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—🌥—




—¿Seguirá dando vueltas o vendrá adentro a tomar el té?—habló una voz que reconoció al instante.



Llevaba cerca de diez minutos fuera de la Torre con el papel doblado cuidadosamente en las manos. Miró hacia el cuadro metálico en la pared junto a la puerta por donde escuchó a Alfred quien le veía a través de la cámara de seguridad en la esquina superior desde hacía ya buen tiempo.



Suspiró poniendo la mano en la perilla dándole a entender su decisión.



—Bruce salió, no dijo en qué momento volvería pero puedo llamarlo—comentó el amable hombre recibiéndola en la parte más alta.



—No hace falta, yo sólo venía a...—miraba el papel nerviosamente.



—Será mejor que quite la tetera del fuego o terminaré sin agua para cuando pueda hablar—ella sonrió apenada ante su comentario—la cocina está por aquí.



Le siguió por el grisáceo pasillo observando la decoración conforme avanzaba pues la única vez que estuvo allí no tenía tiempo de hacer otra cosa más que preocuparse por Bruce. Era un lugar sombrío pero cómodo.



—¿De verdad no quiere que le llame?—preguntó una vez más sacando dos tazas de la alacena mientras Beth se sentaba en la pequeña mesa del centro—al saber que es usted no dudaría en regresar.



—¿Porqué piensa eso?—ladeó la cabeza curiosa.



—Pues tengo entendido que ustedes son muy cercanos—se dió media vuelta con la tetera en manos para comenzar a servir el líquido caliente—y siendo honesto, me alegra mucho. Bruce no es muy sociable pero parece que se lleva de maravilla con usted.



Lo que creía era idea suya, resultó ser cierta con la declaración de Alfred. Ella y Bruce eran muy parecidos pero al mismo tiempo le sentía tan distante. Como si al avanzar un paso, retrocediera dos.



—En fin, ¿a qué debo su visita?—recorrió la silla delante suyo para sentarse—es agradable tenerla por aquí, temo que la última vez no fue una ocasión muy...normal.



—Para nada normal—soltó una risita dejando hoja en la mesa—yo...quería dejarle algo.



—Una carta.



—Si, creo que no tengo el coraje de decirle ciertas cosas en persona—bajó la mirada para tomar la taza.



—Ya veo—Alfred imitó su gesto al darle un sorbo a su té—¿pero qué le asusta tanto?



—¿Que note mi letra fea? ¿El rechazo?—se encogió de hombro—no lo sé.



—Rechazo es lo último que recibirá de Bruce. Yo sé lo que le digo.



Sus ojos se dirigieron a los del hombre por un momento, no muy segura de lo que había escuchado.



—Espera, ¿está diciendo que le gusto? ¿así de gustar de verdad?



—Oh, usted sacó la conclusión sola—respondió con una pequeña sonrisa cómplice—no lo escuchó de mí.



En el regreso a casa no se quitó la conversación de la cabeza le gustaba a Bruce de verdad. No era invento suyo ni el intento de querer siempre ser especial para los demás. Su carta tendría sentido y aunque le asustaba saber que la leyó, los nervios de recibir una respuesta recíproca le ganaban en ese momento.



Una emoción parecida sentía Alfred cuando vio la motocicleta abrirse paso entre la oscuridad de la vieja estación. Más su sonrisa cambió a una expresión de preocupación al notar que seguía en su traje y frenó bruscamente al llegar.



Bajó de la moto e instintivamente se llevó la mano izquierda al brazo derecho haciendo una mueca de dolor. Se apresuró a alcanzarle cerca de la mesa donde ya estaba deshaciéndose de la máscara.



—Dios mío, ¿qué le sucedió?



—Reyes me disparó, la bala apenas me tocó—con cuidado comenzó a quitarse la armadura antibalas del pecho acompañada de la capa—pero Hughes escapó.



Adam Hughes era el dealer que perseguía desde hace días, capturarlo detendría el tráfico de drop en la zona norte al menos por unos meses. Estaba seguro que le daría información necesaria para continuar con la sur. Pero sus planes cambiaron gracias al operativo sorpresa del agente Reyes quien no sólo arruinó la ocasión si no que trató de herirlo.



—Esas son malas noticias—comentó Alfred apresurándose a ayudarle con la hemorragia—espero animarle con otra cosa que sucedió mientras estuvo afuera desde tan temprano.



—¿Qué cosa?—le miró por debajo de su cabello desordenado mientras él ya se hacía cargo de su brazo.



—Su amiga vino de visita, bebimos el té juntos y platicamos un rato.



Limpiaba la sangre que escurría por su blanca piel. Tenía razón, apenas había rozado pero dejó una cortada algo profunda que si bien no necesitaba puntos, sangraba demasiado.



—¿Beth estuvo aquí?—su voz cambió al pronunciar su nombre, cosa que Alfred no pasó por alto.



—Esa misma. Es una lástima que no haya estado. Pero le dejó eso—señaló con la cabeza a la hoja de libreta doblada sobre la mesa cerca del teclado.



—¿Es una carta?



Alfred observó el rostro de Bruce. Su expresión había cambiado como su voz hace unos segundos. Parecía que su semblante se relajó e incluso que sus ojos brillaban un poco. Sonrió terminando de vendar su brazo para que la gasa se mantuviera en su lugar.



—Si y parece que es importante—retrocedió un paso—le espero arriba con el desayuno.



Bruce le vio retirarse hacia el pequeño ascensor. Una vez que le perdió de vista tomó el papel entre sus manos que temblaban ligeramente de los nervios.



Le había mencionado lo importante que era escribir para ella así que el recibir algo de ese estilo podría ser buena señal. O eso quería creer. La desdobló con cuidado encontrándose con su letra en tinta negra.



Tuvo que leerla más de dos veces para asegurarse de haber entendido bien, que no omitió ninguna oración ni palabra clave. O quizá sólo para terminar de creerlo.



El sentimiento era mutuo y moría por decírselo a Beth para después besarla una vez más sin importarle que le reconocieran en la calle, como en esas películas que a veces veía sin mucha atención por las tardes. Pero entonces apareció esa parte negativa dentro suyo, la parte en la que prefería cortar lazos con ella para no herirla.




Porque todos los que permanecían cerca suyo terminaban mal de alguna manera, empezando por sus padres.

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