Aferrarme a Ti.

La luz que se deslizaba por el cuerpo del hombre era violeta, uno tan oscuro que casi parecía negro y tras la aquella extraña estela apareció el rostro que el confundido chico ya esperaba ver desde que se enteró de la ubicación exacta de la guarida de Hawk Moth.

Gabriel Agreste observaba fastidiado a ambos adolescentes desde su lugar, jamás pensó en verse acorralado de tal manera, así como tampoco comprendía la razón de la evidente angustia en el rostro del portador del Kwami de la destrucción, pues en ese momento Chat Noir había soltado su bastón y cubierto su boca con ambas manos mientras sus ojos reflejaban una incredulidad mucho mayor a la de LadyBug.

Mayura batió su abanico, susurrando silenciosas palabras a una pluma, misma que invocó a una especie de mariposa gigante que ayudó en su escapatoria al villano a través del gran tragaluz, haciéndolo añicos.

La mujer huyó unos segundos después, asegurándose que ninguno de los dos héroes les alcanzara en su ida.

El joven de traje negro cayó de rodillas al suelo, sujetando su cabeza a ambas manos mientras balbuceaba incoherentes frases en negación.

— Chat... — Llamó una aturdida LadyBug. —. Chat hay que irnos de aquí. — Aconsejó, dando unos cuantos pasos hacia él y entonces el tintinear de su anillo se abrió paso entre el silencio. —. Chat... — Volvió a llamar a aquel que le daba la espalda, mismo que a sus diecisiete años comenzaba a derramar una que otra lágrima. — Tú energía se va a...

Y entonces sucedió, la luz esmeralda lo invadió de pies a cabeza, cegando momentáneamente a la chica que no halló otra solución a la situación más que cerrar sus ojos con fuerza, cuidando la identidad de su compañero.

Sin embargo, al cabo de unos cuantos segundos, los sollozos fueron percibidos perfectamente entre el eco de la guarida y Marinette se vio a sí misma obligada a conocer la verdadera forma de su compañero y asistirlo en su desdicha, encontrando a Adrien Agreste siendo consolado por un pequeño gato negro que sin remedio se frotaba contra los rubios mechones en su cabeza. —. Tranquilo chico... — Dijo y fue cuando por fin la reacción del joven le hizo sentido.

— ... ¿Adrien? — Se atrevió a mencionar luego de un leve silencio que poco a poco era opacado por el lamento del rubio. —. No puede ser... — Soltó a medida que el aire abandonaba su cuerpo.

El joven apenas prestó atención de la palabrería que su compañera sacaba de entre sus bonitos labios, simplemente ladeó un poco su cabeza, observándola petrificada frente a él mientras sus acuosos verdes destilaban terror. —. Lo siento. — Dijo, con aquella recia voz masculina ya quebrada. —. Descuidé mi transformación... lo siento, LadyBug.

La muchacha negó, de pronto el verlo en tal estado había causado un enorme vacío en ella y al no hallar una solución cuerda, cayó al suelo a su lado, inmiscuyéndose entre sus brazos, ofreciéndole el abrazo más reconfortante que Adrien pudo desear mientras empapaba la pulcra camisa con lágrimas injustificadas.

La luz rojiza también surcó el femenino rostro, liberándola de la máscara de una vez por todas y ante ese hecho lo único que logró fue que el llanto de su contrario se acentuara.

— Gracias... — Lo oyó murmurar sobre su cabello. — Gracias a Dios eres tú... — Soltó al no hallar las palabras justas que expresaran su alivio ante tal revelación.

Eran demasiados sentimientos, demasiadas vueltas que había dado su corazón en tan pocos segundos y fueron aquellos minutos posteriores entre los brazos de Marinette los que lograron calmarlo lo suficiente para salir de la guarida.

Ella se negó a dejarlo solo en aquella mansión vacía, en manos del hombre que había aterrorizado parís durante eternos cuatro años, por lo que ambos concluyeron que lo mejor sería marcharse a casa de los Dupain-Cheng, al menos hasta obtener noticias sobre el paradero de Gabriel Agreste.

Chat Noir había subido al balcón en secreto, Marinette se negó a contarles a sus padre sobre él hecho de que su antiguo crush de la escuela pasaría la noche en su hogar, no quería lidiar con preguntas, ni mucho menos con bromas molestas por parte de sus progenitores.

Se encontraban ambos sobre el lecho, observando el cielo a través de la trampilla, recordando la primera vez que habían cruzado palabras, tanto como héroes como en su forma civil.

Adularon las hazañas que ambos habían compartido en el pasado, evitaron las inocentes y traviesas miradas que sin querer compartían, opacaron el temor sobre el futuro entre risas y recuerdos. Más cuando el rubio por fin se animó a encararla, no le sorprendió encontrarla perdida entre sueños, después de todo el día se había caracterizado por ser el más agitado en mucho tiempo.

Decidió salir a tomar aire, trepando hasta el balcón de la muchacha, allí donde las luces de parís eran las únicas espectadoras de su deplorable situación.

El recuerdo de la máscara desapareciendo en el rostro de su padre lo abrumó y de un segundo a otro la angustia volvió a consumirlo.

¿Cómo era aquel hombre capaz de hacer tanto mal? ¿Cómo es que no se había percatado de las pistas?

— Me dejó caer... — Se dijo a sí mismo cuando la memoria del casi mortal capítulo de su vida vino a su mente, aquel día en el que su guardaespaldas akumatizado lo había soltado en la cima del edificio, hecho que pareció poco importarle a su propio padre.

Apenas podía créelo, todo parecía demasiado irreal y lo único que hacía sentido en su cabeza era que él no era más que un peón en el juego que Gabriel Agreste dictaba.

Se acercó al borde mientras miraba hacia el cielo clamando por respuestas, mismas que ya casi no tenían sentido para él.

¿Cómo es que siempre estaba atrapado en la decisión de los demás? ¿Cómo es que a su propio padre no le importará en lo más mínimo? ¿Para qué estaba allí? ¿Por qué?

Volvió la vista al frente, se maldijo una y mil veces por no ser lo suficientemente buen hijo, por no cumplir con los requisitos que Agreste necesitaba en su descendencia, por ser tan inútil para su padre como cualquier otro habitante en esa ciudad.

La pena se apoderó de él y deseó desaparecer en ese preciso instante, lo deseó con todas y cada una de sus fuerzas.

De un momento a otro la barandilla del balcón de Marinette se veía bastante tentadora y sin pensarlo demasiado tomó asiento en ella.

Sin traje, sin la seguridad que Chat Noir le propiciaba, pues de pronto poco lo importaba su propia integridad. — Chico... — Plagg refunfuñó a su espalda, atento de las intenciones del rubio, puesto que más allá de su conexión, podía saberlo perfectamente por el dolor que se escondía tras la verduzca mirada; Adrien se estaba replanteando su vida.

— Necesito un momento a solas... solo unos minutos. — Pidió sofocado, divertido de como sus pies resbalaban en las baldosas del techo, tentado a dejar sus brazos desistir de la única fuerza que lo mantenía sujeto de caer al vacío.

Tan solo serían unos segundos y luego las preocupaciones se habrían ido, el dolor en su pecho se extinguiría y la angustia desaparecería.

Él desaparecería.

Tragó pesado, aguantó la respiración y sus dientes se apretaron por inercia, como si de alguna forma ya estuviera esperando el impacto.

Las lágrimas cayeron sin remedio, lágrimas repletas de frustración al no verse capaz de lanzarse, saladas gotas que paraban de gritarle que era un cobarde.

Pero cuando estuvo a punto de soltarse, unos delgados y frágiles brazos se deslizaron por su cintura, envolviéndolo en un abrazo que logró calmar el ensordecedor latido de su corazón.

— ¿Qué crees qué estás haciendo, gatito? — La voz de Marinette era cálida, tan suave y reconfortante como el tono que su madre utilizaba al cantarle por las noches. Y fue precisamente aquello lo que logró combatir el inoportuno deseo que embargó su cabeza por menos de un minuto.

Aquella chica, con una acción tan simple como un cálido ronroneó en su oído, había logrado acabar con el dolor, quemándolo, evaporándolo de su mente de forma parcial.

— N-No lo sé... — Las palabras que salieron de entre sus labios fueron apagándose a medida de que caía en cuenta de la tontería que estuvo a punto de cometer.

— No juegues con estas cosas, Adrien... te necesito aquí conmigo. — Reprendió como si de un niño pequeño se tratara. —. Baja de ahí y volvamos dentro, por favor... — Marinette enterró el rostro en la espalda del muchacho, embriagándose del costoso perfume que tanto le gustaba y que hasta ese momento no había relacionado con otro que no fuera Chat Noir.

Adrien cerró los ojos durante un segundo, no pudiendo evitar la culpabilidad por preocupar a Marinette de tal forma y finalmente asintió, girándose hasta encontrarse con dos azules cristalinos, mismos que supieron llenar su cabeza hasta no dar espacio a ningún sentimiento lúgubre de por medio.

Bajó del lugar, siguiéndola cauteloso en el balcón hasta la trampilla que daba al cuarto, hasta que sin previo aviso se detuvo en seco.

Porque sabía que debía decírselo antes de que el pavor lo abrumara una vez más.

— Marinette... — Llamó, acudiendo a su mano con fuerza. —. Tienes que saber que eres lo único que mantiene en pie en este momento.... — Confesó, siendo incapaz de observarla a los ojos, pues cada palabra que salía de su boca era la declaración más vergonzosa a la que pudo llegar, como también la más sincera. —. No confíes en mi, puedo decirte que estoy bien pero créeme que no lo estoy y supongo que este es mi llamado de auxilio. — Sonrió torpe, atrapando ambas manos para acariciarlas con verdadero cariño. —. Rodeas... absolutamente todo lo que me concierne, desde los Miraculous, la escuela, la moda e incluso mi familia. — Sus labios se curvaron en una sonrisa amarga, pues a pesar de que le gustaba que fuera así, las circunstancias no eran las mejores para ambos, mucho menos para él. —. No hay otra persona que conozca más sobre mi, así que por favor... — Su tragar hizo eco en el balcón y desde la primera sílaba supo que su voz saldría totalmente quebradiza. —. Déjame aferrarme a ti.

Enterró sus ojos en el suelo a la vez que mordía su labio hasta casi herirlo debido al nerviosismo y sin embargo no obtuvo respuesta. No con palabras al menos.

La oyó acercarse de forma sigilosa, liberando una de sus manos del fuerte agarre, elevándola hasta su mentón para obligar a aquellos hermosos pero rotos verdes a observarla y cuando lo hizo, se percató de que estaba sonriendo, la más sincera y preciosa sonrisa que la azabache pudo regalarle, contradictoriamente envuelta en lágrimas.

Se elevó de puntas, atrayéndolo con cuidado y lo besó junto a una suavidad característica en ella, pasando a una muestra de afecto bastante más intensa, para luego culminar en un contacto dominado por el deseo de opacar el dolor en el pecho de Adrien, reemplazándolo con el más puro amor.

— Ten fe en que no te dejaré caer, gatito. — Consolidó sus palabras en medio de otro roce entre sus bocas, tirando de la camiseta del chico, invitándolo a entrar nuevamente a su cuarto en busca de la noche que le ayudaría a sobrellevar los hechos.

Por qué estaba segura de que no había otra cosa que Adrien necesitara más que amor, comprensión y apoyo, así como el rubio estaba seguro de que en Marinette encontraría la familia que siempre deseó.

Fue como decidió que hasta el final de sus días estaría aferrándose a ella, pues tenía perfectamente claro que con Marinette sujetando su mano, sería capaz de salir de ese mar tormentoso que lo aquejaba.

Combatiría el dolor con todas sus fuerzas, lo aplastaría e incendiaría porque ella lo necesitaba, porque él la necesitaba.

Porque ambos se necesitaban.

Jo, trátate la depresión porfa, gracias.
(Disculpen los errores juju)
Y bueno, tenia que hacer un OS de mi canción fave, sorry not sorry

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top