❤ ️Capitulo 21

Alice se abalanzó contra aquella mujer y la tomó de la muñeca, retorciendola hasta quitarsela de encima, mientras la daga se deslizaba de su mano y caía tintineando al suelo.

Catherine absorbió el dolor punzante, que sabía, se merecía.

–¿¡Por qué!?– chilló Alice, haciendo sangrar a Cath con sus uñas.

Por venganza, por capricho, o quizás sólo para recuperar su propio corazón roto lleno de polvo y cenizas; y ninguna era una razón suficiente para intentar asesinar a una niña.

–El tiempo– chillaron las hermanas, cada vez más tenebrosas –el tiempo ha llegado– dijeron, y sus miradas se clavaron en la pared de piedra, dónde los dibujos, aquellos dónde el destino estaba tallado, comenzaban a desdibujarse.

La voz de Jest taladro la mente de Cath mientras ésta intentaba zafarse de la chiquilla esa, cuyas garras se enterraban en su piel.

–¿¡Qué te hice para que quieras matarme!?– exigía saber la niña.

Catherine la miró, enojada, y cómo pudo, la tomó del cabello. Alice chilló mientras Cath la arrastraba hacía el espejo y, empujándola, la arrojo al otro lado.

–Nada– susurró Cath cuando el espejo resplandeció y se fracturó, con Alice del otro lado.

–El tiempo...– susurraron las hermanas en un inquietante chillido –el tiempo... se a ido–
.

Catherine las vió sujetarse de las manos y mirarse entre sí, lo más humano que jamás las vería hacer, y luego... ellas simplemente se desvanecieron, dejando una nube de cenizas oscuras dónde antes habían estado de pie.

Catherine gimió.

–¿Qué está sucediendo?– preguntó Haigha.

Catherine apartó la vista de las cenizas, y comenzó a sentir el temblor que iba en aumento; el pozo emitió un borboteo, y la melaza, subiendo y subiendo, empezó a desbordarse.

Pero era tan oscura, que no parecía melaza.

–Vamonos– gritó Haigha, tomando a su amigo el sombrero y corriendo hacia el laberinto, de vuelta a Ajedrez, mientras la cañada se agrietaba, escurriendo melaza de sus heridas.

–Hasta nunca, su ma... Catherine– dijo Hatta, levantando el sombrero en señal de adiós, antes de desaparecer por el laberinto a toda prisa.

Catherine lo observó irse, atónita.

Cheshire se también estaba yéndose, pero se detuvo frente al espejo de corazones, que comenzaba a romperse. No sé iría de aquel lugar sin Catherine.

¡Cath!– maullo él, pero su amiga sólo lo observó, sin dar un paso. –¿Cath? –repitió.

Ella estaba de pie frente a los fragmentos del espejo de Alice, y su rostro era un río, lleno de lágrimas infrenables.

La vió negar y sonreír mientras avanzaba tropezandose hacia la pared de piedra, hacía el dibujo del Joker, y sintió que su propio corazón se hacía pedazos cuando pregunto:

–¿No vas a venir, Cath?

–Adios, Cheshie– susurró ella, dedicándole una última mirada.

Él era un gato con mucha dignidad, no lloraría, no lloraría.

–Adiós, Catherine– dijo él.

Un estruendo inundó la cañada, y Catherine mantuvo su sonrisa, incluso cuando el mundo se volvió oscuro.

Pum... pum… … …

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