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Toda su vida, Beth ha tratado de evitar las responsabilidades y compromisos a toda costa, en especial aquellos que requerían envolverse sentimentalmente. Culpaba a la manera en que creció, en un hogar algo inestable en cuanto al afecto que se daba y recibía, tenía ese miedo a amar y no recibir nada a cambio o peor aún, obtenerlo y terminar rompiéndose. Pero eso pareció cambiar un poco cuando Bruce llegó a su vida.
Y allí estaba, con pluma en mano esperando a firmar el documento que le haría responsable de un niño de diez años, aterrada como nunca en su vida. Pero no por el hecho de traerlo a casa, si no por lo mal que podría llegar a hacer ya que no tenía buenas referencias de crianza.
Tomó aire antes de tocar el papel con la pluma y garabatear sobre la linea de su nombre. Quizá era el ambiente del momento pero fue allí donde se dio cuenta de que su firma era eso, un garabato mal hecho, sobretodo si se comparaba con la elegancia que portaba la de Bruce. Su tío bien le había dicho que la escritura era una especie de reflejo de nuestra mente y por eso se analizaba tanto a la hora de encontrar criminales. Explicaba mucho de ambos, honestamente.
—Muy bien, supongo que eso sería todo. Si llegamos a necesitar más firmas o documentos nos comunicaremos con ustedes—dijo el hombre de barba blanquecina tomando las hojas que Beth tenía enfrente suyo.
Todo en esa oficina cuadrada le recordaba a sus tiempos en la preparatoria incluyendo al curioso encargado quien juraba era una especie de clon de su profesor de antropología de ese entonces. Tras recopilar los papeles en una carpeta color paja, se puso de pie dirigiéndose a la puerta donde ambos le siguieron. Recorrieron largos pasillos con niños de varias edades yendo y viniendo, ese edificio solía ser un instituto escolar y servía como el plan de emergencia en caso de que algo le sucediera a la antigua mansión Wayne, uno que se convirtió en algo permanente cuando fue incendiada por el mismísimo Edward Nashton —a quien nunca se le encontró responsable, ni siquiera entraba a la lista de sospechosos—.
Finalmente llegaron al patio principal y esperaron bajo la fachada mientras el actual encargado del orfanato cruzaba el largo espacio al aire libre directo hacia Dick, mismo que yacía sentado en un columpio sin moverse, con la mirada fija en un par de niños jugando con una pelota. El señor Hubert se paró a un costado suyo comenzando una conversación con él.
—Bruce, pensádolo bien—comentaba Beth cruzada de brazos para cubrirse de la fría brisa de aire pese a usar una chaqueta de mezclilla azul claro, movía su pie de manera insistente por los nervios—creo que no estoy lista para criar un niño de diez años.
—Nadie lo está. Ni siquiera existen cursos o libros suficientes para esto—ella giró la cabeza en su dirección—los busqué.
—Bueno, no puede ser tan difícil—trató de convencerse acercándose más a Bruce hasta tocar su brazo—si mi tía pudo, nosotros también. ¿No?
—¿Te refieres a la que olvidó a dos de sus hijos en el supermercado y volvió por ellos dos horas después?
—Ajá. Ahora sabemos que si vamos al supermercado, verifiquemos que salgamos los tres al mismo tiempo.
—Genial. Lo tendré en cuenta—mantenía sus manos en los bolsillos de sus jeans oscuros—aquí vienen.
Los dos cambiaron su postura a una más firme, dejando de lado sus movimientos nerviosos. Dick vestía un suéter gris y pequeños pantalones de mezclilla, el cielo nublado en combinación con los tonos de su ropa resaltaban sus ojos azulados. Jugaba con sus dedos indicándoles que no eran los únicos con nerviosismo allí.
—Hola, Dick—saludó Beth con una sonrisa, acomodando parte de su cabello suelto tras su hombro ante el aire moviéndolo.
—El señor Hubert dice que iré a casa con ustedes.
—Si, ¿qué te parece esa idea?—bajó sus brazos llevando una de sus manos al de Bruce.
—Bien, supongo—se encogió de hombros algo indiferente, comenzando a caminar a la amplia puerta detrás de ellos.
Beth no supo qué responder a su reacción. ¿Era bueno o malo lo que dijo? Bruce permanecía en silencio igual de confundido que ella.
—Sólo necesita tiempo—añadió Hubert tratando de tranquilizarles.
Y tiempo era lo que Beth le daría sin pensarlo pues de cierta manera era parecido a Bruce: un niño asustado que necesita acostumbrarse a la falta de sus padres y encontrar al mismo tiempo a alguien que no le deje caer. Podía hacer eso por él de la misma manera e incluso mejor que con su novio ahora ya sabiendo cómo actuar en determinadas situaciones.
—¿Aquí viven?—dijo Dick con los ojos bien abiertos saliendo del ascensor que les llevaba al hogar de Bruce desde los ocho—parece un castillo.
—A mi me recuerda a Hogwarts—le siguió Beth caminando a su lado—hasta Alfred encaja en mi fantasía de imaginar que estoy allí.
—¿Alfred?—ladeó la cabeza curioso.
Entonces doblando el pasillo apareció el mencionado, haciéndoles detenerse en ese mismo instante. Bruce cargaba con la mochila que contenía todas las pertenencias del niño caminando al otro lado de Beth, siendo mucho más pequeña de lo que imaginaba.
—Si, Alfred Pennyworth. Para servirle—sonrió con las manos en la espalda para luego mirar a la pareja—¿y quién es este pequeño caballero?
—Dick Grayson—respondió Bruce.
—Nuestro nuevo roomie—añadió la joven.
—Oh, vaya...—la expresión en el rostro de Alfred no podía describirse pero Beth estaba segura de que en cualquier momento caería desmayado. Pasó finalmente su atención a Bruce—¿podemos hablar?
Ella tomó del agarre de Bruce la mochila azul y con un movimiento de cabeza le indicó a Dick que le siguiera para dejarles a solas. Por supuesto que no sin antes sonreírle a Bruce en un intento de tranquilizarle. En cuanto dejaron de verles por el largo pasillo, Alfred empezó a hablar.
—¿Me puedes explicar porqué el niño del circo está aquí? Por favor.
—Ya te lo dijo Beth, es...
—Valoro sus buenas intenciones pero—interrumpió suspirando—cuidar de un pequeño es mucho más que darle un techo. Necesita atención, cuidados y una buena educación.
—Si. Lo sé muy bien.
Entonces el inglés se dio cuenta de lo que dijo. Bajó la mirada por un momento, apenado por su comentario. De todos modos no podía evitar decirlo, no quería que cometiera los mismos errores que él cuando se hizo cargo.
—Yo...sólo quería dejarlo claro.
—Entiendo. Pero no lo haré solo, es algo que Beth y yo decidimos. Aparte—dirigió su mirada a la pared de su izquierda—te tengo a ti. Digo, ambos lo hacemos...—una sonrisa cálida apareció en el rostro de Alfred—um, creo que debería ir a ayudar arriba.
Emprendió su viaje en dirección donde vio perderse a su novia, no obstante, se detuvo girando un poco hacia el mayor.
—¿Podrías ordenar una pizza para cenar? A todos los niños les gusta ¿no?
—No conozco muchos niños pero eso supongo...
—Bien...gracias, Alfred.
Le devolvió la sonrisa para luego dejarle solo en el frío pasillo, llegando en menos de un minuto a la habitación frente a la suya donde ya escuchaba desde afuera la voz de su novia contándole una de sus tantas anécdotas. Esa era su forma de relacionarse con los demás, contando sus propias memorias tratando de encontrar algo en común. Se detuvo en el marco de la puerta sin hacer ruido para evitar interrumpirlos. El niño estaba atento a lo que decía, ambos sentados en el suelo recargados en los pies de la cama.
Por un momento se olvidó por completo de ser Batman o si volvería a casa por la mañana, sólo pasaba por su mente lo mucho que le agradaba saber que el resto de sus días tendrían escenas de ese tipo.
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