacer en los balcones de la Torre Wayne.





Bruce fue quien le guió por el pasillo hasta entrar a la primera puerta. Dentro, la cama daba en dirección al par de cristales corredizos por donde se reflejaba el lago en movimiento. Tenía su propio baño y un par de libreros que no serían problema llenar junto al closet. Ella entró hasta quedar frente a la vista exterior perdiéndose en los colores dorados y rosados.





Su ahora esposo le siguió con paso lento hasta quedar detrás suyo y posar las manos en su cintura cubierta por el limpio encaje. Se encorvó un poco debido a la diferencia de estatura para poder dejar un beso en su cuello, a escasos milímetros de la cicatriz rojiza. Por su parte Beth correspondió al gesto sonriendo, girando lentamente con la intención de toparse con su mirada.





Aunque lejos de hacer contacto visual juntaron sus labios en lo que parecía ser un beso más, uno de los tantos que compartían a diario. Ninguno lo dijo en su momento pero era mucho más especial de lo que aparentaba. Beth posó una de sus manos en el rostro de Bruce acariciándolo, nunca lo ha mencionado pero le volvía loco que hiciera aquello. Sentir el toque de Beth mejoraba todo automáticamente.





Sin darse cuenta —o quizá si— retrocedían paso por paso hacia la cama detrás suyo. Beth se dio cuenta de la ausencia del agarre de Bruce el cual cambió a su espalda donde una de sus manos se abría camino al cierre del vestido. Aprovechando esto y como respuesta bajó un poco su chaqueta de sus hombros siendo su señal para separarse por un momento y deshacerse de ella, cayendo al suelo con un ruido sordo donde segundos después lo acompañaría el vestido blanco y la camisa.





Bruce se detuvo un momento para admirar a la mujer en ropa interior que le devolvía la mirada con dulzura. Pese a no ser la primera vez en estas circunstancias, se percibía así. Sabiendo exactamente lo que seguía y sin negarse a nada, Beth se sentó en la orilla de la cama antes de recordarse sobre las sábanas blancas en cuya posición él se le unió poniendo ambas manos a los lados de su cabeza para sostenerse sin lastimarle.





Debajo suyo la castaña hizo un camino lento con su mano desde el cuello de Bruce a su pecho, observando con atención cada una de sus cicatrices como si de pinceladas en una pintura de museo se tratase. Devolvió su mirada a la de su esposo quien con una pequeña sonrisa comenzó a dejar un rastro de besos desde su mejilla hasta su clavícula tomándose un momento en las curvas que marcaba el sostén gris.





Bruce amaba recorrer cada centímetro de la piel canela de Beth a su propio ritmo cuidadoso de no perderse ningún lunar, ninguna peca que le adornaba. Sabía de memoria donde se ubicaban cada uno, incluso le gustaba compararle con un mapa de astronomía aunque eso nunca lo habían dicho en voz alta. Y es que no era muy expresivo con las palabras, eso lo sabía muy bien su amada por lo que con cada caricia se lo hacía saber mejor que si lo escribiese en mil cartas.





En ese preciso momento no parecía existir nada ni nadie más. Nada de trajes a prueba de balas y máscaras, nada de presión por encajar y peleas familiares. Sólo ellos dos expresándose lo que no podían decirse con palabras, lo que finalmente tenían y no desaprovecharían.

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