Dicen que la reina lo sabe todo.

Y desde el asesinato -no, juicio- de Sir Peter Peter, la sangre había corrido cómo un río escarlata sobre los azulejos de aquel salón.

Todo había comenzado con la mirada maquiavélica de la joven reina al gritar ¡que le corten la cabeza!, con las niñas fantasmagóricas con máscaras, con aquel cuchillo, que parecía más cruel que el hielo, y con el corazón, sangrante y palpitante, ensartado en su punta.

Desde ese momento, el país de las maravillas había cambiado para siempre, y ya nunca sería lo que fue, ya no.

Sus habitantes con temor, adoraron a su nueva reina, la que ellos mismos habían puesto en el trono, y se resignaron.

Pero las cosas siempre podían cambiar, y tornarse más... Extrañas. ¿No?

«Dicen que se llama Alice...» comenzandó los rumores.

«Dicen que es igual que el mapache, la lechuza y el zorro...».

«Dicen que no está muerta, que respira...».

«Su cabello está hecho de miel, y sus ojos son zafiros...».

«Cuentan que apareció por el espejo...».

«Cuando llora, el agua brota del suelo...».

«Cuando ríe, crece tres metros hacia arriba...».

«Podria provenir de ajedrez...».

«Es un demonio...».

«...Es un ángel...».

«...Es de otro mundo».

Eran sólo rumores, y Catherine los había escuchado todos y cada uno.